El joven samurai: El camino de la espada (12 page)

BOOK: El joven samurai: El camino de la espada
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Jack oyó el sonido de pedernal al ser golpeado y un par de chispas centellearon en la penumbra. Un momento más tarde, una pequeña lámpara de aceite ardió como una luciérnaga solitaria en la cavernosa sala.

Jack se quedó boquiabierto de asombro. La llama fluctuante iluminó el rostro pintado de blanco de una muchacha. Sus ojos ovalados eran como carbones encendidos y un par de labios rojo sangre se abrieron para revelar unos dientes pintados de negro como el alquitrán. Jack la reconoció al instante como Moriko, la samurái que había competido contra Akiko en la Taryu-Jiai. Una luchadora cruel y sañuda, que se entrenaba en la escuela Yagyu rival, en Kioto. Jack no podía creer que estuviera dentro de los muros de la Niten Ichi Ryu.

—Eso está mejor —murmuró, cogiendo un tintero y varias hojas de bambú de su inro y colocándolo todo junto a la lámpara. Abrió entonces una botellita de sake y vertió un poco del claro líquido en una taza. La colocó en el centro del grupo—. ¿Quién será entonces el primero para el irezumi?

—Seré yo —dijo Kazuki, abriendo la chaqueta y el kimono para mostrar el pecho.

Moriko inspeccionó una de las agujas, volviéndola despacio sobre la llama. Satisfecha, metió la afilada punta en el tintero de negra tinta. Con la otra mano, tensó la piel de Kazuki sobre su corazón.

—Esto dolerá —dijo, pinchando la piel de Kazuki con la punta e insertando debajo una gota de tinta.

Kazuki hizo una mueca, pero no emitió ningún sonido. Moriko volvió a cargar la aguja antes de volver a perforarle el pecho. Continuó de manera lenta y metódica, añadiendo más gotas de tinta al dibujo.

Jack había visto realizar este trabajo antes, con los marineros del Alejandría cuando se hacían tatuar los brazos. Siempre le había parecido que era soportar mucho dolor para conseguir una pobre imagen de un ancla o el nombre de alguna novia que el marinero olvidaba en cuanto atracaba en otro puerto.

—Terminado —dijo Moriko, y la negra rendija de una sonrisa se extendió sobre su rostro.

—Esta es vuestra marca —anunció Kazuki con orgullo, volviéndose para que los otros pudieran verlo—. ¡El sasori!

Jack estaba demasiado aturdido para poder respirar. Tatuado sobre el corazón de Kazuki había un pequeño escorpión negro… la criatura de sus pesadillas.

Por mucho que sus creencias cristianas intentaran negarlo, la coincidencia de este tatuaje con su sueño era demasiado grande para ignorarla.

Kazuki alzó la taza de sake.

—Cuando tengáis vuestro sasori y hayáis compartido el sake de esta taza, seréis para siempre hermanos de la Banda del Escorpión. ¡Muerte a todos los gaijin! —brindó Kazuki, bebiendo de la taza.

—¡Muerte a todos los gaijin! —corearon los demás, jurando su fidelidad y abriendo ansiosamente sus kimonos para que Moriko comenzara el irezumi.

Fuera del Butokuden, la tormenta tronó su aprobación.

Jack se estremeció de manera incontrolable. Se abrazó a sí mismo para darse calor, apretando el cuerpo contra la pared en un intento de protegerse del implacable aguacero.

Su mente, como los elementos, era un remolino de confusión. ¿Qué debería hacer? Había oído todo lo que necesitaba de la ceremonia. Japón se volvía contra los extranjeros. Si alguien no detenía a Kamakura, Jack se convertiría en un paria. El enemigo. Tenía que decírselo a Masamoto, ¿pero cómo podría protegerlo su tutor contra estas fuerzas?

¡Crac!

Una ráfaga de viento alcanzó el postigo de madera, haciéndolo chocar contra el marco de la ventana. Sobresaltado, Jack dejó caer su catana, y el arma resonó por el patio de piedra, hasta desaparecer en la oscuridad.

—¡ Hay alguien ahí! —gritó Moriko desde dentro.

El pánico creció en el pecho de Jack. Buscó rápidamente su arma, pero pudo oír a la Banda del Escorpión acercarse.

Dejando atrás su catana, corrió por su vida.

19
Luchando a ciegas

Jack rodeó corriendo la esquina del
Butokuden
, pero supo que no lograría cruzar el patio sin ser visto por Kazuki y su Banda del Escorpión.

Tras echar un vistazo alrededor, el único escondite a su alcance fueron los trabajos de construcción de la Sala del Halcón. Jack corrió y se zambulló en un agujero lleno de agua en los cimientos recién excavados justo cuando varias figuras salían del
Butokuden.

Se asomó al borde enlodado, y vio cómo lo buscaban. Los dos primeros se dirigieron al otro lado de la sala de entrenamiento, mientras que otros dos se encaminaban en dirección a Jack. El muchacho se hundió más en las sucias profundidades del agujero. Mientras se acercaban, pudo oír el chapoteo de sus pies en el lodo. Se detuvieron al borde de los cimientos inundados.

—De ninguna manera voy a meterme ahí dentro —protestó una voz.

—¡Ve! —ordenó Kazuki—. Necesitas una excusa para darte un baño.

Jack oyó otras tres pisadas chapoteantes más y se asomó. Sobre él se alzaba la masa de Nobu.

—No puedo seguir. ¡Me estoy hundiendo! —se quejó Nobu, ajeno a la presencia de Jack justo a sus pies.

—¡Eres un inútil! Vuelve entonces.

Al darse la vuelta, Nobu resbaló y se tambaleó en el borde.

Durante un momento pareció que iba a caerse al agujero, pero para alivio de Jack el tontorrón recuperó el equilibrio.

—¿Crees que sería uno de los
senseis?
—preguntó Nobu mientras regresaba lentamente junto a Kazuki.

—No —respondió Kazuki—. ¡Un
sensei
no huiría! Pero fuera quien fuese, tenemos que convencerlo para que se una a la banda. O si no, silenciarlo. Vamos. Busquemos a los demás.

Jack, tiritando con una combinación de frío, miedo y furia, esperó hasta estar seguro de que Kazuki y Nobu se habían ido, y entonces salió arrastrándose del agujero. Por mucho que quisiera regresar a su habitación, primero tenía que encontrar su espada. Masamoto le había instruido de que nunca debía caer en manos del enemigo. No podía arriesgarse a que Kazuki la encontrara.

Jack corrió a la parte trasera del
Butokuden
, pero con la oscuridad y la lluvia resultaba imposible ver nada. Tanteó con las manos y las rodillas, rezando para que sus dedos la encontraran.

De repente, sintió unos pasos que corrían tras él.

Le repugnaba dejar su espada, pero comprendió que no tenía más remedio que escapar mientras pudiera.

Jack sintió el golpe una fracción antes de que lo alcanzara con fuerza en el estómago. Retrocedió, jadeando en busca de aire. Esforzándose por no caer, oyó movimiento a su izquierda y se volvió para enfrentarse a su enemigo.

El problema era que Jack no podía ver. La oscuridad lo envolvía por completo. Pero pudo oír a Kazuki riendo al fondo, y el sonido de pies arrastrándose. Aparte de eso, no tenía otra forma de saber de dónde podría venir el siguiente ataque.

De la nada, el sonido sibilante de un arma buscó su cabeza. Más por suerte que por habilidad, Jack se puso de lado y esquivó el golpe. Contraatacando a ciegas, agitó las manos contra su atacante. Falló su objetivo, y sólo alcanzó el aire vacío.

Antes de que Jack pudiera continuar, recibió un golpe en las espinillas. Sus pies cedieron y cayó de boca al suelo. Trató de rodar con la caída, pero se sentía demasiado desorientado. Jack gimió de dolor cuando su hombro chocó con la tierra pedregosa.


¡Yame!
—tronó la voz del
sensei
Kano, deteniendo la pelea.

Jack se quitó la venda, y cerró los ojos ante la brillante luz del sol de mediodía. Kazuki estaba arrodillado en fila con los demás estudiantes, encantado con la derrota de Jack.

—Lo siento, Jack —se disculpó Yamato, quitándose su propia venda y ofreciéndole la mano para ayudarlo a levantarse—. No pretendía golpearte tan fuerte. Es que no podía ver dónde estabas…

—No te preocupes, estoy bien —sonrió dolorido Jack, poniéndose en pie.

—Buen trabajo, ambos —alabó el
sensei
Kano, que estaba sentado en los gastados escalones del templo de Kompon Chudo.

Una vez más, el
sensei
Kano había guiado a sus estudiantes al amanecer hasta el monte Hei para su lección en el Arte del
Bo.
Consideraba que la larga caminata era un buen entrenamiento y el aire de la montaña beneficioso.

—He oído esquivar tres ataques. Y tú, Yamato-kun, fuiste bien consciente de tus inmediaciones. Dos golpes en el objetivo son dignos de alabanza para tratarse de un primer intento de
kumite
a ciegas, pero, por favor, controla tu fuerza la próxima vez. Parece que Jack-kun recibió una buena tunda. Adelante con los dos siguientes estudiantes.

Aliviado de que la sesión de lucha libre hubiera acabado, Jack le entregó su venda a otro estudiante y se arrodilló de regreso a la fila entre Yori y Akiko. Se frotó el hombro dolorido y gimió cuando sus dedos encontraron un moratón.

—¿Estás muy mal herido? —preguntó Akiko, advirtiendo la expresión dolorida de Jack.

—No, estoy bien… pero sigo sin estar muy seguro de por qué aprendemos a luchar con los ojos vendados —respondió Jack con un susurro- cuando todos podemos ver.

—Como expliqué antes, Jack-kun —interrumpió el
sensei
Kano, cuyo agudo sentido del oído había detectado el comentario desde el otro lado del patio—, ver sólo con los ojos es no ver en absoluto. En mis lecciones, se aprende a no confiar en los ojos para defenderse. En cuanto abres los ojos, empiezas a cometer errores.

—¿Pero no cometería menos errores si pudiera ver lo que hace mi enemigo? —preguntó Jack.

—No, joven samurái. Debes recordar que los ojos son las ventanas de tu mente —explicó el
sensei
Kano—. Ven aquí a este escalón y te demostraré lo que significa.

El
sensei
le hizo un gesto para que se acercara. Jack se puso en pie y se reunió con él en los escalones.

—Mírame los pies —instruyó el
sensei.

Jack estudió las sandalias de dedos descubiertos de su maestro y al instante recibió en la coronilla un golpe con el palo de
bo
del
sensei.

—Mis disculpas, soy ciego y a veces torpe —dijo el
sensei
Kano—. Por favor, échale un ojo a mi bastón por mí.

Jack siguió la punta del bastón blanco, asegurándose de que no fuera a pillarlo de nuevo.

El
sensei
Kano le dio una brusca patada en la espinilla.

—¡Aay! —exclamó Jack, dando saltitos hacia atrás.

Todos los estudiantes ocultaron la risa tras sus manos.

—Lección terminada —declaró el
sensei
Kano—. ¿Comprendes ahora?

—En realidad no,
sensei…
—dijo Jack, frotándose la espinilla lastimada.

—¡Piénsalo! Si miras a los pies de tu oponente tu atención se dirigirá a sus pies, y si miras a su arma tu atención se dirigirá a su arma. Así se desprende que cuando miras a la izquierda olvidas la derecha, y cuando miras a la derecha olvidas la izquierda.

El
sensei
Kano dejó que el mensaje calara. Señaló sus propios ojos sin vista.

—Lo que se contempla dentro nunca dejar de revelarse a través de los ojos. Tu enemigo se aprovechará de esto. Para combatir sin traicionarte, debes aprender a luchar sin basarte en tus ojos.

Jack soltó su pincel de escribir. Después de su humillación delante del
sensei
Kyuzo por no saber escribir
kanji
, Akiko se había ofrecido a enseñarle los principios de la caligrafía. Cada vez que tenían un rato libre antes de la cena, se reunían en la habitación de ella y Akiko le enseñaba un nuevo carácter
kanji y
el orden correcto de las pinceladas necesarias para formarlo.

Akiko miró a Jack, preguntándose por qué se había parado a mitad de la explicación del carácter usado para escribir «templo».

Jack tomó aire. Desde su descubrimiento de la Banda del Escorpión y la pérdida de su espada, ésta era la primera oportunidad que tenía para hablar con Akiko a solas y no estaba seguro de cómo abordar el misterio de su ausencia la noche anterior.

—¿Dónde estuviste anoche? —acabó por preguntar—. No estabas en tu habitación.

Ella parpadeó una vez, y su boca se tensó visiblemente ante la inadecuada franqueza de Jack.

—No sé cómo es en Inglaterra, pero ésa no es la clase de pregunta que se hace a una dama en Japón —respondió ella fríamente, y empezó a guardar sus útiles de escritura—. Quizá la pregunta que habría que hacer es, ¿dónde estuviste tú?

—¿Yo? Estuve en el
Butokuden…

—Eso explicará por qué encontré esto —replicó ella, abriendo la puerta de su armario de pared y sacando la catana de Jack.

Jack se quedó completamente aturdido, tanto por la rudeza de Akiko como por la inesperada aparición de su espada.

La noche anterior, cuando oyó los pasos acercarse, corrió de vuelta a la Sala de los Leones con las manos vacías, temeroso de que se tratara de Kazuki y su banda. Al regresar a la sala de entrenamiento con las primeras luces, no encontró su espada por ninguna parte. Supuso que Kazuki la había encontrado y estaba preocupado desde entonces, pues enfrentarse con él al respecto supondría revelar que conocía la existencia de la Banda del Escorpión.

Sin embargo, milagrosamente, la tenía Akiko. La miró, lleno de curioso asombro.

—Gracias, Akiko. La he estado buscando por todas partes —dijo, inclinando la cabeza para recibir su espada.

—Jack, esta espada es tu alma —continuó ella gravemente, ignorando las manos extendidas de Jack—. Es imperdonable perder semejante posesión. La vergüenza es aún mayor considerando que fue un regalo de Masamoto-sama y su primera espada. ¿Por qué no le dijiste a nadie que la habías perdido?

—Fue anoche mismo. Esperaba poder encontrarla. Akiko, por favor, no se lo digas a Masamoto-sama —suplicó Jack, mortificado por su error.

Akiko lo miró impasible, y Jack no pudo decir si se sentía decepcionada o si lo compadecía por su descuido. Entonces la dureza de su expresión se suavizó y le entregó el arma.

—No lo haré. ¿Pero qué estabas haciendo en la parte de atrás del
Butokuden?

No era así como Jack había imaginado el derrotero de la conversación. Quería descubrir dónde había estado Akiko y si conocía los planes de Kazuki. No esperaba tener que explicar sus propias acciones.

—Divisé de nuevo intrusos en el patio. Pensé que podían ser ninjas que irrumpían en la escuela —confesó, esperando que si era sincera con Akiko, ella lo sería con él.

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