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Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Fantástico, Aventuras, Infantil y Juvenil

El Gran Rey (8 page)

BOOK: El Gran Rey
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Glew se limitó a sorber aire por la nariz con expresión altiva y se negó a moverse.

Eilonwy estaba tan impaciente que pateó el suelo.

—¿Queréis daros prisa de una vez? Hemos venido a cuidar del señor Gwydion y a duras penas si somos capaces de cuidar de nosotros mismos.

El antiguo gigante consintió en montar sobre Lluagor y cabalgar detrás de la princesa, y volvieron a emprender la marcha; pero de repente a Llyan se le metió en la cabeza que tenía ganas de jugar. La gata salió disparada hacia adelante moviéndose sobre sus enormes zarpas acolchadas y empezó a perseguirse alegremente la cola mientras el desesperado bardo se aferraba a los mechones leonados de su cuello. Fflewddur pasó grandes apuros para impedir que Llyan rodara sobre sí misma con él montado encima.

—Casi…, casi nunca hace este tipo de cosas —jadeó el bardo mientras Llyan daba grandes saltos trazando un círculo alrededor de los compañeros—. ¡Siempre ha sido muy…, muy educada! Reñirla no…, no sirve de nada. ¡No hace ningún… caso!

Fflewddur acabó viéndose obligado a descolgar su arpa del hombro, cosa que hizo con bastantes dificultades, y tañó las cuerdas arrancándoles una melodía hasta que Llyan volvió a calmarse.

Poco después del mediodía el bardo oyó las débiles y lejanas notas del cuerno de Taran.

—Están preocupados por nosotros —dijo Fflewddur—. Espero que no tardaremos en reunimos con ellos.

Los compañeros siguieron avanzando a la máxima velocidad posible, pero la distancia que se interponía entre los dos grupos aumentó en vez de disminuir, y al caer la noche tuvieron que detenerse. Estaban tan cansados que se quedaron dormidos enseguida.

A la mañana siguiente se pusieron en marcha muy temprano, lo que según los cálculos de Fflewddur sirvió para permitirles reducir la distancia que les separaba de Taran y los demás a menos de medio día de viaje. El rey Rhun tenía más ganas que nunca de llegar a Caer Cadarn, y procuró extraer el máximo de velocidad de su montura gris; pero la yegua era mucho más lenta que Llyan y Lluagor, y Fflewddur y Eilonwy no tenían más remedio que tirar a cada momento de las riendas de sus monturas.

A mediados de la tarde el rey Rhun lanzó un grito de alegría. Caer Cadarn se encontraba a muy poca distancia de ellos. Podían ver con toda claridad el estandarte de Smoit alzándose más allá de los árboles. Los compañeros se disponían a seguir avanzando sin perder ni un momento, pero Eilonwy frunció el ceño y volvió a alzar la mirada hacia el estandarte que revoloteaba al viento.

—Qué extraño… —observó la princesa—. Veo el viejo y alegre oso del rey Smoit, pero a estas alturas Gwydion ya debe de estar allí y no veo ondear el estandarte de la Casa de Don. La reina Teleria me enseñó que la cortesía siempre exige que el noble de un cantrev haga ondear la bandera del Sol Dorado de Don cuando algún miembro de la Casa Real le visita.

—Eso es muy cierto en circunstancias ordinarias —dijo Fflewddur—, pero dudo mucho que Gwydion quiera que alguien pueda enterarse de dónde se halla en estos momentos, le habrá dicho a Smoit que prescindiese de las formalidades, lo cual es una precaución de lo más prudente.

—Sí, claro —replicó Eilonwy—. No tendría que haber pensado en las exigencias de la cortesía. Eres muy listo, Fflewddur.

El bardo sonrió de oreja a oreja.

—Es la experiencia, princesa…, una larga experiencia. Pero no temáis. El tiempo también os traerá esa clase de sabiduría.

—Aun así resulta curioso que las puertas estén cerradas —dijo Eilonwy mientras seguían acercándose al castillo—. Conociendo al rey Smoit lo lógico sería suponer que estarían abiertas de par en par y que habría una guardia de honor esperándonos, con el rey Smoit en persona al frente de ella.

Fflewddur quitó importancia a la observación de la muchacha con un gesto de la mano.

—No tiene nada de extraño —dijo—. El señor Gwydion ha partido para recorrer un camino lleno de peligros, no para embarcarse en una ronda de celebraciones. Yo sé muy bien cómo se hacen estas cosas… He tomado parte en un millar de misiones secretas…, ah…, bueno, puede que en una o dos —se apresuró a añadir—. Ya me esperaba ver Caer Cadarn tan herméticamente cerrado como una ostra, y no me sorprende en lo más mínimo.

—Sí, estoy segura de que estás mucho más enterada que yo acerca de estas cosas —dijo Eilonwy, pero vaciló y forzó la vista para examinar el castillo al que los compañeros se estaban acercando rápidamente—. Pero que yo sepa el rey Smoit no se halla en guerra con sus vecinos. Dos vigías en las murallas tendrían que ser una vigilancia más que suficiente… ¿Para qué necesita tener a todo un grupo de arqueros apostado en ellas?

—Para proteger al señor Gwydion, naturalmente —replicó Fflewddur.

—Pero si nadie sabe que Gwydion se encuentra aquí… —insistió Eilonwy.

—¡Gran Belin! —gritó el bardo mientras tiraba de las riendas de Llyan—. Estás consiguiendo que me empiece a dar vueltas la cabeza. ¿Acaso intentas decir que Gwydion no se encuentra en Caer Cadarn? Si no está allí no tardaremos mucho en enterarnos, y si está allí también nos enteraremos de ello. —Fflewddur se rascó la cabeza desordenando todavía más su ya revuelta cabellera amarilla—. Pero si no está allí entonces… Bueno, ¿por qué no está allí? ¿Qué puede haber ocurrido? Y si está allí entonces no hay nada de qué preocuparse. Pero si no está allí… Oh, maldición y condenación, la verdad es que has conseguido ponerme muy nervioso. No entiendo…

—Yo tampoco lo entiendo —dijo Eilonwy—. Lo único que sé y ni siquiera lo sé con seguridad es que… Bueno, no puedo explicarlo. Yo… Veo al castillo como torcido…, no, no se trata de ver. ¿Será el sabor? No… ¡Bueno, no importa! —exclamó—. Siento escalofríos y se me ha puesto la piel de gallina, y no me gusta nada. No dudo que tengas mucha experiencia, pero todas y cada una de mis antepasadas fueron encantadoras; y si no hubiera escogido convertirme en una joven dama yo también lo habría sido.

—¡Encantamientos! —murmuró el bardo poniendo cara de incomodidad—. Manteneos alejados de ellos. No metáis las narices en ese tipo de asuntos. También tengo experiencia en eso, y mi experiencia me indica que siempre acaban mal.

—Si la princesa tiene la sensación de que algo anda mal para mí será un placer adelantarme y descubrir qué ocurre —intervino Rhun—. Llamaré a la puerta con toda franqueza y les preguntaré si ha ocurrido algún percance.

—Tonterías —replicó Fflewddur—. Estoy segurísimo de que todo va bien. —Una cuerda del arpa se partió en dos con un sonoro chasquido. El bardo carraspeó—. No, no estoy nada seguro de ello. ¡Oh, qué más da! La chica me ha metido una idea entre ceja y ceja, y ahora no consigo sacármela de la cabeza. Por un lado parece que todo está como debería estar, pero por otro lado parece que nada está como debería estar.

»Bueno, para que te tranquilices de una vez…, ah…, no, para tranquilizarme de una vez —dijo Fflewddur volviéndose hacia la princesa— yo seré el que averigüe lo que está ocurriendo. Soy un bardo que va de un lado a otro, por lo que puedo ir y venir como me plazca. Si algo anda mal nadie sospechará de mí, y si todo va bien el que eche un vistazo antes no habrá perjudicado a nadie. Quedaros aquí. Volveré lo más pronto posible. Cuando estemos sentados a la mesa del rey Smoit nos reiremos de todo esto —añadió sin demasiada convicción.

El bardo desmontó, pensando que sería más prudente no atraer la atención yendo montado sobre Llyan.

—Y tú intenta no hacer ninguna travesura —advirtió a Glew—. No me gusta nada tener que perderte de vista, pero Llyan no apartará los ojos de ti. Tiene la vista mucho más aguda que la mía…, y los dientes mucho más grandes y afilados.

El bardo avanzó a pie hasta el castillo. Pasado un rato, Eilonwy vio abrirse las puertas, y Fflewddur desapareció detrás de ellas. Después todo quedó en silencio.

Al anochecer la muchacha ya estaba considerablemente alarmada, pues no había ni rastro del bardo. Los compañeros se habían ocultado en un bosquecillo para aguardar el regreso de Fflewddur, pero Eilonwy se sentía incapaz de seguir esperando. Se puso en pie y contempló el castillo con cara de preocupación.

—¡Todo va terriblemente mal! —exclamó, dando un impaciente paso hacia adelante.

El rey Rhun la obligó a retroceder.

—Quizá no —dijo—. En tal caso Fflewddur habría vuelto inmediatamente para advertirnos. Estoy seguro de que Smoit le ha invitado a cenar, o… —Rhun aflojó la espada en su vaina—. Iré a echar un vistazo.

—¡No, no lo harás! —gritó Eilonwy—. Tendría que haber ido yo. Oh, no sé por qué permití que Fflewddur me convenciera de que sería mejor que fuese en mi lugar.

Pero Rhun insistió. Eilonwy se negó a dejarle marchar. La disputa que siguió, apasionada aunque mantenida en susurros, fue interrumpida por la repentina aparición del bardo. Fflewddur entró en el bosquecillo jadeando y tambaleándose.

—¡Es Magg! ¡Les ha capturado a todos! —Si su voz hubiera tenido color éste habría sido tan grisáceo como el que revelaban los rayos de luna que caían sobre su rostro—. ¡Están cautivos! ¡Prisioneros! ¡Atrapados!

Eilonwy y Rhun escucharon con expresiones de perplejidad el relato de lo que Fflewddur había logrado descubrir.

—Los guerreros no saben quiénes son los prisioneros, sólo que aparte de Smoit hay cuatro hombres más encerrados por traición. ¡Oh, sí, vaya traición! ¡Les han engañado contándoles no sé qué historias! Pero hay algo más que eso, un plan oculto que no he logrado descubrir. Creo que los centinelas tenían órdenes de hacer prisionero a quien entrara en el castillo. Por suerte esas órdenes no parecían incluir a los bardos errabundos. Es tan normal que un bardo aparezca de repente y se gane la cena cantando que a los centinelas no les extrañó en lo más mínimo mi presencia, aunque no dejaron de vigilarme ni un momento y no permitieron que me acercara a la Gran Sala de Smoit o al cuarto de las viandas en el que han encerrado a los prisioneros; pero vi un momento a Magg. ¡Oh, esa araña rastrera y sus sonrisitas burlonas! ¡Si pudiera haberle atravesado con mi espada allí mismo!

»Los guerreros me tuvieron allí tocando el arpa hasta que pensé que se me iban a caer los dedos —concluyó apresuradamente—. De no haber sido por eso habría regresado hace mucho rato. No me atrevía a dejar de tocar por miedo a que se olieran que algo iba mal. ¡Ah, sí, hay algo que oler y es la pestilencia que desprende esa rata llamada Magg! —gritó con furia.

—¿Cómo vamos a rescatarles? —preguntó Eilonwy—. No me importa por qué están encerrados. Ya nos enteraremos después. Lo primero es sacarles de allí.

—No podemos —respondió Fflewddur con desesperación—. Es imposible…, por lo menos no siendo sólo cuatro. Y digo cuatro contando a Glew, con el que no se puede contar en ninguna circunstancia.

Glew soltó un bufido. Normalmente el hombrecillo no demostraba interés por nada que no le afectase de una forma muy directa, pero desde la llegada de Fflewddur parecía estar muy nervioso y preocupado.

—Cuando era un gigante podría haber derribado las murallas —dijo.

—Deja de recordarnos que hubo un tiempo en el que eras un gigante —replicó secamente Fflewddur—. Ahora no lo eres. Nuestra única esperanza es adentrarnos en el cantrev, contar lo que ha ocurrido a uno de los señores del cantrev y conseguir que reúna un grupo de guerreros para atacar el castillo.

—Haría falta demasiado tiempo —exclamó Eilonwy—. ¡Oh, callaros y dejadme pensar!

La muchacha se dirigió de nuevo al claro y volvió los ojos con expresión desafiante hacia el castillo, el cual respondió arrojándole su propio y oscuro desafío. La mente de Eilonwy funcionaba a toda velocidad, pero no conseguía formar ningún plan. Se disponía a dar la espalda al castillo con una exclamación que era mitad sollozo y mitad grito de ira, cuando un movimiento al lado de un árbol cercano atrajo su atención. Eilonwy se quedó inmóvil. No se atrevía a volver la cabeza, pero miró por el rabillo del ojo y vio a una extraña sombra agazapada junto al árbol. La sombra estaba inmóvil cuando no lo había estado antes. Eilonwy fingió que seguía su camino y que avanzaba hacia donde se encontraban Fflewddur y Rhun, pero en realidad se fue acercando poco a poco al árbol.

Y saltó sobre la silueta agazapada moviéndose tan deprisa como Llyan. Una parte de la sombra rodó sobre sí misma yendo en una dirección, y el resto empezó a emitir gritos ahogados. Eilonwy pateó, dio puñetazos y arañó. Fflewddur y el rey Rhun estuvieron a su lado pasado un instante. El bardo agarró a la silueta que se debatía por un extremo, y el rey Rhun la agarró por el otro.

Eilonwy retrocedió y sacó rápidamente su juguete de entre los pliegues de su capa. La esfera empezó a brillar apenas la colocó en la palma de su mano. Eilonwy la acercó un poco más a la silueta que seguía debatiéndose, y el estupor la dejó boquiabierta. Los rayos dorados iluminaron un rostro pálido y lleno de arrugas en el que destacaba una nariz muy larga, que caía hacia una boca fruncida en una mueca melancólica. Mechones de cabellos que parecían telarañas flotaban sobre un par de ojos lacrimosos y aterrorizados que no paraban de parpadear.

—¡Gwystyl! —exclamó Eilonwy—. ¡Gwystyl del Pueblo Rubio!

El bardo aflojó su presa. Gwystyl se irguió, se frotó los flacos brazos y se puso en pie envolviéndose en los pliegues de su capa como si esperara que éstos pudieran defenderle de nuevos ataques.

—Qué alegría volver a veros… —farfulló—. Es un placer, creedme. He pensado en vosotros muy a menudo. Adiós. Lo siento, pero tengo muchísima prisa y no me puedo quedar ni un momento más.

—¡Ayúdanos! —suplicó Eilonwy—. Gwystyl, te lo rogamos… Nuestros compañeros están cautivos en el castillo de Smoit.

Gwystyl se llevó las manos a la cabeza y sus facciones se arrugaron en una mueca de abatimiento.

—Por favor, por favor, no grites —dijo—. Esta noche no me encuentro nada bien. No me siento con fuerzas para aguantar que me griten… ¿Y te importaría dejar de meterme esa luz en los ojos? No, no, es realmente demasiado… Que te tiren al suelo y se te sienten encima es más que suficiente sin que además tengas que ver cómo la gente te pellizca, te grita y te deja medio ciego. Tal como estaba diciendo… Ah, sí, ha sido maravilloso tropezarme con vosotros. Me encantaría ayudaros, naturalmente, pero quizá en otro momento, ¿eh? Cuando no esté tan nervioso y preocupado, ¿de acuerdo?

—Gwystyl, ¿es que no lo entiendes? —gritó Eilonwy—. ¿Es que no has estado escuchando nada de lo que te he dicho? ¿En otro momento? Tienes que ayudarnos ahora mismo. La espada de Gwydion ha sido robada. ¡Dyrnwyn le ha sido arrebatada! ¡Arawn la tiene en su poder! ¿Es que no comprendes lo que eso significa? ¿Cómo va a arreglárselas Gwydion para recuperar la espada si está prisionero y su propia vida corre peligro? Y Taran…, y Coll, y Gurgi…

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