El guardián de la flor de loto (42 page)

Read El guardián de la flor de loto Online

Authors: Andrés Pascual

Tags: #Drama, Intriga

BOOK: El guardián de la flor de loto
10.09Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Ha tenido suerte —me informó el vigilante—. Me iba ya, pero el señor Renoir está arriba. Como casi todos los días, él es la única persona que a esta hora aún sigue en el edificio.

—Puede decirle que…

—Me acuerdo de usted —dijo orgulloso—, de cuando vino hace algunas semanas. Es usted familia del señor Farewell, ¿verdad?

Me pidió el pasaporte y se lo dejé para que transcribiese los datos. Después, mientras él apagaba las luces de la garita para marcharse, subí los escalones de tres en tres hasta la primera planta. El pasillo estaba oscuro, salvo una tenue luz que se filtraba a través de la puerta entreabierta del despacho de Luc. La empujé sin llamar.

Luc levantó la vista de lo que estaba haciendo desde el otro lado de su mesa. No pareció sorprenderse al verme.

—Hola, Luc.

No contestó.

Me acerqué un poco más. La luz del flexo, la única que iluminaba el despacho, era suficiente para verlo todo con claridad.

Allí estaba el
terma
sagrado. Luc tenía frente a él, sobre la mesa, el cartucho del
Tratado de la Magia del Antiguo Tíbet
.

—Hasta hace un segundo me resistía a pensar que fuera cierto —dije.

Luc se quitó las gafas y las metió en la funda tubular de aluminio.

—¿Cómo lo has sabido?

—Era cuestión de tiempo.

—Esos malditos sicarios deberían haber terminado contigo en casa de Malcolm. Nos habríamos ahorrado la muerte del lama en el templo.

Sacó una pistola automática del cajón y la dejó sobre la mesa. Traté de no parecer asustado y esperar el momento preciso para hacer algo.

—Fue uno de esos dos sicarios quien desencadenó mis deducciones —le expliqué.

—¿A qué te refieres?

—Al principio no me di cuenta, pero hace un rato lo he visto con claridad. Era la misma persona que nos entregó el paquete bomba en la gasolinera de Dharamsala.

—Exacto —confesó.

—Tú eras la única conexión entre esos dos momentos. Sabías que pasaría por casa de Malcolm y, en su día, también supiste que me disponía a ir a Dharamsala para asistir a la autopsia de Singay. Recuerdo cuando te lo conté en el hotel Imperial, la noche de la presentación de la nueva fábrica. ¡Qué ingenuo fui! Me estaba entrometiendo en tus planes y no dudaste en acabar conmigo, aunque desgraciadamente te salió mal, muy mal. Después, cuando te llamé para pedirte los visados, te enteraste de que partía hacia el Tíbet porque había descubierto la existencia del
terma
y me dejaste seguir adelante. Fue una maniobra inteligente. Habías perdido el rastro del
Tratado
y pensaste que la mejor forma de conseguirlo era que yo lo buscase por ti.

Luc aplaudió sin ganas.

—Brillante exposición.

—En realidad tú has sido el único que conocía mis movimientos desde el primer día —dije para terminar—, pero te sabías bien escondido tras el profundo cariño que Malcolm y Martha sienten por ti.

—Es mutuo, aunque no lo creas —añadió con aire cansino.

—No lo creo.

El ruido de la lluvia en el exterior y la sensación de vacío que se respiraba en el edificio hacía que mis palabras sonasen revestidas de cierto eco. No podía apartar la vista de la pistola, y a la vez me sorprendía estar tan tranquilo. Era como si considerase que de algún modo Luc pagaría por sus crímenes, y que lo que ocurriese conmigo no importaba.

—Te preguntarás por qué lo he hecho —dijo.

—Confío en que tú también te tortures con esa misma pregunta.

—Las cosas no son blancas o negras. Llevo toda la vida trabajando para el pueblo tibetano, y te aseguro que mi único objetivo ha sido preservar su legado inmortal.

—¿Cómo tienes la desvergüenza de decir eso?

—Hay quien piensa que si el Dalai Lama no da pronto su brazo a torcer, la situación política se enquistará de tal modo que ya nada tendrá remedio. Yo sólo trato de buscar una solución para evitar que eso ocurra.

—¿Quieres decir que, según tú, debería abandonar la lucha por la libertad de su pueblo?

—El Dalai Lama ha personalizado tanto esa lucha que el gobierno chino no dudará en terminar con todo rastro de su budismo tántrico si con ello destruye las aspiraciones independentistas que se fomentan desde el exilio. Es lo mismo que intentó hace cuarenta años con la Revolución Cultural. Pekín quiere terminar de una vez por todas con este problema, y si no logra de inmediato un acuerdo amistoso no dudará en aniquilar todo signo de identidad tibetana; la poca que sobrevivió al barrido de Mao Zedong. ¡Y parece ser que el Dalai Lama no se da cuenta de ello, ya que no hay forma de convencerle para que regrese al Tíbet de una maldita vez!

—A China, querrás decir.

—Da igual que en el mapa político de las escuelas ponga China o Tíbet. Lo importante es que, si hoy regresase a su querida meseta, podría volver a cultivar en paz su doctrina y su tradición no se perdería en el olvido.

—No puedes obligar a nadie a someterse.

—Por eso, como te he dicho, hemos tratado de buscar una solución alternativa.

—¿Quién más está metido en esto?

—¡Quién más…! —rió—. ¡Quién más! Tanta gente como algunos responsables del gobierno chino y, por otros intereses, un grupo de influencia de la propia región autónoma del Tíbet.

—Un lobby…

—Así es. Un lobby formado por personas que están hartas de tanta lucha absurda por la independencia y que buscan dotar de estabilidad a la meseta. La meseta es muy grande para desperdiciarla como mercado. Yo les habría ayudado por mis convicciones, pero también es cierto que éstas se vieron reforzadas cuando me dijeron lo que estaban dispuestos a pagarme —dijo con sarcasmo.

—¿Y cuál era ese fantástico plan para obligar al Dalai a que regresase al Tíbet?

Se incorporó ligeramente sobre su sillón.

—¿Qué sabes del Panchen Lama? —dijo, contestando con otra pregunta.

—Que es la segunda figura espiritual del budismo tibetano. Y que vive cerca de Lhasa, en suelo ocupado.

—También sabrás que desde hace siglos ha existido una pugna abierta sobre la posición que debían ocupar respectivamente el Dalai Lama y el Panchen Lama en el escalafón religioso.

Recordé las conversaciones que en su día mantuve con Gyentse en Dharamsala.

—Lo sé —me limité a contestar dejando que continuase.

—Hay quien piensa que, por motivos teológicos, la figura preponderante del budismo tibetano debería ser el Panchen Lama. Pues bien, la gente que contactó conmigo decidió aprovechar esta circunstancia.

—Explícate —dije, viendo que se detenía.

Sonó como una orden.

—Tienes arrojo —dijo mientras jugueteaba con el arma, dándole vueltas sobre sí misma encima de la mesa con el dedo metido en el gatillo—. China —siguió diciendo—, que sabe que no puede hacer desaparecer a los millones de budistas que tiene en la región autónoma del Tíbet, hace tiempo que decidió tratar de controlarlos manejando a su líder espiritual. Y como no ha conseguido someter al Dalai Lama, decidió actuar sobre la figura del Panchen Lama.

—El gobierno de China se ha propuesto convertirlo en su aliado…

—Y apoyarle hasta que su figura termine eclipsando al molesto e incombustible Dalai.

—Pero eso ya lo ha intentado antes con los anteriores sin ningún éxito.

—Es cierto, pero con su actual reencarnación sí que lo está logrando. Mira hacia atrás en la historia reciente y lo veras claro. El décimo Panchen Lama falleció de un ataque al corazón, o eso se dijo, justo diez días después de haber afirmado que la invasión china había sido ilegítima. ¡Qué casualidad! —exclamó con sorna—. Ése no les servía y se lo quitaron de en medio. A aquél le sustituyó un niño de seis años. Parecía perfecto, ya que era un crío y fácilmente se le podía educar siguiendo los dictados de Pekín. Pero el gobierno chino descubrió que, en el pasado, su familia se había declarado afín al gobierno exiliado y, temeroso de que estuviera infectado por ideas independentistas, decidió hacerlo desaparecer. Lo secuestraron en 1995 junto con todos y cada uno de sus familiares directos sin que nadie, hasta esta fecha, sepa aún nada de ellos. Fue entonces cuando el propio gobierno chino, al quedar de nuevo esa vacante y antes de que el Dalai Lama designase desde el exilio un nuevo sucesor, se apresuró a nombrar como supuesta reencarnación del Panchen Lama a un hijo de un miembro del partido comunista local. ¡Qué nueva coincidencia!

—Y a éste sí que lo están controlando.

—Desde luego que sí. Y lo están haciendo, como te he dicho, brindándole todo el apoyo de las instituciones chinas. Los fieles del budismo tántrico están necesitados de un guía a quien adorar sin temor a ser encarcelados. Ya sabes que el Dalai es considerado el enemigo público número uno del régimen, y que en el Tíbet está prohibido hasta pronunciar su nombre. Por eso Pekín, amparándose en una falsa imagen de tolerancia, se dedica a retransmitir por televisión todas las ceremonias budistas que el joven Panchen Lama preside, presentándolo como el nuevo líder del budismo tibetano. Nunca antes un líder budista había aparecido en la televisión china. De este modo los fieles empiezan a olvidar que su nombramiento fue ilegítimo; ya nadie se acuerda que fue forzado de manera interesada por el gobierno. ¡Por fin tienen un líder espiritual que puede ejercer de tal! ¡Eso es lo único que ven!

—Y si las cosas siguen así, cuando el Dalai Lama muera el Panchen Lama ya habrá obtenido la suficiente importancia para que nadie se preocupe de lo que diga o haga el gobierno exiliado en Dharamsala.

—Ésa es la cuestión. El autoproclamado gobierno exiliado se nutre sólo del Dalai Lama. Es él, y sólo él, quien personifica la esperanza de la nación tibetana. Por eso cuando muera, y con el Panchen Lama como nuevo líder espiritual dentro de las fronteras chinas, se habrá terminado el problema del independentismo tibetano.

—Y el asesinato de Lobsang Singay, ¿dónde encaja en esa trama? —le pregunté, volviendo al principio.

—Encaja a la perfección. —Luc sonrió, levantó el arma y me señaló con ella. Estaba aparentemente tranquilo, pero sus ojos dejaban traslucir cierto estado de enajenación creciente que no me pasó desapercibido. Miré discretamente hacia ambos lados por si de repente tenía que arrojarme al suelo para evitar que me alcanzase en el caso de que llegase a disparar—. Ya sabes la importancia que tiene la figura del maestro en la tradición tibetana —declaró.

—Lo sé bien.

—Entonces imagina la importancia que puede tener disponer del mejor maestro para el Panchen Lama, que aspira a ser el futuro líder del pueblo tibetano.

—Queríais que Lobsang Singay se convirtiese en el maestro del Panchen Lama…

—Ése era el plan inicial. Piensa que, según está concebido el sistema de enseñanza y propagación de la tradición tibetana, cualquier novicio de cualquier monasterio precisa de un maestro que se dedique a él en cuerpo y alma. Siendo así teníamos que encontrar el mejor maestro para el Panchen Lama, que ha cumplido dieciocho años y está iniciando sus estudios superiores. Para convertirlo en la primera figura del budismo debe publicitarse correctamente la formación que vaya recibiendo. ¡Y quién mejor para enseñarle que Lobsang Singay, el gran médico tibetano que estaba en posesión del
terma
sagrado y, en consecuencia, de todos los secretos mágicos del antiguo Tíbet!

Contempló el cartucho con expresión de codicia.

—Escogiste a Singay por el cartucho…

—Naturalmente. Si Lobsang Singay le hubiera transmitido al joven Panchen Lama los revolucionarios conocimientos médicos que extrajo del
terma
, habría aumentado tan rápidamente la popularidad de éste que el Dalai Lama habría tenido que replantearse con urgencia la vuelta al Tíbet. Se habría visto obligado a hacerlo con el rabo entre las piernas, sabiendo que, en otro caso, su autoridad como líder espiritual y político caería a la misma velocidad que subiría la fama de su competidor. No habría hecho falta ni esperar a su muerte para solucionar el problema.

—Y cuando te enteraste de que Singay había decidido salir de su laboratorio para transmitir al mundo sus secretos en las conferencias de Boston, viste la oportunidad ideal…

—¡Era perfecto! —estalló, dando un golpe en la mesa—. Llamé a mis contactos y les dije: «¡Ahí tenéis a vuestro preceptor!». Así que enviamos a un lama afín a nuestras ideas para que hablase con él y le convenciera de que lo mejor era que abandonase el exilio y se desplazase al Tíbet para convertirse en el maestro oficial del Panchen Lama. Le ofrecieron todo lo imaginable: modernos laboratorios con el material más sofisticado, inmunidad total para él y para cuantos le acompañasen formando parte de su equipo…

—Pero no surtió efecto…

Luc hizo un gesto como si fuera a escupir.

—Mantuvo dos reuniones con él, pero ese lama arrogante no dio su brazo a torcer y se marchó a Boston.

—Y entonces decidisteis acabar con él.

—Era una pérdida irreparable, pero ya no había vuelta atrás. No podíamos permitir que desvelase a los cuatro vientos unos secretos que iban a reforzar la autoridad del Dalai Lama, así que nos ocupamos de que alguien lo resolviera con rapidez. Cuando se levantó a la mañana siguiente ya estaba todo sentenciado. Pidió su té y… El resto ya lo sabes. —Volvió a mirar endiosado hacia el cartucho—. Una vez que habíamos perdido al maestro, sólo nos quedaba tratar de hacernos con la fuente de su sabiduría. Y aquí está, por fin, en mis manos. Tenemos médicos de sobra para poner en práctica sus descubrimientos y asombrar al mundo. ¡Podemos lograr cuanto nos propongamos! ¡El Panchen Lama será el nuevo rostro de la magia médica de Lobsang Singay!

—No entiendo cómo has podido hacer algo así…

—Jacobo, por favor, no te pongas dramático ahora. Supongo que te habrás dado cuenta de que lo importante aquí no es el asesinato de una persona concreta.

—De más de una —salté.

—Estamos hablando del futuro de todo un pueblo.

—Hay una cosa que no entiendo —le corté, tratando de no dejarme llevar por la ira para pensar con lucidez—. ¿Qué tenía que ver la Fe Roja en todo esto? La tela ritual que encontré en Boston, y luego las otras junto a los cadáveres en Dharamsala…

Luc rió de forma aparatosa. De nuevo parecía estar perdiendo el juicio, si bien continuaba hablando desaforadamente como si desease confesarse conmigo antes de caer en la locura definitiva. Yo permanecía inmóvil, tratando de no mirar la pistola que él agitaba ahora sin ningún cuidado.

Other books

La bóveda del tiempo by Brian W. Aldiss
Alone by Erin R Flynn
The Perfect Kill by Robert B. Baer
The Kremlin Letter by Behn, Noel;
Hyena by Jude Angelini
The Hardest Part by London, Heather
Evil Genius by Catherine Jinks
Whose Bride Is She Anyway by Dakota Cassidy
Qumrán 1 by Eliette Abécassis
Perfect Stranger by KB Alan