El joven samurai: El camino de la espada (11 page)

BOOK: El joven samurai: El camino de la espada
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—Estas
katas
son la base del
kenjutsu
—insistió el
sensei
Hosokawa, dirigiéndose ahora a toda la clase—. No se puede correr antes de aprender a andar. Es imperativo que asimiléis estos movimientos para que se conviertan en instintivos, de modo que el
bokken
se convierta en parte de vosotros. Cuando la espada se convierta en «ninguna espada» en vuestras manos, entonces estaréis preparados. ¡Sólo entonces comprenderéis verdaderamente el Camino de la Espada!


¡HAI, SENSEI!
—gritó la clase.

El
sensei
Hokosawa dirigió a Jack una severa mirada.

—No olvides tu entrenamiento, Jack-kun. Ya tendrías que haber dominado la técnica básica.

La flecha se desvió del blanco, desapareciendo entre las ramas del viejo pino. Un par de palomas que anidaban entre el follaje gorjearon indignadas y se marcharon volando hacia la seguridad del templo del
Butsuden.

—¡Esto es imposible! —se quejó Jack, vencido por la frustración.

Al contrario que Akiko, que alcanzó el blanco más lejano con aparente facilidad, el arco no era algo natural para Jack. Y ahora que la
sensei
Yosa había duplicado la longitud del alcance, colocando los objetivos al otro lado de la
Nanzen-niwa
, ni uno de los disparos de Jack se había acercado siquiera. Si no podía alcanzar el blanco a esta distancia, ¿cómo demonios se suponía que iba a apagar una vela?

Para empeorar las cosas, Kazuki y sus amigos habían estado intentando avergonzarlo, haciendo comentarios en voz alta cada vez que fallaba.

Al advertir la pugna interna de Jack, su maestra de
kyujutsu
se le acercó, estudió con sus ojos de halcón su aspecto y advirtió cuál era su problema.

—Relájate, Jack-kun —instruyó la
sensei
Yosa mientras Jack devolvía su arco al bastidor y se arrodillaba en la fila—. Alcanzar el blanco no es importante.

—Pero lo es para mí —insistió Jack—. Quiero poder pasar tu prueba.

—No comprendes —dijo la
sensei
, sonriendo cálidamente ante su ansiedad—. Debes abandonar la idea de tener que alcanzar el blanco. Cuando el arquero no piensa en el blanco, entonces puede desarrollar el Camino del Arco.

Jack frunció el ceño, confundido.

—¿Pero no es más probable que falle si no pienso en ello? —preguntó.

—No hay ningún misterio en el
kyujutsu
, Jack-kun —continuó la
sensei
Yosa, negando con la cabeza—. Como cualquier arte, el secreto se revela a través de la dedicación, el trabajo duro y la práctica constante.

«Pero yo practico duro —quiso decir Jack—, y no parece que mejore.»

Más tarde, ese mismo día, el quinto intento de Jack con el
origami
yacía en el suelo convertido en una pila arrugada.

El resto de los estudiantes estaban sumidos en concentración, sentados con las piernas cruzadas en sus cojines
zabuton
en el Salón del Buda. Hoy el modelo al que tenían que dedicarse era una rana, y todo lo que podía oírse era el delicado roce de incontables papeles.

El
sensei
Yamada había ordenado una vez más a su clase una meditación
zazen
sobre el
origami
, repitiendo el
koan
: «¿Qué nos enseña el
origami
». Nadie le había proporcionado todavía una respuesta satisfactoria.

—Observa cómo lo hago yo, Jack —ofreció Yori, volviéndose para que Jack pudiera ver sus movimientos.

Jack lo intentó de nuevo, pero sólo consiguió hacerle un agujero al frágil papel. Maldijo en voz alta en inglés y Yori le dirigió una mirada de asombro. Jack sonrió pidiendo disculpas.

—¿Cómo voy a poder responder al koan del sensei Yamada si ni siquiera puedo hacer una rana de papel? —dijo Jack, cogiendo otra hoja de papel del montón.

—No creo que importe que puedas o no puedas —respondió Yori amablemente—. La rana no es lo importante. ¿Recuerdas lo que dijo el sensei Yamada? La respuesta está en el papel.

Yori admiró su propia rana perfecta antes de depositarla en el suelo junto a la perfecta grulla origami, la mariposa y el pez de colores que ya había hecho.

—Pero sin duda el proceso debe ayudar —sostuvo Jack, agitando su cuadrado de papel al aire—. De lo contrario, ¿por qué nos pondría a hacer origamis? Parece que hago progresos muy lentos.

Jack estaba ahora muy preocupado respecto a sus posibilidades en las competiciones inminentes. Sólo había cinco plazas y si no pasaba ninguna de las pruebas, no se ganaría su puesto en el Círculo de Tres, ni mucho menos aprender la técnica de los Dos Cielos.

—No juzgues cada día por la cosecha que recolectas —dijo una tranquila voz en su oído.

El sensei Yamada había aparecido junto al hombro de Jack y se inclinó para cogerle el papel de las manos. Plegó, dobló y curvó el papel delante de los ojos de Jack, transformándolo en una hermosa rosa en flor.

—Juzga por las semillas que plantas.

—Estás teniendo una mala semana, eso es todo —dijo Akiko, intentando consolar a Jack durante la cena.

—Pero hace casi un mes que no alcanzo los blancos del tiro con arco —respondió Jack, separando sin ganas un trozo de sushi con sus hashi antes de recordarse a sí mismo que era un mal comportamiento en la mesa.

—Es sólo cuestión de acostumbrarse a la distancia —animó Yamato—. ¿No te acuerdas de cómo puntuaste en kyujutsu durante la Taryu-Jiai? No es que no puedas hacerlo.

—Supongo que tienes razón —concedió Jack, soltando sus hashi—. Pero parece que me he topado con un muro de ladrillo en mi entrenamiento. Incluso en kenjutsu tengo detrás constantemente al sensei Hosokawa, corrigiendo cada pequeño error. Sin embargo, por mucho que lo intente, parece que no hago ninguna mejora.

Pero ya oíste lo que dijo el sensei Yamada —recordó Yori—. No juzgues cada día por la cosecha que recolectas…

—Sí, ¿pero qué semillas estoy plantando? —suspiró Jack, enterrando la cabeza en las manos—. Tal vez Kazuki tenga razón. No estoy hecho para ser un samurái.

—No irás a hacerle caso a Kazuki otra vez, ¿no? —exclamó Akiko, exasperada—. ¡Está envenenando tu mente! Claro que eres digno para ser samurái. Masamoto-sama no te habría adoptado, ni te habría invitado a su escuela, si pensara que no lo mereces. Hace falta tiempo para convertirse en un auténtico samurái.

Desanimado, Jack se asomó a la diminuta ventana de su habitación en la Shisi-no-ma. El cielo nocturno era una manta de estrellas. Una pálida luna llena brillaba con luz espectral y robaba de color los edificios de la Niten Ichi Ryu.

En el horizonte, Jack pudo ver cómo se acumulaban nubes de tormenta. Apagaban las estrellas una a una. Las banderas de oración a la entrada del Butokuden empezaron a agitarse como las velas de un navío cuando un viento helado atravesó el patio descubierto.

Jack empezó a imaginar que estaba de vuelta a bordo del Alejandría con su padre, aprendiendo a navegar guiándose por los cielos. Eso era algo en lo que sí era bueno. Ser piloto era natural para él. Podía identificar las estrellas y planetas y usarlos para calcular la posición y el curso del barco, incluso en mares embravecidos.

Estaba destinado por sangre y nacimiento para ser piloto naval, no samurái.

De repente Jack sintió la presión de la vida en Japón como un muelle enroscado en la boca de su estómago, cada vez más y más tenso, hasta que le pareció que iba a estallar. El dolor de cabeza de hablar en japonés cada día. La rígida etiqueta de la vida japonesa, como si caminara sobre cáscaras de huevo todo el tiempo. Los lentísimos progresos que hacía en su entrenamiento. La amenaza constante de Ojo de Dragón y la duda de si estaría preparado para enfrentarse a él a tiempo. El hueco producido por la ausencia de sus padres. Saber que Jess estaba sola, con la amenaza de una casa de trabajo colgando sobre ella…

Perdido en su desesperación, Jack casi estuvo a punto de pasar por alto el movimiento de varias figuras embozadas que cruzaban el patio de la escuela. A cubierto de las sombras, avanzaron bajo el alero del Butokuden antes de desaparecer en el interior.

Decidido a descubrir esta vez quiénes eran los intrusos, Jack cogió su catana y salió corriendo de su habitación.

18
Irezumi

—¿Akiko? ¿Estás ahí? —susurró Jack a través de la fina puerta de papel de la habitación de la muchacha.

No hubo ninguna respuesta. Jack abrió la shoji y se asomó al interior. No vio a Akiko por ninguna parte. Su futón estaba intacto, aunque ya debería estar acostada.

Tal vez había ido al baño, pensó Jack, o bien..

Cerró la puerta y siguió su camino. Una linterna seguía encendida dentro de la habitación de Yori.

—¿Yori? —llamó.

El muchachito abrió su shoji.

—¿Has visto a Akiko?

—No desde la cena —contestó Yori, negando con la cabeza—. ¿No está en su habitación?

—No, creo que ha… —Jack se calló, distraído por la vista de incontables grullas de papel que cubrían el suelo de la habitación de Yori—. ¿Qué estás haciendo?

—Estoy haciendo grullas.

—¡Eso ya lo veo, pero origamis en la cama! Te tomas demasiado en serio las lecciones del sensei Yamada —acusó Jack—. Escucha, si oyes volver a Akiko, ¿puedes decirle que he ido al Butokuden?

—¿La sala de entrenamiento? ¡Y tú eres quien me acusa de estudiar demasiado!

Yori miró vacilante la catana de Jack.

—¿No es algo tarde para practicar tus katas de espada?

—No tengo tiempo para explicarlo. Tú díselo a Akiko.

Jack se marchó corriendo, sin molestarse a esperar la respuesta de Yori.

Cuando llegó a la puerta principal, consideró un instante alertar a Yamato y Saburo, pero estarían dormidos y ya había perdido demasiado tiempo. Los intrusos podrían haberse ido ya cuando todos llegaran al Butokuden.

Jack cruzó corriendo el patio. La tormenta se aproximaba rápidamente y heladas ráfagas de viento apuñalaron su fino kimono como una hoja de tanto. Tras aplastarse contra la pared del Butokuden, avanzó hacia la entrada principal. Asomó la cabeza al marco de madera y buscó a los intrusos.

En la penumbra del gran salón pudo distinguir a varias figuras encogidas, sentadas en círculo dentro del lugar ceremonial. Pero desde lejos fue incapaz de distinguir sus rostros ni de oír lo que estaban diciendo.

Jack corrió a la parte posterior del Butokuden, donde las ventanas tras el estrado eran fáciles de alcanzar. Lo más silenciosamente que pudo, abrió un postigo de madera. Al asomarse, descubrió que podía ver directamente la alcoba.

Jack contó cuatro intrusos en total. Todos llevaban capucha, de modo que sus rostros permanecían en sombras. Tras acercar el oído a la ventana, escuchó:

—El daimyo Kamakura Katsura va a hacer la guerra contra los cristianos —susurró en la oscuridad una voz masculina, juvenil pero intensa.

Una ronca voz femenina continuó:

—Los gaijin son una amenaza para nuestras tradiciones y el orden social de Japón.

—Pero son muy pocos. ¿Cómo pueden ser una amenaza? —preguntó una tercera voz, aguda y fina como una flauta de bambú.

—Sus sacerdotes están difundiendo una fe maligna, convirtiendo con sus mentiras a honorables daimyos japoneses y a sus samuráis —explicó la voz masculina—. Están intentando derrocar nuestra sociedad desde dentro. Quieren destruir nuestra cultura, controlar a Japón y su pueblo.

—¡Hay que detenerlos! —exclamó la voz femenina.

—El daimyo está atrayendo samuráis leales a su causa como preparación para un asalto a gran escala contra todos los cristianos —explicó la primera voz—. Mi padre, Oda Satoshi, se ha unido a sus filas y jurado fidelidad a su justa causa.

—Los gaijin son el germen de un gran desastre y deben ser aplastados —susurró con veneno la voz femenina.

—¿Pero qué podemos hacer nosotros al respecto? —preguntó la cuarta sombra.

—¡Podemos prepararnos para la guerra! —declararon al unísono la voz masculina y la voz femenina.

Jack apenas podía dar crédito a sus oídos. Tenía razón. El sensei Yamada estaba equivocado. La muerte del sacerdote cristiano no había sido un caso aislado. Sólo había sido el principio. El daimyo Kamakura estaba decidido a matar a todos los cristianos de Japón.

Sin embargo, lo que más le heló la sangre en las venas fue que sabía quién era el cabecilla de este misterioso grupo. Reconoció su voz. Era Kazuki, que seguía los pasos de su padre y llamaba a la guerra.

Fuera, empezaron a caer las primeras gotas de lluvia. El aguacero se convirtió rápidamente en un torrente y momentos después Jack estuvo calado hasta los huesos, aterido de frío. Pero estaba decidido a quedarse y a descubrir todo lo que pudiera. Ignorando su incomodidad, se esforzó por escuchar la conversación en marcha por encima del ruido de la lluvia, que ahora golpeaba con ritmo insistente el techo del Butokuden.

—Todos los cristianos serán obligados a marcharse bajo pena de muerte —continuó Kazuki—. Puede que algunos traten de esconderse, pero nuestro deber será cazarlos.

—¿Qué hay de Jack? —preguntó la voz aflautada—. Sin duda cuenta con la protección de Masamoto-sama.

—El gran Masamoto-sama tiene cosas más importantes que hacer que preocuparse por un gaijin. Quiero decir, ¿habéis visto a Masamoto-sama recientemente en la escuela? No. Su deber es para con el daimyo Takatomi. Jack no podría importarle menos.

—Y sin su samurái guardián cerca —se burló la voz femenina—, ¡no habrá piedra bajo la que el gaijin pueda esconderse donde no le encontremos!

De repente, Jack se sintió muy vulnerable. Había estado tan ocupado entrenándose para las pruebas, que no había advertido la continuada ausencia de Masamoto. Sólo ahora se dio cuenta de que el asiento de su tutor en la cabecera de la mesa durante la cena llevaba vacío casi un mes. La última vez que Jack había visto a Masamoto fue cuando el samurái supervisó la construcción de la Sala del Halcón. ¿Dónde había ido? Si la situación se volvía seria de pronto, Jack no tendría a nadie con autoridad en la escuela que tuviera un interés personal en protegerlo.

—¡Debemos estar preparados para la llamada a las armas de nuestro daimyo! —continuó Kazuki—. Ese es el propósito de la Banda Sasori. Todos debemos ahora jurar nuestra fidelidad a esta justa causa.

—Necesitaré un poco de luz para el ritual de iniciación —exigió la ronca voz femenina.

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