El joven samurai: El camino de la espada (26 page)

BOOK: El joven samurai: El camino de la espada
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—¿Qué ha pasado? ¿Te encuentras bien? —preguntó Jack, corriendo hacia él.

—Me atacó un jabalí —gimió Yori, su cara pálida de dolor a la luz de su linterna de papel.

Jack redirigió la luz y examinó a su amigo en busca de heridas. Descubrió que Yori tenía un gran corte en el muslo derecho. Sangraba mucho y Jack supo que tenía que sacarlo de la montaña lo antes posible, si quería tener alguna posibilidad de sobrevivir. Jack se arrancó la manga de su túnica y la ató con fuerza alrededor de la pierna de Yori para detener la hemorragia.

—¿Crees que podrás ponerte en pie?

—Lo he intentado… No puedo —jadeó Yori con los ojos torcidos de agonía—. Ve y busca ayuda.

—No puedo dejarte aquí. Ya estás temblando. Tenemos que sacarte de la montaña ahora mismo.

—Pero no puedo andar…

—Sí que puedes —dijo Jack, pasando un brazo alrededor de la cintura de Yori—. Pasa el brazo por encima de mi hombro.

Con gran esfuerzo, Jack consiguió volver a poner a Yori en pie.

—Pero te retrasaré —protestó Yori—, y no completarás el desafío.

—No puedo ver por dónde voy de todas formas. Perdí mi linterna por culpa de ese estúpido jabalí. Así que nos necesitamos mutuamente. ¿No lo ves? Juntos tenemos una posibilidad de terminar —persuadió Jack, sonriendo para darle ánimos—. Mira, yo te sostendré si tú llevas la linterna para iluminar el camino.

Dieron unos cuantos pasos vacilantes y tropezaron. Yori gimió de dolor cuando cayeron contra un árbol.

—Esto es una estupidez —susurró Yori—. Nunca lo conseguiremos a este paso.

—Lo lograremos. Sólo tenemos que encontrar nuestro ritmo.

Jack apartó el rostro antes de que Yori pudiera ver la duda en sus ojos.

El cojo guiando al ciego, pensó Jack. Sinceramente, ¿qué esperanza tenían?

Jack y Yori se perdieron.

Tras haber acordado que el camino más rápido y seguro era seguir la ruta que les habían dado, habían estado haciendo buenos progresos y les animó el hecho de encontrar los otros cuatro altares siguientes sin muchos problemas. Pero el vigésimo altar estaba resultando elusivo.

—El libro dice claramente que hay que girar a la derecha en la linterna de piedra para llegar al arroyo —dijo Jack.

Exhausto y frustrado, sintió la tentación de arrojar la guía. Habían llegado a una encrucijada de cuatro senderos en el bosque. Sin embargo, no había ninguna mención a ningún cruce de caminos en las direcciones que les habían dado.

—¿Y dónde está la linterna de piedra?

—¿Quizá la hemos pasado por alto? —sugirió Yori débilmente.

—Espera aquí —instruyó Jack, dejando a Yori en una roca cercana—. Echaré otro vistazo. Había algunos senderos más pequeños algo más atrás.

Jack rehízo sus pasos y acabó por encontrar la linterna de piedra tras un pila de follaje. Las ramas estaban recién rotas, así que supo que no era un accidente de la naturaleza que había ocultado el marcador.

—¡Kazuki! —escupió con disgusto. El tipo de táctica deshonesta que su rival emplearía para asegurarse de su propio éxito y del fracaso de Jack.

Impulsado por la ira, Jack corrió de vuelta para recoger a Yori.

Para cuando llegaron al arroyo donde se encontraba el vigésimo altar, el último par de sandalias de esparto de Jack era un amasijo en sus pies. A cada paso que daba sufría ahora un agudo dolor en el pie izquierdo, pero trató de ocultar su incomodidad a Yori.

—Coge las mías —dijo Yori, quitándose sus sandalias.

—¿Y tú?

—Ya no puedo seguir, Jack.

La cara de Yori era una pálida película de sudor y Jack pudo ver que su amigo había perdido un montón de sangre.

—Sí que puedes —replicó Jack, cargando con más peso de Yori a pesar de su propio agotamiento abrumador—. El
sensei
Yamada me dijo una vez que no hay fracaso excepto si no sigues intentándolo. Tenemos que seguir intentándolo.

—Pero ya casi ha amanecido.

Jack miró al cielo. La lluvia había cesado y el horizonte empezaba a iluminarse. En el valle ahora era visible la silueta blanquigris del castillo del Fénix Blanco.

—Pero puedo ver el castillo. Hemos visitado todos los altares y sólo tenemos que llegar al templo. Podemos lograrlo. No está tan lejos.

Jack sintió a Yori desplomarse en sus brazos, flácido como un muñeco de tela.

—No tiene sentido que los dos fracasemos —gimió Yori, la respiración rápida y entrecortada—. Sigue tú. Completa el Círculo.

En su agotamiento, Jack casi se dejó persuadir por la febril lógica de su amigo. El Círculo era su camino a los Dos Cielos. El Círculo era la llave. Se había esforzado para ello durante todo el año, trabajado demasiado duro para dejarlo resbalar entre sus dedos ahora. Solo, todavía podría conseguirlo.

Jack estudió la cara pálida de su amigo y sonrió tristemente. Con sus últimas fuerzas, se cargó a Yori sobre los hombros.

—El Círculo puede esperar.

40
Los ojos del Buda

Jack se desplomó en brazos de Akiko.

Una multitud de estudiantes se congregó rápidamente en la entrada principal del templo tratando de ver a Jack, cubierto de lodo y cargando a sus espaldas a su amigo herido. Dos monjes llegaron corriendo y se llevaron al inconsciente Yori.

El sol de la mañana escalaba ya por los tejados del templo, pero aún no había entrado en el patio. Jack tiritaba incontrolablemente por el frío.

—¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde has estado? —preguntó Akiko, la preocupación marcada en su rostro mientras Jack caía de rodillas, demasiado cansado para que sus pies magullados y ensangrentados lo sostuvieran—. Nosotros volvimos hace horas.

Jack no respondió. En cambio, miró a Kazuki, que había aparecido detrás de Akiko. Su rival se había lavado y se había vestido con una túnica limpia. Parecía descansado, como si el esfuerzo de la noche no le afectara. Cruzado de brazos, Kazuki observó el guiñapo que era Jack con divertida curiosidad.

Todo el cuerpo de Jack se estremeció, ya no de frío, sino de furia.

—¡Tu trampa casi mató a Yori! —consiguió jadear.

—Deliras,
gaijin.
No hice trampas. Terminé el primero porque fui el mejor —respondió Kazuki, dirigiéndole una sonrisa de desprecio—. Eres tú quien fracasó. No me eches la culpa a mí, patético
gaijin.

—¡No ha fracasado todavía! —replicó Akiko, mirando a Kazuki—. Los rayos del sol aún no han alcanzado los ojos del Buda. Todavía tiene tiempo. Vamos, Jack.

Akiko, sin importarle que el barro manchara su túnica limpia, empezó a medio cargar medio tirar de Jack hacia las escalinatas del templo principal.

—¡NO! ¡DÉJALO! —exclamó una voz.

Akiko se detuvo al instante. Jack alzó la cabeza y vio al Sumo Sacerdote de pie en lo alto de las escalinatas, con su túnica blanca, las manos extendidas, ordenándoles que se detuvieran. Tras él, a través de las puertas
shoji
abiertas del altar, oculto en la sombra, Jack atisbó el Buda de madera.

—No puedes ayudarlo. Si quiere continuar en el Círculo, debe completar el viaje solo.

—Pero no lo conseguirá nunca —suplicó Akiko.

—Eso tiene que decidirlo él, no tú. Suelta al muchacho —ordenó el sacerdote.

Akiko dejó suavemente a Jack en el suelo y se retiró con los ojos llenos de lágrimas.

Jack se quedó arrodillado donde estaba. Un cansancio aturdidor lo atenazaba como si el peso del cielo entero hubiera caído sobre sus hombros. La estatua del Buda no estaba a más de cincuenta pasos de distancia, pero por lo que a él se refería, podría haber estado en el otro extremo del mundo. Había agotado su último gramo de energía en su desesperada maratón para salvar la vida de Yori.

Dentro, los monjes empezaron a cantar el Mantra de la Luz y Jack pudo ver al resto de la escuela, los
senseis
y a Masamoto esperando a ver qué hacía. El Sumo Sacerdote llamó a Jack con un simple gesto de la mano, y luego se volvió y entró en el templo como si esperara que lo siguiese.

Jack no lo hizo.

No podía.

Simplemente, no le quedaba nada. Esta vez, Jack supo que no era una barrera de dolor que pudiera atravesar. Era como un abismo, un enorme vacío de energía, una sima imposible de saltar.

Kazuki se arrodilló junto a él, con una sonrisa arrogante en el rostro, y le susurró alegremente al oído:

—Nunca lo conseguirás.

El sol estaba a la mitad del tejado del templo y Jack pudo verlo arrastrarse por cada teja. Kazuki tenía razón. Haría falta un esfuerzo sobrehumano para llegar al Buda a tiempo.

Jack miró abatido el suelo que tenía delante. En su mareado agotamiento, vio una hormiga cruzar su camino, arrastrando una hoja que tenía cinco veces su tamaño. La pequeña criatura se debatía, tiraba, empujaba y se esforzaba, pero a pesar de la enormidad de la tarea, no cedía.

«No hay fracaso excepto cuando ya no se intenta.»

Las palabras del
sensei
Yamada resonaban en su cabeza. Jack alzó la mirada y vio al viejo maestro zen mirándolo desde la puerta del templo, los ojos irradiando fe en él.

—¡Vamos, Jack! ¡Puedes lograrlo! —gritó Yamato, que bajaba corriendo las escaleras, acompañado de Saburo.

—¡Vamos, Jack! —coreó Saburo.

—No está tan lejos —animó Akiko con las manos extendidas, deseando desesperadamente que continuara.

Con un esfuerzo hercúleo y los vítores de ánimo de sus amigos, Jack consiguió ponerse en pie. Avanzó tambaleándose, repitiendo el mantra con casa paso.

—No hay fracaso excepto cuando ya no se intenta. No hay fracaso excepto cuando ya no se intenta. No hay fracaso…

Jack arrastraba un pie detrás del otro, las piernas tan pesadas como si les hubieran atado una bola y una cadena. Caía hacia delante más que andaba, pero cada paso lo llevaba más y más cerca.

Estaba ya en las escalinatas del templo, y las subía arrastrándose. Sus amigos continuaban gritándole ánimos, pero sus palabras eran un rumor distante en sus oídos. El único sonido del que era consciente era el cántico monótono de los monjes de túnica blanca. Cuanto más se acercaba, más fuerte se hacía su mantra, filtrándose en sus músculos como un elixir.

Ahora estaba dentro del templo.

Pero también lo estaba el sol.

Se había alzado por encima de la línea de las montañas y ahora brillaba con fuerza sobre la pared trasera del templo, y sus rayos levantaban motas de polvo en el aire mientras descendía hacia los ojos del Buda.

La escuela, asombrada por el esfuerzo supremo de Jack, estaba completamente en silencio mientras lo veían arrastrarse hacia el altar.

Jack extendió la mano. El sol iluminaba los ojos del Buda. Al mismo tiempo, los monjes cesaron su cántico. Jack notó la fría sensación de la madera y la lisura del vientre del Buda. Sonrió brevemente antes de desplomarse a los pies de la estatua.

—Nunca podréis conquistar a la montaña. Sólo podréis conquistaros a vosotros mismos —empezó a decir el Sumo Sacerdote, cuando la congregación regresó al templo después del almuerzo—. El primer desafío del Círculo de Tres ponía a prueba el cuerpo físico, llevándolo a sus mismos límites. Cinco de vosotros conseguisteis alcanzar el templo antes de que la primera luz del amanecer alcanzara los ojos del Buda, demostrando así vuestro dominio sobre el cuerpo.

Jack se tambaleaba en pie, mareado por el agotamiento. Le habían dado comida y agua y le habían permitido descansar, pero no pasó mucho rato antes de que volvieran a despertarlo y lo llevaran de vuelta al templo principal con los otros cinco participantes.

—El desafío del Cuerpo debería haberos demostrado a cada uno de vosotros que la mente dirige al cuerpo. El cuerpo puede continuar adelante mientras la mente sea fuerte.

El sacerdote estudió a cada uno de ellos con sus ojos insondables, comprobando que habían comprendido esta lección vital.

—Cuando comprendáis esto, no habrá límites para lo que podéis conseguir. Lo imposible se convierte en posible, tan sólo si vuestra mente lo cree. Esta verdad forma la base del segundo desafío del Círculo. Pero primero Masamoto-sama desea hablar.

Masamoto se levantó y se acercó a sus estudiantes, su pose era orgullosa y poderosa mientras contemplaba a Jack y los demás.

—Me siento honrado por tener samuráis tan fuertes en mi escuela. El espíritu de
Niten Ichi Ryu
arde con fuerza en todos vosotros —agarró el hombro de Jack con el brazo derecho y Jack sintió la inmensa fuerza del gran guerrero—. Pero hoy ese espíritu arde con más fuerza en Jack-kun.

Todos los ojos se posaron en Jack.

Jack no supo adónde mirar, excepto directamente a la cara marcada de cicatrices de Masamoto, quien le devolvió la mirada con orgullo paternal.

—Jack-kun demostró auténtico
bushido.
Cuando sacrificó sus posibilidades por un camarada samurái en apuros, mostró la virtud de la lealtad. Al traer a ese mismo samurái desde la montaña, demostró valor. No sólo se conquistó a sí mismo, sino que tengo la impresión de que conquistó a la montaña al negarle la vida de Yori-kun.

La escuela se inclinó como un solo hombre, honrando el logro de Jack.

Jack miró alrededor, incómodo por ser el centro de tanta atención. Akiko le sonrió cálidamente, mientras que Tadashi, claramente agotado por el primer desafío, tan sólo consiguió asentir brevemente con la cabeza en reconocimiento del logro de Jack. Yori no estaba en la fila. Todavía se recuperaba de su herida, y lo atendía un monje cuyos conocimientos médicos eran famosos. A Jack le habían dicho que Yori necesitaría tiempo para recuperarse, pero que los signos eran buenos y que estaba respondiendo bien al tratamiento de las hierbas del monje.

—Sin embargo, no puede hacerse ninguna concesión a la fatiga del muchacho —intervino el Sumo Sacerdote, inclinando respetuosamente la cabeza ante Masamoto—. El camino de un monje
tendal
es interminable, así que el desafío de la Mente debe seguir a continuación.

41
La mente sobre la materia

La cascada caía tronando desde el segundo pico más alto de la cordillera Iga, formando una larga cortina de blanco rugiente. A lo largo de los siglos, había formado un estrecho barranco en la montaña, como si algún dios hubiera golpeado la roca con un hacha y la hubiera separado.

Los monjes, estudiantes
y senseis
formaban un gran semicírculo en torno al revuelto estanque que se formaba al pie de la cascada. Tenían las manos unidas, rezando en honor de los espíritus de la montaña y el antiguo
kami
de la cascada, mientras el Sumo Sacerdote recitaba una bendición budista y esparcía sal como parte del ritual de purificación.

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