—¿Quién es ese pintor?
—Ya te lo contaré mañana despacio en la avioneta.
—¿Adónde vamos?
—Tengo que llevaros a las dos a un lugar secreto.
Al día siguiente el piloto nos recoge en la pista pequeña. Nos despedimos de Malcolm. Cuando regresemos él ya habrá salido hacia Delhi. La niña le dice adiós a través de la ventanilla circular mientras cogemos velocidad, y sigue haciéndolo desde el aire.
Sobrevolamos la selva en dirección al departamento norteño de Piura. Aterrizamos en una explanada en mitad de la cordillera de los Andes. Vamos en autobús hasta Huancabamba, y de allí sobre unas yeguas, montaña arriba, hasta el nacimiento de un río. El olor a hierba impregna la inmensidad que tenemos al frente, el valle de laderas cubiertas por tupidos ponchos de trigo y el barranco abierto, sin caminos a la vista, como si hubiésemos subido por ningún sitio. También huele al sol suave que se asoma entre las nubes prendiéndoles los bordes. Entonces tocamos el cielo.
Saco unas banderolas tibetanas de oración que traigo escondidas en la mochila.
—¿De dónde las has sacado? —se sorprende Martha—. ¡No sabía que las tenías!
—Era parte del secreto. La tarde que abandoné Delhi, el lama de Dharamsala me pidió un último favor. Me rogó que lo hiciera en memoria de su compañero muerto, y también de Lobsang Singay y de todos los demás lamas que han pasado a contemplar el mundo desde ese lugar en el que puedes mecerte en el ojo de un huracán o dormir sobre la estela de un cometa, como él dijo. Le prometí que compraría estas banderolas en el aeropuerto y que os traería aquí a las dos.
—¿Dónde estamos?
—Lo llaman las Huaringas.
—Es precioso. ¡Dime ya por qué estamos aquí! ¡No puedo más!
—En estas montañas respiras el Tíbet.
—¿Cómo?
—Cuando el Tíbet fue invadido, gran parte de la energía que logró escapar del fuego se refugió aquí, justamente aquí.
Martha me mira con los ojos abiertos como platos.
—¡No puede ser! —se queja—. ¡No es posible que no conozca esa historia!
—Según me dijo el lama, cuenta la leyenda que la energía del Tíbet vagó por toda la tierra buscando el rincón idóneo para resguardarse hasta que pudiera regresar en paz a la meseta. Y de entre todos escogió este lugar mágico.
—Tan cerca de nuestra casa…
Sujeto con fuerza la cuerda y despliego las banderolas de oración.
—Aquí puede sacudirlas el mismo viento.
Las levanto con las dos manos y busco con la vista un lugar para atarlas mientras se agitan violentamente.
—¡Al otro lado del mundo, con el mismo viento! —exclama Martha.
La miro a los ojos.
—¿Por qué me miras así?
—Te he encontrado.
—¿Dónde estaba? —sonríe.
—Tú también estás en todos los cielos, como el viento.
Martha me pide la cuerda. La sujeta por ambos extremos y deja que las banderolas aleteen de nuevo con vigor.
—¡Como el viento!
Me estiro para agarrar por la cintura a la niña, que corretea y da pequeños saltos a nuestro alrededor. Me reclino hasta hundirme con ella en la hierba.
—Cuéntame algo —le pido a mi hija.
—¡Suelta! —ríe.
Se desembaraza de mí y sale corriendo ladera abajo. Martha concentra toda su dulzura en su mirada azul.
—¿Qué sientes?
—He aprendido que hay cosas que pueden ser comprendidas pero que nunca podrán ser explicadas con palabras sin desvirtuar su grandeza.
Un nuevo golpe de viento casi le arranca las banderolas de las manos. Se sienta a mi lado.
—Lobsang Singay decía que todos deberíamos recibir un abrazo que nos aleje de la soledad, al menos un último abrazo, en ese instante en el que nos precipitamos al vacío. —La miro a los ojos—. Cuando llegue el momento quiero sentir tu abrazo, y ningún otro.
—La muerte contigo sería el triunfo de la vida, pero aún nos queda mucho por hacer.
—¿Dónde vamos a terminar?
—¿Qué más da?
—Eso es. ¿Qué más da? —gritó, y abrazo a Louise, que ha vuelto para sentarse a nuestro lado.
—¡Hazlo ahora! —le pido a Martha.
Suelta la cuerda y las banderolas se elevan serpenteando hacia el cielo, pintando con los colores del Tíbet la energía allí resguardada.
—Viviremos los tres para siempre.
—Para siempre —susurra Martha cerrando los ojos, sintiendo cómo le acaricia el viento llegado de algún paraíso lejano.
FIN