El ayudante del cirujano

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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Historico

BOOK: El ayudante del cirujano
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El doctor Stephen Maturin ha de emprender una arriesgada misión en el mar Báltico, y Aubrey será el encargado de llevarle a su destino. Les espera una difícil navegación, una dura climatología y, aún peor, la dura venganza de los franceses.

Patric O'Brian

El ayudante del cirujano

Aubrey y Maturi 7

ePUB v1.0

Mezki
21.12.11

ISBN 13: 978-84-350-1655-1

ISBN 10: 84-350-1655-2

Título: El ayudante del cirujano : una novela de la Armada inglesa

Autor/es: O'Brian, Patrick (1914-2000)

Traducción: Lama Montes de Oca, Aleida

Lengua de publicación: Castellano

Lengua/s de traducción: Inglés

Edición: 1ª. ed. , 2ª. imp.

Fecha Impresión: 03/2004

Publicación: Edhasa

Colección: Pocket/Edhasa,155 [Ver títulos]

Materia/s: 821.111-3 - Literatura en lengua inglesa. Novela y cuento.

NOTA A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

Ésta es la sexta novela de la más apasionante serie de novelas históricas marítimas jamás publicada; por considerarlo de indudable interés, aunque los lectores que deseen prescindir de ello pueden perfectamente hacerlo, se incluye un capítulo adicional con un amplio y detallado Glosario de términos marinos

Se ha mantenido el sistema de medidas de la Armada real inglesa, como forma habitual de expresión de terminología náutica.

1 yarda = 0,9144 metros

1 pie = 0,3048 metros — 1 m = 3,28084 pies

1 cable =120 brazas = 185,19 metros

1 pulgada = 2,54 centímetros — 1 cm = 0,3937 pulg.

1 libra = 0,45359 kilogramos — 1 kg = 2,20462 lib.

1 quintal = 112 libras = 50,802 kg.

NOTA DEL AUTOR

Los grandes hombres pueden permitirse cometer anacronismos y, la verdad, no es desagradable ver a Criseida leer las vidas de los santos o a Hamlet ir a la escuela en Wittenberg; sin embargo, el escritor corriente no debería tomarse muchas libertades con el pasado, porque si lo hace, sacrifica su autenticidad y el voluntario abandono de la incredulidad del lector y seguramente recibirá cartas de aquellos que dan más importancia que él a la precisión. Hace muy poco recibí una carta de un instruido holandés que me reprochaba haber rociado con agua de Colonia la bodega de proa de la fragata
Shannon
en mi último libro, porque, según decía, citando el
Oxford Dictionary
, la primera referencia al agua de Colonia en lengua inglesa aparece en una carta de Byron fechada en 1830, pero creo que se equivoca al suponer que ningún inglés había
hablado
del agua de Colonia hasta entonces. No obstante, su carta me preocupó, sobre todo porque en este libro he mantenido deliberadamente a sir James Saumarez en el Báltico algunos meses después de su regreso en el
Victory
a Inglaterra y de haber dejado el mando del navío. Cuando hice el primer borrador, tomé los datos del
Dictionary of National Biography
, que afirmaba que el almirante aún estaba al mando en el período elegido por mí, pero después, al contrastarlos con los de las memorias de uno de sus subordinados, descubrí que, en realidad, otro hombre había ocupado su lugar. Sin embargo, quería hablar de Saumarez, que es un magnífico ejemplo de un peculiar tipo de oficial naval de la época, profundamente religioso y muy competente además de hábil diplomático, y como ya no podía reordenar las fechas, decidí dejar las cosas como estaban, pero por un sentimiento de respeto por el
Victory
, ese noble navío, omití todas las referencias a él. Por lo tanto, la secuencia histórica no tiene un orden cronológico exacto, pero confío en que el benevolente lector me aceptará esta licencia.

CAPÍTULO 1

Era un largo día de verano, y en el amplio puerto de Halifax, Nueva Escocia, entraban dos fragatas sólo con las gavias desplegadas cuando subía la marea. La primera, que tenía izada la bandera de las barras y las estrellas debajo de una bandera blanca, había pertenecido a la Armada norteamericana hasta hacía muy poco; la segunda, que tenía izada una bandera descolorida, era la
Shannon
, vencedora en el combate corto pero sangriento que había mantenido con la
Chesapeake.

En la
Shannon
todos se habían formado ya una idea del recibimiento que les iban a hacer, ya que se había propagado la noticia de la victoria y numerosos pesqueros, barcos de recreo, botes de barcos corsarios y pequeñas embarcaciones de diversos tipos se habían aproximado a la fragata mucho antes de que llegara a la entrada del puerto, y habían seguido navegando en su compañía mientras sus hombres agitaban en el aire sus sombreros y gritaban: «¡Bravo! ¡Hurra! ¡Muy bien,
Shannon
! ¡Hurra!». Los tripulantes de la
Shannon
miraron con poco interés a aquellos hombres y sus barcos, y solamente los marineros de la cubierta inferior les saludaron con la mano, aunque sin entusiasmo; en cambio, ellos miraron la
Shannon
con gran interés. Los que eran poco observadores apenas advirtieron irregularidades en la fragata, ya que conservaba intactos la mayoría de los aparejos, llevaba velas nuevas y la pintura estaba casi igual que el día en que había zarpado de aquel mismo puerto, hacía varias semanas; pero los corsarios, que eran muy observadores, notaron que en el bauprés y los mástiles había profundas hendiduras, que el palo mesana había sido reparado con barras del cabrestante y que en el costado había algunas balas incrustadas y algunos espiches tapando los agujeros que otras habían hecho. Sin embargo, incluso alguien que no fuera observador habría visto el enorme agujero que había desde la popa a la aleta de babor de la
Chesapeake
, en el lugar donde las balas de la
Shannon
, unos cinco quintales de hierro, la habían alcanzado y la habían atravesado longitudinalmente. Pero lo que nadie vio fue la sangre derramada en aquella encarnizada batalla, tanta que había salido a chorros por los imbornales, pues los tripulantes de la
Shannon
limpiaron ambas fragatas e hicieron cuanto estaba en su mano por dejar la cubierta reluciente. Con todo y con eso, a juzgar por las condiciones en que se encontraban los mástiles y las vergas de la
Shannon
y el casco de la
Chesapeake
, cualquiera que hubiera estado en una batalla habría pensado que ambas fragatas tenían el mismo aspecto de un matadero al final del combate.

En la
Shannon
todos sabían cómo iban a ser recibidos, y por eso los marineros de la cubierta inferior se habían apresurado a ponerse la mejor ropa que tenían para bajar a tierra: chaqueta azul con botones dorados, amplios pantalones blancos con ribetes, sombrero de paja de ala ancha con una cinta con el nombre de Shannon bordado y brillantes zapatos negros. No obstante, les sorprendió el estrépito que oyeron cuando se acercaban a los muelles: primero los vivas de algunos grupos cuyas voces se superponían y luego otros mucho más fuertes y mucho más apreciados por ellos, los que hacían a coro los marineros de los barcos de guerra anclados en el puerto cuando la fragata pasaba por su lado. Y mientras la fragata se aproximaba a su amarradero habitual y la marea subía, los marineros, desde las vergas y la jarcia, gritaban al unísono: «¡
Shannon
, hurra, hurra, hurra!», haciendo estremecerse el aire y el mar. Todo Halifax había salido a darles la bienvenida y a aclamarles por su victoria, la primera victoria de la Armada real en una guerra desastrosa para ella desde el principio, ya que los norteamericanos habían apresado tres de sus fragatas más potentes en batallas en que sólo se habían enfrentado a dos naves enemigas, además de haber capturado otras embarcaciones más pequeñas. Obviamente, los marineros eran los que daban más vivas, y su alegría era tan grande como profunda había sido la pena que esas derrotas les habían causado, pero los miles y miles de
chaquetas rojas
y civiles estaban muy contentos también, así que cuando el joven Wallis, al mando de la
Shannon
, dio la orden de cargar las velas, muy pocos pudieron oírle.

Aunque los tripulantes de la
Shannon
estaban impresionados y satisfechos, tenían una expresión grave, ya que su querido capitán se debatía entre la vida y la muerte en su cabina y habían sepultado al primer oficial y a veintidós compañeros de tripulación. Además, en la enfermería y el rancho había cincuenta y nueve heridos, muchos de los cuales estaban al borde de la muerte, y entre ellos se encontraban algunos de los hombres más populares de la tripulación.

Así pues, cuando el comandante del puerto subió por el costado, observó que los tripulantes, muy acicalados pero muy serios, formaban un reducido grupo, y que en el alcázar había muy pocos oficiales para darle la bienvenida. Había gritado: «¡Muy bien! ¡Muy bien,
Shannon
!» mientras le subían a bordo, tratando de hacerse oír entre las órdenes del contramaestre, y al llegar, preguntó:

—¿Dónde está el capitán?

—Abajo, señor —respondió el señor Wallis—. Lamento decirle que está herido. Tiene una profunda herida en la cabeza y apenas puede hablar.

—Lo siento mucho… Lo siento mucho. ¿Está muy grave? Una herida en la cabeza… ¿Conserva su capacidad de razonamiento? ¿Sabe que ha conseguido una gran victoria?

—Sí, señor. Creo que es precisamente eso lo que le mantiene vivo.

—¿Qué dice el cirujano? ¿Está permitido verle?

—No me dejaron entrar a verle esta mañana, señor, pero mandaré a preguntar cómo se encuentra.

—Sí, por favor —dijo el almirante y, tras una pausa, quiso saber qué había sido del primer oficial, quien había servido a sus órdenes como guardiamarina, y preguntó—: ¿Dónde está el señor Watt?

—Ha muerto, señor —respondió Wallis.

—¡Muerto! —exclamó el almirante, bajando los ojos—. Lo siento muchísimo… Era un excelente marino. ¿Han tenido muchas bajas, señor Falkiner?

—Han muerto veintitrés hombres y hay cincuenta y nueve heridos, señor, un número de hombres que representa la cuarta parte de la tripulación. En la
Chesapeake
hubo más de sesenta muertos y noventa heridos, y su capitán murió en nuestra fragata el miércoles. —Y en un tono más bajo, añadió—: Permítame decirle que mi apellido es Wallis, señor. El señor Falkiner está al mando de la presa.

—Claro, claro —dijo el almirante—. Fue una sangrienta batalla, señor Wallis, una horrible batalla, pero valió la pena. Sí, valió la pena.

Entonces echó un vistazo a la cubierta, muy limpia y ordenada pero llena de marcas, luego a los botes, dos de los cuales ya estaban reparados, después a los aparejos, y a continuación observó durante unos momentos el palo de mesana, que también había sido reparado.

—Así que usted y Falkiner y los pocos marineros que les quedaron han traído a ambas embarcaciones. Usted y sus compañeros de tripulación han hecho un buen trabajo, señor Wallis. Ahora quisiera que me hiciera un breve relato de la batalla. Más adelante, si el capitán Broke aún no se ha recuperado cuando llegue el momento de entregarme un detallado informe, será usted quien lo haga. Pero ahora quiero oír de sus labios el relato.

—Pues bien, señor… —dijo Wallis y se interrumpió.

Era capaz de luchar con denuedo, pero no era un buen orador. Además, estaba turbado por encontrarse frente a un almirante y a una audiencia entre la cual estaba el único oficial norteamericano superviviente que podía mantenerse en pie a pesar de sus heridas. Hizo un relato incompleto y deslavazado, pero el almirante le escuchaba con visible agrado, pues coincidía con lo que había oído e incluía muchos más detalles que los rumores llegados hasta él. Lo que Wallis dijo confirmó todo lo que él conocía: Broke, al descubrir que la
Chesapeake
estaba sola en el puerto de Boston, ordenó a los barcos que le acompañaban que se alejaran y había desafiado a su capitán a salir y luchar con él en alta mar, y la
Chesapeake
había salido del puerto y se había enfrentado a ellos con valentía. Estaban en igualdad de condiciones y habían luchado penol a penol y limpiamente, sin estratagemas. Durante los primeros minutos la
Shannon
había arrasado el
alcázar
de la
Chesapeake
con sus cañonazos, a consecuencia de los cuales murieron o resultaron heridos la mayoría de los oficiales, luego había disparado numerosas andanadas contra la popa, y sus hombres pasaron al abordaje y apresaron la fragata.

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