El joven samurai: El camino de la espada (9 page)

BOOK: El joven samurai: El camino de la espada
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—¿Pero no es un
daimyo
más poderoso que un samurái? —preguntó—. ¿Puede realmente Masamoto-sama protegerme de él?

—Estamos hablando de Masamoto-sama —dijo el
sensei
Yamada, riendo ante la idea—. Además, aunque el
daimyo
Kamakura tuviera en mente una idea tan ridícula, tendría poco apoyo. Los extranjeros son necesarios en Japón, ya que potencian buenos negocios.

El
sensei
Yamada se levantó y acompañó a Jack hasta la entrada del Salón del Buda. Desde lo alto de los escalones de piedra, señaló los tejados del castillo Nijo.

—Como eres bien consciente, el señor que gobierna aquí en Kioto es el
daimyo
Takatomi. Pero el
daimyo
Takatomi no es sólo responsable de esta provincia. Gobierna Japón como uno de los regentes nombrados y es popular entre los señores samuráis. Le gustan los cristianos y los extranjeros. He oído que él mismo se ha convertido al cristianismo. Así que no permitiría que aquí sucediera nada de eso.

El
sensei
Yamada sonrió y colocó una mano tranquilizadora sobre el hombro de Jack.

—Jack, estás perfectamente a salvo.

15
El sensei Kano

Jack cruzó corriendo el patio.

Al llegar a la puerta, deslizó la
shoji
y se asomó. Todas las lámparas estaban apagadas, así que resultaba difícil ver nada, pero el pasillo parecía vacío.

En silencio, recorrió el pasillo de las chicas en dirección a la habitación de Akiko. Cuando llegó allí, descubrió que la puerta estaba ligeramente entornada. Se asomó a la abertura.

Akiko estaba profundamente dormida bajo las sábanas de su futón… y parecía que llevaba allí mucho tiempo.

Al verla dormida, Jack fue consciente de lo agotado que se sentía. Al sufrir de hambre y de falta de sueño, ¿podía haber imaginado al intruso?

Decidió que hablaría con Akiko por la mañana, pero ahora la atracción de su propia cama era demasiado fuerte para resistirla y regresó a su habitación dando tumbos. Cuando se desplomó en su futón, la mente le daba vueltas. Contempló su muñeco Daruma, deseando poder dormir, y después de un rato sintió que los párpados se le hacían más pesados.

Podría haber jurado que había cerrado los ojos sólo durante un momento antes de que Yamato apareciera en su puerta y el brillante sol de la mañana inundara su habitación.

—¡Vamos, Jack! —dijo Yamato, levantándolo de la cama—. Te has perdido el desayuno y el
sensei
Kano ha dicho que tenemos que reunirnos en el
Butokuden
ahora mismo. Vamos a recibir nuestra primera lección en el Arte del
Bo.

Tras dejar atrás el bullicio de la ciudad de Kioto, los estudiantes cruzaron un amplio puente de madera sobre el río Kamogawa y se encaminaron al noroeste, en dirección al monte Hiei. A pesar de que el verano ya había terminado, el clima era cálido y seco, el cielo sin nubes, y con la aguda luz de la mañana los templos calcinados, que podían verse dispersos por las pendientes boscosas de las montañas, brillaban como dientes rotos.

La enorme mole del
sensei
Kano, una montaña en sí mismo, avanzaba ante ellos, golpeando el suelo a cada paso con su gran palo blanco de
bo.
Como ovejas detrás del pastor, los estudiantes lo seguían en dos ordenadas filas, su paso dictado por el rítmico
thunk-thunk
del bastón del
sensei.

Como les habían ordenado, la clase se congregó ante el
Butokuden
para esperar a su nuevo maestro. Jack y los demás habían estado observando a los trabajadores madrugadores cavar los cimientos de la nueva Sala del Halcón cuando apareció el
sensei
Kano. Saludó a sus estudiantes con una breve reverencia antes de ordenarles que recogieran un palo de
bo
de madera de una pila formada contra la panoplia de las armas dentro del
Butokuden.
Entonces salieron de la escuela a paso rápido.

Su maestro no había dicho ni una palabra desde entonces.

Cuando llegaron al pie de la montaña, el sol estaba ya alto en el cielo. La marcha forzada, combinada con el polvo del camino, hizo que pronto los estudiantes sintieran sed y calor, así que la fresca sombra de los cedros fue un alivio bienvenido cuando entraron en el bosque y empezaron a ascender el monte Hiei.

Mientras serpenteaban por la pendiente, los estudiantes se desplegaron un poco y Jack finalmente encontró una oportunidad para hablar con Akiko.

—¿Dónde crees que nos lleva el
sensei
Kano? —preguntó con tono casual.

—A Enryakuji, supongo.

—¿Por qué allí? ¿No me dijiste que un general samurái lo destruyó?

—Sí, el general Nobunaga.

—¿Y qué queda que se pueda ver? —preguntó Jack.

—Nada. Aparte de los restos de varios cientos de templos desiertos. Enryakuji ha sido una tumba desde hace más de cuarenta años.

—Parece un sitio bastante extraño para llevarnos a entrenar.

Jack se acercó y comprobó que no había nadie escuchando antes de susurrar:

—Por cierto, ¿qué estuviste haciendo anoche?

Akiko vaciló un instante al escuchar la pregunta. Entonces, manteniendo la mirada fija en el camino, respondió:

—Estuve haciendo grullas.

—No, me refiero a justo antes del amanecer —presionó Jack—. Estoy seguro de que te vi fuera de la
Shishi-no-ma.
¡Ibas toda vestida de negro como un ninja!

El rostro se Akiko se convirtió en una extraña mezcla de incredulidad y alarma.

—Te confundes, Jack. Estaba dormida. Como todos los demás.

—Bueno, pues vi a alguien… y juro que parecías tú. Pero cuando entré, no había nadie.

—¿Estás seguro de que no lo imaginaste? —Ella estudió su rostro con preocupación—. Pareces muerto en pie. ¿Dormiste algo anoche?

Jack negó cansinamente con la cabeza y estaba a punto de preguntarle algo más cuando los estudiantes que los seguían los alcanzaron.

Con el rabillo del ojo, Jack siguió estudiando a Akiko, pero su rostro no reveló nada. Tal vez se había confundido de verdad. Akiko no tenía ningún motivo para mentirle. Pero si no era Akiko, ¿entonces quién más pudo haber sido?

¡THUNK!

Los pensamientos de Jack fueron interrumpidos por el último golpe del palo de
bo
del
sensei
Kano contra el suelo. Todos los estudiantes se detuvieron bruscamente.

—Cruzaremos por aquí —anunció el
sensei.
Su voz era grave y resonante, como si hubieran hecho sonar el gong de un templo dentro de su pecho.

Los estudiantes se acercaron. Jack avanzó con Yamato y Akiko a su lado. Delante de ellos había un barranco que dividía el bosque en dos, con un veloz río debajo. Titilando en las brumas húmedas, los restos de un puente se alzaban sobre el abismo.

—¿Por dónde cruzaremos,
sensei?
—preguntó Yamato.

—¿No hay un puente? —preguntó el
sensei
Kano.


Hai, sensei
—respondió Yamato, divertido por la pregunta—. Pero lo han destruido.

El
sensei
Kano alzó los ojos al cielo, como si escuchara algún sonido lejano, y entonces dijo:

—¿Y el tronco?

Un poco más allá del puente, cruzando el abismo, había un pequeño cedro caído, las ramas cortadas, el tronco pelado de corteza.

—Pero
sensei
—objetó Yamato, con voz temblorosa—, ese tronco apenas es lo bastante ancho para un pie… está cubierto de verdín… y está mojado… alguien podría resbalar y caer fácilmente.

—Tonterías. Todos cruzaréis por aquí. De hecho, tú, Yamato-kun, serás el primero. Eres el hijo de Masamoto, ¿no?

Yamato se quedó boquiabierto, y su rostro palideció.


Hai, sensei
—respondió débilmente.

—¡Bien, entonces guía el camino!

El
sensei
le dio a Yamato un empujoncito con el palo y Yamato se acercó al borde del barranco. Se detuvo en el filo.

—¿Por qué no has cruzado todavía? —preguntó el
sensei.

—Lo s-siento…
se-sensei
—tartamudeó Yamato—. Yo… no puedo hacerlo.

Jack sabía que a su amigo le daban miedo las alturas. Había descubierto la fobia de Yamato cuando escalaron la cascada del Sonido de las Plumas en la culminación de la competición de
Taryu-Jiai.
El mismo vértigo volvía a derrotarlo.

—Tonterías. Si es la altura lo que te asusta, simplemente no mires —instruyó el
sensei
Kano.

—¿Qué? ¡Cerrar los ojos! —exclamó Yamato, retrocediendo del borde del abismo.

—Sí. Vuélvete ciego a tu miedo.

Todos miraron al
sensei
, sorprendidos. La idea de cruzar el tronco era ya bastante enervante, pero hacerlo con los ojos cerrados… ¡era una locura absoluta!

—Es perfectamente seguro. Iré yo primero —dijo el
sensei
Kano, quitándose las sandalias y atándolas a su bastón—. Sin embargo, me sería útil si alguien pudiera mostrarme dónde está el tronco.

Los estudiantes intercambiaron miradas de asombro. El tronco estaba a plena vista. Tras una breve pausa, varios estudiantes señalaron el cruce improvisado.

—No tiene sentido señalar —dijo el
sensei
Kano—. Soy ciego.

Jack, junto con el resto de la clase, se quedó anonadado. El
sensei
Kano los había guiado hasta el barranco sin guía, y sin una sola petición de dirección. ¿Cómo podía ser ciego?

Jack estudió a su nuevo
sensei
atentamente por primera vez. El enorme tamaño del
sensei
Kano dominaba su apariencia, pues era una
cabeza
más alto que la mayoría de los japoneses. Al inspeccionarlo de cerca, sin embargo, Jack advirtió que los ojos del
sensei
no eran grises por naturaleza, sino que estaban nublados como si una bruma marina se hubiera colado en ellos.

—Discúlpame,
sensei
—dijo Akiko, recuperándose la primera—. El tronco está casi delante de ti, a no más de ocho
shaku
delante y doce
shaku
a tu izquierda.

—Gracias —respondió el
sensei
Kano, avanzando confiadamente hasta el borde del barranco.

Su
bo
encontró el filo y lo siguió hacia su izquierda hasta que golpeó el árbol caído. Sin un momento de vacilación, subió al estrecho tronco. Sosteniendo el palo por delante para equilibrarse, lo cruzó fácilmente de varias zancadas.

—Habéis sido testigos de vuestra primera lección —anunció el
sensei
Kano desde el otro lado—. Si se ve con los ojos del corazón en vez de con los ojos de la cabeza, no hay nada que temer.

Como en respuesta a la sabiduría de sus palabras, un rayo de sol se abrió paso a través del dosel del bosque, suspendiendo un diminuto arco iris dentro del velo de bruma que se alzaba sobre el vacío.

—Ahora es vuestro turno.

16
Mugan Ryu

El rugido del río llenó los oídos de Jack cuando se acercó al abismo y una tenaza de miedo se apoderó de él.

No podía ver el barranco que sabía que se abría ante él como la boca de un tiburón. Sin embargo, con cada paso hacia lo desconocido, su confianza crecía. Después de haber sido mono gaviero a bordo del
Alejandría
, las plantas de sus pies se aferraban a la resbaladiza superficie del tronco como si estuviera de vuelta en el penol.

También era consciente de que sin la vista tendría que confiar en sus otros sentidos, y trató de juzgar su avance a lo largo del tronco por los ecos cambiantes del río que tenía debajo.

Por fin, sus pies encontraron la hierba del otro lado y abrió los ojos, sorprendido por haber conseguido cruzar sin mirar ni una sola vez.

Akiko se acercó ahora al tronco. Cerró los ojos y ágilmente cubrió el abismo con varios rápidos pasos, su equilibrio tan perfecto como el de una bailarina, haciendo que los intentos de todos los demás hasta ahora parecieran torpes y desgarbados.

Esperaron a Yamato. Pero Yamato pospuso el cruce invitando amablemente a Emi a pasar primero. La chica cruzó en un instante, y él se hizo a un lado para dejar paso a los demás miembros de la clase. Saburo avanzó a trompicones, y luego Yori cruzó, seguido de Kiku. Nou acabó cruzando a horcajadas sobre el tronco, mientras que Kazuki cruzó sin molestarse siquiera en cerrar los ojos.

Al cabo de un rato, no quedó nadie más a quien Yamato pudiera invitar.

—No te preocupes —exclamó Jack—. Sólo mantén los ojos cerrados, camina recto y no habrá ningún problema.

—¡Lo sé! —contestó Yamato, irritado, pero de todas formas permaneció en el extremo del tronco, con el palo temblándole en las manos.

—Usa los ojos de tu corazón y cree en ti mismo, y entonces no tendrás nada que temer —aconsejó el
sensei
Kano, que le esperaba en el extremo opuesto.

Yamato cerró con fuerza los ojos, inspiró profundamente y se subió al tronco. Con pasitos concienzudamente cortos, empezó a avanzar. A medio camino, se tambaleó. La clase contuvo la respiración, temiendo que cayera. Pero Yamato recuperó el equilibrio y continuó su avance, lento como un caracol.

—Ya casi has llegado —animó Saburo cuando Yamato estaba ya a poco más de cuatro pasos del final.

Por desgracia, decirlo fue un error. Yamato abrió los ojos, miró hacia abajo y vio la vertiginosa caída que se abría bajo sus pies. El pánico se apoderó de sus sentidos. Se apresuró a dar los últimos pasos y resbaló.

Yamato gritó y se abalanzó de cabeza al abismo.

Pero, justo cuando Yamato perdía pie, el
sensei
Kano lanzó su palo de
bo
, lo cogió por el pecho y lo enderezó y devolvió a una posición segura. Yamato aterrizó convertido en un bulto temblequeante sobre la hierba.

—Abriste los ojos y dejaste pasar al miedo, ¿verdad? —dijo el
sensei
Kano—. Pronto aprenderás a no dejarte amedrentar por lo que ves.

Sin esperar una respuesta, el
sensei
se dio media vuelta y condujo a los estudiantes al interior del bosque.

Jack, Akiko y Saburo corrieron a ayudar a Yamato a volver a ponerse en pie, pero él los rechazó, entristecido, furioso consigo mismo por haber quedado en evidencia delante de la clase.

—¿Cómo demonios ha hecho eso el
sensei
Kano? —preguntó Jack a los demás, sorprendido por la veloz reacción del maestro de
b
o—. ¡Es ciego!

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