Aenea hace una pausa y en el silencio oímos el rumor del trueno más allá del risco. El monzón se contiene por unos días, pero su llegada es inminente. Trato de imaginar estos edificios, montañas, riscos, cables, puentes, senderos y andamiajes cubiertos de hielo y amortajados por la niebla. La idea me causa escalofríos.
—Buda comprendió que podíamos percibir el Vacío Que Vincula al silenciar la algarabía de lo cotidiano —continúa Aenea—. En ese sentido, el
satori
es un gran silencio satisfactorio después de escuchar el atronador equipo de audio de un vecino durante días o meses. Pero el Vacío Que Vincula es más que silencio, es el comienzo de la audición. Aprender el idioma de los muertos es la primera tarea de los que entran en el Vacío.
»Jesús de Nazaret entró en el Vacío Que Vincula. Lo sabemos. Su voz es una de las más claras entre quienes hablan el idioma de los muertos. Permaneció el tiempo suficiente para pasar al segundo nivel de responsabilidad y esfuerzo, aprender el idioma de los vivos. Lo aprendió tan bien que oyó la música de las esferas. Pudo montar las impetuosas olas probabilísticas hasta ver su propia muerte y tuvo el valor de no evitarla cuando pudo hacerlo. Y sabemos que al menos en una ocasión, mientras moría en la cruz, aprendió a dar ese primer paso, a atravesar la red espaciotemporal del Vacío Que Vincula, saltando al futuro para presentarse ante sus amigos y discípulos desde la cruz donde agonizaba.
»Liberado de las restricciones del tiempo al vislumbrar la atemporalidad del Vacío Que Vincula, Jesús comprendió que él era la clave... no sus enseñanzas, ni las escrituras basadas en sus ideas, ni la servil adulación de él o del Dios del Antiguo Testamento, un Dios en quien creía con firmeza y que de pronto había evolucionado, sino él, Jesús, un hombre humano cuyas células contenían la clave para abrir el portal. Jesús sabía que la aptitud para abrir esa puerta no residía en su mente ni en su alma sino en su piel, sus huesos y sus células... literalmente, en su ADN.
»Cuando Jesús de Nazaret pidió a sus discípulos que bebieran su sangre y comieran su cuerpo durante la Última Cena, no hablaba en parábolas ni pedía una transustanciación mágica ni preparaba la escena para siglos de representación simbólica. Jesús quería que bebieran su sangre, unas gotas en una gran jarra de vino, y comieran su cuerpo, unos fragmentos de piel en una hogaza de pan. Se dio a sí mismo del modo más literal, sabiendo que quienes bebieran su sangre compartirían su ADN y podrían percibir el poder del Vacío Que Vincula el universo.
»Y así fue para algunos de sus discípulos. Pero, enfrentados con percepciones e impresiones que no estaban capacitados para asimilar ni poner en contexto, enloquecidos por las incesantes voces de los muertos y sus propias reacciones ante el idioma de los muertos, incapaces de transmitir a otros la música de su sangre, estos discípulos acudieron al dogma, reduciendo lo inexpresable a burdas palabras y pomposos sermones, a reglas estrictas y virulencia retórica. Y la visión palideció y se disipó. El portal se cerró.
Aenea hace otra pausa y bebe agua de un tazón de madera. Noto por primera vez que Rachel, Theo y otros están llorando. Giro para mirar a mis espaldas. A. Bettik está de pie en la puerta abierta, atento a las palabras de nuestra joven amiga. El androide se sostiene el muñón con la mano derecha. Me pregunto si le duele.
—Extrañamente —continúa Aenea—, los primeros hijos de Vieja Tierra que redescubrieron la clave del Vacío Que Vincula fueron las inteligencias autónomas del TecnoNúcleo. En su intento de guiar su destino por medio de una evolución forzada cuyo ritmo era un millón de veces más rápido que la evolución biológica humana, encontraron el código ADN para ver el Vacío... aunque «ver» no es la palabra correcta. Tal vez «resonar» exprese mejor el sentido.
»Pero aunque el Núcleo podía sentir y explorar los perfiles del Vacío y enviar sondas a la realidad multidimensional postHawking, no lo comprendía. El Vacío Que Vincula exige un nivel de empatía sentiente que el Núcleo no se ha molestado en desarrollar. El primer paso hacia el auténtico
satori
en el Vacío es aprender el idioma de los muertos amados, y el Núcleo no tiene muertos amados. El Vacío Que Vincula era como una bella pintura para un ciego que decide quemarla para calentarse, o como una sinfonía de Beethoven para un sordo que siente la vibración y construye un suelo más fuerte para eliminarla.
»En vez de usar el Vacío Que Vincula como el medio que es, el TecnoNúcleo le arrancó fragmentos y los ofreció a la humanidad como tecnologías ingeniosas. El impulso Hawking no evolucionó a partir de la obra del antiguo maestro Stephen Hawking, como decía el Núcleo, sino que era una perversión de sus hallazgos. Las naves Hawking que crearon la Red de Mundos y permitieron la existencia de la Hegemonía funcionaban abriendo boquetes en la no-tela del linde del Vacío, un vandalismo menor, pero vandalismo al fin. Los teleyectores eran otra cosa. Aquí mis símiles no servirán, amigos míos, pues aprender a cruzar el Vacío Que Vincula es como aprender a caminar sobre el agua, si perdonáis esta soberbia bíblica, mientras que los teleyectores del TecnoNúcleo equivalían a vaciar los océanos para construir carreteras en el fondo del mar: los túneles teleyectores atentaban contra miles de millones de años de crecimiento orgánico en los límites del Vacío. Era como pavimentar grandes claros en un bosque verde y vital... aunque esa comparación tampoco sirve, porque el bosque tendría que estar constituido por los recuerdos y voces de los millones que hemos amado y perdido, y las carreteras pavimentadas tendrían que tener miles de kilómetros de anchura, para que comprendáis mínimamente el daño causado.
»La ultralínea que permitía la comunicación instantánea en la Hegemonía también era una perversión del Vacío Que Vincula. De nuevo mis símiles son torpes e ineptos, pero imaginemos una tribu de aborígenes descubriendo una vasta red electromagnética de comunicaciones, estudios, holocámaras, equipo de sonido, generadores, transmisores, satélites, receptores y proyectores, y desmantelando y destruyendo todo para usar los restos como banderas de señales. Es peor que eso. Es peor que los días anteriores a la Hégira en Vieja Tierra, cuando los gigantescos buques petroleros y las naves oceánicas de la humanidad ensordecían a las ballenas del mundo llenando sus mares con ruidos mecánicos, ahogando así sus cantos de vida, destruyendo un millón de años de historia evolutiva del canto antes de que los seres humanos supieran que era canto. Todas las ballenas decidieron morir después de eso; no murieron porque las cazaran en busca de alimento y aceite, sino porque destruyeron sus canciones.
Aenea recobra el aliento. Flexiona los dedos como si tuviera las manos acalambradas. Cuando mira en torno, nos toca con los ojos.
—Lo lamento —dice—. Estoy divagando. Baste decir que, con la Caída de los Teleyectores, las demás razas que usaban el Vacío decidieron detener el vandalismo de la ultralínea. Tiempo atrás estas otras razas habían enviado observadores a vivir entre nosotros.
De pronto hay susurros y murmullos. Aenea sonríe y espera a que se calmen.
—Lo sé —dice—. La idea también me sorprendió, aunque lo sabía desde antes de nacer. Estos observadores cumplen una función importante... decidir si se puede permitir que la humanidad se una a ellos en el Vacío Que Vincula, o si sólo somos vándalos. Uno de esos observadores recomendó que la Vieja Tierra fuera trasladada antes de que el Núcleo pudiera destruirla. Y uno de estos observadores diseñó las pruebas y simulaciones realizadas en Vieja Tierra durante los últimos tres siglos de su exilio en la Nube Magallánica Menor, para entender mejor a nuestra especie y mensurar nuestra empatía.
»Estas otras razas también enviaron observadores (espías, si se quiere) para habitar entre los elementos del Núcleo. Sabían que las manipulaciones del Núcleo habían deteriorado los lindes del Vacío. Pero también saben que nosotros creamos el Núcleo. Muchos de ellos —¿como llamarlos... residentes, colaboradores, cocreadores?—, en el Vacío Que Vincula, son ex construcciones de silicio, inteligencias autónomas no orgánicas. Pero no como las que hoy gobiernan el TecnoNúcleo. Ninguna raza sentiente puede apreciar el Vacío sin haber desarrollado empatía.
Aenea alza las rodillas, apoya los codos, se inclina hacia delante.
—Mi padre, el cíbrido John Keats, fue creado por esta razón —dice, y aunque su voz conserva la serenidad, detecto la emoción—. Como he explicado antes, el Núcleo está en una guerra civil constante, y casi todas las entidades luchan por sí mismas y por nadie más. Es un caso de hiperhiperhiperparasitismo elevado a la décima potencia. Sus presas, otros elementos del Núcleo, no son muertos sino asimilados, pues devoran sus materiales genéticos codificados, recuerdos, softwares y secuencias reproductivas. El elemento del Núcleo devorado aún «vive», pero como un subcomponente del elemento victorioso, que pronto persigue a otro en busca de más componentes. Las alianzas son precarias. No hay filosofías, credos ni objetivos finales, sólo medidas provisionales para afinar las estrategias de supervivencia. En el Núcleo cada acción es resultado de un juego de suma cero que se ha jugado desde que los elementos del Núcleo alcanzaron la autoconciencia. La mayoría de los elementos del Núcleo sólo puede habérselas con el género humano en ese planteo de suma cero, afinando su estrategia parasitaria en relación con nosotros. Lo que ellos ganan, nosotros lo perdemos. Lo que nosotros ganamos, ellos lo pierden.
»Con los siglos, no obstante, algunos elementos del Núcleo han llegado a comprender el verdadero potencial del Vacío Que Vincula. Entienden que su inteligencia sin empatía no puede formar parte de esa amalgama de razas vivientes y pasadas. Entienden que el Vacío Que Vincula es menos una construcción que un producto evolutivo, como un arrecife de coral, y que nunca encontrarán refugio allí a menos que cambien algunos parámetros de su propia existencia.
»Así evolucionaron algunos miembros del Núcleo. Supervivientes desesperados, carentes de altruismo, que comprendieron que el único modo de ganar definitivamente su interminable juego de suma cero era detener el juego. Y para detener el juego tenían que adquirir empatía.
»El Núcleo sabe lo que Teilhard de Chardin y otros sentimentalistas se negaban a reconocer: que la evolución no es progreso, que no hay "meta" ni dirección de la evolución. La evolución es cambio. La evolución tiene "éxito" si el cambio adapta mejor alguna hoja o rama de su árbol de la vida a las condiciones del universo. Para que esa evolución tenga "éxito" para estos elementos del Núcleo, tendrían que abandonar su parasitismo de suma cero y descubrir la auténtica simbiosis. Tendrían que iniciar una franca coevolución con la raza humana.
»Primero los elementos renegados del Núcleo siguieron absorbiendo material para desarrollar mayor propensión a la empatía. Reescribieron su propio código hasta donde pudieron. Luego crearon el cíbrido John Keats, un intento pleno de simular un organismo empático con el cuerpo y el ADN de un ser humano, y las memorias y la personalidad almacenadas en el Núcleo. Elementos conflictivos destruyeron al primer cíbrido Keats. El segundo se creó a imagen del primero. Contrató a mi madre, una detective privada, para que lo ayudara a desentrañar el misterio de la muerte del primer cíbrido.
Aenea sonríe y por un momento parece olvidarse de nosotros y su narración. Parece evocar viejos recuerdos. Una vez dijo, durante nuestro viaje de Hyperion en la vieja nave del cónsul: «Raul, vertieron en mí las memorias de mi madre y mi padre antes de que naciera, aun antes de que fuera un auténtico feto. ¿Te puedes imaginar algo más destructivo para la personalidad que ser inundada con las vidas de otros aun antes de iniciar la propia? Con razón estoy tan desquiciada.»
A mí no me parece desquiciada en este momento, pero yo la amo más que a la vida.
—El contrató a mi madre para resolver el misterio de la muerte de su propia personalidad —continúa—, pero en verdad sabía lo que había ocurrido con su yo anterior. Su verdadero motivo para contratar a mi madre era conocerla, estar con ella, ser el amante de mi madre. —Aenea calla un instante y sonríe, viendo cosas lejanas—. Mi tío Martin no contó bien esa parte en sus enrevesados
Cantos
. Mis padres se casaron y creo que el tío Martin no lo puso... los casó el arzobispo del Templo del Alcaudón en Lusus. Era una secta pero era legal, y el matrimonio de mis padres habría sido legal en doscientos mundos de la Hegemonía. —Sonríe de nuevo, mirándome—. Seré bastarda en muchos sentidos, pero no lo era al nacer.
»Así que se casaron, yo fui concebida, quizás antes de esa ceremonia, y luego elementos respaldados por el Núcleo asesinaron a mi padre antes de que mi madre pudiera iniciar el peregrinaje del Alcaudón en Hyperion. Y allí habría cesado todo contacto entre mi padre y yo, salvo por dos cosas. Su personalidad fue capturada en un bucle Schrön que se implantó detrás de la oreja de mi madre. Durante unos meses ella estuvo doblemente encinta: en el vientre me tenía a mí y en el bucle Schrön tenía a mi padre, la segunda personalidad John Keats. No podía comunicarse directamente con mi madre mientras estuviera encerrado en el bucle Schrön, pero se comunicaba conmigo. Lo difícil era definir qué era «yo» en esa etapa. Mi padre ayudó entrando en el Vacío Que Vincula y llevando consigo mi «yo» fetal. Vi lo que «yo» iba a ser, quién iba a ser, incluso cómo moriría, antes de que mis dedos estuvieran plenamente formados.
»Y hubo otro detalle que el tío Martin excluyó de sus
Cantos
. El día en que abatieron a mi padre en la escalinata del Templo del Alcaudón en Lusus, mi madre quedó cubierta con su sangre, el ADN reconstruido y mejorado en el Núcleo de John Keats. En aquel momento ella no comprendió que esa sangre era literalmente el recurso más precioso del universo humano en ese instante. El ADN de Keats estaba diseñado para contagiar a otros su don, el acceso al Vacío. Mezclado apropiadamente con ADN totalmente humano, ofrecería el don de una sangre que abriría el portal del Vacío Que Vincula a toda la raza humana.
»Yo soy esa mezcla. Traigo la capacidad genética para llegar al Vacío desde el TecnoNúcleo y también la poco usada capacidad humana para percibir el universo a través de la empatía. Para bien o para mal, los que beban de mi sangre nunca más verán el universo o el mundo del mismo modo.
Aenea se pone de rodillas en la estera
tatami
. Theo le lleva un paño blanco. Rachel vierte vino unto de una jarra en siete copas grandes. Aenea saca un pequeño bulto de su suéter —reconozco un kit médico de la nave— y extrae una lanceta esterilizada y un parche antiséptico. Antes de clavarse la lanceta, mira a la multitud. No se oye nada. Es como si el centenar de personas contuviera el aliento.