El Extraño (16 page)

Read El Extraño Online

Authors: Col Buchanan

BOOK: El Extraño
10.2Mb size Format: txt, pdf, ePub

El vino tinto procedía de una bodega cerrada con llave a la que se accedía por un escotillón en el suelo, y Ash, Dalas y el capitán ya iban por la segunda botella, mientras que Nico todavía daba sorbitos a su primera copa. Sospechaba que sus compañeros de mesa ya estaban un poco achispados.

—Me alegro de verte en pie por fin —comentó el capitán con voz queda, limpiándose los labios pálidos con una servilleta y regalando a Nico una mirada con la esfera blanca de su ojo tuerto, como si a través de él viera mejor. Incluso bañada por los tonos crepusculares que inundaban el camarote, su piel no perdía su tono lívido, como el gris centelleante de la lluvia.

Ash replicó con un gruñido a la observación del capitán y Nico se volvió al anciano, si bien éste no se molestó en devolverle la mirada.

—Tiene su complicación acostumbrarse a los cielos —continuó Trench, con su acento dulce y pausado, que sugería una educación exquisita—. Es peor que el mar, en opinión de muchos. Así que no te avergüences por tu reacción. Créeme, yo mismo lo paso peor cuando piso tierra firme. Tengo que pasar en la cama... ¿Cuánto...? ¡Todo un día con una furcia hasta que mi organismo se recompone! —Dirigió una sonrisa bondadosa a Nico, con una ceja enarcada, aunque rápidamente desvió de nuevo la mirada, como avergonzado por haber hablado demasiado.

Nico forzó una sonrisa, pues era imposible no sentir simpatía por aquel hombre. Esa noche se afianzaba su creencia de que el capitán necesitaba sentirse apreciado por las personas que lo rodeaban, lo cual le resultaba sorprendente teniendo en cuenta lo que había presenciado horas antes, cuando lo había visto abroncando a un miembro de la tripulación por enredar las jarcias. En esos momentos, gritos incoherentes salían de manera torrencial de su boca, acompañados de saliva, y Nico había llegado a dudar de la salud mental del capitán. Al final había tenido que intervenir Dalas, que se había llevado a rastras a Trench hasta su camarote, fuera de la vista de la tripulación; aunque se le había seguido oyendo.

Ahora, durante la cena, el capitán parecía tranquilo. Sonreía con facilidad y su ojo sano, enrojecido, parecía traslucir una especie de disculpa: era evidente que cualesquiera que fueran los demonios que lo acosaban habitualmente, ahora mismo se hallaban apaciguados por su temperamento tranquilo y que ése parecía ser su estado natural, así que Nico se sentía cómodo en su presencia, pese al arrebato en cubierta.

Desde el otro lado de la mesa, Dalas observaba descaradamente a Nico mientras engullía la comida que se llevaba a la boca con el tenedor. El enorme coriciano levantó la mano que tenía libre e hizo un gesto en el lenguaje de signos, tan rápido que costaba seguirlo: un puño inclinado que fue de un lado a otro, un movimiento oscilante, un golpe plano y la palma de la mano que se elevaba en el aire.

—No le hagas caso —le aconsejó Trench, sacudiendo la mano con desdén hacia su segundo.

Pero Nico siguió con la mirada fija en la mano del coriciano, que ahora reposaba sobre el mantel, frotándose sin parar el dedo pulgar con el índice.

—¿Por qué?—preguntó Nico—, ¿Qué ha dicho?

Trench se llevó un pañuelo fruncido a los labios y masculló con la boca camuflada tras él:

—Dice, mi joven amigo, que duda de que alguna vez hayas navegado por el mar, así que ya ni hablar de volar.

El coriciano había dejado de masticar y esperaba la respuesta de Nico con las mejillas hinchadas por la comida que le atiborraba la boca.

—Pues tiene razón —admitió Nico.

—Quizá, pero no te has percatado de la manera como lo ha dicho. Ese gesto que hace ahora, dejando la muñeca muerta, quiere decir que pretendía insultarte. —Trench sacudió la cabeza en dirección a Dalas en señal de reproche y éste le respondió frunciendo el ceño—. Dalas nació en un barco y lleva toda la vida subido a uno u otro tipo de cubierta. Suele ser displicente con la gente que nunca se ha echado al mar. En cierta manera, considera que tienen unas prioridades completamente erróneas.

Nico dirigió a ambos una sonrisa incómoda.

—Una vez, nadando en el mar cuando tenía diez años, encontré un tronco y lo utilicé de barco.

Trench apartó ligeramente el pañuelo de la boca.

—¿Has dicho un tronco?

—Un tronco enorme.

Trench reprimió una carcajada que acabó convertida en una carraspera que sofocó con el pañuelo. Incluso el rostro de Dalas se relajó y el corciano tragó la comida que almacenaba en la boca.

—No estás bebiendo apenas —observó el capitán, recuperando la compostura—. Berl, llénale la copa, por favor.

Berl se levantó obediente, rodeó la mesa y vertió diligentemente vino en la copa de Nico, aunque ésta ya estaba casi a rebosar.

Nico contempló la copa frente a él.

—Veo que todavía no le has tomado el gusto al vino —señaló Trench, dirigiéndole una mirada por encima de su propia copa—. Ya llegará, créeme. Para los que llevan vidas como las nuestras ese momento llega enseguida. Fíjate en tu maestro. La última vez que estuvo a bordo de esta nave tuve que guardar bajo llave todas las reservas de vino, su sed era insaciable.

—Tonterías —replicó Ash, apurando el vino que le quedaba en la copa y sosteniéndola en el aire para que se la rellenaran.

Nico se hundió en la silla con la esperanza de que la conversación continuara por otros derroteros y se olvidaran de él. Agarró la copa sólo por mantener las manos ocupadas. A su alrededor la madera crujía con un ritmo desacompasado. Ese ruido le recordaba las arboladas colinas de su hogar, cuando se adentraba solo en los bosques y los pinos se balanceaban y susurraban mecidos por la brisa del mediodía. Probó a tomar otro sorbo de vino. Dejaba un regusto dulce, muy distinto del resabio amargo del vino barato que bebía su madre a veces. Pensó que no le costaría acostumbrarse a él en el caso de que algún día su bolsillo pudiera costeárselo.

Entonces le asaltó una imagen de su padre: colérico debido al alcohol, bufando por la nariz, con la lengua trabada con el labio inferior. Inconscientemente, Nico volvió a dejar la copa en la mesa.

Trench dejó caer la espalda contra el respaldo e inclinó la silla apoyada sobre las patas traseras. Su suspiro sólo acentuó la impresión de fatiga que reflejaba su rostro.

—Te he interrumpido tu permiso en tierra —dijo Ash como disculpándose.

—Y el del resto de la tripulación también —musitó Trench, enderezando la silla y dibujando una sonrisa con sus delgados labios mientras recorría la mesa con los ojos entornados sin fijarse en nada concreto—. Ahora están un tanto disgustados con su capitán, y no les culpo. La última vez que cubrimos la ruta regresamos vivos por los pelos. Ya viste las condiciones paupérrimas en las que estábamos, y eso que dedicamos una semana entera a las reparaciones. Y ahora tienen que volver a atravesar el bloqueo después de poco más de una semana en tierra firme para distraerse. Para ellos es duro... para todos nosotros es duro. —De nuevo se dio unos golpecitos en el rostro con el pañuelo.

Ash se limpió los restos de vino de los labios.

—Por lo menos esta vez el viaje será corto.

—Sí —convino el capitán—. Aunque también de poco provecho. Únicamente el grano que podamos conseguir a cambio de la tela; al menos mantendrá contentos a mis inversores. Y por supuesto está lo de mi deuda contigo. Doy por sentado que estamos en paz.

—Para empezar no me debías nada.

—¿Has oído?—espetó de repente Trench, dirigiéndose a su kemir, que abortó la maniobra de aproximación de su garra escamosa a los restos de comida del plato del capitán—. ¡Y sigue burlándose de mí!

El capitán cogió distraídamente un pedazo de raíz dulce mordisqueado y la mascota abrió el pico para recibir el bocado que le ofreció su amo.

—Prométeme una cosa —ahora se dirigía a Ash, e hizo una pausa cuando Nico se apartó de la mesa alarmado. Trench bajó la mirada hacia la criatura posada entre ambos, que blandía su lengua en dirección al muchacho: una cosa larga, tiesa y hueca que hacía un ruido parecido al de un sonajero y que obviamente pretendía ser amenazador. Trench le arrojó un trozo de comida en la boca para que se callara y continuó—: La próxima vez que un lobo de mar se abalance sobre mí por la espalda en una taberna, hazme el favor de dejarle acabar conmigo. La amistad es una cosa, pero prefiero tener el hígado perforado a volver a estar en deuda contigo.

Ash asintió con la cabeza.

Nico observaba cómo comía la criatura, sujetando el pedazo de raíz entre las garras mientras arrancaba tiritas con rápidos picotazos. De una manera totalmente inconsciente, Nico sostenía delante de sí los cubiertos en posición de defensa.

Un fulgor cegador impregnó el camarote. El sol ya se ponía y arrojaba sus postreros rayos de luz a través de las ventanas tintadas del fondo de la estancia, proyectando diamantes cromados en las vigas de madera no muy por encima de sus cabezas, en los tablones de las paredes y en la larga mesa poblada de cartas de navegación que se mantenían extendidas pisadas por cantos. Nico paseó la vista por los mapas. Estaba lo suficientemente cerca como para distinguir algunos detalles de refilón: masas continentales sepultadas bajo símbolos, anotaciones y haces de flechas onduladas. Parecían más mapas eólicos que de la superficie terrestre.

Esta impresión le llevó a dirigir la mirada más allá del escritorio. A través de la parte inferior de las ventanas traseras se divisaba un mar uniforme y monótono a causa de la altitud.

—Si me permiten la pregunta —se atrevió a inquirir, desviando la mirada del abismo marino—, ¿cuánto tiempo tardaremos en atravesar el bloqueo?

El rostro del capitán se ensombreció fugazmente. Trench se inclinó hacia delante e hizo un gesto a Nico con la copa en la mano. Se derramó vino sobre el mantel y Berl frunció la frente mientras las manchas carmesíes se esparcían por el lino inmaculado.

—Depende —respondió el capitán, en un tono más sobrio que el empleado anteriormente—. Esta noche nos acercaremos a la zona del bloqueo marítimo imperial. Puede que el viento no cambie de dirección. Puede que no tengan nada en el aire.

—¿En el aire?—soltó Nico—. ¿Se refiere a dirigibles mannianos?

—Por estas latitudes siempre existe esa posibilidad.

Nico se volvió de nuevo a Ash, pero el anciano fingía estar muy interesado en el fondo de su copa.

Trench se percató de su desasosiego.

—Aunque es improbable. La mayor parte del tiempo sus pájaros de guerra están en el este, acechando la ruta de Zanzahar. Allí es donde tiene lugar toda la acción, no aquí. Créeme, lo sé. La de Zanzahar es la única ruta que nos queda para el comercio de largas distancias, así que la mayoría de los mercaderes que se dedican a ello se ven obligados a utilizarla, incluido el
Halcón
. Cuando las flotas marítimas no consiguen cubrirla o sufren pérdidas severas, los mercaderes aprovechan la oportunidad. Llevamos recorriendo la ruta de Zanzahar casi cuatro años. —Hizo una pausa para inclinar su copa, y apuró hasta la última gota de vino—. Seguro que has oído historias.

Por supuesto que Nico había oído historias. Se contaba que los dirigibles mannianos aguardaban a lo largo de la ruta como manadas de lobos, listos para abalanzarse sobre la primera nave mercante que se cruzara con ellos. El número de mercaderes de largas distancias no dejaba de disminuir año tras año. La explicación de Trench resultaba completamente innecesaria, pues el tono fúnebre de su voz ya lo decía todo; un tono que incluso había provocado que el kemir dejara de roer por un momento y levantara la mirada hacia su amo.

Nico también lo miraba. Trench parecía haberse evaporado de la silla y haberse trasladado a las manchas de vino que moteaban el mantel. En un momento dado, cuando los últimos rayos de sol se posaron en él, levantó la vista sobresaltado, como regresando de un lugar remoto, e inclinó lentamente la cabeza hacia la luz agonizante. De perfil resaltaba su nariz aguileña —quizá el residuo genético de algún ancestro alhazií—, aunque allí, en su camarote, Trench no era más que un espectro del desierto de Alhazií; más bien parecía un khosiano de aspecto enfermizo que ejercía el mando con una mano izquierda en ocasiones vacilante y una mano derecha algo férrea, y en la que siempre asía un pañuelo blanco de algodón con encajes manchado de sudor.

Nico pinchó una patata de su plato y se la metió en la boca. Estaba fría y volvía a tener el estómago revuelto, aun así comió. No le gustaba el tema de la conversación. Al menos en Bar-Khos las murallas se mantenían en pie como símbolo de protección y la vida seguía su curso. Allí arriba lo único que había era cielo y, según parecía, una dependencia absoluta de los vientos y la buena fortuna. No sonaba demasiado prometedor.

Y después, ¿qué? Cheem, la isla de pésima fama de bandidos y reyes mendicantes, en cuyo interior montañoso, según Ash, se adentrarían en busca de la recóndita orden Roshun, donde entrenaría para convertirse en un asesino. Cuanto más pensaba en todo lo que le esperaba, más se alteraba. Las cosas parecían muy sencillas cuando vivía en Bar-Khos y sólo tenía que preocuparse de la lucha diaria por la supervivencia. Al menos entonces tenía a Boon a su lado.

Llegó un grito del exterior.

Trencha y Dalas se miraron. Otro grito. El kemir apresó con el pico los restos de la raíz dulce y trepó al hombro del capitán. Dalas se levantó —incluso encorvado rozaba con la cabeza las vigas del techo— y salió disparado.

—Se ha adelantado ligeramente a mis previsiones —masculló Trench, limpiándose los labios por última vez. Se puso en pie y su silla salió arrastrada hacia atrás—. Disculpadme, por favor.

El capitán se marchó con la copa en la mano, seguido por Berl con la botella de vino.

Nico y Ash se quedaron solos, inmersos en el repentino silencio.

—Una nave —le explicó Ash a su lado.

—¿Mannianos? —preguntó Nico con un hilo de voz.

—Vayamos a averiguarlo.

Al principio, Nico no distinguió nada en el frío firmamento crepuscular. Se había situado junto a Ash y escudriñaba en la misma dirección que los demás, incluido el kemir, pero no veía nada aparte de la superficie mate del agua bajo un cielo incierto.

Entonces lo divisó. Al este, sobre el mar: una vela blanca.

—¿Se distingue la bandera? —preguntó a Dalas el capitán.

Las rastas largas hasta la cintura del coriciano se contorsionaron cuando éste meneó la cabeza.

Other books

Accidentally Wolf by Elle Boon
My Cross to Bear by Gregg Allman
Nights of Villjamur by Mark Charan Newton
Hunted By The Others by Jess Haines
A Father's Affair by Karel van Loon
Sweet and Twenty by Joan Smith
P.S. I Loathe You by Lisi Harrison