—Ya está —dijo—. Puede que Hen Wen no resulte muy aterradora como emblema, pero aun así creo que es el más adecuado para un Ayudante de Porquerizo.
Salieron por las puertas del castillo. Gurgi cabalgaba al lado de Taran llevando el estandarte lo más arriba posible, y el viento hizo ondear la enseña de la Cerda Blanca. Espesos nubarrones se habían acumulado sobre la fortaleza ennegrecida por el humo y el túmulo funerario, cuya tierra recién amontonada ya estaba cubierta de escarcha. No tardaría en nevar.
Kaw había volado en línea recta hacia Annuvin desde el momento en que salió de Caer Dallben. Cuando se hallaba en las alturas el ave disfrutaba jugando en las ilimitadas extensiones del cielo y le encantaba flotar y deslizarse sobre los rebaños de ovejas blancas que eran las nubes, pero esta vez Kaw hizo a un lado toda tentación de entretenerse con el viento y no se desvió en lo más mínimo de su rumbo. El Avren relucía muy por debajo de él como si fuera un hilillo larguísimo de plata fundida; las copas de los árboles se alzaban negras y desnudas de hojas, interrumpidas de vez en cuando por extensiones de pinares de un verde oscuro que seguían las curvas de las colinas. Kaw siguió volando en dirección noroeste sin descansar apenas durante las horas del día. Sólo bajaba a la tierra para encontrar refugio entre las ramas de un árbol a la llegada del ocaso, cuando ni siquiera los agudos ojos del cuervo podían ver más allá de las sombras que se iban espesando poco a poco.
Voló durante días a gran altura por encima de las nubes para aprovechar las mareas de los vientos que le arrastraban tan deprisa como una hoja caída en un arroyo; pero cuando estaba pasando por encima del bosque de Idris acercándose cada vez más a los escarpados picachos de Annuvin, Kaw interrumpió su vuelo planeado y empezó a descender hacia el suelo manteniéndose alerta para captar cualquier movimiento en los pasos de montaña. Poco después divisó una columna de guerreros fuertemente armados que avanzaba en dirección norte. Cuando estuvo un poco más cerca de ellos pudo ver que eran Cazadores de Annuvin. Les siguió durante un rato, y cuando la columna hizo un alto acampando entre la espesura y los troncos achaparrados de los árboles Kaw aleteó hasta una rama baja y se instaló en ella. Los Cazadores se acuclillaron delante de las hogueras para cocinar y prepararon su comida del mediodía. El cuervo ladeó la cabeza y escuchó con toda su atención, pero los murmullos en los que hablaban le revelaron muy poco hasta que oyó las palabras «Caer Dathyl».
Kaw decidió cambiar de posición y voló hasta una rama más cercana. Un Cazador, un guerrero de aspecto bestial envuelto en una piel de oso, se fijó en el ave. El guerrero acogió aquella oportunidad de divertirse con una sonrisa llena de crueldad, y alargó las manos hacia su arco poniendo una flecha en la cuerda. Tomó puntería con gran rapidez y disparó la saeta. Los movimientos del Cazador habían sido muy veloces, pero los agudos ojos del cuervo los siguieron con idéntica velocidad. Kaw batió las alas y esquivó la flecha, que atravesó las ramas secas a poca distancia por encima de su cabeza haciendo mucho ruido. El Cazador maldijo tanto la flecha que había perdido como al cuervo, y se dispuso a volver a tensar la cuerda del arco. Kaw estaba tan satisfecho de sí mismo que lanzó un graznido gutural, y revoloteó raudamente por encima de los árboles con la intención de trazar un círculo y volver en busca de un puesto de escucha más seguro.
Y entonces aparecieron los gwythaints.
Kaw estaba tan absorto en su decisión de volver al campamento de los Cazadores que tardó un momento en captar el vuelo de aquellas tres aves enormes. Los gwythaints emergieron de un banco de nubes y se lanzaron hacia abajo con un rapidísimo batir de sus negras alas. La autosatisfacción de Kaw se desvaneció al instante. El cuervo se desvió para apartarse de su ataque e hizo un esfuerzo desesperado para ganar altura, pues no se atrevía a permitir que aquellas criaturas mortíferas dominaran el cielo por encima de él.
Los gwythaints también se desviaron rápidamente. Uno de ellos se separó de sus congéneres para perseguir al cuervo que huía. Los otros se elevaron hacia las nubes con vigorosos aleteos para emprender un nuevo ataque.
Kaw se obligó a seguir subiendo, y el gwythaint sólo había logrado acortar un poco la distancia que les separaba cuando el cuervo se abrió paso a través de un mar de neblina para emerger en una inmensidad barrida por el sol y tan llena de luz que casi le dejó cegado.
Los otros dos gwythaints estaban esperándole y se dejaron caer sobre él mientras lanzaban chillidos de furia. El perseguidor que tenía detrás empujó al cuervo hacia las criaturas que se le aproximaban. Kaw pudo ver los destellos de los picos relucientes y los ojos rojos como la sangre. Los gritos de triunfo de los gwythaints desgarraron el vacío del cielo. El cuervo frenó su avance fingiendo confusión. Cuando los gwythaints ya casi estaban encima de él invirtió todas sus energías en un desesperado batir de alas que le hizo salir disparado hacia adelante llevándole más allá de las garras tan afiladas como dagas.
El cuervo no había logrado escapar sin daños. Un gwythaint le había herido debajo del ala. Kaw logró zafarse de sus enemigos a pesar del dolor que le aturdía. El cielo abierto no le ofrecía ningún refugio, y ya no podía confiar en la rapidez de su vuelo para que le salvara. El cuervo descendió a toda velocidad hacia el suelo.
Los gwythaints no se dejaron engañar. El olor de la sangre les había enloquecido, y no estaban dispuestos a permitir que su presa se les escapara tan fácilmente. Se lanzaron en pos del cuervo para alcanzarle e impedir que llegara al bosque que se extendía bajo él.
Los árboles más altos subieron rápidamente hacia Kaw. El cuervo evitó sus copas y siguió descendiendo hacia los matorrales. El amasijo de ramas hizo que sus perseguidores tuvieran que ir más despacio. Kaw se deslizó a muy poca altura por encima del suelo sin que su vuelo se hiciera más lento por ello, y se fue internando más y más en el laberinto de maleza y arbustos. Las enormes alas de los gwythaints que tan bien les habían servido en las alturas pasaron a convertirse en un estorbo impidiéndoles atrapar a su presa. Las criaturas lanzaron chillidos de rabia, pero no hicieron ningún intento de internarse en el bosque. El cuervo se había comportado con la astucia de un zorro, y había buscado el refugio del suelo.
La luz del día ya había empezado a debilitarse. Kaw se preparó para pasar una noche de dolores e incomodidades. Al amanecer revoloteó cautelosamente hasta la copa de un árbol. Los gwythaints se habían ido, pero sus sentidos le dijeron que la persecución le había obligado a volar hacia el este alejándole considerablemente de Annuvin. El cuervo se dejó caer envaradamente del árbol y movió las alas hasta remontar el vuelo. Caer Cadarn se encontraba al sur, y quedaba más allá del alcance de sus cada vez más escasas fuerzas. Tenía que tomar una decisión deprisa mientras aún seguía quedándole vida y aliento. Kaw trazó un círculo en el cielo y voló pesadamente hacia su nuevo objetivo y su única esperanza.
Volar se había convertido en un tormento constante. Las alas le fallaban a menudo, y sólo las mareas de los vientos le mantenían en el cielo. Ya no podía viajar durante todo un día. Su herida le obligó a posarse cuando aún faltaba mucho para que llegara el ocaso, y no le quedó más remedio que esconderse entre los árboles. Tampoco podía volar más cerca del calor del sol, y estaba obligado a desplazarse a muy poca altura por encima del suelo, tan cerca de él que casi rozaba las copas de los árboles. Las tierras que se extendían por debajo de él parecían cobrar vida y llenarse de guerreros, tanto a pie como a caballo. Cuando se detenía para recuperar fuerzas Kaw se enteraba de su destino, y averiguó que, al igual que los Cazadores, todos iban hacia la fortaleza de los Hijos de Don. El aguijón de la alarma acabó imponiéndose al del dolor, y Kaw reemprendió el vuelo.
Y por fin, cuando ya llevaba un buen rato envuelto en el frío entumecedor de las montañas que se alzaban al noreste del río Ystrad, Kaw creyó distinguir lo que había estado buscando. El valle rodeado por las murallas verticales de los riscos y acantilados era un nido de verdor que destacaba entre las cimas coronadas de nieve. Una casita se hizo visible. La superficie azul de un lago brillaba bajo los rayos del sol. Una forma alargada que tenía los contornos de una embarcación resaltaba en el lado protegido de la ladera de una montaña. Los costillares y cuadernas del navío estaban recubiertos de musgo. Kaw se dejó caer hacia el valle con un débil batir de alas y se precipitó sobre él como si fuese una piedra.
Cuando sus ojos se cerraron fue vagamente consciente de unas mandíbulas que le sujetaban con firmeza y le alzaban de la hierba, y oyó una voz grave.
—Bien, Brynach, ¿qué nos has traído? —preguntó la voz.
Y el cuervo ya no se enteró de nada más.
Cuando volvió a abrir los ojos yacía sobre un blando nido de cañizo en una habitación llena de sol. Estaba muy débil, pero ya no sentía dolor. Le habían vendado la herida. Cuando agitó débilmente las alas un par de manos muy fuertes le alzaron con gran destreza y le calmaron.
—Despacio, despacio —dijo una voz—. Me temo que vas a estar atado a la tierra durante algún tiempo…
El rostro nudoso y lleno de arrugas de aquel hombre de barba blanca hacía pensar en un viejo roble envuelto por una ventisca de nieve. Su cabellera blanca colgaba por debajo de unos hombros muy anchos y nervudos, y una gema azul relucía en la banda de oro que circundaba su frente. Kaw no lanzó sus graznidos y chillidos de costumbre, y se limitó a inclinar humildemente la cabeza. Nunca había volado hasta ese valle, pero su corazón siempre había sabido que tenía aquel refugio esperándole. Un sentido secreto parecido a algún recuerdo oculto que compartía con todas las criaturas de los bosques de Prydain le había guiado infaliblemente, y el cuervo comprendió que había acabado llegando a la morada de Medwyn.
—Déjame ver, déjame ver… —siguió diciendo Medwyn mientras fruncía sus espesas cejas en busca de algo que llevaba mucho tiempo guardado en un rincón de su mente—. Tú debes de ser…, sí…, el parecido familiar es inconfundible. Eres Kaw, Hijo de Kadwyr. Sí, naturalmente… Disculpa que no te haya reconocido de inmediato, pero hay tantos clanes de cuervos que a veces confundo a uno con otro. Conocí a tu padre cuando no era más que una avecilla de patas flacas y débiles. —Sus recuerdos hicieron sonreír a Medwyn—. El muy bribón era un visitante asiduo de mi valle…, un ala rota que curar, una pata dislocada…, un percance detrás de otro.
«Espero que no sigas su ejemplo —añadió Medwyn—. Ya he oído hablar mucho de tu valor y de…, de cierta inclinación a…, bueno, digamos que a fanfarronear. También ha llegado a mis oídos que sirves a un Ayudante de Porquerizo que vive en Caer Dallben. Creo que se llama Melynlas. No, disculpa… Ése es su corcel. Naturalmente…, Melynlas, Hijo de Melyngar. El nombre del Ayudante de Porquerizo se me escapa por el momento, pero no importa. Sírvele con fidelidad, Hijo de Kadwyr, pues su corazón es bueno. De entre toda la raza de los hombres él ha sido uno de los pocos a los que he permitido la entrada en mi valle. En cuanto a ti, me parece que has estado muy cerca de los gwythaints. Ten cuidado. Son muchos los mensajeros de Arawn que vuelan por el cielo estos días. Pero ahora te encuentras a salvo, y no tardarás en estar levantado y revoloteando de un lado a otro.
Un águila inmensa posada en el respaldo de la silla de Medwyn observaba al cuervo. El lobo Brynach estaba sentado sobre sus cuartos traseros al lado del anciano. El lobo flaco y gris de ojos amarillos meneó la cola, alzó la cabeza hacia el cuervo y le sonrió. Un instante después una loba más pequeña con una mancha blanca en el pecho entró trotando en la habitación y se acostó al lado de su compañero.
—Ah, Briavael —dijo Medwyn—. ¿Has venido a saludar a nuestro visitante? Estoy seguro de que al igual que su padre tendrá una historia llena de grandes hazañas que contarnos…
Kaw habló en su propia lengua, que Medwyn entendía sin ninguna clase de problemas. Los rasgos del anciano se fueron poniendo muy serios mientras escuchaba. Cuando el cuervo hubo acabado de hablar Medwyn guardó silencio durante un tiempo con el ceño profundamente fruncido. Brynach dejó escapar un gemido de inquietud.
—Ha llegado —dijo Medwyn con voz cansada—. Tendría que haberlo adivinado, pues he captado un temor extraño entre los animales. Cada vez son más y más los que llegan hasta aquí huyendo de algo que ellos mismos apenas perciben con claridad… Cuentan que hay Cazadores y hombres armados por todas partes. Ahora comprendo el significado de esas noticias y lo que presagiaban. El día que siempre había temido ya está sobre nosotros, pero mi valle no puede acoger a todos los que buscan un refugio.
La voz de Medwyn había empezado a subir de tono y se encrespaba como un vendaval iracundo.
—La raza de los hombres se enfrenta a la esclavitud de Annuvin, y las criaturas de Prydain también se enfrentan a ella. La canción de la alondra vacilará y morirá bajo la sombra de la Tierra de los Muertos. Las galerías de los tejones y los topos se convertirán en prisiones. Ningún animal o pájaro correrá o volará con la alegría de un corazón libre. Aquellos que no sean sacrificados…, su destino será el de los gwythaints, convertidos en cautivos hace mucho tiempo y torturados hasta que se doblegaron y esos espíritus que habían sido amables y bondadosos quedaron deformados para que Arawn pudiese utilizarlos con vistas a sus viles fines.
Medwyn se volvió hacia el águila.
—Tú, Edyrnion, vuela rauda a los nidos de las montañas de tus parientes. Pídeles que acudan con toda su fuerza y sin que ni una sola falte a la cita.
»Tú, Brynach, y tú, Briavael —ordenó mientras la pareja de lobos erguían las orejas—, extended la alarma entre vuestros congéneres; entre los osos que tienen garras para golpear y patas para aplastar; entre los ciervos de cornamenta afilada y entre todos los moradores del bosque grandes o pequeños.
Medwyn se había puesto en pie irguiéndose cuan alto era. Sus manos se tensaron como las raíces del árbol que se aferran a la tierra. El cuervo le contempló en silencio, tremendamente impresionado. Los ojos de Medwyn parecían arder, y cuando habló la voz que salió de sus labios era como el retumbar del trueno.
—Habladles en mi nombre y decidles que éstas son las palabras del que construyó un navío cuando las aguas oscuras inundaron Prydain, de aquel que hace muchísimo tiempo llevó a sus primeros progenitores hasta un lugar seguro. Ahora cada nido y cada madriguera tiene que convertirse en una fortaleza contra esta inundación de maldad. Que cada criatura vuelva el pico, el diente y la garra contra todos aquellos que sirven a Arawn, Señor de la Muerte.