Read El castigo de la Bella Durmiente Online

Authors: Anne Rice

Tags: #Erótico, otros

El castigo de la Bella Durmiente (31 page)

BOOK: El castigo de la Bella Durmiente
13.84Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

La princesa no podía contener los gemidos, pero sus secuestradores parecían aprobarlo. No cesaban de asentir con la cabeza y sus sonrisas eran cada vez más radiantes. Estaba llena de fruta, y sentía cómo surgía abultada de su interior. En ese momento le estaban mostrando el resplandeciente racimo de uvas que iban a colocarle entre las piernas. Luego le colgaron un encantador ramito de flores blancas sobre la cara, le abrieron la boca y el ramito quedó ajustado entre sus dientes, con sus céreos pétalos aleteando levemente contra las mejillas y la barbilla.

Bella intentó no morder el tallo y se limitó a sostenerlo firmemente. A continuación le embadurnaron las axilas con una espesa capa de miel y le incrustaron algo redondo, quizás un dátil, en el ombligo. Le rodearon las muñecas con brazaletes y también le ajustaron unas pesadas tobilleras. El cuerpo de Bella ondeaba casi irresistiblemente sobre la almohada a medida que aumentaba en ella la tensión. Aquellos rostros sonrientes la seducían.

También experimentó un intenso miedo al verse transformada lentamente en un simple objeto de lujo.

Pronto la dejaron a solas con la severa advertencia de que permaneciera quieta y en silencio.

La princesa oyó que se estaban haciendo otros preparativos apresuradamente por la habitación, y más suspiros. Casi podía distinguir el ritmo de otro corazón que latía ansiosamente cerca de ella.

Finalmente, sus capturadores volvieron a aparecer en su campo de visión.

Sujetando el abultado almohadón, la levantaron como si fuera un tesoro, y cuando la música sonó con más fuerza la llevaron escaleras arriba, mientras las paredes de su sexo se aferraban al enorme relleno de frutas y miel y los jugos goteahan desde su interior. La pintura dorada se secó sobre los pezones provocándole una peculiar tensión en la piel. Todo su cuerpo estaba sometido a nuevos estímulos.

La habían llevado a una gran cámara iluminada con una luz suave y trémula. El olor del incienso era embriagador. El aire transportaba la pulsación rítmica de panderetas, el rasgueo de arpas y las agudas notas metálicas de otros instrumentos. Sobre su cabeza, los cientos de pequeños fragmentos reflectantes, cuentas centelleantes e intrincados diseños dorados del tejido que colgaba del techo cobraron vida.

La instalaron en el suelo y cuando volvió la cabeza desamparadamente, pudo vislumbrar a los músicos a su izquierda, en un extremo, y justo a su lado, a la derecha, a sus nuevos amos.

Sentados con las piernas cruzadas mientras degustaban un abundante banquete de delicioso aroma, y vestidos con prendas y turbantes de seda con complejos bordados, le lanzaban ojeadas de vez en cuando mientras hablaban entre ellos con voces rápidas y poco audibles.

La princesa se tumbó sobre el gran cojín agarrándose con fuerza a los extremos, con las piernas bien abiertas como le habían inculcado en el pueblo y en el castillo. Sus silenciosos y temerosos asistentes se retiraron de nuevo a las sombras, no sin antes advertirla e implorarle con gestos y miradas lastimosas que guardara silencio. Permanecieron cerca de ella para vigilarla, pasando desapercibidos para los que allí comían tan opíparamente.

«Ah, ¿qué es este extraño mundo en el que he renacido? », pensó Bella mientras la fruta se hinchaba contra la estrechez de su enardecida vagina.

Sintió que sus caderas se alzaban por encima de la seda y los pendientes palpitaban en sus orejas. La conversación continuaba con una fluidez natural y de vez en cuando uno de los señores tocado con turbante le sonreía antes de volver a charlar con los demás.

Pero había aparecido otra figura. Algo atisbó por el rabillo del ojo, a la izquierda, y Bella vio que se trataba de Tristán.

Lo traían a cuatro patas, guiado por una larga cadena sujeta a un collar con joyas incrustadas.

También estaba lustrado con la loción dorada, y sus pezones cubiertos de oro. La espesa mata de vello púbico estaba salpicada de pequeñas joyas centelleantes y el miembro erecto relucía bajo el fino ungüento dorado. Tenía las orejas perforadas, no con pendientes colgantes sino con un rubí en cada lóbulo. Llevaba el cabello peinado con raya en medio, exquisitamente cepillado con polvo de oro. La pintura dorada perfilaba sus ojos, espesaba sus pestañas y definía la asombrosa perfección de su boca. Los ojos azules ardían con un resplandor iridiscente.

Sus labios se movieron levemente para dibujar una media sonrisa mientras lo conducían hacia ella. No parecía estar triste ni asustado sino más bien perdido en su deseo de cumplir lo que le ordenaba el encantador ángel moreno que lo guiaba.

Cuando el muchacho de piel oscura lo llevó sobre Bella y le empujó la cabeza hacia la axila izquierda de la muchacha para que tocara la miel con el rostro, Tristán se puso a lamerla.

Bella suspiró al sentir la intensa presión húmeda de la lengua en la curva de la axila. Sus ojos se agrandaron mientras él la limpiaba del líquido, produciéndole cosquillas en la cara con el pelo, y luego empezaba a nutrirse de la axila derecha con la misma avidez.

Parecía un dios extranjero encorvado sobre ella: su rostro pintado, sus poderosos brazos y aquellos hombros pulimentados hasta conseguir un lustre magnífico parecían recién salidos de lo más profundo de sus más inconfesables sueños.

El ágil guía de dedos largos obligó a Tristán, con un tirón de la frágil cadena de oro, a descender por el cuerpo de la princesa y tomar con su reluciente boca el dátil almibarado del ombligo.

Las caderas y el vientre de Bella se alzaron con acentl1ados movimientos al sentir el contacto de los labios y los dientes de Tristán. Un gemido surgió de su interior, y las flores que sostenía en la boca temblaron contra sus mejillas. Como a través de una bruma, la princesa vio sonreír a los ayudantes, que asentían con beneplácito y la inducían a continuar con ademanes de ánimo.

Tristán se arrodilló entre sus piernas. Esta vez no fue necesario que el asistente le guiara la cabeza. Con un gesto casi salvaje, el príncipe esclavo mordisqueó el relleno de fruta, y la suave presión de las mandíbulas contra el pubis de la princesa casi la hicieron enloquecer.

Tras consumir las uvas, la boca de Tristán se comprimió contra los labios púbicos de Bella para atrapar con los dientes los gruesos pedazos de melón.

Ella se retorcía y se agarraba con fuerza al almohadón mientras alzaba las caderas sin control.

La boca de Tristán se adentraba cada vez más por sus profundidades, mordisqueando y lamiendo el clítoris mientras extraía más trozos de fruta. En un frenesí de movimientos ondulantes, Bella forcejeó para ofrecer la fruta a su compañero.

La conversación que antes llenaba la habitación se había desvanecido. La música sonaba grave y rítmica, casi obsesiva, acompañada por los gemidos de la princesa que se convirtieron en jadeos vociferantes mientras los jóvenes asistentes rebosaban de alegría y los observaban orgullosos desde sus puestos.

Las mandíbulas de Tristán trabajaban con eficacia sobre ella, vaciándola. En ese instante succionaba los jugos que rezumaban por su entrepierna, y la lengua volvía incesantemente sobre su clítoris con amplios y lentos lametones.

Bella sabía que su cara estaba al rojo vivo. Los pezones eran dos pequeñas almendras doloridas.

Su cuerpo serpenteaba con tal violencia que las nalgas se levantaban del cojín.

Pero, con un angustiado gemido de decepción, vio que levantaban la cabeza de Tristán tirando de la pequeña cadena. Bella sollozó quedamente.

Por suerte todavía no había acabado. Los asistentes obligaron a Tristán a desplazarse hacia arriba y, diestramente, le urgieron a darse media vuelta ya colocarse de nuevo encima de ella. Luego su verga descendió sobre los labios de la muchacha mientras la boca de él se abría completamente para cubrir el pubis. La princesa levantó la cabeza para lamer el miembro, intentando atraparlo firmemente entre sus labios, y de pronto lo capturó y tiró de él hacia abajo mientras alzaba los hombros.

Lo chupó febrilmente, hasta la base. El dulce sabor a miel y canela se entremezcló con el caliente aroma salado de la carne de Tristán. Bella movía rápidamente las caderas sobre el cojín y, encima de ella, el príncipe lamía el diminuto nódulo escondido en su entrepierna. Tristán llevó su boca hasta que atrapó los gruesos y palpitantes labios púbicos con los dientes y a continuación lamió la miel que exprimía de ellos.

Bella, entre gruñidos que parecían casi lloros, chupaba el miembro del príncipe con la cabeza echada hacia atrás, contrayendo la boca al ritmo de los espasmos que Tristán provocaba al lamerle el clítoris y el monte púbico con una fuerza repentinamente violenta. Cuando el ardiente y deslumbrante orgasmo inundó todo su cuerpo, provocando fuertes y gimientes suspiros, la princesa sintió la eyaculación de él desbordándose en su interior.

Forcejearon, entrelazados, mientras a su alrededor, en la concurrida tienda, reinaba el silencio.

Bella no veía nada. Ningún pensamiento habitaba en su mente. Sintió que Tristán se apartaba suavemente, y oyó de nuevo el grave retumbar de voces. Supo que levantaban de nuevo el cojín y la transportaban.

Estaban bajando por las escaleras. En la habitación de las jaulas percibió a su alrededor unos excitados cuchicheos. Los angelicales asistentes se reían y hablaban en susurros mientras depositaban el almohadón sobre una mesa baja.

Luego ayudaron a Bella a arrodillarse y la muchacha vio a Tristán que a su vez se arrodillaba delante de ella. El príncipe le rodeó el cuello con los brazos y alguien guió los brazos de Bella alrededor de la cintura del príncipe. La muchacha sintió las piernas de Tristán pegadas a las suyas. La mano de su compañero sostenía el rostro de ella contra el suyo mientras Bella seguía contemplando a los muchachos angelicales que cada vez se aproximaban más, les acariciaban, les besaban todo el cuerpo.

Bella distinguió en la penumbra los rostros delicados y serenos de los demás príncipes y princesas que observaban la escena desde sus jaulas.

Pero los encantadores capturadores habían cogido las palas pintadas que colgaban de las jaulas de ambos príncipes e hicieron destellar estos exquisitos instrumentos bajo la luz para que Bella pudiera apreciar los intrincados adornos de volutas y flores y las cintas de color azul claro que ondeaban colgando de los mangos.

Con cuidado, echaron hacia atrás la cabeza de Bella, le plantaron la pala ante la cara y se la llevaron hasta los labios para que la besara. Tristán, arrodillado ante ella, hizo lo mismo. Sus labios formaron aquella misma media sonrisa cuando retiraron la pala. Luego se quedó mirándola.

Tristán se agarró a Bella con fuerza cuando llegaron los primeros azotes; era evidente que intentaba contener con su cuerpo el impacto de los golpes mientras ella gemía y se retorcía bajo la pala tal y como le había enseñado la señora Lockley. De todos los rincones llegaban las risas desenfadadas de los presentes. Tristán besaba el pelo de la muchacha y friccionaba febrilmente su carne con las manos mientras ella se apretaba cada vez más, con los senos aplastados contra su pecho, las manos extendidas sobre su espalda, las cimbreantes nalgas inundadas de un cálido hormigueo y las antiguas erupciones convertidas en pequeños nudos bajo los golpes de la pala. Tristán no podía mantenerse quieto. Sus gemidos provenían de lo más profundo de su pecho. La verga se erguía entre las piernas de ella y la dilatada punta húmeda se deslizaba suavemente en su interior. Las rodillas de la muchacha se separaron del cojín y su boca encontró la de Tristán, mientras los jubilosos secuestradores redoblaban el ímpetu de los azotes y unas manos ansiosas unían cada vez con mayor presión los cuerpos de los dos esclavos.

FIN

A. N. Roquelaure
fue el seudónimo escogido por la escritora americana Anne Rice para la publicación en los años 80 de tres novelas en las que mezcló la historia de la Bella Durmiente con fantasías de dominación y erotismo.

El rapto de la bella durmiente, 1983 (1997)

El castigo de la bella durmiente, 1984 (1997)

La liberación de la bella durmiente, 1985 (1999)

Nació en Nueva Orleans, 4 de octubre de 1941. El verdadero nombre de Anne Rice es Howard Allen O'Brien. Ha publicado bajo diversos seudónimos como Anne Rampling o A. N. Roquelaure. Fue la segunda de cuatro hermanos. Rice estudió en la Universidad de Berkeley, donde vivió el movimiento hippie de los años setenta, pero terminó sus estudios en la Universidad Estatal de San Francisco donde se graduó en Filosofía y Letras, en la especialidad de Ciencias Políticas y Escritura Creativa.

BOOK: El castigo de la Bella Durmiente
13.84Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Fated by Alyson Noel
Peekaboo Baby by Delores Fossen
The Devil's Dozen by Katherine Ramsland
Just Yesterday by Linda Hill
The Prince of Midnight by Laura Kinsale
Mercury in Retrograde by Paula Froelich