El joven samurai: El camino de la espada (2 page)

BOOK: El joven samurai: El camino de la espada
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—¿Madre? —preguntó—. ¿Me oyes…?

Y cuando la puerta empieza a crujir como un palo en tu espalda vas a sentir…

—¡Madre! ¿Por qué no respondes?

La lluvia caía ahora con tanta fuerza que el sonido que producía semejaba el de un pescado friéndose en una sartén. Jack se acercó a su madre. Ella siguió de espaldas, pelando una patata tras otra.

Y cuando la espalda te empieza a doler como una navaja en el corazón es…

Jack tiró del delantal.

—¿Madre? ¿Te encuentras bien?

Jack oyó de pronto un grito sofocado procedente de la otra habitación y en ese momento su madre se volvió hacia él, y su voz sonó agria y rechinante.

Y cuando tu corazón empieza a sangrar estás muerto, muerto, muerto de verdad…

Jack se encontró mirando directamente las cuencas hundidas de una vieja bruja cuya cabellera, gris y grasienta, estaba cubierta de piojos. El ser al que había confundido con su madre dirigió entonces el cuchillo hacia la garganta de Jack; una monda de patata colgaba de la afilada hoja.

—¡Estás muerto de verdad,
gaijin!
—masculló la vieja, y Jack sintió náuseas ante la fetidez de su aliento.

La bruja soltó una risotada mientras él echaba a correr, gritando, hacia la puerta.

Jack oyó los gritos de angustia dentro de la casa. Irrumpió en la habitación principal.

El gran sillón donde su padre solía sentarse estaba vuelto hacia la chimenea, donde ardía un fuego. Las llamas recortaban la silueta embozada de una figura sentada delante de ellas.

—¿Padre? —preguntó Jack con tono vacilante.

—Tu padre está muerto,
gaijin.

Un dedo retorcido en el extremo de una mano cubierta con un guante negro señaló el cuerpo del padre de Jack, que yacía, roto y sangrante, en un rincón de la habitación. Jack retrocedió al ver el horrible destino de su padre, y el suelo empezó a oscilar como la cubierta de un barco.

De un solo salto, la figura embozada voló desde la silla hasta la ventana. El intruso sostenía a Jess en sus brazos.

Jack creyó por un instante que se le detenía el corazón.

Reconoció el único ojo de color verde jade que lo miraba a través de la rendija en la capucha. La figura, vestida de la cabeza a los pies con el negro
shinobi shozoku
de los ninjas, era Dokugan Ryu.

Ojo de Dragón. El ninja que había matado a su padre y cazado a Jack sin piedad y que ahora había secuestrado a su hermana pequeña.

—¡No! —gritó Jack mientras cruzaba la habitación para salvarla.

Sin embargo, otros ninjas parecieron surgir de las paredes para detenerlo. Jack luchó contra ellos con todas sus fuerzas, pero cada ninja sin rostro que derrotaba era sustituido de inmediato por el siguiente.

—¡En otra ocasión,
gaijin!
—siseó Ojo de Dragón mientras se volvía y desaparecía en la rugiente tormenta—. El cuaderno de bitácora no ha sido olvidado.

2
El cuaderno de bitácora

La pálida luz del amanecer se filtraba por la diminuta ventana y la lluvia seguía goteando, viscosa, del dintel al alféizar.

Un único ojo miraba a Jack a través de la penumbra.

Sin embargo, no era el de Dokugan Ryu.

Pertenecía al muñeco Daruma que el
sensei
Yamada, su maestro de zen, le había dado durante su primera semana de entrenamiento samurái en la
Niten Ichi Ryu
, la Escuela de los Dos Cielos, en Kioto.

Más de un año había pasado desde la4 aciaga llegada de Jack a Japón, cuando un ataque ninja al barco mercante que su padre pilotaba lo había dejado aislado y luchando por su vida. Jack, el único superviviente, había sido rescatado por el legendario guerrero Masamoto Takeshi, fundador de esta escuela samurái.

Herido, incapaz de hablar el idioma y sin amigos ni familiares que lo cuidaran, Jack no tuvo más remedio que hacer lo que le decían. Además, Masamoto no era de la clase de hombres que permiten que se cuestione su autoridad: un hecho demostrado cuando adoptó a Jack, un extranjero, como su hijo.

Naturalmente, Jack soñaba con regresar a casa y estar con su hermana, Jess, el único familiar que le quedaba, pero esos sueños a menudo se convertían en pesadillas en las que se filtraba su némesis, Ojo de Dragón. El ninja quería el cuaderno de bitácora, la guía de navegación de su padre, a cualquier precio, aunque eso significara matar a un muchacho de la edad de Jack.

El pequeño muñeco de madera Daruma, con su cara redonda, continuaba mirándolo en la oscuridad con su único ojo, burlándose de su situación. Jack recordó el día en que el
sensei
Yamada le indicó que pintara el ojo derecho del muñeco y formulara un deseo: el otro sólo se añadiría cuando el deseo se hiciera realidad. Jack advirtió, para su desazón, que el deseo no estaba más cerca de cumplirse que a principios de año, cuando pintó el ojo.

Se volvió, desesperado, y hundió la cabeza en el futón. Los otros futuros guerreros podían oírlo sollozar a través de las delgadas paredes de papel de su diminuta habitación en la
Shishi-no-ma
, la Sala de los Leones.

—Jack, ¿te encuentras bien? —susurró una voz en japonés desde el otro lado de la puerta del
shoji.

Oyó la puerta deslizarse hasta abrirse y reconoció los tenues contornos de su mejor amiga, Akiko, y de su primo Yamato, segundo hijo de Masamoto. Entraron en silencio en la habitación. Vestida con un kimono de seda de color crema, con la larga y negra cabellera recogida en un moño, Akiko se acercó a la cama de Jack y se arrodilló junto a ella.

—Oímos un grito —continuó Akiko, cuyos ojos rasgados estudiaban su rostro con preocupación.

—Creímos que podrías tener problemas —dijo Yamato, un muchacho delgado y de la misma edad que Jack, con ojos pardos y pelo negro y de punta—. Parece que hubieras visto a un fantasma.

Jack se enjugó la frente con mano temblorosa e intentó tranquilizarse. El sueño, tan vivido y real, lo había dejado aturdido, y la imagen de Jess atrapada permanecía aún en su mente.

—Soñé con Ojo de Dragón… Irrumpió en la casa de mis padres… Secuestró a mi hermana pequeña… —Jack tragó saliva con dificultad.

Akiko pareció a punto de tender una mano para consolarlo, pero Jack sabía que la formalidad japonesa le impedía esas manifestaciones de afecto. En cambio, le ofreció una sonrisa de consuelo.

—No es más que un sueño, Jack —dijo.

Yamato asintió.

—Es imposible que Ojo de Dragón esté en Inglaterra —apuntó.

—Lo sé —concedió Jack, inspirando profundamente—, pero yo tampoco estoy en Inglaterra. Si el
Alejandría
no hubiera sido atacado, ya me encontraría camino de casa. En cambio, estoy atrapado en el extremo opuesto del mundo. No sé qué pudo pasarle a Jess. Es probable que yo esté aquí bajo la protección de tu padre, pero ella no tiene a nadie. —Las lágrimas nublaron sus ojos.

—Pero ¿no cuidan a tu hermana en el vecindario? —preguntó Akiko.

—La señora Winters es vieja —repuso Jack, sacudiendo la cabeza con expresión de tristeza—. No puede trabajar y pronto se le acabará el dinero que le dio mi padre. Además, tal vez haya enfermado, o incluso muerto… ¡igual que mi madre! Enviarán a Jess a una casa de trabajo si no hay nadie que la cuide.

—¿Qué es una casa de trabajo? —quiso saber Yamato.

—Son como prisiones, pero para mendigos y huérfanos. Tendrá que romper piedras para las carreteras, separar ropa vieja, quizás hasta aplastar huesos para hacer fertilizante. Hay poco que llevarse a la boca, de modo que la gente acaba peleándose por unos trozos de comida medio podrida. ¿Cómo podría sobrevivir a eso?

Jack agachó la cabeza, abatido. Estaba indefenso y no podía salvar a lo que quedaba de su familia. Igual que cuando su padre necesitó su ayuda para luchar contra los ninjas que habían abordado su barco. Le arreó un puñetazo a la almohada, frustrado por su incapacidad para hacer nada al respecto. Akiko y Yamato observaron en silencio mientras su amigo expresaba su furia.

—¿Por qué tuvo
el Alejandría
que navegar con esa tormenta? Si el casco hubiera aguantado, no habríamos naufragado. No nos habrían atacado. ¡Y mi padre seguiría con vida!

Jack aún podía ver el cable manchado con la sangre de su padre, y a Ojo de Dragón retorciéndolo mientras John Fletcher se esforzaba por liberarse. Jack recordó cómo se quedó allí, paralizado de miedo, con el cuchillo colgando en su mano. Su padre, jadeando en busca de aire, las venas del cuello a punto de estallarle, tendiendo desesperadamente las manos hacia él…

Furioso consigo mismo por su incapacidad para actuar, Jack arrojó la almohada al otro extremo de la habitación.

—Jack. Cálmate. Ahora estás con nosotros, todo saldrá bien —intentó tranquilizarlo Akiko. Intercambió con Yamato una mirada de preocupación. Nunca habían visto a Jack así.

—No, no saldrá bien —replicó Jack, sacudiendo la cabeza y frotándose los ojos en un intento por despejar su mente de aquella visión de pesadilla.

—Jack, no me extraña que duermas tan mal. ¡Hay un libro debajo de tu futón! —exclamó Yamato, recogiendo un tomo encuadernado en cuero.
Jack se lo quitó con brusquedad de las manos.

Era el cuaderno de bitácora de su padre. Lo había mantenido oculto bajo su futón ya que en esta pequeña habitación sin muebles no había otro sitio donde esconderlo. El cuaderno de bitácora era su único eslabón con su padre y Jack atesoraba cada página, cada nota y cada palabra que su padre había escrito. La información que contenía era enormemente valiosa y Jack le había jurado a su padre que la mantendría en secreto.

—Tranquilo, Jack. Es sólo un diccionario —dijo Yamato, sorprendido por la inesperada agresividad del otro muchacho.

Jack miró a Yamato con los ojos muy abiertos, advirtiendo que su amigo había confundido el cuaderno de bitácora con el diccionario portugués-japonés que el difunto padre Lucius le había entregado el año anterior. El que se suponía que tenía que entregar al superior del sacerdote, el padre Bobadillo, en Osaka, cuando se presentase la ocasión. Pero no se trataba del diccionario. Aunque los dos estaban encuadernados en cuero, éste era el cuaderno de bitácora de su padre.

Jack nunca le había contado a Yamato la verdad sobre dicho cuaderno, e incluso le había negado que existiese. Y por buenos motivos. Hasta su victoria y reconciliación en la competición
Taryu-Jiai
entre escuelas de ese verano, no tenía ningún motivo para confiar en Yamato.

Cuando Masamoto adoptó a Jack, Yamato lo despreció al instante. Su hermano mayor, Tenno, había sido asesinado, y veía a Jack como un intento por parte de su padre de sustituirlo. Para Yamato, Jack le estaba robando a su padre. Hizo falta que Yamato estuviera a punto de ahogarse para que Jack lo convenciera de lo contrario y se volviesen aliados.

Jack sabía que era un riesgo hablarle a Yamato de algo tan precioso como el cuaderno de bitácora de su padre, y por otra parte no tenía ni idea de cómo iba a reaccionar. Pero tal vez hubiera llegado el momento de confiarle el secreto a su nuevo amigo.

—No es el diccionario del padre Lucius —confesó.

—¿Qué es, entonces? —preguntó Yamato, con expresión de perplejidad en el rostro.

—Es el cuaderno de bitácora de mi padre.

3
El deseo Daruma

—¡El cuaderno de bitácora de tu padre! —exclamó Yamato, en quien la confusión daba paso a la incredulidad—. ¡Pero si cuando Ojo de Dragón atacó la casa de Akiko negaste saber nada de él!

—Mentí. En ese momento no tuve más remedio.

Jack no fue capaz de mirar a Yamato a los ojos. Sabía que su amigo se sentía traicionado.

Yamato se volvió hacia Akiko.

—¿Tú lo sabías?

Akiko asintió, con el rostro colorado de vergüenza.

—No me lo puedo creer —exclamó Yamato, visiblemente enfadado—. ¿Por eso sigue volviendo Ojo de Dragón una y otra vez? ¿Por un estúpido libro?

—Te lo habría dicho, Yamato —le aseguró Akiko, intentando calmarlo—, pero le prometí a Jack que lo mantendría en secreto.

—¿Cómo puede un simple libro valer la vida de Chiro? —preguntó Yamato, poniéndose en pie—. Puede que sólo fuese una criada, pero era leal a nuestra familia. Jack nos ha puesto a todos en peligro por este… cuaderno.

Yamato miró a Jack con expresión de furia en los ojos. Para horror de Jack, dio media vuelta para marcharse y dijo:

—Voy a contárselo a mi padre.

—Por favor, no lo hagas —suplicó Jack, cogiendo a Yamato por la manga del kimono—. No es un libro cualquiera. Hay que mantenerlo en secreto.

—¿Por qué? —exigió Yamato, mirando con disgusto la mano de Jack.

Jack lo soltó, pero Yamato no se marchó.

Sin pronunciar palabra, Jack le entregó el libro y Yamato fue pasando sus páginas, mirándolo pero sin comprender los diversos mapas oceánicos, las constelaciones y sus informes sobre rutas marinas.

Jack explicó el significado de su contenido con voz queda.

—El cuaderno de bitácora es un libro de navegación que describe las rutas seguras por los océanos del mundo. La información es tan valiosa que han muerto hombres por ponerle la mano encima a este libro. Le prometí a mi padre que lo mantendría en secreto.

—Pero ¿por qué es tan importante? ¿No es un simple libro que señala rutas e itinerarios?

—No. Es mucho más que eso. No es sólo un mapa de los océanos. Mi padre decía que era una poderosa arma política. Quien lo posea puede controlar las rutas comerciales entre todas las naciones. Esto significa que cualquier país con un cuaderno de bitácora tan preciso como éste gobernará los mares. Por eso Inglaterra, España y Portugal lo quieren.

—¿Qué tiene eso que ver con Japón? —preguntó Yamato, devolviéndole el libro—. Japón no es como Inglaterra. Creo que ni siquiera tenemos una flota.

—No lo sé. No me interesa la política. Sólo quiero regresar a Inglaterra un día y encontrar a Jess. Estoy preocupado por ella —explicó Jack, acariciando las cubiertas de cuero del cuaderno de bitácora—. Mi padre me enseñó a usar este libro a fin de que llegase a ser piloto como él. Por eso, cuando me marche de Japón será mi billete de vuelta a casa. Mi futuro. Sin él, no tendré oficio. Por mucho que me guste adiestrarme en el Camino del Guerrero, hay poca demanda de samuráis en Inglaterra.

—Pero ¿qué te impide marcharte ahora? —inquirió Yamato con tono desafiante, entornando los ojos.

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