Donde los árboles cantan (29 page)

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Authors: Laura Gallego García

Tags: #Narrativa, #Juvenil

BOOK: Donde los árboles cantan
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Cuando el cuerpo de Belicia quedó sepultado bajo una buena cantidad de paletadas de tierra, Viana añadió a media voz:

—Y no voy a dejarlo así. Juro que te vengaré y que expulsaré de nuestra tierra a todos y cada uno de esos barbaros… cueste lo que cueste.

Casi nadie la oyó. Pero Lobo alzó la cabeza y le lanzó una mirada penetrante.

Los proscritos regresaron con sus tareas con el ánimo triste. Viana apenas sintió el abrazo consolador de Uri. De forma automática, cerró los ojos y hundió el rostro en su hombro.

—Ella vuelve a la tierra —dijo el muchacho señalando el lugar donde reposaba Belicia—. Un día saldrá otra vez.

Viana sonrió tristemente. Se preguntó si el pueblo de Uri enterraba a sus muertos con la convicción de que resucitaría en el futuro. Era una idea hermosa.

—No lo creo, Uri —respondió—. Pero gracias por intentar consolarme.

De pronto recordó el motivo por el cual había regresado al campamento a toda prisa. Volvió a palparse en el hombro, desconcertada; la herida que había recibido dos noches atrás parecía haber desaparecido definitivamente.

Alcanzó a Dorea un poco más allá.

—¿Qué os sucede, niña? —preguntó la mujer.

La joven, por toda respuesta, la tomó del brazo y la hizo entrar con ella en la cabaña.

—Mira esto —le pidió, mostrándole su hombro herido.

Dorea lanzó una exclamación de alarma y Viana pensó, por un momento, que lo que había vivido aquella mañana, junto al rio, había sido producto de su imaginación. Pero su nodriza dijo:

—¡Ay mi señora! ¿Qué os ha pasado? ¿De dónde ha salido toda esa sangre?

—¿No ves la herida, Dorea?

La mujer examinó concienzudamente la piel de Viana.

—Solo veo que tenéis la camisa manchada, mi señora. Vuestro hombro está bien. Pero ¿a qué viene esto? ¿Qué se supone que tengo que ver aquí?

Viana estuvo tentada a contarle lo que había pasado; además, Airic podría corroborarlo. Sin embargo, no sería tan sencillo explicar cómo era posible que aquella herida tan profunda hubiese desparecido de un día para otro.

Por otro lado, si había sucedido de verdad… entonces…

Viana se puso de pie, sobresaltando a Dorea.

—Tengo que ir a hablar con Uri…no, con Lobo…no, primero con Uri —dijo atropelladamente.

Y salió de la cabaña, dejando a atrás a Dorea, que la miraba desconcertada.

Uri estaba esperando a Viana a la entrada. Ya hacía tiempo que había aprendido que no debía entrar en ningún sitio, especialmente en las cabañas de las mujeres, sin ser invitado. Pero alzó la cabeza cuando oyó salir a Viana, y sus ojos se iluminaron al verla.

—Viana —dijo, levantándose de un salto.

Ella no le permitió añadir nada más. Lo tomó de la mano y lo arrastró hasta un lugar un poco más discreto.

—¿Cómo me has curado el hombro? —le preguntó a bocarrajo. Él se mostró incómodo de pronto.

—Te he curado —dijo solamente.

—Sí, ya lo sé, pero… ¿de qué manera? ¿Has utilizado, acaso, agua del manantial de la eterna juventud?

La propia Viana sabía que aquello era absurdo. Había encontrado a Uri desnudo en el bosque; no había ningún lugar donde hubiese podido esconder una redoma de agua mágica sin que ella lo advirtiera.

—Yo sé curar —dijo Uri con cierta reserva—. No puedo decir cómo.

Viana se quedó mirándolo con fijeza. Por un instante cruzó por su mente la idea de que, si se hubiese llevado consigo a Uri a su viaje, quizá él habría podría salvar a Belicia antes de que fuera demasiado tarde. Pero la apartó con rapidez. «No te tortures», se dijo. «No tenias manera de saberlo».

—¿Es un secreto, pues?

El rostro de Uri se iluminó con una sonrisa.

—Sí —asintió, aliviado porque Viana lo hubiese comprendido—. Es un secreto.

Ella inspiró hondo. Le había pedido a Uri que no le hablara a nadie de su más necesitaba saber en ese momento. Quizá no tuviera nada que ver con la fuente de la eterna juventud de la que hablaba Oki… o tal vez sí.

En cualquier caso, Uri acababa de curarla de una herida de flecha muy similar a la que había recibido Harak, y de la que se había repuesto milagrosamente delante de sus ojos.

—Has visto a Belicia, ¿verdad? —le dijo—. Los bárbaros la han matado y ella no había hecho nada malo —se le quebró la voz de rabia e impotencia—. Si hubieses podido curarla… —sacudió la cabeza y trató de volver a empezar—. El rey de los bárbaros que mataron a Belicia… el jefe de mis enemigos… no puede ser herido. Se cura cuando alguien le hace daño. Quizá sea un brujo. Quizá sea como tú —añadió, aunque la repugnaba la sola idea de que Harak y Uri pudiesen tener algo que ver—. Y solo podremos derrotarlo si descubrimos por qué es vulnerable. Por qué nadia puede herirlo. ¿Has entendido?

Uri asintió. Sus ojos verdes mostraban una sombra de pesar, como si supiera, incluso mejor que Viana, de qué estaba hablando.

—Mi gente sabe curar —dijo, y el corazón de la muchacha latió más deprisa—. La gente mala… ellos se llevaron nuestro secreto. Pienso que ellos hacen daño a tu amiga. Pienso que mis enemigos… son también los tuyos.

El corazón de Viana dio un vuelco.

—¿Quieres decir que los bárbaros han conquistado también tu tierra y han arrebatado a tu gente el secreto de la inmortalidad? ¿El manantial de la eterna juventud? —insistió; pero Uri no la entendió y, además, no había terminado de hablar.

—Ellos me dicen a mí que voy a buscar ayuda. Al lugar donde viven muchas personas.

—Uri —murmuró Viana, asombrada—. ¡Estás recordando! Así que tenías una misión que cumplir, y por eso abandonaste a los tuyos. Pero… ¿qué te pasó en el bosque? ¿Acaso los bárbaros te atacaron, y te dejaron desnudo e inconsciente en el río? Pero los bárbaros no llegan tan adentro del bosque, ¿no?

—Ellos llegan por otro lado —explicó Uri—. Desde el lugar donde ellos viven.

—¿Desde el norte? ¿El Gran Bosque se extiende más allá de las Montañas Blancas, hasta las estepas de los bárbaros? ¿Me estás diciendo que encontraron un camino desde allí hasta el lugar donde procedes, donde está el manantial de la eterna juventud… o lo que quiera que usas para curar a la gente?

Viana hablaba atropelladamente; Uri apenas la entendía y, por tanto, no pudo contestar. Pero la muchacha no necesitaba más confirmación. Todo encajaba.

—Hay que contárselo a Lobo —decidió.

Sin detenerse a ver si Uri la seguía, Viana salió corriendo en busca de su mentor.

Lo halló en el otro extremo del camamento, frente a su cabaña, recogiendo sus cosas para salir de caza.

—Lobo —dijo, jadeante—, he de hablar contigo.

Él le dirigió una breve mirada.

—Yo también —dijo, en un tono helado que enfrió el entusiasmo de Viana—. Acompáñame, ¿quieres?

Viana asintió y lo siguió sin una palabra. Lobo tampoco habló hasta que llegaron a su destino: una loma a las afueras del bosque desde la que se dominaba Campoespino, que acababa de despertar bajo el sol de un nuevo día. Al fondo del valle, el castillo de Torrespino parecía una oscura atalaya que controlaba los destinos de todos los habitantes del pueblo.

Ambos se sentaron sobre la hierba y contemlaron el paisaje en silencio.

—¿Quieres saber cómo perdí la oreja? —dijo Lobo de improviso.

—Claro —respondió Viana con cierta impaciencia—, seguro que es una historia apasionante. Pero probablemente pueda esperar. Escucha, he descubierto algo que…

—Me refiero a cómo perdí la oreja… de verdad —cortó él. Viana se quedó mirándolo.

—¿Hablas en serio? ¿No me vas a contar una historia inventada?

—Ninguna de mis historias es inventada —se defendió Lobo—. Todo lo que te he contado me sucedió alguna vez. Pero en ninguna de aquellas ocasiones perdí la oreja. Sí… he tenido una vida muy interesante —sonrió con amargura—. Sin embargo, todas esas historias son solo anécdotas sin importancia que no dejaron una gran huella en mi vida. Pero esto es diferente. Lo he ocultado, aunque no pudiera esconder la cicatriz que me desfigura desde entonces.

—Entonces, ¿por qué quieres contármelo a mí? —preguntó Viana, casi sin aliento.

Lobo le dirigió una lenta mirada, preñada de decepción y de pena, que hizo estremecer a la muchacha.

—Porque quizá así comprendas el motivo por el cual voy a pedirte que abandones el campamento y sigas tu vida lejos de la rebelión, Viana.

Ella se quedó helada.

—¿Qué dices? No puedes estar hablando en serio…

—Muy en serio. Te he advertido muchas veces, pero no he conseguido hacerte entrar en razón, y ahora una muchacha buena e inocente ha muerto porque tú eres incapaz de dejar de hacer las cosas a tu manera, sin contar con nadie.

Sus palabras hirieron profundamente a Viana. No le respondió nada porque sabía que Lobo tenía razón.

—No puedo arriesgarme a que pongas en peligro a nuestro grupo ni lo que pretendemos llevar a cabo —prosigió él—. He sido muy paciente contigo, he tratado de protegerte de los bárbaros, pero creo que ya he tenido suficiente. A partir de ahora, tú seguirás tu camino, y yo el mío. Y tu padre, esté donde esté, no podrá negar que he hecho todo lo posible por cumplir la promesa que le hice.

Viana quería decir muchas cosas, pero las últimas palabras de Lobo la hicieron callar.

—Le juré en el campo de batalla que cuidaría de ti si algo le sucediera — dijo Lobo a media voz—, pero luego lo perdí de vista, y después me hirieron, y para cuando llegué a Rocagrís ya te habían casado con Holdar y estabas esperando un hijo, o eso me dijeron. No me pareció el mejor momento para rescatarte, pero, por si acaso, me instalé en las inmediaciones de Torrespino, con la intención de sacarte del castillo en cuanto hubieras dado a luz al pequeño bastardo. Me sorprendió que escaparas antes de que yo tuviera la oportunidad de salvarte, pero comprendí que, a pesar de las apariencias, en tu interior corría la sangre de los duques de Rocagrís. Eres digna heredera de tu padre, Viana, pero te falta su sensatez y, ante todo, su prudencia.

Los ojos de Viana se llenaron de lágrimas, en parte por la reprimenda de Lobo, pero sobre todo por los recuerdos que comenzaban a inundarla por dentro.

—¿Conociste a mi padre? —preguntó en un susurro.

—Fuimos muy amigos, sí —asintió Lobo—. Él, y yo, y el rey Radis, cuando era un príncipe apuesto, valiente y atolondrado. Éramos inseparables.

Viana recordó la forma en la que el rey había tratado a Lobo en el último solsticio que se había celebrado en Normont, y abrió la boca para comentarlo, extrañada; sin embargo, en el último momento, optó por no decir nada.

Lobo se dio cuenta.

—Sí, aquellos eran otros tiempos —dijo, sonriendo con amargura—. Luchamos en cien batallas y sobrevivimos a la primera invasión bárbara. Pero hubo algo que nos superó: una mujer.

Viana se incorporó un poco, atenta, intuyendo que Lobo iba a relatar la historia que quería contar.

—Era, con diferencia, la dama más hermosa de toda Nortia y, desde mi punto de vista, tampoco tenía rival en los reinos del sur. Nos conocimos cuando tuve que escoltarla a través de mi dominio hasta el castillo de su tío, el rey Ridead. Me enamoré de ella como un tonto. Pero el destino le tenía reservado un destino diferente: su primo, el príncipe Radis, también la amaba desde que eran niños. El nombre de la dama, olvidaba mencionarlo, era Nivia de Belrosal.

Viana respiró hondo. Empezaba a comprender por dónde iba la historia que le estaba relatando Lobo: Nivia era el nombre de la última reina de Nortia, la madre de Beirac y Elim, la mujer que había desafiado la voluntad del rey Harak quitándose la vida antes que acceder a ser su esposa.

—El decoro que se enseñaba a las doncellas de la corte no le permitía mostrar preferencias por ninguno de los dos —prosiguió Lobo—, pero yo siempre creí que tenía alguna posibilidad. Me volví loco de celos, y reté a Radis a un duelo a muerte por el amor de la bella Nivia. Como maestro de armas de Normont, yo le había enseñado a Radis casi todo lo que sabía, de modo que partía con ventaja. Sin embargo, él aceptó el duelo, luchó como un león y consiguió llevarse mi oreja izquierda antes de que lo arrinconara contra la pared. Y lo habría matado, de no ser porque tu padre llegó en el último momento para salvarnos a los dos.

»Solo aquello evitó que el rey Ridead me condenara a muerte por traición. Aquello, y la intervención de la propia Nivia. Pero me expulsaron de la corte y me arrebataron mis tierras. Me condenaron al exilio al pie de las Montañas Blancas, a donde me fui, con un puñado de hombres leales y valientes, para vigilar la frontera. No estoy orgulloso de lo que hice. Radis no fue un gran rey, pero no era malo. Y eligió bien. Nivia sí fue una gran reina de Nortia.

»De modo que ya lo sabes. Perdí la oreja por amor y por estupidez. Podría haber matado al heredero del reino aquella noche. De no ser por tu padre, podría haber provocado una guerra civil. Esa noche aprendí muchas cosas. No te imaginas cuántas.

Hizo una pausa. Viana se sintió conmovida por la amargura y el dolor que se adivinaban en sus palabras.

—Por eso ahora —concluyó Lobo—, por lo que hice, por Nivia y por Radis, y también por tu padre, Corven de Rocagrís, debo reconquistar Nortia para sus legítimos herederos. Y por eso no puedo perder el tiempo atendiendo los caprichos de una niña mimada. No cuando pueden costarnos tantas vidas. No seas como yo, Viana. No antepongas tus intereses personales al bien de todo un reino.

Viana tragó saliva. Sentía que Lobo le estaba dando una lección importante, sabía que hablaba en serio cuando decía que quería que abandonara el campamento, pero todavía tenía al mente puesta en la historia que él le había contado.

—Yo sé quién eres —mustió—. Mi padre hablaba mucho de ti, del héroe de la primera batalla bárbara, la mano derecha del rey Radis, el mejor maestro de armas que había habido en el castillo de Normont. Tú eres el conde de Urtec de Monteferro, ¿me equivoco?

El rostro de Lobo se crispó en un rictus de amargura. Viana no necesitó otra confirmación.

—Mi padre dijo que habías muerto —dijo en voz baja.

—Y no mentía, no del todo —respondió Lobo—. Me despojaron de mi título y de mis tierras, pero Radis dijo que podia seguir usando el escudo de armas de mi familia. Dijo que no merecía ni uno solo de los siete lobos andantes que adornaban su bordura. «Te concedo uno, al menos», dijo radis con cierta guasa. Y desde entonces fui el Deshonrado Caballero del Lobo; lo cual se quedó en Lobo, para los amigos.

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