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Authors: Charles Brokaw

Tags: #Aventuras, #Relato

El enigma de la Atlántida (8 page)

BOOK: El enigma de la Atlántida
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¡Qué extraño!

En la universidad no debería haber nadie a esa hora y no era de las que se imaginaba cosas.

Entonces tuvo otro pensamiento. La seguridad, incluso a pesar de que había mucha, tendía a ser pésima en muchos aspectos.

El miedo se apoderó de ella, sintió que una enorme descarga de adrenalina invadía su sistema nervioso. En los campus universitarios había violaciones y asesinatos con demasiada frecuencia.

Actuando de forma natural cogió el cuchillo que utilizaba para pulir la misteriosa inscripción y su mano se aferró al mango de madera.

—Si hubiera querido hacerte daño, sería demasiado tarde. De hecho, seguramente ya estarías muerta.

Al reconocer aquella voz burlona sintió que estallaba en cólera. Se dio la vuelta para enfrentarse al culpable.

Natashya Safarov estaba apoyada en la pared que había al lado de la escalera.

«Al menos no se ha acercado sigilosamente y me ha tocado la nuca», pensó Yuliya, que odiaba cuando su hermana pequeña le hacía esas cosas.

—¿Me estabas espiando?

—Quizá —respondió Natashya, que se encogió de hombros y puso una mueca de desinterés.

A sus veintiochoaños, diez menos que Yuliya, Natashya era una suertede amazona. Medía casi uno noventa de estatura, quince centímetros más que ella. Su pelo rojo oscuro le caía sobre los hombros y enmarcaba su cara de modelo. Sus chispeantes ojos marrones mostraban cierto regocijo. Llevaba unos pantalones y una blusa bajo un largo guardapolvo negro. Parecía envuelta en Dior.

Era exasperante.

A pesar de todo, la quería.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Yuliya, que dejó el cuchillo y se acercó a su hermana.

Se dieron un fuerte abrazo. Siempre habían estado muy unidas, a pesar de que últimamente apenas se veían.

—Llamé a Ivan y me enteré de dónde estabas —contestó. Ivan era el marido de Yuliya—. Como estaba cerca, decidí pasar por aquí.

—Tengo café y unos bollos casi frescos. ¿Te apetece uno? —preguntó Yuliya.

Natashya asintió y siguió a su hermana al
office
. Cogió una silla. Para Yuliya era como si estuviera con un miembro de la realeza, a pesar de la lamentable decoración de aquella cocina.

Después de poner el café y los bollos en el microondas, Yuliya puso el plato y las tazas sobre la mesa y se sentó.

—Esto me recuerda cuando éramos niñas —intervino Natashya mientras cogía un bollo—. Preparabas el desayuno para las dos antes de ir al colegio. ¿Te acuerdas?

—Sí, claro. —Yuliya se entristeció.

Su madre había fallecido cuando eran unas crías debido a una enfermedad respiratoria. A veces, pensaba que seguía oyendo el agonizante resuello de su madre; entonces recordaba la noche en que aquel sonido cesó de repente.

Yuliya tenía catorce años y Natashya cuatro. A pesar de que lo intentaba, Natashya no conseguía recordar a su madre, excepto por las fotografías y las historias que le contaba su hermana. Su padre trabajaba en un almacén.

—Que yo recuerde me hacías llegar tarde casi todos los días.

—Que yo recuerde siempre estabas acicalándote para algún chico.

—Lo hacía por Ivan, y me salió bien. Estamos casados y tenemos dos hijos.

—Se parecen a su tía —comentó Natashya sonriendo.

—No —dijo Yuliya siguiéndole el juego—. Eso no te corresponde a ti. Soy su madre y los hice guapos.

Comieron los bollos y bebieron el café en silencio por un momento.

—Echo de menos que me prepares el desayuno —confesó Natashya en voz baja al cabo de un rato.

Yuliya intuyó entonces que su hermana acababa de pasar por un infierno. Sabía bien que no serviría de nada preguntarle dónde o cómo había pasado. No se lo diría.

—Bueno, tal como lo veo tienes dos elecciones —propuso con toda naturalidad.

—¿Dos? —preguntó Natashya, que enarcó las cejas.

Yuliya asintió.

—Puedes contratar a una criada, a la que puedo enseñar a cuidarte.

—¿Enseñar?

—Por supuesto, es la única manera. Pero para hacerlo bien tendría que estar conmigo unos cuantos años.

—¿Unos cuantos años?

—Si quieres que le enseñe a mi gusto…

—Ya veo.

Yuliya casi se echó a reír y arruinó el momento. Natashya siempre se controlaba y era capaz de mantenerse seria.

—O…

—Me alegro de que haya un «o», porque la otra sugerencia no me interesaba nada.

—O —Yuliya continuó impertérrita-te vienes a vivir con Ivan y conmigo.

Natashya se quedó callada e inmóvil.

Yuliya sabía que se estaba arriesgando mucho, pero no pudo contenerse.

—A los niños les encantara Te quieren, Natashya. Eres su tía favorita.

—Tienen buen gusto.

—Es que eres su única tía. —Yuliya no pudo resistir la pulla.

Eran hermanas y nunca se permitían adoptar una postura demasiado afectada. Ivan tenía tres hermanos varones. De momento ninguno de ellos estaba casado. Echaba mucho de menos a su hermana pequeña y no solamente por la falta de parientes femeninos que había en su vida.

—Gracias, pero no quiero molestar —contestó sonriendo. Cogió otro bollo y lo partió. En ese momento, Yuliya se dio cuenta de que llevaba unidos los dedos meñique y anular. Se preguntó cómo se habría hecho daño. ¿Por accidente o tortura?

Con pesar, Yuliya dejó el tema de que su hermana compartiera piso con ella, sabiendo que no querría hablar más de aquello.

—¿Estás trabajando en un plato sucio?

—No es un plato sucio, es un címbalo. Por la pinta parece que tiene varios miles de años. Estoy esperando que lo confirmen —explicó recostándose en la silla.

Natashya meneó la cabeza fingiendo estar triste.

—Mi hermana mayor fue a la universidad para aprender cómo rebuscar en la basura de otra gente.

Riñeron un rato, como hacían siempre. Después, Yuliya le contó lo que sabía del címbalo. Como de costumbre, Natashya estaba más interesada de lo que creía que estaría.

Y, en aquella ocasión, aquel interés merecía la pena.

Alejandría, Egipto

19 de agosto de 2009

—¿Crees que hay más de una lengua en la campana? —Leslie caminaba del brazo de Lourds por una de las bocacalles cercanas al hotel.

—Sí, al menos dos.

—Pero no conoces ninguna.

—No, de momento no. —Lourds la miró y sonrió—. ¿Afecta eso tu confianza en mí?

Leslie miró sus claros ojos grises. Eran hermosos, cálidos, sinceros y… sensuales. Sólo mirarlos hacía que sintiera un hormigueo por todo el cuerpo.

—No, no afecta en absoluto.

—Los descifraré —aseguró Lourds.

—Ése es tu trabajo.

—Así es. —Lourds mordió un trozo de
baklava
, que habían comprado en un café que atendía al gentío de última hora—. ¿Has oído hablar de la piedra de Rosetta?

—Por supuesto.

—¿Qué sabes de ella?

—Fue muy… —Leslie pensó la respuesta-importante.

—Sí que lo fue —comentó Lourds con una risita.

—Y está en el British Museum de Londres.

—Eso es verdad también —dijo Lourds antes de dar otro mordisco al
baklava
—. Lo importante de la piedra de Rosetta es que está escrita en dos lenguas: egipcio y griego.

—Creía que eran tres.

—Eran dos lenguas, pero se utilizaron tres escrituras: jeroglíficos, demótico egipcio y griego. Cuando el ejército de Napoleón encontró la piedra, aquel objeto nos proporcionó una vía para entender la antigua lengua de Egipto. Sabíamos lo que decía la inscripción griega. Asumiendo que todos los pasajes decían lo mismo, los estudiosos finalmente descifraron el significado de los jeroglíficos. Lo único que tuvieron que hacer para entenderlos fue compararlos con lo que decían las otras dos lenguas. Su hallazgo permitió descifrar y traducir todos los escritos del antiguo Egipto que habíamos visto durante siglos en las tumbas y en las paredes de los templos sin tener ni idea de lo que significaban. Por supuesto, conseguirlo costó veinte años y el esfuerzo de unas cuantas mentes prodigiosas, incluso con la piedra.

—¿Crees que la campana es como la piedra de Rosetta? —Las implicaciones de aquella pregunta cayeron sobre Leslie—. ¿Que es una misiva de la Antigüedad esperando ser traducida?

—No lo sé. Para empezar no sé si las dos lenguas dicen lo mismo. Por eso fue tan importante la piedra de Rosetta, repetía lo mismo. Y yo no puedo leer ninguna de las dos lenguas. Por eso significó semejante avance, porque podíamos traducir el griego. Pero yo no tengo marco de referencia. Lo único que sé es que hay dos lenguasque no entiendo. Y eso no me gusta.

No estoy acostumbrado a no obtener resultados cuando se trata de lenguas antiguas.

—Sería fantástico que la campana fuera una especie de piedra de Rosetta.

—La piedra sólo tenía una lengua que desconocíamos y era un único mensaje que se repetía tres veces. No creo que ése sea nuestro caso.

—¿Crees que son dos mensajes diferentes?

—Todavía no lo sé, pero la extensión de los pasajes y las diferencias en estructura parecen indicar que así es. Eso significa que va a costar mucho más tiempo del que me gustaría. Me disculpo de antemano por mi confusión. Es un rompecabezas que me atrae mucho.

—No te preocupes, lo entiendo perfectamente. —Leslie acabó su
baklava
—. No estás solo, ¿sabes? Puse las fotos de la campana en Internet en unos foros académicos y las envié a todos los expertos que conozco, pero ninguno supo decirme qué lengua era. O lenguas, supongo.

Lourds se paró en seco y la miró.

—¿Has puesto las fotos de la campana en Internet?

—Sí.

—¿Ha contestado alguien tus correos?

—Unas cuantas personas.

Inquieto, Lourds la sujetó por el brazo. Miró a su alrededor, se orientó —sólo entonces se dio cuenta de que había estado siguiendo el consejo de E. M. Foster sobre andar sin rumbo por la ciudad— y se dirigieron hacia el hotel.

—¿Adónde vamos? —preguntó Leslie.

—Al hotel. Creo que acabo de descubrir cómo nos encontraron los ladrones.

Ciudad de Riazán, Riazán Rusia

19 de agosto de 2009

Gallardo esperó en una furgoneta de fabricación rusa GAZ-2705 cerca de la Facultad Estatal de Medicina donde trabajaba la catedrática Yuliya Hapaev. Unos letreros magnéticos en los laterales de la furgoneta hacían publicidad de una empresa de limpieza que tenía un contrato con la universidad.

Inquieto en el asiento, Gallardo se obligó a tranquilizarse. Creía que la mujer iba a salir más temprano para volver a la residencia donde se alojaba.

¿Dónde se había metido? Ni siquiera un adicto al trabajo se queda hasta tan tarde.

—Viene alguien —dijo Faruk por la radio.

Gallardo cogió los binoculares de visión nocturna de la guantera.

—Es ella —aseguró Faruk.

Gallardo dirigió los binoculares hacia la figura que salía del edificio y la estudió. La visión nocturna impedía ver colores y lo volvía todo de color verde claro. No sabía si tenía el pelo castaño o no, pero el tamaño y la forma coincidían.

Faruk y DiBenedetto se acercarían, preparados para cogerla.

—¿Lleva algo?

—No —contestó Faruk.

—Entonces el címbalo debe de estar dentro del edificio.

—Sí.

Abrió la puerta de la furgoneta y salió. No se encendió la luz porque la había desconectado por precaución. Vio fugazmente a la mujer mientras se dirigía resueltamente hacia el aparcamiento y después la perdió de vista.

—Coged a la mujer —ordenó Gallardo—. Yo me ocupo del trofeo.

—De acuerdo.

Cuando Faruk le aseguró que harían todo lo que pudieran por mantenerla viva sacó la pistola de la pistolera y la introdujo en el bolsillo derecho del abrigo. Después echó a andar hacia el edificio manteniéndose en las sombras tanto como pudo.

Natashya Safarov sabía que la estaban siguiendo. Ya la habían seguido antes y sabía dónde tenía que mirar y qué escuchar. Su corazón se aceleró levemente mientras su cuerpo se preparaba para pelear o huir. Empezó a respirar lenta y acompasadamente. En aquel frío, si alguien laestaba observando, distinguiría los cambios en su respiración, pues el vapor la delataría.

Su mente estudió las opciones y calculó las probabilidades. Todos los sitios a donde iba eran potenciales campos de batalla. La habían entrenado para sacar partido a cualquier cosa que tuviese a su alrededor. Siempre veía el terreno, no el escenario. Allí eso no la iba a ayudar mucho. En las instalaciones de la universidad, a esa hora de la noche, no había mucho que utilizar como refugio.

Se preguntó quiénes serían esos hombres, si tendrían que ver con el asunto que había salido mal en Beslan. Una facción de osetos militantes había provocado disturbios para reclamar la devolución de sus tierras ancestrales y habían tomado rehenes. Natashya los había liberado. Se produjo un baño de sangre. No le cabía duda de que querrían vengarse. Pero ella no era un blanco fácil.

«Y si no son los osetos, podría ser mucha otra gente», pensó. Había dejado atrás una larga lista de enemigos. Su trabajo así lo exigía. La cólera hizo mella en su estado de ánimo porque aquellos hombres estaban llevando la violencia muy cerca de su familia.

Se concentró y puso atención al ritmo de sus perseguidores: reconoció el ruido de sus pisadas entre el resto de los escasos sonidos de aquella silenciosa noche. Ya los tenía, todos rastreados por su sistema de defensa personal, marcados de forma indeleble.

Metió las manos en los bolsillos y tocó las dos pistolas Yarygin PYa/MP-443 Grach que llevaba. Ambas tenían cargadores de diecisiete balas. Llevaba también algunos de reserva en un bolsillo interior. Esperaba no necesitarlos.

Los hombres eran pacientes y se acercaban poco a poco desde tres lugares distintos.

De repente, Natashya se dio la vuelta y subió corriendo las escaleras de un edificio cercano. Las sombras cubrían el pasadizo cubierto y supo que se volvería instantáneamente invisible para sus perseguidores.

Pero éstos estaban resueltos a no perderla. El sonido de sus pasos, que sonaron indecisos un momento, se volvió a oír con fuerza tras ella.

Natashya corrió ligera y silenciosa gracias a sus zapatos de suela de crepé. Al final del pasadizo saltó por las escaleras hacia la izquierda y se escondió en un lateral del edificio, detrás de unos arbustos. Sacó las pistolas, quitó los seguros y esperó.

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