El año que trafiqué con mujeres (8 page)

BOOK: El año que trafiqué con mujeres
9.44Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Pero también tenía la intención de entrevistarme con un siniestro personaje, sobre el que me habían informado en la Brigada Central de Extranjería de Madrid. Había acudido allí, al igual que a la unidad de la Policía judicial de la Guardia Civil, en busca de pistas a seguir y consejo para mi nueva infiltración. Una cabriola inesperada del destino quiso que me encontrase, en aquella comisaría central, con un joven inspector con quien había coincidido cuatro años atrás, durante mi infiltración en un colectivo muy diferente al que ahora me ocupaba. Aquel inspector acababa de terminar su formación en la Academia de Policía de Ávila y realizaba sus prácticas en el campo delictivo que yo estaba investigando en aquel momento. Supongo que nuestra edad —los dos de la misma quinta— nos ayudó a hacer buenas migas. Sin embargo, después de aquello le había perdido la pista, y la providencia quiso ponerlo de nuevo en mi camino, cuando más necesitaba de alguien que me echase una mano en un tema tan nuevo y desconocido para mí.

El inspector José G. me facilitó mucha documentación útil y me puso en contacto con sus superiores. Casi un año después aquel contacto sería de fundamental importancia para conseguir que mi infiltración tuviese una repercusión judicial y varios traficantes de mujeres a los que yo grabé durante mi infiltración terminasen en prisión. Pero no quiero adelantar acontecimientos. Baste decir que el inspector José G. fue el primero en hablarme de quién sería mi mentor en el mundo de la prostitución.

—Toni, yo no te he dicho nada a nivel oficial ¿vale?, pero la persona que más sabe sobre este tema en España es un tipo que vive en Galicia y que trabaja como... digamos que colabora con los Servicios de Información... tú ya me entiendes. Éste es su teléfono. Dile que llamas de mi parte y te atenderá. Nosotros hemos hecho muchos trabajitos con él y sabemos que maneja muy buena información, pero es un poco difícil de carácter. Estos tíos son muy desconfiados. Pero si le caes bien te puede ayudar más que nadie.

Y así fue. José Luís Perales continuaba su particular homenaje a las mesalinas desde la radio del coche, mientras yo detenía el vehículo en una estación de servicio para repostar y volver a telefonear a Juan. De nuevo saltaba su buzón de voz y de nuevo volví a dejarle un mensaje. «Hola, soy Antonio Salas. Le llamo de parte de José, de la Brigada de Extranjería. Voy camino de Santiago y me gustaría verle porque creo que podemos ayudamos. Le dejo de nuevo mi número de móvil. Por favor, llámeme cuando escuche este mensaje ... »

Y me llamó. Acordamos encontramos en un popular restaurante del casco antiguo de Santiago al día siguiente. Su afición por el buen yantar tan sólo es superada por su afición a las mujeres y al dinero. Hombre de una refinada inteligencia, sin duda superior a la media, y con un punzante sentido de la ironía, trabaja desde hace años con diferentes Servicios de Información. Lo que ha visto y vivido en estos años ha terminado por convertirlo en un escéptico desencantado del género humano. Y sin duda mi amigo, el inspector de Extranjería, no exageraba al decirme que nadie podría ayudarme más que él.

La diferencia entre el trabajo de los policías infiltrados y el mío es que en mi caso no existe ningún apoyo ni cobertura. Cada año se desarrollan en España una media docena de investigaciones criminales contando con agentes infiltrados. En esos casos todo el departamento policial pertinente elabora una «leyenda», es decir, un convincente pasado falso del agente infiltrado, incluyendo documentación, puesto de trabajo, vivienda, etc. Los fondos del Ministerio del Interior o del Ministerio de Defensa permiten contar al infiltrado con una leyenda convincente.

Además el infiltrado perteneciente a los Servicios de Información tiene un «controlador» que vela por su seguridad en todo momento. El «controlador» es un compañero del infiltrado que está al corriente de todos los avances de la investigación, viaja a los mismos lugares que él y le sigue 24 horas al día, manteniendo un código de señales entre infiltrado y controlador, para advertirse de cualquier problema o imprevisto. Es su particular «ángel guardián» encargado de prevenir la enfermedad de los topos, el mal que afecta a todos los infiltrados si la misión se prolonga demasiados meses en el tiempo: el «entrampado». Cuando te ves obligado a vivir una vida diferente a la tuya, 24 horas al día y durante meses o años, es posible que tu propia personalidad se vea enganchada al personaje que estás interpretando, lo que deriva en serios problemas psicológicos que pueden poner en peligro la misión del infiltrado. El deber del controlador es detectar los primeros síntomas de ese mal del topo, para poder sacar a su compañero antes de que sea demasiado tarde.

En la historia policial española existen casos brillantes que demuestran lo efectivo que puede resultar el uso de infiltrados a la hora de combatir el crimen. Un ejemplo elocuente es el de la policía E. T. B., conocida en círculos abertzales como Arántzazu Berradre, que permaneció durante años infiltrada en grupos nacionalistas vascos hasta conseguir llegar a ETA y contribuir a la desarticulación del comando Donosti. En cuanto a los servicios secretos, el actual CNI y el anterior CESID también han desarrollado misiones con infiltrados en grupos de crimen organizado o bandas terroristas, con excelentes resultados. El ex coronel Juan Alberto Perote desarrolla una de esas misiones operativas en su libro Misión para dos muertos, editado por Foca.

Desgraciadamente yo no contaba con el apoyo de ningún organismo oficial. No tenía una leyenda ni un controlador. No disponía de fondos reservados ni de más ayuda que mi propio ingenio y mi capacidad de improvisación y aprendizaje. Y debo reconocer que el agente Juan me ayudó notablemente a elaborar mi propia leyenda.

Con Juan aprendí las cosas más importantes que después debería poner en práctica para acceder a los traficantes. Sus consejos fueron de un valor incalculable para formar mi personaje y para aprender a obtener información de los camareros, vigilantes y chicas de los burdeles.

—Si quieres que una puta te dé información, jamás, y digo jamás, te acuestes con ella. Y sí lo haces, no lo hagas en el club, ni le pagues por follar. Si subes con una puta en un club y te la follas, para ella serás un cliente, no un amigo. Y a los clientes se les saca la pasta, no se les da información. Así que te guardas la chorra y te aguantas. Y si ves que te ponen muy cachondo, porque las condenadas saben ponerte cachondo, te vas al cuarto de baño y te haces una pajilla. Ya verás como después sales más calmadito y puedes seguir hablando con ellas sin pensar en tirártelas.

Así de claro, contundente y elocuente es Juan. Conoce el negocio de la prostitución mejor que nadie. Y me lo demostró en infinidad de ocasiones. Pero, como él dice, el camino se hace caminando, Esa noche, y por primera vez en mi vida, entraba en un local de alterne. Y el resultado no podía ser más desastroso.

Juan se empeñó en ponerme a prueba en un local concreto, el Vigo Noche. Creo que estaba más nervioso cuando franqueamos aquella puerta, que cuando entré por primera vez en el Bernabéu rodeado de Ultrassur. No tenía ni la menor idea de cómo era un prostíbulo. Aún no sabía cómo tenía que comportarme, ni de qué hablar, ni dónde demonios meter las manos, que no hacían más que incordiarme. Y creo que el agente se dio cuenta, porque la sonrisa burlona le delataba. Además, para terminar de intranquilizarme, justo antes de entrar en el burdel y nada más bajarse del coche, ocurrió algo insólito. Juan rodeó el vehículo hasta la puerta derecha donde yo me encontraba, y dijo: «Mejor no entro con la pipa, que para follar siempre estorba». Seguidamente, con la mayor naturalidad, se sacó de debajo de la americana una flamante Glock del calibre 9mm parabellum, le sacó el cargador y la guardó en la guantera. Era lo que menos necesitaba para tranquilizarme.

El Vigo Noche es un prostíbulo relativamente pequeño. Pese a ello, unas 10 0 12 chicas esperaban pacientemente a que algún diente las invitase a una copa o accediese a subir con ellas a las habitaciones. Nos acomodamos en la barra, entre un grupo de tres tipos con aspecto de ejecutivos estresados y dos chicos jóvenes que no terminaban de decidir cuál de las fulanas sería la elegida para un trío con ellos.

Juan se pidió un vodka con naranja y yo le imité. No fuma, pero yo no podía evitar encender un cigarrillo detrás de otro.

—Tranquilo, chaval, que no muerden. Además aquí no hay jaleo. El dueño del local es un policía amigo, así que no te preocupes. Éste es un garito tranquilito para empezar.

—¡Joder! ¿Un poli? Pero ¿hay mucho poli metido en esto?

—¡Pero qué pardillo eres! Pues claro. Aunque hay más guardia civil. Es normal, se pasan todas las noches patrullando por las carreteras, ¿y dónde se van a meter a tomar una copa a las 4 o las 5 de la mañana? Después’ ven la cantidad de dinero que se mueve en este negocio y se preguntan: «¿Por qué voy a estar yo arriesgando la vida por 200.000 pesetas al mes, cuando estos cabrones, o los narcos o los etarras se levantan diez veces más?». Mira, en el CometaG de la Nacional VI, por ejemplo, les salían las copas gratis a todos los guardias civiles, poniendo por detrás del ticket «GC». Además, el padre de los dueños también fue guardia civil. También El Reloj, que ahora se llama Yin Yang, estaba a nombre de la mujer de un guardia civil. Y en una redada de la Policía Nacional en el Moulin Rouge de Monte Salgueíro, se encontraron con un sargento de la Guardia Civil en la entrada que no les dejaba pasar, porque estaba metido en el ajo. O el del Osiris, que es de tus amigos de ANELA, también había ahí un guardia civil... ¿Cómo no les van a dar un premio los de ANELA a la Guardia Civil, si algunos casi son socios?

Mi capacidad de sorpresa iba creciendo a la vez que mis nervios ante las revelaciones del agente. Sus burlas sobre mi inquietud eran más que comprensibles, ya que no hacía falta ser muy observador para darse cuenta de que mi mano temblaba más de lo normal al aplicar la colilla del cigarrillo anterior al que pretendía encender ahora. Fue en ese momento cuando ella se me acercó.

No era demasiado agraciada. Al menos no era mi tipo. Me dijo que se llamaba Dalila, pero sé que era un nombre falso. Sin embargo, su acento delataba su nacionalidad colombiana. Cuando me preguntó mi nombre, miré a Juan, como pidiéndole permiso para hablar. Y sólo me encontré con una carcajada despectiva. Estaba claro que mi cara debía ser de lo más elocuente. Dalila se armó de paciencia para intentar mantener una conversación conmigo, pero yo estaba demasiado nervioso como para vocalizar con claridad y sin tartamudear.

—Soy To—to—toni.

—Pues encantada, To—to—toni.

Lo que me faltaba. Hasta la ramera se burlaba de mí. Toda la teoría que había empollado sobre las mafias de la prostitución se había ido al gárrete. Y una vez más la experiencia me demostraba que en el campo de las infiltraciones, sólo sabes cómo vas a reaccionar cuando te encuentras sobre el terreno. Y yo no podía reaccionar peor. Desde luego, si intentaba infiltrarme entre los mafiosos demostrando aquel control de la situación, no iba a durar vivo ni dos telediarios.

—¿Qué pasa? ¿Te comió la lengua el gato? ¿0 es que no te gusto?

—No, no, no es eso. Es que... na—nada.

—Pues si nadas, invítame a una copa y así nos ahogamos los dos.

Volví a mirar a Juan, esperando un gesto, una señal que me orientase sobre lo que debía hacer, pero él ya estaba muy ocupado charlando animadamente con una chica de color, que parecía conocer de toda la vida, y aparentemente no me prestaba ninguna atención. Así que, como siempre, tendría que salir solo del atolladero. La colombiana se pidió un benjamín de champán, lo que encarecía la cuenta en 5.000 pesetas más. Y yo no sabía cómo afrontar el tema que me había llevado allí.

—¿Llevas mucho en Espa—paña?

—Tres meses.

—¿Y cómo viniste? ¿Te trajo alguien?

—¿Y a ti qué te importa? ¿Vamos a follar o no?

Estaba claro que ése no era el modo de hacer las cosas. Dalila estaba en su terreno y yo me encontraba más perdido que un pulpo en un garaje. Mi torpeza no podía ser mayor. Una sonora carcajada a mi espalda me demostró que Juan estaba pendiente de mi conversación con la colombiana, al mismo tiempo que charlaba con la negrita. Sin apenas mirarme, me susurró al oído: «Lo llevas crudo, chaval, vamos a subírnoslas y veremos si tienes más suerte».

Las palabras del agente me aterrorizaron aún más. Apenas había tenido tiempo para tantear el terreno en el que me movía, cuando él ya pretendía que pasase al segundo curso. Yo hubiera necesitado haber visitado varias veces algún prostíbulo antes de subir al reservado con una prostituta en ninguno de ellos. Precisaba más tiempo para familiarizarme con ese tipo de locales, pero Juan no estaba dispuesto a concedérmelo. A una señal suya, la colombiana se me colgó del brazo empujándome hacia el fondo del local. Juan nos seguía abrazado a la imponente negraza que había escogido y que resultó ser además bailarina de strip—tease en el local.

—Oye, no sería mejor esperar un poco, tomamos otra copa y charlar con ellas un rato...

Mi guía no tenía ningún pudor en carcajearse abiertamente de mi timidez. Él se encuentra como pez en el agua en los burdeles de cualquier parte del mundo porque los conoce mejor que nadie. Desde África hasta Asia. Es su hábitat natural desde hace muchos años y por eso disfrutaba sádicamente de mi torpeza como aspirante a infiltrado. Sin embargo, yo continuaba insistiendo.

—No, en serio, no te rías. Me han dicho que en muchos garitos de éstos hay cámaras ocultas y que graban a los clientes, ¿no te da corte?

—Es cierto —me respondió Juan para mi sorpresa—, pero en éste no. Ya te he dicho que Lorenzo, el dueño, es muy amigo mío, y no te preocupes que aquí no te van a grabar la colita...

Para cuando me di cuenta, ya estaba junto a Dalila en el mostrador que existe al fondo del local, donde se pagan los servicios sexuales y las mesalinas recogen una toalla, una sábana limpia y un preservativo, antes de entrar en los dormitorios. Ignoro cuánto costó aquel servicio porque invitó Juan, pero imagino que oscilaría entre las 5.000 y las 8.000 pesetas. Tras pagar, las dos parejas nos separamos y entramos en dormitorios diferentes. Mi estancia en aquel lugar fue una de las experiencias más incómodas y desagradables de la investigación. Me sirvió para conocer la trastienda del negocio, pero no para comprender cómo los clientes pueden llegar a convertirse en adictos al sexo de pago. Falso, artificial, forzado y bochornoso. Un sexo vacío, soez e incómodo. Un enorme reloj de pared, que se me antojaba una especie de taxímetro, marcaba los treinta minutos contratados por el servicio. Treinta minutos interminables. Me sentí aliviado cuando volví a salir de la habitación, abochornado y con un incómodo sentimiento de culpabilidad. Por supuesto Dalila no me dio ningún dato útil, y aunque le dejé mi teléfono para que me llamase, nunca lo hizo. En cuanto llegamos de nuevo al bar se alejó de mí sin despedirse para entablar conversación rápidamente con un tipo seboso con la nariz más roja que un pepino, señal inequívoca de su alto grado de contaminación etílica, que intentaba mantener el equilibrio al final de la barra. No pude reprochárselo. De mí ya había sacado lo que buscaba, una copa y un servicio, y ahora iba a por otro diente.

BOOK: El año que trafiqué con mujeres
9.44Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

2SpiceRack_bundle by Karen Stivali and Karen Booth and Lily Harlem
God is in the Pancakes by Robin Epstein
When It's Perfect by Adele Ashworth
Winning Souls by Viola Grace
Impostress by Lisa Jackson
The Days of the Deer by Liliana Bodoc
Calcutta by Moorhouse, Geoffrey