El año que trafiqué con mujeres (10 page)

BOOK: El año que trafiqué con mujeres
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ALECRIN ayuda a muchísimas chicas que en este momento están ejerciendo la prostitución y que luego, lógicamente, quedan muy agradecidas. De hecho, fue una de ellas la que primero accedería a hablar conmigo en su propio lugar de «trabajo». Fue un testimonio que recuerdo con especial intensidad, no sólo por ser el primero importante que pude recopilar, sino porque marcaría mi vida durante los siguientes meses o quizá para el resto de mi existencia.

El burdel donde conocí a Loveth no está demasiado lejos de la frontera con Portugal. El matón de la entrada, un tipo corpulento y con cara de pocos amigos, como todos los matones de burdel, nos franqueó el paso sin que su cara de póquer expresase ninguna emoción. Instintivamente abracé la pequeña mochila, intentando que el bulto de mi cámara oculta pasase desapercibido a los ojos del portero que, casualmente, llevaba la cabeza rapada. Quizá sólo tuviese un problema de alopecia, pero confieso que últimamente los calvos me ponen especialmente nervioso, aunque éste, afortunadamente, no llevaba ningún distintivo de Levantina de Seguridad...

El local, como la inmensa mayoría de los prostíbulos españoles, permanecía en semipenumbra. Sólo las luces coloristas de las máquinas de tabaco, pinchadiscos, o pinchavídeos, conferían a aquel antro un aspecto festivalero. Aquella falta de iluminación, orientada a que las chicas menos agraciadas tuvieran también la posibilidad de seducir a algún diente, por un lado me beneficiaba, porque mi mochila llamaría menos la atención entre las sombras del lupanar, sin embargo, por otro lado, también me perjudicaba, en tanto que dificultaba que el objetivo de la cámara captase poco más que sombras.

Siempre me fascinó observar en silencio. He visitado cientos de burdeles, pero en todos encontré una escena similar a la que vi en el primero. Sobadas por las miradas lascivas de los clientes, ellas bailan coreando la letra de todas las canciones que escupe el tocadiscos. Diez o doce horas al día encerradas en el garito, escuchando las mismas canciones una y otra vez, las convierte a todas en el coro fiel y perfecto que acompaña las voces de David Civera, Miguel Bosé, o Paulina Rubio, cuando brotan de los altavoces, intentando humanizar el mercado de la carne.

Aquel día, disimuladamente indiqué a Paulino un extremo de la barra, justo debajo de uno de los focos rojos que iluminaba parcamente el garito. Allí, al menos, mi cámara podría captar algún plano. Nos encontrábamos en ese club en concreto porque ALECRIN había accedido a marcarme a una de las muchas prostitutas que su asociación había ayudado. Después de una atroz odisea, la muchacha a la que yo quería hablar se había quedado totalmente desvalida, abandonada a su suerte en Galicia, cuando la ONG acudió en su auxilio.

—La pobre trabajaba en la Casa de Campo en invierno. Imagínate el frío que tienen que pasar, casi desnudas, a las tres, cuatro y cinco de la mañana, en la calle, y cobrando a 3.000 pesetas la felación y a 5.000 el completo. Un día le hablaron de un club en Orense que buscaba negritas y llamó. Le dijeron que se viniese para Galicia, así que se quedó con el dinero de dos servicios, unas 7.000 pesetas, y se cogió un autobús. Pero como no tenía ni idea de dónde estaba Orense, se pasó la estación dormida y terminó en Vigo. En cuanto se bajó del autobús, con las 1.500 pesetas que le quedaban, la detuvo la Policía por no tener papeles, y la metieron en un calabozo todo un fin de semana. Como no había nadie de guardia, o el que estaba de servicio era un inepto, la encerraron hasta el lunes, y después la volvieron a dejar tirada, en la estación de autobuses, con sus 1.500 pesetas. Llamó al club de Orense, donde la esperaban tres días antes, y claro, le dijeron que se volviese a Madrid. Y allí, sentada en un banco, muerta de hambre, de frío y de miedo, nos la encontramos nosotras. Le dimos de comer y le pagamos el billete de vuelta a Madrid, y ahora dice que soy su «mamá española».

La imagen de aquella joven, indocumentada, asustada, que no conocía a nadie, ni siquiera el idioma del país en el que se encontraba, abandonada y desvalida en la estación de guaguas de Vigo, me conmovía. No tardaría en comprobar que, efectivamente, aquella muchacha estaba tremendamente agradecida a ALECRIN por haberla ayudado. Sin embargo, en la ONG me dejaron muy claro que su agradecimiento no garantizaba que me revelase a mí lo que todos los nigerianos consideran «secretos de negros».

Pregunté por ella al tipo de la barra y a una señal suya una joven se nos acercó. Lo primero que me impresionó fue la juventud de Loveth. Su rostro apenas parecía el de una niña, aunque sus formas eran las de una mujer más que desarrollada. Sin duda sus gruesos labios, sus poderosas caderas y sus grandes pechos, cuyos pezones se marcaban a través de la liviana tela de su vestido floreado, tan corto como escotado, eran la mejor herramienta de trabajo de una profesional del sexo como ella.

Intenté establecer una conversación con la joven, pero como sabía que la música que sonaba a todo volumen y el barullo reinante en el local no me permitirían grabar sus palabras con nitidez, le pregunté lo que costaba subir a una habitación con ella. Me dijo que 6o euros y entonces me pareció muy poco dinero por mancillar aquel cuerpo, aunque más tarde averiguaría que en la mayoría de prostíbulos españoles cobran todavía menos. Asentí con la cabeza y Loveth me cogió de la mano y me condujo fuera del bar. Recorrimos un pasillo tan pésimamente iluminado como la barra del garito, y subimos las escaleras hasta la planta superior. Mientras subimos, ella por delante de mí, puedo contemplar sus largas piernas y su imponente trasero. Su diminutivo vestido apenas cubre el inicio de sus nalgas, y desde mi posición, un par de escaleras por debajo de ella, podría adivinar el tanguita que cubre ínfimamente sus partes más íntimas. Las carnes se adivinan prietas y duras, pero me resulta imposible calcular la edad de aquella muchacha. Mientras recorremos aquel tramo, y como intentando establecer una mínima relación humana con el hombre con el que supuestamente va a hacer el amor unos minutos después, Loveth entabla conversación:

—Así que Toni, ¿eh?

—Sí.

—¿Es nombre de verdad? —intuyo que sabe que la he mentido.

—¿Y el tuyo? ¿Es de verdad?— Y rompe a reír.

Los dos reímos. Ambos sabemos que nuestros nombres son falsos, pero es una de las reglas de este juego. No existe ninguna razón por la que una prostituta deba ser sincera con su cliente. Ninguna pretende que lo sean. Todos mienten, pero no les importa ni a unos ni a otras. Al fin y al cabo sólo van a acostarse juntos, y los cuerpos desnudos pueden ser mucho más elocuentes que las palabras. Sin embargo, y para mi sorpresa, de pronto la nigeriana se detiene, se gira y me dice: «Tú tener razón, mi nombre de verdad es... Pero si tú amigo de ALECRIN, también amigo mío ... ».

Su reacción me ha cogido con las defensas bajas y aquel arrebato de sinceridad me hiere como un gancho directo a la mandíbula. Empiezo a sentir una incómoda sensación de culpabilidad por estar grabando a aquella joven sin su consentimiento y tengo la tentación de apagar la cámara en ese mismo momento. Pero no lo hago. Y ahora me alegro de haber continuado grabando. Era la primera vez que introducía mi cámara oculta en la trastienda de un burdel. Y era la primera vez que conseguía que una prostituta me contase, con detalle, su viaje hasta España a través de una traficante de mujeres. Además, de no haber grabado íntegramente aquella conversación, no podría transcribir literalmente las palabras de Loveth y con toda seguridad, algún imbécil, naturalmente varón, apostaría su vida a que habría aprovechado mi estancia con la joven en el dormitorio del lupanar para echar un polvo entre pregunta y pregunta.

—Oye, y qué tal te tratan aquí? ¿Estás contenta?

—No. Yo querer marchar hoy y tu amiga decir que yo esperar aquí hoy para conocer a ti.

Al llegar al primer piso nos detenemos en una especie de mostrador donde una mujer de unos cincuenta años y aspecto desaliñado me pide el dinero. Pago. A cambio, la encargada le entrega a Loveth un preservativo, una toalla y una sábana limpia. Seguidamente entramos en uno de los dormitorios que existen en la parte superior del burdel y una vez solos, intento colocar la mochila con la cámara orientada de tal forma que Loveth entre en el plano lo más centrada posible. Ella se sienta en la cama mirándome como el cordero que aguarda la certera puñalada del matarife.

En la cama con «Amor»

Con un gesto de mis manos le indico que no quiero follar, sólo hablar.

—Pues... cuéntame un poquito, Loveth.

—Cuéntame tú, ¿qué quieres que te cuente?

—No sé, un poco, algo, no sé...

—Tienes calor? Yo tengo frío.

Me siento torpe. No es una situación a la que esté habituado todavía y aún no tengo claro cuál es el comportamiento de un cliente de prostíbulo, pero su indicación de que tiene frío me da una oportunidad de ser amable. Rápidamente me quito la chaqueta y se la coloco sobre los hombros. Ella me sonríe entre sorprendida y agradecida. Imagino que normalmente los clientes que pagan 6o euros para subir con Loveth a un dormitorio intentan quitarle la ropa y no ponerle más prendas. Su sonrisa, que parece iluminar sus grandes ojos negros, me envalentona para iniciar la entrevista. Lo que transcribo son las respuestas literales de Loveth tal y como están registradas en la cinta de vídeo. Su castellano es confuso pero inteligible.

—¿De dónde eres tú, de qué parte de Nigeria?

—De Benin.

—Hay muchas chicas que vienen de Benin, ¿no?

—Sí, muchas.

—¿De la ciudad o de algún pueblo?

—De Benin, Edo —Edo es el estado al que pertenece Benin City.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí en España?

—Llegué hace dos años.

—¿Y hablas tan bien español

—Yo poco, yo hablé italiano antes.

—Eres nigeriana, ¿no?

—Sí.

—0 sea que fuiste de Nigeria a Italia...

—De Nigeria a Francia. En Francia poco tiempo, e Italia.

—¿De Nigeria a Francia, de Francia a Italia y de Italia a España? —Sí.

—¿En avión? —Sí.

Loveth tuvo mucha suerte. No tuvo que soportar el atroz viaje a pie, atravesando el desierto del Sahara, que han tenido que sufrir muchas de sus compatriotas. Ella tenía un sponsor, que sería además su madame o mamy, quien le pagaría el viaje en avión hasta Europa, eso sí, con la intención de amortizar lo antes posible su inversión.

—¿Y cómo llegaste aquí? ¿Te fueron a buscar al pueblo o cómo funciona eso?

—Mi jefa... Cuando yo estaba en mi país, una abuela católica, como mi madre, católica, hablar a mí. Mi familia no tener dinero, pero esta familiar sí tener dinero, mucho dinero. Y ella hablar con mi madre para llevar a mí a Italia. Decir que tiene bambino, hija allí, pero no tener chica para cuidar su hija.

—Y te fuiste a Italia...

—Ella no dijo que yo iba a trabajar de prostitución... sólo iba a coger a su hija...

—Para cuidar a su hija...

—Sí, que ella tenía que trabajar en fábrica. Pero cuando yo venir ella no tenía hija no tenía nada.

—¿Y tú no sabías que venías a dedicarte a la prostitución?

—No. Yo no sabe. Mi jefa me no dijo así, ha dicho que yo venía a ayudar a ella, a hija. Cuando yo venir, ella no tenía hija. Ella prostitución también.

Empiezo a sentir cómo me hierve la sangre a medida que Loveth profundiza en su relato. Sin embargo, la joven no ha hecho más que empezar a describirme su terrible aventura europea. Porque nada más aterrizar en Italia, su madame le enseñó lo que era un preservativo y la puso a trabajar esa misma noche.

—Luego ella coger condón, quita uno. Así, cuando tú quieras poner en la polla abres así y así... Y cuando era la noche me ha dicho, vamos a trabajar. ¿Vale yo que voy a trabajar? Me ha dicho, prostitución. Yo llora, Hora. Y cuando yo llorar, ella pegarme. Coger, a la calle, a trabajar. Y no puedo hablar con Policía, porque ella me coge con vudú... Coge mi sangre, mucha sangre. Mata un pollo y coge dentro...

—¿Las entrañas?

—Sí, rajó y me da así...

—¿Lo tuviste que comer?

—Sí, comer, con whisky. Y luego beber con agua de vudú. Agua de mucho tiempo. Más de seis años o siete años, preparada allí...

Estoy confuso. No acabo de entender de qué me está hablando la muchacha. No comprendo qué demonios tiene que ver eso del vudú y comerse las entrañas de un animal con las mafias de la prostitución. A pesar de que Isabel Pisano ya me había adelantado algo, aún no comprendía que ése es uno de los grandes secretos de las redes nigerianas de trata de blancas.

—¿Me quieres decir que te hicieron vudú?

—Sí.

—¿En Italia?

—No, en mi país. Cuando yo decir que sí para ir a Italia mi jefa llevar a hacer vudú.

—¿Cómo es eso del vudú?

—Vudú. Cogen mi sangre, cogen mi pelo, cogen pelo de mi coño... Mi sangre... y bragas... te cogen...

—A ver si lo entiendo. Antes de venir a España vais a que os hagan vudú. ¿Y eso para qué?

—Para que cuando yo vaya a Italia e no llamar Policía para mi jefa...

—¡Ah! Para que no llames a la Policía. ¿Y lo hizo ella o un brujo?

—Ella... Y huele mal, y puaj...

—¿Vomitaste?

—Sí, y ella hace comer otra vez...

Hablamos de su jefa y de cómo vino de Italia a España. Menciona que una de las chicas de su madame fue asesinada por las mafias en Italia. Cuando la Policía hacía los registros, echaban a las chicas fuera de casa, y sin papeles. Hablamos también de los papeles que les dan, y me da a entender que son falsos «papeles no buenos»—— Y me explica que tenía miedo a la Policía también, por estar indocumentada, algo que me han repetido muchas fulanas. Empiezo a comprender que es el pánico el que hace que estas jóvenes estén completamente a merced de sus «propietarios».

—¿Cuando os hacen el ritual, tú no haces nada, no hablas con la Policía? ¿Por qué tienes miedo al vudú?

—Sí, por el vudú. Me matan a mí. Y cuando yo hable con la Policía pegar a mi madre...

—Fueron a pegar a tu madre?

—Sí. Todo, cosas en casa, comida y todo, tirar todo... Yo no quiero que peguen a mi madre. Pero yo ahora le dicho que yo no tengo dinero para pagar a ella...

—¿Por qué tú tienes que pagarle dinero a ella?

—Sí, 45.000 dólares.

—Eso es mucho dinero.

—Pero yo pagar, poco a poco. Cuando yo estar en Italia, cinco meses yo trabajar bien, y yo tener mucho dinero para pagar a ella. Yo trabajar por la noche, por el día, mucho.

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