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Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Fantástico, Aventuras, Infantil y Juvenil

El Gran Rey (5 page)

BOOK: El Gran Rey
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—Hen Wen nos ha dicho todo lo que podía, y me temo que ya nunca sabremos nada más a través de ella. He vuelto a estudiar los símbolos que indicó, esperando contra toda esperanza haberlos interpretado erróneamente la primera vez. —Dallben estaba muy serio, tenía los ojos bajos y hablaba con dificultad, como si tuviera que arrancar cada palabra de lo más hondo de su corazón—. Le pregunté cómo se podía recuperar a Dyrnwyn. Escuchad la respuesta que nos ha dado:
Mejor harías pidiendo a la piedra muda y a la roca sin voz que te hablaran
.

»Ése es el mensaje transmitido por Hen Wen que he obtenido al descifrar los símbolos de la primera varilla —dijo Dallben—. En cuanto a si es una negativa a hablar, una profecía en sí o una advertencia de que no debía seguir haciendo preguntas, no tengo forma alguna de saberlo; pero los símbolos de la segunda varilla revelan el destino de la misma Dyrnwyn.

Dallben siguió hablando, y las palabras del encantador llenaron a Taran de una fría angustia que se abrió paso hasta lo más profundo de su ser atravesándole como el mandoble de una espada.

Extinguida quedará la llama de Dyrnwyn

y esfumado su poder.

La noche se convertirá en mediodía

y los ríos arderán con fuego helado

antes de que Dyrnwyn sea recuperada.

El anciano inclinó la cabeza y guardó silencio durante un tiempo.

—La tercera varilla fue destruida antes de que Hen Wen pudiera completar su mensaje —dijo por fin—. Nos habría revelado más cosas; pero a juzgar por las dos primeras partes de la profecía no tendríamos más motivos para albergar esperanzas de los que tenemos ahora.

—Las profecías se burlan de nosotros —dijo Taran—. Hen tenía razón. Pedir ayuda a las piedras nos habría sido igual de útil…

—¡Y lo que nos hubiesen dicho habría tenido tanto sentido como esas profecías! —exclamó Eilonwy— Hen podría haberse dejado de rodeos y habernos dicho directamente que nunca conseguiríamos recuperar a Dyrnwyn. La noche nunca puede ser el mediodía, y no hay más que hablar.

—En todos mis viajes nunca he visto arder ni siquiera un riachuelo, por no mencionar un río —añadió Fflewddur—. La profecía es doblemente imposible.

—Y sin embargo sería algo maravilloso de ver —dijo el rey Rhun con ¡nocente entusiasmo—. ¡Ojalá pudiera ocurrir!

—Me temo que no llegarás a verlo, rey de Mona —dijo Dallben con voz abatida.

Gwydion, que había estado sentado a la mesa dando vueltas a los fragmentos de las varillas entre sus dedos con expresión pensativa, se puso en pie y habló a los compañeros.

—La profecía de Hen Wen no nos da muchos ánimos, y está muy lejos de lo que había esperado oír —dijo—. Pero cuando las profecías no proporcionan ayuda, los hombres deben buscarla en sí mismos. —Sus manos se tensaron y partieron en dos el fragmento de madera de fresno que sostenían—. Buscaré a Dyrnwyn mientras viva y siga alentando. La profecía no cambia mis planes, y sólo hace todavía más apremiante el que me ponga en acción de inmediato.

—Entonces permitid que os acompañemos —dijo Taran poniéndose en pie y mirando a Gwydion—. Aceptad nuestra fuerza hasta que hayáis recobrado la vuestra.

—¡Exactamente! —Fflewddur se levantó de un salto—. No prestaré ninguna atención a que los ríos ardan o no. ¿Pedir a las piedras que hablen? Se lo pediré al mismísimo Arawn. ¡No podrá guardar secretos de un Fflam!

Gwydion meneó la cabeza.

—Cuantos más hombres haya mayor será el riesgo en esta empresa. Es algo que se hará mejor en soledad. Si hay que arriesgar alguna vida ante Arawn, Señor de la Muerte, esa vida tiene que ser la mía.

Taran se inclinó ante él, pues el tono empleado por Gwydion no admitía discusión.

—Si tal es vuestra voluntad… —dijo—. Pero ¿y si Kaw fuese volando hasta Annuvin? Enviadle para que os preceda. Irá hasta allí y volverá lo más deprisa posible trayendo consigo noticias sobre lo que haya podido descubrir.

Gwydion contempló en silencio a Taran durante unos momentos, y acabó asintiendo en señal de aprobación.

—Veo que has hallado alguna sabiduría en tus vagabundeos, Ayudante de Porquerizo… Tu plan es bueno. Kaw quizá me sea más útil que todas vuestras espadas, pero no le aguardaré aquí. Hacerlo me obligaría a perder demasiado tiempo. Que averigüe cuanto pueda en Annuvin y que se reúna conmigo después en el castillo del rey Smoit, en Cantrev Caddifor. El reino de Smoit se encuentra en el camino que he de seguir para llegar hasta Annuvin, y así cuando Kaw se encuentre conmigo ya habré hecho la mitad de mi viaje.

—Por lo menos podemos acompañaros hasta el castillo del rey Smoit —dijo Taran— y protegeros hasta que hayáis recorrido una buena parte de la distancia. Es posible que los Cazadores de Arawn sigan deseando vuestra muerte y que estén acechando en algún tramo del trayecto desde aquí hasta Cantrev Caddifor.

—¡Villanos repugnantes! —exclamó el bardo—. ¡Asesinos traicioneros! Esta vez probarán mi espada. Que nos ataquen… ¡Ah, espero que lo hagan! —Una cuerda del arpa se partió con un sonoro chasquido que hizo vibrar todo el instrumento—, Eh… Sí, bueno… No era más que una manera de hablar —dijo Fflewddur con expresión abatida—. La verdad es que espero que no nos encontremos con ninguno. Podrían crearnos problemas y retrasarnos.

—Nadie ha tomado en consideración las molestias e inconvenientes que todo esto puede suponer para mí —dijo Glew.

El antiguo gigante había salido de la cocina y les estaba contemplando con cara de malhumor.

—¡Comadreja! —murmuró Fflewddur—. Dyrnwyn ha desaparecido, no sabemos si nuestras vidas corren peligro y él se queja de las molestias… No cabe duda de que es un hombrecillo, y siempre lo fue.

—Dado que nadie ha hablado de ello parece ser que no se me va a pedir que os acompañe —dijo Eilonwy—. Muy bien, no insistiré.

—Tú también te has vuelto más sabia, princesa —dijo Dallben—. Veo que los días que pasaste en Mona no han sido desperdiciados.

—Naturalmente —siguió diciendo Eilonwy—, después de que os hayáis marchado quizá se me ocurra pensar que hace un día muy agradable para dar un paseito e ir a recoger flores silvestres que podrían resultar muy difíciles de encontrar, sobre todo porque ya casi estamos en invierno. Oh, no es que vaya a seguiros, comprendedlo, pero podría darse la casualidad de que me extraviara y el azar podría hacer que me topara con vosotros. Cuando eso ocurriera ya sería demasiado tarde para que volviera aquí…, sin que yo tuviera la culpa de ello, claro está.

Una sonrisa iluminó el rostro de Gwydion disipando el cansancio y la preocupación durante unos momentos.

—Que así sea, princesa —dijo—. Siempre acepto aquello que no puedo evitar que ocurra. Cabalgad conmigo quienes queráis hacerlo, pero no iréis más lejos de la fortaleza de Smoit en Caer Cadarn.

—Ah, princesa… —Coll suspiró y meneó la cabeza—. El señor Gwydion ha hablado, y no seré yo quien diga otra cosa; pero no creo que sea correcto que una joven dama se salga con la suya de esta manera.

—Desde luego que no —dijo Eilonwy—. Eso es lo primero que me enseñó la reina Teleria: una dama nunca insiste en salirse con la suya. De repente y antes de que hayas podido darte cuenta de lo que ocurre, todo se arregla de una forma u otra y te sales con la tuya sin haberlo intentado. Pensé que nunca aprendería, pero en cuanto le has pillado el truco la verdad es que resulta sencillísimo.

Taran levantó a Kaw de su percha al lado del fuego y le llevó hasta la puerta sin perder ni un momento. Esta vez el cuervo no chasqueó el pico ni se puso a parlotear. En vez de sus roncos graznidos, maliciosas travesuras y protestas burlonas de costumbre el cuervo se inclinó sobre la muñeca de Taran, ladeó la cabeza clavando un reluciente ojo en su rostro y le escuchó con gran atención mientras Taran le explicaba cuidadosamente la tarea que debía llevar a cabo.

Taran alzó el brazo y Kaw batió sus lustrosas alas en señal de despedida.

—¡Annuvin! —graznó Kaw—. ¡Dyrnwyn!

El cuervo se alejó volando. Unos momentos después Kaw ya se encontraba flotando a gran altura sobre Caer Dallben. El viento se lo llevó como si fuera una hoja, y le dejó suspendido sobre las cabezas de los compañeros que le observaban. Después Kaw salió despedido en dirección noroeste con un elegante agitar de sus alas. Taran forzó la vista para seguir su vuelo hasta que el cuervo se desvaneció entre las nubes que se acumulaban sobre el horizonte. Taran acabó dándole la espalda mientras se sentía invadido por la tristeza y la inquietud. Estaba seguro de que Kaw se mantendría alerta en todo momento para escapar a los peligros del viaje: las flechas de los Cazadores; las crueles garras y los picos feroces de los gwythaints, los temibles mensajeros alados de Arawn… Los gwythaints habían atacado en más de una ocasión a los compañeros, e incluso los que aún no eran adultos podían llegar a resultar muy peligrosos.

Taran aún se acordaba del joven gwythaint cuya vida había salvado cuando era un muchacho, y no había olvidado las afiladas garras del pájaro. A pesar del valeroso corazón y el agudo ingenio de Kaw, Taran temía por la seguridad del cuervo, y la empresa de Gwydion le inspiraba un temor aún más grande; y un instante después tuvo el presentimiento de que un destino aún más terrible podía cabalgar sobre las alas extendidas de Kaw.

Se acordó que en cuanto los viajeros hubieran llegado al Gran Avren el rey Rhun escoltaría al malhumorado Glew hasta el navío anclado en el río y que Glew aguardaría su regreso allí, pues Rhun estaba decidido a cabalgar con Gwydion hasta Caer Cadarn. Glew había dejado bien claro que esperar a bordo del navío que se balanceaba lentamente de un lado a otro le resultaría tan poco agradable como el tener que dormir sobre los duros guijarros de la orilla; pero las protestas del antiguo gigante no consiguieron convencer al rey de Mona de que alterara sus planes.

Los compañeros empezaron a sacar los caballos del establo mientras Gwydion celebraba un último y apresurado consejo con Dallben. El sabio Melyngar, el corcel blanco de crines doradas de Gwydion, aguardaba tranquilamente la llegada de su amo. Melynlas, la montura de Taran, piafaba y pateaba impacientemente el suelo con los cascos delanteros.

Eilonwy ya había montado sobre su favorita, la yegua baya llamada Lluagor. La princesa llevaba consigo dentro de un pliegue de su capa su posesión más preciada, la esfera dorada que despedía una brillante claridad cuando la sostenía en sus manos.

—Voy a dejar esa corona tan incómoda aquí —declaró Eilonwy—. No sirve de nada aparte de para recogerte el pelo, y me parece que eso no merece aguantar la molestia de las ampollas; pero antes preferiría caminar sobre mis manos que marcharme sin mi juguete. Además, si en algún momento necesitamos una luz así tendremos una. Eso es mucho más práctico que llevar un aro alrededor de la cabeza. —También había guardado dentro de una alforja el bordado que había empezado a hacer para Taran, pues tenía la intención de terminarlo durante el trayecto—. En cuanto ponga manos a la obra quizá decida cambiar el color de los ojos de Hen Wen —añadió.

La montura de Fflewddur era Llyan, la enorme gata de color leonado tan grande como un caballo. En cuanto vio al bardo Llyan empezó a ronronear estruendosamente, y Fflewddur tuvo grandes dificultades para impedir que el poderoso animal le derribara al suelo con los cariñosos empujones de su hocico.

—¡Un poco menos de ímpetu, vieja amiga! —gritó el bardo mientras Llyan metía su gran cabeza entre su cuello y su hombro—. Ya sé que quieres escuchar una melodía de mi arpa. Te prometo que después la tocaré para ti.

Glew había reconocido a Llyan nada más verla.

—No es justo —resopló—. Llyan me pertenece, y yo soy su legítimo propietario.

—Sí —replicó Fflewddur—, especialmente teniendo en cuenta la cantidad de pociones repugnantes que llegaste a preparar en el pasado para hacerla crecer… Si quieres montar en ella puedes intentarlo cuando te apetezca, aunque te advierto que la memoria de Llyan es más larga que su rabo.

Y lo cierto era que Llyan había empezado a menear el rabo de un lado a otro en cuanto vio a Glew. La gata se alzó como una torre sobre el rechoncho hombrecillo, sus ojos amarillos despidieron llamaradas, le temblaron los bigotes y sus peludas orejas se inclinaron hasta quedar pegadas a su cabeza; y de su garganta salió un sonido que no se parecía en nada a los ronroneos con los que había dado la bienvenida al bardo.

Fflewddur se apresuró a tocar una melodía con su arpa. Llyan apartó los ojos de Glew, y su boca se curvó en una inmensa sonrisa mientras parpadeaba contemplando al bardo con ternura.

Pero el normalmente ya pálido rostro de Glew se había vuelto aún más pálido, y se apresuró a apartarse de la gata.

—Cuando era un gigante todo iba mucho mejor —murmuró.

El rey Rhun ensilló su montura, una yegua gris con manchas marrones. Coll, quien también había decidido acompañar a Gwydion, montaría a la grupa de Llamrei, la yegua alazana hija de Melynlas y Lluagor, y a Glew no le quedó más elección que trepar a la grupa del peludo pony de Gurgi e instalarse detrás de él, un arreglo que ninguna de las tres partes implicadas pareció encontrar demasiado agradable. Taran, mientras tanto, ayudaba a Coll a buscar armas en los establos, la forja y los cobertizos de las herramientas.

—Hay muy pocas —dijo Coll—. Estas lanzas me han resultado muy útiles como palos para aguantar las judías —añadió el robusto guerrero—. Esperaba no volver a tener que usarlas nunca más para otro propósito… Ay, la única hoja que puedo dar a Gwydion está oxidada por haber pasado tanto tiempo sosteniendo el tronco de un manzano. En cuanto a cascos, no hay ninguno salvo mi gorra de cuero, y los gorriones han anidado en ella. No les molestaré, pero mi calva es tan dura como el cuero —dijo Coll guiñando un ojo—. Bastará para protegerme durante el trayecto hasta Caer Cadarn y el regreso.

»Y tú, muchacho —siguió diciendo Coll con voz jovial, aunque no se le había pasado por alto el fruncimiento de inquietud que arrugaba la frente de Taran—, aún recuerdo aquellos días en los que un Ayudante de Porquerizo habría dado saltos de alegría ante la oportunidad de cabalgar al lado del señor Gwydion… En cambio ahora tienes un aspecto tan lúgubre y triste que pareces un repollo ennegrecido por las heladas.

Taran sonrió.

—Si Gwydion me lo permitiera iría a Annuvin ahora mismo. Lo que dices es cierto, viejo amigo… Para el muchacho que yo era entonces esto habría sido una osada aventura llena de gloria. Quizá no haya aprendido muchas cosas, pero he aprendido que la vida de un hombre vale más que la gloria y que un precio pagado en sangre siempre es un precio doloroso y demasiado caro.

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