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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Historico

El ayudante del cirujano (9 page)

BOOK: El ayudante del cirujano
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—Por supuesto que lo creyó… Por supuesto que lo creyó…

—¿Van a tomar ahora el desayuno los señores? —preguntó una doncella desde el otro lado de la puerta.

—Sí, por favor —respondió Stephen—. Y otra cosa, querida joven, ¿le importaría decirles que hagan el café el doble de fuerte?

—Por supuesto que lo creyó —dijo, bebiendo a sorbos aquella infusión clara—. Un proverbio latino, que seguramente conocerás, dice que los hombres creen lo que quieren creer. Estaba pensando en eso el otro día… —Y mientras veía desde la ventana a lady Harriet y a Diana pasando por el otro lado de la calle seguidas de un criado cargado de paquetes, continuó—: Estaba pensando en eso el otro día, y en su corolario, a saber, que los hombres no ven lo que no quieren ver. Son realmente incapaces de verlo. Y lo pensaba porque encontré en mí mismo una prueba evidente. Desde hacía varias semanas tenía ante mi vista los claros síntomas de una determinada alteración del organismo y, sin embargo, no los veía. El médico que hay en mí debería haber notado algunos por lo menos, y aunque cada uno por separado hubiera sido insuficiente para llegar a una conclusión, debería haberse dado cuenta de que el conjunto de todos ellos era significativo; el hombre no vio ninguno, y se asombró mucho cuando le hicieron comprender que existía esa alteración de que he hablado.
Gnosce te ipsum…
Eso está muy bien, pero, ¿cómo lograrlo? Somos seres imperfectos, Jack, y con tendencia a engañarnos a nosotros mismos.

—Eso decía mi vieja nodriza —dijo Jack.

Como ocurría en algunas ocasiones, Jack encontraba a Stephen aburrido, por eso había dejado de atenderle y ahora prestaba atención a las cuentas que tenía junto a las cartas de Sophie.

—Antes mencionaste al maldito Kimber… —dijo Stephen.

—Sí. Todavía está haciendo de las suyas. Sigue presionándola para que le dé dinero porque, según afirma, unos cuantos miles de libras más nos permitirán salvar lo que invertimos y transformar las cuantiosas pérdidas en grandes ganancias… Ahora habla de miles como si fuera una cantidad corriente… No entiendo las cuentas que le presentó, aunque se me dan bien los cálculos numéricos… Quiere que ella venda Delderwood… No creo que ese documento que firmé justo antes de que nos fuéramos sea un poder, ¿sabes?, porque si no podría obrar sin su consentimiento.

—¿Cuáles son los términos de las capitulaciones matrimoniales que habéis suscrito?

—No tengo idea. Me limité a aceptar lo que propuso la madre de Sophie, mejor dicho, su agente de negocios, y luego, donde me indicaron, puse mi firma: J.
Estúpido
, capitán de la Armada real.

Stephen sintió un gran alivio, pues conocía a la señora Williams desde hacía tiempo y estaba seguro de que por el hecho de ser una mujer sumamente avara habría asegurado los bienes de Jack amparándose en todas las leyes enrevesadas y diamantinas que hubiera podido.

—Amigo mío —dijo—, hace mucho, mucho tiempo, cuando navegábamos por los lejanos mares de Oriente y te enteraste de cuál era el comportamiento de ese hombre, te dije que intentaras no pensar en eso hasta que
La Flèche
nos llevara hasta Inglaterra. Te pedí que no malgastaras tu tiempo y tu energía en hacer conjeturas y recriminaciones sino que dejaras el asunto a un lado hasta que pudieras analizarlo con todos los datos necesarios en la mano, hasta que pudieras consultar a un abogado y enfrentarte a ese tipo en compañía de alguien que supiera tanto de negocios como él. Ese consejo era el mejor que podía darte entonces y también es el mejor ahora. Sólo faltan pocas semanas o días para que lleguemos a Inglaterra, y sería absurdo que los pasaras enfurecido por no poder hacer nada, ya que llegarías con la mente trastornada. Sólo faltan unos días.

El informe oficial del capitán Broke será enviado en cuanto esté terminado, pues la noticia le va a gustar mucho al Gobierno.

—¡Oh, sí! —exclamó Jack y se le iluminó el rostro al recordar la victoria—. ¡Y dichoso el hombre que la lleve! Seguiré tu consejo, Stephen, y me comportaré como un estoico: conservaré la ecuanimidad y no me preocuparé de Kimber.

Y con un brillo menos intenso en los ojos, en un tono más grave, añadió:

—Además, creo que ya tengo bastantes preocupaciones en Halifax.

Nunca había dicho nada más cierto, pues, aunque llevar el brazo en cabestrillo, como insistía Stephen, y la herida, la dieta y las medicinas le servían de excusa para no ir a ver a la señorita Smith por la noche, ella solicitaba insistentemente su compañía durante el día, y a veces su cuerpo. Parecía sentir un placer morboso en comprometerse y en dar a conocer sus relaciones. Cuando Jack se refugiaba en su lecho de convaleciente, ella iba a la posada y le leía en voz alta; y cuando él iba a respirar aire fresco y a hacer ejercicio porque ya no soportaba oír ni una línea más de
Childe Harold
en tono enfático, ella paseaba con él por los lugares públicos de Halifax cogida de su brazo o le daba vueltas y vueltas por la ciudad en el coche de su hermano, conduciéndolo torpemente. Jack se dio cuenta de que otros hombres, especialmente su primo Aldington, no le envidiaban, y tuvo que admitir que la compañía de una joven extremadamente activa, casquivana, superficial, insensata e histriónica no era envidiable, que el valor que la señorita Smith se atribuía no era proporcionado a sus encantos ni a su inteligencia… y que a veces deseaba que lord Nelson nunca hubiera conocido a lady Hamilton.

Pero nunca lo deseó tanto como el día en que llevó a la señorita Smith a visitar la
Shannon
, porque ella habló de la pareja con tanto entusiasmo que él tuvo la impresión de que incluso la persona más estúpida podía darse cuenta de su intención. Sabía que ninguno de los oficiales de la
Shannon
era estúpido y notó que Wallis y Etough se miraron con perspicacia. Entonces, a pesar de que ella protestó y dijo a gritos que deseaba ardientemente ver dónde el héroe había yacido, él se la llevó de nuevo a tierra. Cuando se encontraba en un barco, recuperaba en parte su innata autoridad, pero en tierra era muy débil, no podía ser severo o descortés con nadie deliberadamente, y estaba casi indefenso, pues aunque conocía a las mujeres, las cuales, indudablemente, no le eran indiferentes, había pasado la mayor parte de su vida en la mar. En el Mediterráneo, siendo muy joven, había ganado fama de calavera, pero no lo era, y nunca había ideado ninguna estrategia para ese tipo de encuentros; sin embargo, ahora estaba asombrado; asombrado y preocupado, porque le parecía que era necesaria una estrategia.

Solían encontrarse en las cenas a las que él debía asistir obligatoriamente, y ella le molestaba y le ponía en evidencia con sus inoportunas insinuaciones, hasta el punto de que él llegó a ausentarse del baile que ofrecía el comisionado, a pesar de que eso era una grave falta de respeto a la etiqueta de la Armada. Por otra parte, cada vez había más probabilidades de que el mayor Smith volviera, y aunque pocos hombres eran más valientes que Jack Aubrey, a él no le gustaba la idea de tener que darle explicaciones por su conducta.

Los días pasaron. El bergantín correo
Diligence
llegó de Inglaterra, con más cartas y medias gruesas, y permaneció anclado con una sola ancla cerca de la corbeta
Nova Scotia
durante días y días, pero el pobre capitán Broke no podía hacer el informe oficial.

—Se distrae a los pocos minutos de haber logrado concentrarse —dijo Stephen—. La herida de la cabeza, la fractura del cráneo, es más grave de lo que pensábamos, y sería una crueldad apremiarle para que hiciera un informe detallado de la victoriosa batalla.

—Me pregunto por qué no le piden a Wallis que lo redacte —dijo Jack.

—Ya se lo pidieron, pero él se ha excusado de hacerlo porque no quiere quitarle méritos a su capitán ni arrebatarle la gloria.

—Muy bien —dijo malhumorado—. Eso le honra, no hay duda, pero creo que es demasiado escrupuloso. No obstante, seguro que el oficial de más antigüedad y el comisionado buscarán una solución si Broke no se recupera dentro de uno o dos días. Deben de estar ansiosos por hacer llegar la noticia a Inglaterra, yo mismo lo estoy. Me muero de ganas de estar a bordo del bergantín correo, de verle salir del canalizo mecido por las olas y con viento favorable. No sé cómo han podido esperar tanto tiempo.

—Pero, ¿por qué el bergantín correo? Lo que llevará a bordo, además de las cartas, será el duplicado del informe oficial, mientras que en la
Nova Scotia
Wallis o Falkiner llevarán el informe oficial original, y es lógico que el original llegue antes que su réplica.

—Eso es lo que cualquiera creería, pero el bergantín correo es muy rápido y la corbeta no. Es más, el
Diligence
no es un barco correo oficial y no va a Falmouth, es un barco alquilado y va a Portsmouth, justo al lado de casa, y te apuesto tres contra uno a que llega primero, a pesar de que Capel seguramente dejará que la corbeta zarpe dos mareas antes, aunque sólo sea en prueba de respeto.

—Una dama desea verle, señor —dijo un sirviente.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó Jack y se metió en la cama rápidamente.

Como ya todas las personas que vivían fuera de la ciudad había visto la
Chesapeake
, la posada no estaba tan llena y ellos disponían ahora de una salita. Y allí hicieron pasar a Diana.

—Tienes un aspecto estupendo, cariño mío —dijo Stephen.

—Me alegro —dijo ella, mirándole a los ojos.

Y él supo enseguida lo que pasaba por su mente. A menudo se había comunicado mediante esa transferencia silenciosa, pero no con tanta frecuencia como con Diana. Eso no ocurría con regularidad ni él podía controlarlo, pero si sucedía, era totalmente fiable. La comunicación se establecía en ambas direcciones, y después ya no era posible mentir, lo que podía ser un inconveniente para él cuando actuaba como médico o espía. Pensaba que era propiciada, o tal vez incluso originada, por la interacción de las dos miradas, y por esa razón usaba a veces gafas de cristales verdes o azules. Pero lo primero que dijo Diana fue que iban a zarpar casi inmediatamente.

—Lady Harriet me confió el secreto de que el capitán Capel y el comisionado habían redactado el informe oficial del capitán Broke y que iban a mandar enseguida el original en la
Nova Scotia
y el duplicado en el bergantín correo. Pero como todo el mundo va a enterarse en cuanto sean enviadas las órdenes, pensé que no tenía nada de malo que te lo contara.

La segunda noticia que le dio fue que el coche de la señorita Smith había volcado al doblar una esquina demasiado rápido.

—Pasé por allí poco después y estaba todavía metido en un montón de paja y había un hombre sentado encima de la cabeza del caballo. ¡Cuánto desprecio a una mujer que no es capaz de caerse sin ponerse histérica!

—Entonces, hubo muchos daños, ¿no?

—No. Sólo se soltó una rueda y a ella se le rompió la enagua. La acompañé hasta su casa andando… Dime, Stephen, ¿quién es Dido?

—Si no me equivoco, era la reina de Cartago. Eneas gozó de su favor y ella sufrió mucho cuando él la abandonó,
cuando colgó el bichero
, como decimos nosotros.

—Bueno, entonces ha dejado de parecerse a lady Hamilton. Como ella también sabía el secreto, no paraba de exclamar: «¡Soy otra Dido!». Te aseguro que no entiendo cómo Jack ha podido ser tan tonto. ¡Con una mujer como Amanda Smith! Yo podría haberle dicho cómo iba a terminar este asunto.

—Eso hubiera sido una gran satisfacción para ti, Villiers.

Antes de que ella pudiera responder, entró Jack.

—¿Cómo estás, prima? —preguntó Jack—. Oí tu voz y pensé que debía darte los buenos días antes de salir. Tienes muy buen aspecto.

—Gracias, Jack. Le estaba diciendo a Stephen que el coche de la señorita Smith ha volcado y que nosotros vamos a zarpar dentro de poco en la
Nova Scotia
o en el bergantín correo.

—¿Que vamos a zarpar? —preguntó Jack y luego añadió—: Espero que no se haya hecho daño, que no se haya roto ningún brazo ni ninguna pierna ni nada.

—Sólo pasó un susto y se le rompió la enagua. Bueno, ya que nos vamos a ir pronto, creo que ahora es el momento de decir adiós y hacer el equipaje.

—Por lo que se refiere a eso, no tengo nada más que lo que llevo puesto. Iré a pedir que nos autoricen a viajar en el bergantín correo y luego iré a bordo para conseguir que nos den cabinas decentes.

Estuvo dudando unos momentos entre preguntarles si querían una cabina para los dos o no. Ellos le habían pedido al capitán Broke que les casara a bordo de la
Shannon
, y aunque la batalla y la herida de Broke lo habían impedido, él tenía entendido que la ceremonia iba a celebrarse en Halifax. Sin embargo, desde entonces ninguno de los dos había dicho una palabra, y a él le parecía una falta de delicadeza hablar del asunto ahora, así que no dijo nada.

Hubo un largo silencio cuando él se fue. Al fin Diana, señalando los restos del desayuno, preguntó:

—¿Qué es eso?

—Se le conoce técnicamente como café —respondió Stephen—. ¿Quieres una taza? A decir verdad, no te lo recomiendo, a menos que te guste el sabor de cebada tostada y bellotas hervidas en agua salada.

Y después de otro silencio, continuó:

—Ya hace algún tiempo hablamos de nuestro matrimonio, cariño, y puesto que vamos a hacernos a la mar muy pronto, ¿no crees que deberíamos ir a la iglesia ahora? Aún no es mediodía, y como tengo excelentes relaciones con el padre Costello, sé que no tendrá inconveniente en oficiar el casamiento.

Al oír eso, ella cambió de color, se puso de pie y, visiblemente nerviosa, empezó a caminar de un lado a otro de la habitación. Y cuando pasó junto a la mesa donde Stephen había puesto sus puros, cogió uno. Él se lo encendió y ella, rodeada de una nube de humo, dijo:

—Stephen, te quiero mucho, y si alguna vez le implorara caridad a un hombre, sería a ti. Sé muy bien que no tienes deseos de casarte conmigo, lo supe desde que recuperé la sensatez que había perdido al pasar aquellos horribles momentos en Boston. Me habría dado cuenta en el mismo momento en que volví a verte si no hubiera estado completamente destrozada y aterrorizada por ese hombre. No, no mientas, Maturin. Eres muy bondadoso, pero no puede ser. No puede ser… —Entonces le miró con gesto desafiante y, ruborizándose, añadió—: De todos modos, nunca me casaré con un hombre sabiendo que espero un hijo de otro. Dios sabe que no. Ni para salvar mi vida. Y ahora dame una copa, Stephen. Estas confesiones son extremadamente fatigosas.

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