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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Historico

El ayudante del cirujano (10 page)

BOOK: El ayudante del cirujano
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—Lo único que hay es ron —dijo Stephen y miró a su alrededor tratando de encontrar un vaso limpio—. Pero es lo último que deberías tomar. Había pensado decírtelo hace varias semanas: no debes tomar alcohol. También debes evitar el tabaco y usar ropa apretada.

—¿Lo sabías? —inquirió ella.

Él asintió con la cabeza y contestó:

—Sin duda, exageras la importancia de esto, cariño. Pero no es extraño que lo hagas, porque, como es sabido, y ahora te hablo como médico, Villiers, el estado físico en que te encuentras afecta la capacidad de razonar, y además, porque los intensos sentimientos que has experimentado recientemente, la huida, el rescate y la batalla con la
Chesapeake
, como era inevitable, han agravado esa alteración y han hecho a tu mente cometer graves errores. Por ejemplo, te equivocas al juzgar mis sentimientos. Tal vez no me parezca a aquel joven suplicante y tembloroso de otro tiempo, pero eso se debe únicamente a la edad. Demostrar las emociones cuando se tiene el pelo gris es indecoroso. Sin embargo, te doy mi palabra de que mi cariño no ha cambiado.

Ella puso la mano sobre su brazo sin decir una palabra, y su sonrisa era tan triste que Stephen se desconcertó y antes de continuar hablando fue hasta la ventana y volvió, se puso las gafas de cristales azules y encendió un puro.

—Y aunque tuvieras razón, lo cual niego rotundamente, debes buscar tu conveniencia, debes tener en cuenta tu estado civil. Un matrimonio, aunque sea nominal, te hará recuperar de inmediato la nacionalidad y, lo que tal vez sea más importante que todo, le dará un nombre a tu hijo. Cariño, piensa en lo que significa ser un bastardo. Su existencia es en sí misma una ofensa. Por su nacimiento, tiene desventajas en todos los sistemas legales que conozco; está castigado desde que nace. Le impiden ejercer muchas profesiones, y si la sociedad le admite, sólo le admite por no hacer el esfuerzo de rechazarle. Escucha el mismo reproche a cada paso, durante toda su vida, e incluso de labios de cualquier tipo que pertenezca a la décima generación de una familia y haya heredado la cara de tonto de sus miembros o cualquier alcornoque que sea hijo legal, y no puede replicar. Soy un bastardo, como seguramente sabrás, y sé muy bien lo que digo cuando afirmo que es una crueldad obligar a un niño a llevar esa carga.

—Sin duda lo es, Stephen —dijo ella profundamente emocionada, cogiendo su mano.

Permanecieron callados unos momentos, y por fin ella, con voz muy baja, dijo:

—Por eso acudí a ti, la única persona en quien puedo confiar. Tú entiendes de estas cosas… Eres médico… Stephen, no podría soportar tener un hijo de ese hombre. Sería un monstruo. Sé que en la India las mujeres usan la raíz de una planta llamada
holi…

—¡Ahí tienes! Esa es una prueba evidente de que tienes turbada la razón, pues de lo contrario no hubieras pensado algo así ni me lo dirías. Mi deber es proteger la vida, no quitarla. El juramento que he hecho y mis convicciones…

—Stephen, por favor, no me falles —suplicó ella.

Luego, retorciéndose las manos, empezó a murmurar:

—Stephen… Stephen…

—Diana, debes casarte conmigo.

Diana negó con la cabeza. Ambos sabían que la postura del otro era inamovible y guardaron silencio. Permanecieron así hasta que la puerta se abrió de par en par y entró un jovencísimo oficial sonrosado y muy alegre.

—¡Ah, está usted aquí, señora! —exclamó—. ¡Y está usted aquí, señor! ¡Les he encontrado a los dos al mismo tiempo! Les transmitiré mi mensaje enseguida.

Y maquinalmente, en tono solemne, dijo:

—El almirante Colpoys presenta sus respetos a la señora Villiers y se complace en comunicarle que el bergantín correo zarpará dentro de poco, y le ruega que suba a bordo lo antes posible. —Entonces cogió aire y continuó—: El comandante del puerto informa al doctor Maturin que el
Diligence
zarpará dentro de dos mareas y le ordena presentarse a bordo del navío urgentemente.

Luego, a la vez que señalaba hacia el puerto, en tono conversacional, añadió:

—Ahí está, señor. Es el bergantín que está al lado de la
Chesapeake
. Tiene izada la bandera de salida.

CAPÍTULO 3

El
Diligence
avanzó por el amplio puerto durante la noche, y ya había pasado Little Thrumcap antes de que amaneciera. Y cuando el Sol, aún borroso, empezó a iluminar el cielo por el este, ya estaba en alta mar, navegando con todas las velas desplegadas y con el viento por el través de estribor, e hizo rumbo hacia el noreste para dejar atrás, muy lejos y al sur, la isla Sable. A popa no se podía ver nada, pues, aunque la niebla no hubiera sido tan espesa, el cabo Sambro ya no se divisaba desde el barco; sin embargo, a unos 70° por la amura de estribor, a unas cinco millas de distancia, se veía la oscura figura de una embarcación, una goleta, destacándose sobre el fondo iluminado. No era una corbeta, no era un navío de guerra, era, sin duda, una goleta; y, por otra parte, la
Nova Scotia
, que había salido una marea antes, ya debía de estar al menos a cuarenta millas de la línea del horizonte.

No estaba en movimiento y soportaba el embate de las olas con la vela mayor rizada, pero estaba claro que no era un barco pesquero, en primer lugar, porque no había botes a su alrededor, y en segundo lugar, porque ningún capitán que hiciera un largo viaje para pescar el bacalao llevaría una larga y estrecha goleta con poco espacio para las capturas ni iría a un lugar donde había pocos peces.

El segundo de a bordo, que estaba encargado de la guardia, la vio al mismo tiempo que el serviola del castillo, y después de mirarla atentamente por entre los destellos del mar, bajó a la cabina donde el capitán y Jack Aubrey se estaban comiendo un bistec.

—Creo que la
Liberty
se encuentra a barlovento, señor —anunció.

—¿Ah, sí? —dijo el capitán—. ¿Y a qué distancia, señor Crosland?

—A unas cinco millas, señor.

—Entonces vire y largue la juanete de proa. Enseguida subiré a cubierta.

El señor Dalgleish, el dueño —nominalmente el dueño— del
Diligence
vació su taza enseguida, cogió su telescopio del estante y subió la escala seguido de Jack.

Desde la aleta de babor, ambos observaron la embarcación extraña, que ya había desplegado más velamen, había virado y seguía la misma dirección que ellos, y en ese momento aparecieron banderas de señales en el tope de un palo y disparó un cañonazo por barlovento.

En cuanto Jack la vio, pensó que seguramente era un barco corsario norteamericano, ya que ninguna otra embarcación se detendría en medio de la ruta marítima que enlazaba a Inglaterra y Canadá, y no se sorprendió cuando Dalgleish, pasándole el telescopio, le dijo:

—Sí, es la
Liberty
, y por lo que veo, el señor Henry le ha dado una mano de pintura. —Se volvió entonces hacia su hijo, un joven alto y delgado, y dijo—: Tom, sube al tope y dime si la señal del señor Henry tiene algún significado o si es otra de sus malditas señales falsas. Señor Crosland, largue el foque volante…

Mientras Dalgleish daba órdenes para que se desplegaran más velas, Jack observó la
Liberty
. Era una larga goleta pintada de negro, de unos setenta y cinco pies de largo por veinte de ancho y un arqueo de unas ciento cincuenta toneladas, construida para navegar muy velozmente. Por lo que podía apreciar, en cada costado llevaba una batería de ocho cañones, probablemente de doce libras, y en la proa, una carronada, y la cubierta estaba abarrotada de hombres. Tenía desplegada la redonda en el trinquete y aferradas en calzones las otras velas; sin embargo, ninguna goleta podía navegar con gran rapidez con el viento en popa, tanto si tenía las velas aferradas en calzones como si no, y durante el largo tiempo que Jack estuvo observándola, le pareció que no avanzaba mucho, si es que avanzaba realmente.

—Buenos días, señor —dijo una voz a su lado.

—Buenos días, señor Humphreys —dijo Jack secamente.

El oficial Humphreys había sido escogido para llevar el duplicado del informe oficial en lugar de los suboficiales que habían luchado contra la
Chesapeake
. Todos en la Armada pensaban que eso era una jugarreta que se había hecho con el propósito de que Humphreys consiguiera un ascenso. Naturalmente, los oficiales de la
Shannon
serían ascendidos, y, sin duda alguna, Falkiner, ahora a bordo de la
Nova Scotia
, iba al encuentro del nombramiento de capitán; no obstante eso, todos pensaban que los jóvenes suboficiales debían compartir con ellos la gloria al llegar a Inglaterra.

—¿Qué ves, Tom? —gritó el señor Dalgleish.

—Pues, veo algo parecido al velamen de un barco a 20° o 30° por la aleta, papá, pero todavía no se ve el casco —respondió Tom—. Sin embargo, no lo distingo bien porque el sol me da de frente, y puede que sea una montaña de hielo.

—¿Hay algo a sotavento?

—Nada a sotavento, papá, excepto un grupo de ballenas… ¡Ahora esa vuelve a resoplar…! Y al norte puedo ver hasta el horizonte.

Luego, tras una pausa, gritó:

—¡Escucha, papá,
hay
un barco a barlovento, otra goleta'

—¡Gracias a Dios! —murmuró el capitán del bergantín correo y, volviéndose hacia Jack, exclamó—: ¡Qué contento estoy de haber dicho que pasaríamos por el sur de la isla Sable! Si la otra goleta se nos acerca por sotavento, entre las dos podrían atraparnos como…

Mientras miraba atentamente la
Liberty
con el telescopio, trataba de encontrar un símil con que expresar la idea de la lenta aproximación de dos barcos separados por una gran distancia para atrapar a otro entre ellos. Pero no lo encontró, y entonces, imitando el movimiento de las pinzas de una langosta con la mano, repitió:

—Podrían atraparnos como…

—¿Cree usted que tenían información sobre su ruta?

—Por supuesto —contestó el señor Dalgleish—. En Halifax no se puede ni orinar en una pared sin que los yanquis lo sepan al día siguiente. Mientras esperaba las comunicaciones oficiales, estuve en King's Head, que estaba lleno de gente, y comenté que en cuanto tuviera todas las sacas a bordo zarparía y haría rumbo al sur. ¡Ja, ja, ja!

—Así que no le ha sorprendido ver las goletas esperándole en la ruta del sur, ¿verdad?

—No, señor —respondió—. Bueno, no me ha sorprendido ver la
Liberty
. El señor Henry —señaló hacia alta mar con la cabeza— me ha esperado muchas veces con el propósito de acercarse por sotavento, aprovechando que su goleta es extraordinariamente rápida cuando navega de bolina, y pasar al abordaje y capturar mi barco. Así fue como capturó el
Lady Albermale
y el
Probus
, dos magníficos y rápidos barcos correo, además de otras embarcaciones. El señor Henry es un marino excelente. Le conozco desde mucho antes que empezara la guerra. Antes de ser corsario, él también era capitán de un bergantín correo. Sin embargo, me ha sorprendido ver la otra goleta, su compañera. Ellos nunca navegan en parejas a menos que persigan un mercante de gran valor, y ningún mercante, ni de mucho ni de poco valor, pasará por esta ruta hasta dentro de más de dos semanas. La captura de un barco correo es para ellos como ponerse una pluma en el sombrero, y para el rey Jorge, como tener una paja en el ojo, y no les merece la pena hacer el gasto que eso comporta, pues tienen que pagar según la escala de salarios de Norteamérica a alrededor de cien marineros que, además, comen vorazmente, sin contar el riesgo de perder palos y los daños que pueden sufrir los hombres y las hendiduras del casco poco antes del abordaje.

—Creo que usted podría hacer muchas hendiduras en su casco, capitán Dalgleish —dijo Jack mientras observaba las carronadas de doce libras del bergantín, distribuidas en una fila de cinco en cada costado.

—Podría, y las haré si se aborda con mi barco. Pero no tema, capitán, pues navegamos más rápido que ellos con el viento en popa, y eso que todavía no he largado las alas. Estas gotas de agua en el aire indican que habrá niebla en el Banco del Medio o en el Banquereau, y allí les dejaremos atrás y luego volveremos a navegar con el mismo rumbo que antes, si ellos no dejan de perseguirnos antes, como me parece que sucederá. Un barco correo no es un gran botín, no tiene un valioso cargamento y Estados Unidos no es un buen mercado para venderlo; no merece la pena perseguirlo a toda vela, durante todo el día, sin tener en cuenta que es verano y los bloques de hielo desprendidos pueden llegar a estas aguas.

Después de un corto silencio, Jack preguntó:

—¿Ha pensado alguna vez en usar la estratagema del barco que tiene dificultades, capitán Dalgleish? Soltar un poco las escotas, dar bandazos, poner una arrastraculo debajo de la botavara, mandar a la mitad de la tripulación abajo… Si lograra atraer la goleta antes de que transcurriera una hora, podría luchar con ella antes de que su amiga llegara. Podría tomarse la libertad de tomar la
Liberty
, ¡ja, ja!

Dalgleish se rió, pero Jack comprendió que hubiera sido lo mismo que cantarle salmos al coronamiento del barco, porque el capitán del bergantín correo no había cambiado de opinión sino que estaba muy satisfecho de su forma de obrar. Era un hombre decidido, seguro de sí mismo, que confiaba en que su conducta era la correcta.

—No, señor —dijo—. No serviría de nada usar esa estratagema con el señor Henry. Le conozco y él me conoce, y enseguida se daría cuenta de que hay gato encerrado. Y aunque no fuera así, capitán Aubrey, aunque no fuera así, tomar la
Liberty
, como usted ha dicho con ingenio, no es parte de mi trabajo. No hago la guerra ni mi bergantín es un barco de guerra sino un barco que transporta el correo por un tiempo limitado —aunque el tiempo ya se ha extendido a más de doce años— o, como decimos nosotros, un barco contratado. Ustedes, los caballeros que buscan la gloria, están en una situación diferente; ustedes tienen que responder ante el rey Jorge, mientras que yo tengo que responder ante la señora Dalgleish, y ambos ven las cosas de diferente manera. Además, ustedes pueden ir al astillero el día que quieran y pedir media docena de masteleros, gran cantidad de palos e incluso todo el velamen de su barco nuevo, pero si yo fuera a la Asociación de capitanes de barcos correo y les pidiera siquiera medio rollo de lienzo del número tres, se reirían en mi cara y me recordarían que he firmado un contrato. Y de acuerdo con el contrato, debo armar un barco a mis expensas para transportar el correo de Su Majestad, que, también de acuerdo con el contrato, debo llevar y traer de la forma más rápida y más segura a la vez, ya que el correo es sagrado, señor. Las cartas y los informes oficiales son sagrados, sobre todo ese bendito informe que habla de la victoria.

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