El joven samurai: El camino de la espada (10 page)

BOOK: El joven samurai: El camino de la espada
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—Todo quedará claro cuando lleguemos al monasterio, Jack-kun —gritó desde lejos el
sensei
Kano.

Los estudiantes se miraron unos a otros, asombrados. El
sensei
Kano ya se había perdido de vista, pero los había oído.
—Este templo es donde el
sensei
Sorimachi, el fundador de la
Mugan Ryu
, la Escuela Sin Ojos, comenzó su entrenamiento —explicó el
sensei
Kano—. La escuela se basa en la reflexión de que «ver sólo con los ojos es no ver nada en absoluto».

La clase escuchó obediente en fila de a dos, los bastones sujetos a su vera. El
sensei
Kano los había traído a un gran patio descubierto que daba a las ruinas del Kompon Chudo, el mayor templo del antaño grande y poderoso monasterio Enryakuji.

La amplia bóveda curvada del templo se había desplomado por varios puntos, y las tejas rojas y verdes yacían esparcidas por el suelo como escamas de dragón caídas. Los huesos rotos de las columnas de madera se alzaban en ángulos extraños y las mellas en las paredes derruidas revelaban altares saqueados y resquebrajados ídolos de piedra. El monasterio estaba muerto en todos los sentidos.

Sin embargo, una luz brillaba en su interior. El
sensei
Kano explicó que era la «Luz Eterna». Una linterna encendida por el sacerdote fundador del templo, Saicho, hacía más de ochocientos años, seguía ardiendo, atendida por un monje solitario.

—La fe no se apaga nunca —observó el
sensei
Kano antes de dar comienzo a la lección.

—Como guerreros samuráis, no debéis dejaros cegar por lo que veis. Tenéis que usar todos vuestros sentidos para conquistar a vuestro enemigo: vista, oído, olfato, gusto y tacto. Debéis ser uno con vuestro cuerpo en todo momento, manteniendo un equilibrio perfecto y una completa conciencia de dónde está cada miembro en relación a los demás.

El
sensei
se volvió hacia Jack, sus nublados ojos grises lo miraron directamente. El efecto fue inquietante, como si el
sensei
estuviera de algún modo mirando la misma alma de Jack.

—Preguntaste, Jack-kun, cómo conseguí salvar a tu amigo sin poder ver. Sencillo. Sentí su pánico. Mi bastón se movió antes de que cayera. Oí su pie resbalar en el tronco y luego su grito, así que supe exactamente dónde estaba. ¡La parte difícil fue asegurarme de que no aterrizara sobre ninguno de vosotros!

Una carcajada se extendió entre los estudiantes.

—¿Pero cómo pueden utilizarse esas habilidades para combatir a un enemigo que no se puede ver? —preguntó Kazuki, escéptico.

—Lo demostraré —respondió el
sensei
Kano, volviendo su mirada nublada hacia Kazuki—. ¿Tu nombre?

—Oda Kazuki,
sensei.

—Bien, Kazuki-kun, intenta robar mi
inro
sin que yo me dé cuenta y será tuyo.

Kazuki sonrió ante el desafío. La cajita de viaje colgaba libremente del
obi
del kimono del
sensei
, presa fácil incluso para el más inepto de los ladrones.
Kazuki se apartó de la fila y avanzó en silencio hacia el
sensei.
Al pasar junto a Nobu, le hizo una seña a él y a otro muchacho, un chico delgado y nervudo como un insecto palo llamado Hiro, para que lo siguiera. Kazuki reemprendió entonces su avance, con Nobu moviéndose a su derecha e Hiroto a la izquierda. Todos convergieron sobre el
sensei
Kano desde una dirección distinta.

Estaban a cuatro pasos de distancia cuando el
sensei
Kano hizo girar su palo de
bo
, cogiendo a Hiroto por el tobillo y haciéndolo caer. El
sensei
se dio la vuelta, lanzó el palo entre las piernas de Nobu, obligándolo a separarlas. Un simple golpe en el estómago derribó al suelo al sorprendido Nobu. Finalmente, sin pausa, atacó a Kazuki, lanzando su
bo
directamente contra la garganta del muchacho.

Kazuki se quedó inmóvil, dejando escapar un audible gemido de pánico cuando el extremo del palo se detuvo a una pulgada de su nuez de Adán.

—Muy astuto, Kazuki-kun, empleando señuelos, pero tu amigo de allí huele a sushi de tres días —explicó el
sensei
, señalando la figura caída de Hiroto—. ¡Tú respiras tan fuerte como un bebé dragón, y ese otro chico pisa como un elefante! —dijo, señalando a Nobu, que yacía en el suelo frotándose el vientre dolorido.

La clase estalló en una risa incontrolable.

—¡Basta! —interrumpió el
sensei
Kano, poniendo brusco fin a la risa—. Es hora de empezar vuestro entrenamiento o nunca aprenderéis a combatir a ciegas. Separaos unos de otros para que tengáis espacio suficiente para blandir vuestros
bo.

La clase, obediente, se desplegó por el patio de piedra.

—Primero debéis ser uno con el peso y sentir el
bo.
Quiero que todos hagáis girar vuestro palo como hago yo.

El
sensei
Kano empuñó el bastón con la mano derecha, sujetándolo hacia la mitad de la vara. Empezó a hacer girar el
bo
, cambiando de mano en el proceso. Comenzó despacio, y luego fue ganando velocidad hasta que el palo fue un borrón a cada lado de su cuerpo.

—Cuando os sintáis lo bastante confiados para hacer girar el
bo
entre las manos, cerrad los ojos. Aprended a sentir su movimiento, en vez de confiar en vuestra vista para seguirlo.

La clase empezó a hacer girar sus palos. Varios estudiantes se atascaron inmediatamente con sus armas y las dejaron caer.

—Empezad despacio. Haced bien primero los movimientos con la mano —aconsejó el
sensei
Kano.

Para empezar, a Jack le resultó difícil hacer voltear el palo. Agotado por la falta de sueño, sus reacciones eran lentas y sus movimientos torpes.

Yamato, por otro lado, cogió el arma como si hubiera nacido con ella en las manos. Sus amigos ya habían cerrado los ojos.

—Buen trabajo, Yamato-kun —felicitó el
sensei
Kano mientras escuchaba el
bo
de Yamato silbar en el aire. Yamato sonrió, recuperada su vergüenza tras el cruce del barranco al ser el primer estudiante en dominar la técnica.

Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que Jack lograra hacer girar a su propio palo, aunque a un ritmo más pausado. Con la práctica continuada, su confianza creció hasta que se atrevió a cerrar los ojos. Trató de sentir el arma, oírla, notarla, en vez de verla.

Aumentó la velocidad.

El
bo
volaba, y cada giro enviaba una vaharada de aire junto a sus oídos.

¡Lo había dominado!

—¡Ayyyyyy! —exclamó Jack cuando el dolor brotó en su pierna.

El
bo
le había golpeado la espinilla y escapó de sus manos, hasta caer resonando en el suelo de piedra. Jack cojeó en busca del arma caída.

El
bo
giró hasta detenerse… a los pies de Kazuki.

Jack se inclinó para recuperarlo, pero antes de que pudiera alcanzarlo, recibió un golpe en la nuca. Miró a Kazuki.

—Cuidado,
gaijin
—dijo Kazuki, dirigiéndole una mirada de burlona inocencia.

El odio entre ellos se avivó y Jack se tensó, listo para pelear.

—Ni se te ocurra —susurró Kazuki, echando un vistazo para comprobar que el
sensei
Kano no estuviera cerca—. No lograrías ni acercarte.

Kazuki detuvo su
bo
directamente ante la nariz de Jack, obligándolo a echar la cabeza hacia atrás. Jack retrocedió, y luego fingió dirigirse a la izquierda antes de agacharse y recoger su palo con la otra mano. Pero Kazuki estaba preparado para ello y descargó la punta de su bastón contra los dedos de Jack, volviendo a arrojar al suelo el
bo
con un claqueteo.

—Sería mejor que el estudiante al que se le cae continuamente el
bo
mantuviera los ojos abiertos hasta que sea más competente —dijo el
sensei
Kano desde el otro lado del patio.

Jack y Kazuki se miraron en silencio, cada uno esperando que el otro hiciera el próximo movimiento.

—Con los ojos abiertos o cerrados, eres una excusa indigna para ser un samurái —se burló Kazuki entre dientes—. Incluso tú debes darte cuenta de que no le gustas a nadie en esta escuela. Tus supuestos amigos son sólo amables contigo, porque Masamoto-sama lo ordena.

Jack se sintió inflamado por la acusación y luchó para controlar su ira.

—Y al estudiante que sigue hablando hay que aconsejarle que canalice sus energías en una práctica más positiva —añadió claramente el
sensei
Kano.

Pero el daño ya estaba hecho. Kazuki había golpeado un nervio inflamado. Jack no podía negar que había algo de verdad en su burla. Cuando llegó a Japón, Yamato sólo toleró su presencia debido a una orden directa de su padre. Había hecho falta la victoria en la
Taryu-Jiai
para unirlos como amigos. Luego estaba Akiko. A pesar de ser su mejor amiga, ella escondía tan bien sus sentimientos que Jack no podía decir si fingía su amistad o no.

Tal vez Kazuki tenía razón.

A pesar de la negativa de Akiko respecto a la misteriosa aparición de la noche pasada, Jack tenía la impresión de que le estaba ocultando algo.

Al ver la batalla interna que se desarrollaba en el rostro de Jack, Kazuki sonrió.

—Vete a casa,
gaijin
—murmuró en voz baja.

17
Plantando semillas


¡Vete a casa, gaijin!¡Vete a casa, gaijin!¡Vete a casa
, gaijin!

Jack permanecía inmovilizado por el miedo en el alto sillón de su padre mientras veía a Ojo de Dragón blandir su espada, recalcando la frase una y otra vez haciéndola golpear contra las paredes de la casita de sus padres. Como heridas abiertas, las letras rojas chorreaban en vetas carmesíes, y Jack advirtió que Ojo de Dragón empleaba la sangre de su padre como tinta.

Al oír un roce que se aproximaba, Jack apretó contra su pecho el cuaderno de bitácora. Miró hacia abajo y vio cuatro escorpiones negros, cada uno del tamaño de un puño, que recorrían las tablas del suelo y subían por sus piernas desnudas, con sus aguijones venenosos chasqueando en la oscuridad…

—¿Vienes?

Jack despertó de golpe con la voz de Akiko.

Se sentó en el futón y se frotó los ojos para protegerse de la brillante luz de la mañana que se colaba por la diminuta ventana de su habitación.

—No estoy… preparado del todo… ve tú delante —respondió, la voz temblorosa, mientras apartaba las mantas.
—¿Te encuentras bien? —preguntó ella desde el otro lado de la puerta
shoji.

—Me encuentro bien… sólo estoy adormilado.

Pero Jack distaba mucho de sentirse bien. Akiko lo había despertado de otra pesadilla.

—Me reuniré contigo para desayunar en la
Cho-no-ma
—añadió apresuradamente.

—Intenta no llegar tarde esta vez —advirtió Akiko, y Jack oyó sus suaves pisadas perderse por el pasillo.

Se levantó, aturdido tras haber soñado con Ojo de Dragón y los cuatro escorpiones. Se preguntó si podría ser una premonición como la mariposa y la visión del demonio. Pero esa visión había sido inducida por la meditación. Esto era una pesadilla, algo más oscuro, más primitivo. Si sucedía de nuevo, se prometió que lo consultaría con el
sensei
Yamada.

Jack recogió su futón, guardando con cuidado el cuaderno de bitácora dentro de los pliegues del colchón. Era un escondite demasiado obvio. Necesitaba urgentemente hablar con Emi para que concertara una nueva visita al castillo. El problema era que nunca podía hablar con ella a solas. Sus dos amigas, Cho y Kai, la seguían como si fueran criadas. Además, Jack tenía todavía que abordar el tema sin revelar su verdadero propósito.

A toda prisa se puso su
gi
de entrenamiento, envolviendo la sección superior alrededor de su cuerpo y asegurándose de que la solapa izquierda quedara sobre la derecha. No quería parecer un cadáver vestido al revés. Luego ató la chaqueta con un
obi
blanco alrededor de su cintura.

Antes de marcharse a desayunar y de su primera lección del día, Jack atendió a su
bonsái
, que había colocado en el estrecho alféizar de su ventana. Adoraba el diminuto cerezo, un regalo de despedida de Uekiya, el jardinero de Toba. Era un recordatorio constante de la amabilidad que el anciano le había mostrado aquel primer verano. Lo regaba religiosamente, recortaba sus ramas y eliminaba cualquier hoja muerta. El ritual siempre lo calmaba, y pronto las crueles burlas de su pesadilla desaparecieron hasta que fueron poco más que un susurro en su cabeza.

Esa mañana, varias de las verdes hojas en miniatura del
bonsái
mostraban atisbos de marrón dorado y feroz rojo, anunciando la llegada del otoño. Con sólo una estación antes de que las nieves anunciaran las competiciones de selección para el Círculo de Tres, los
senseis
habían intensificado su entrenamiento, aumentando la complejidad de las técnicas y empujando a los estudiantes hasta sus límites. Jack tenía que esforzarse con su régimen.

Tras asegurar su
bokken
en su
obi
, hizo acopio de la energía que necesitaría durante todo el día.

—¡Otra vez, la
kata
cuatro! —ordenó el
sensei
Hosokawa.

Los estudiantes golpearon el aire con sus
bokken
, repitiendo la serie prescrita de movimientos. Habían realizado cientos de tajos ya esa mañana, pero la lección del
sensei
era implacable.

Los brazos de Jack ardían de cansancio, estaba empapado de sudor y su
bokken
parecía pesado como el plomo.

—¡No, Jack-kun! —corrigió el
sensei
Hosokawa—. La
kis-saki
se detiene en el
chudan.
Estás cortando el vientre de tu enemigo… no intentando amputarle los pies.

Jack, que habitualmente sobresalía en la clase de esgrima, tenía problemas para seguir el ritmo. Sus miembros doloridos no le respondían y el
bokken
seguía resbalando más allá de su objetivo.

—¡Concéntrate! —ordenó el
sensei
Hosokawa, acercándose a Jack—. No me hagas volver a recordártelo.

Cogió el brazo con el que Jack sujetaba la espada, alzó severamente el
bokken
hasta la altura apropiada. Los brazos de Jack temblaban por el esfuerzo.

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