El joven samurai: El camino de la espada (3 page)

BOOK: El joven samurai: El camino de la espada
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—Jack no puede irse sin más —intervino Akiko—. Tu padre lo ha adoptado hasta que cumpla los dieciséis años y sea mayor de edad. Necesitaría el permiso de Masamoto-sama. Además, ¿adónde iría?

Yamato se encogió de hombros.
—A Nagasaki —respondió Jack.

Los dos se lo quedaron mirando.

—Es el puerto al que nos dirigía mi padre antes de que la tormenta nos desviara de nuestro rumbo —explicó Jack—. Quizás haya allí un barco con destino a Europa, o incluso Inglaterra.

—¿Tienes idea de dónde está Nagasaki, Jack? —preguntó Akiko.

—Más o menos… Aquí hay un mapa. —Jack empezó a buscar entre las páginas del cuaderno de bitácora.

—Está en el lejano sur de Japón, en Kyushu —dijo Yamato, impaciente.

Akiko puso la mano sobre el cuaderno, deteniendo la búsqueda del mapa por parte de Jack.

—Sin comida ni dinero, ¿cómo llegarías hasta allí? Tardarías más de un mes en llegar caminando desde Kioto.

—Ya tendrías que haber empezado a andar, de hecho —apuntó Yamato, sarcástico.

—¡Basta, Yamato! Se supone que los dos sois amigos, ¿recuerdas? —dijo Akiko—. Jack no puede ir caminando hasta Nagasaki. Ojo de Dragón está ahí fuera. En la escuela, cuenta con la protección de tu padre, y Masamoto-sama parece ser la única persona a la que ese ninja teme. Si Jack se marchara de aquí solo, correría el riesgo de que lo capturasen… ¡O incluso de que lo mataran!

Todos guardaron silencio.

Jack guardó el cuaderno de ruta, colocando el futón encima. Era un pobre escondite para algo tan precioso y advirtió que tenía que buscar un emplazamiento más seguro para él antes de que Ojo de Dragón regresara.

Yamato abrió la puerta de la habitación para marcharse. Al volverse a mirar a Jack por encima del hombro, preguntó:

—¿Entonces vas a decírselo a mi padre?

Los dos se sostuvieron la mirada. La tensión entre ambos crecía.

Jack negó con la
cabeza.

—Mi padre se tomó grandes molestias para ocultarlo. A bordo del barco tenía un compartimento secreto para el cuaderno. Ni siquiera el capitán sabía dónde lo guardaba. Como hijo suyo, es mi deber proteger el cuaderno —explicó Jack, sabiendo que tenía que conectar con Yamato de algún modo—. Tú entiendes lo que es el deber. Eres un samurái. Mi padre me hizo prometerle que lo mantendría en secreto. Estoy atado a esa promesa.
Yamato asintió levemente y cerró la puerta antes de volverse de nuevo hacia él.

—Ahora comprendo por qué no se lo has contado a nadie —dijo Yamato, abriendo los puños mientras su furia finalmente se consumía—. Me molestaba que no me lo hubieras dicho. Que no confiaras en mí. Puedes hacerlo, ¿sabes?

—Gracias, Yamato —respondió Jack, dejando escapar un suspiro de alivio.

Yamato se sentó a su lado.

—Pero no comprendo por qué no puedes decírselo a mi padre. Él podría protegerlo.

—No, no debemos —insistió Jack—. Cuando el padre Luchas murió, confesó que alguien que conocía iba detrás del cuaderno de bitácora y que me mataría para conseguirlo.

—Dokugan Ryu, naturalmente —dijo Yamato.

—Sí, Ojo de Dragón quiere el cuaderno —reconoció Jack—, pero me dijiste que los ninja eran contratados por sus habilidades. Alguien lo ha contratado para que robe el cuaderno de bitácora. Podría ser alguien a quien Masamoto-sama conoce. El padre Lucius era parte de su entorno, así que no puedo permitirme confiar en nadie. Por eso creo que cuanta menos gente conozca su existencia, mejor.

—¿Pretendes decir que no confías en mi padre? ¿Que crees que podría quererlo? —exigió Yamato, ofendido por la implicación.

—¡No! —replicó Jack rápidamente—. Estoy diciendo que si Masamoto-sama tuviera el cuaderno de bitácora, podrían asesinarlo como hicieron con mi padre. Y ése es un riesgo que no puedo correr. Estoy intentando protegerlo, Yamato. Al menos, si Ojo de Dragón cree que lo tengo yo, sólo irá a por mí. Por eso tenemos que mantenerlo en secreto.

Jack pudo ver a su amigo sopesando las opciones y durante un horrible momento pensó que Yamato, de todas formas, iba a contárselo a su padre.

—Bien. Te prometo que no diré nada —accedió Yamato—. ¿Pero qué te hace creer que Ojo de Dragón vendrá de nuevo a por él? No lo hemos visto desde que intentó asesinar al
daimyo
Takatomi durante el festival Gion. Tal vez haya muerto. Akiko lo dejó malherido.

Jack recordó cómo Akiko le había salvado la vida aquella noche. Habían visto al ninja entrar en el castillo de Nijo, el hogar del señor Takatomi, y lo siguieron. Sin embargo, Ojo de Dragón venció a Jack y estaba a punto de cortarle el brazo cuando Akiko lanzó una espada
wakizashi
para detenerlo. La hoja corta penetró en el costado de Ojo de Dragón, pero el ninja apenas pestañeó. Sólo la providencial llegada de Masamoto y sus samuráis impidió que el asesino contraatacase. Ojo de Dragón escapó saltando los muros del castillo, pero no sin prometer que volvería a por el cuaderno de bitácora.

La amenaza del ninja aún acosaba a Jack, que no dudaba que Ojo de Dragón regresaría. El ninja estaba ahí fuera, esperándolo.

Akiko tenía razón. Mientras estuviera en la
Niten Ichi Ryu
estaba bajo la protección de Masamoto. Tenía que aprender el Camino de la Espada si quería sobrevivir y regresar a casa.

Aunque no tenía otra opción, la idea de perfeccionar sus destrezas como samurái lo llenaba de emoción. Se sentía atraído hacia la disciplina y las virtudes del
bushido
y la idea de empuñar una espada de verdad era abrumadora.

—Está ahí fuera —dijo Jack—. Ojo de Dragón vendrá.

Extendió la mano y recogió el muñeco Daruma. Lo miró directamente al ojo y solemnemente volvió a expresar su deseo.

—Pero la próxima vez estaré preparado.

4
Un grano de arroz

—¿Por qué has traído tu espada? —ladró el
sensei
Hosokawa, un samurái de aspecto severo, mirada intimidadora y barba afilada.

Jack miró su catana. La
saya
negra pulida brillaba a la luz de la mañana, indicando la afilada hoja que había en su interior. Sorprendido por la inesperada hostilidad de su maestro de esgrima, Jack acarició el
kamon
en forma de fénix dorado grabado cerca de la empuñadura.

—Porque… porque esto es una clase de
kenjutsu, sensei
—replicó Jack, encogiendo los hombros a falta de mejor respuesta.

—¿Lleva catana algún otro estudiante?

Jack miró al resto de la clase, que se alineaba a un lado del
Butokuden
, el
dojo
donde se entrenaban en el Camino de la Espada, el
kenjutsu
, y en
taijutsu
, combate sin armas. La sala era cavernosa, su elevado techo panelado y sus inmensas columnas de oscura madera de ciprés se alzaban sobre la fila de jóvenes aspirantes a samurái.

Jack recordó una vez más lo completamente diferente que era del resto de su clase. Aunque no tenía aún catorce años, al contrario que muchos de los otros estudiantes, era sin embargo el más alto, tenía los ojos celestes y una mata de pelo tan rubia que destacaba como una moneda de oro entre la uniformidad de cabellos negros de sus compañeros de clase. Para los japoneses, de piel olivácea y ojos almendrados, Jack puede que se estuviera entrenando como guerrero samurái, pero siempre sería un extranjero: un
gaijin
, como le gustaban llamarlo sus enemigos.

Tras mirar a su alrededor, Jack advirtió que ni un solo estudiante empuñaba una catana. Todos llevaban sus
bokken
, las espadas de entrenamiento de madera.

—No,
sensei
—dijo, abatido.

Al fondo de la fila, un muchacho de aspecto majestuoso y oscuramente atractivo, con la cabeza afeitada y los ojos entornados, sonrió ante el error de Jack, que lo ignoró: sabía que Kazuki, su rival, estaría encantado de que pasara vergüenza delante de la clase.

A pesar de haberse familiarizado con muchas de las costumbres japonesas, como llevar kimono en vez de camisa y pantalones, inclinarse cada vez que se encontraba con alguien y la etiqueta de pedir disculpas casi por todo, Jack todavía tenía que esforzarse con la estricta disciplina ritualizada de la vida japonesa.

Había llegado tarde al desayuno esa mañana, tras su sueño plagado de pesadillas, y ya había tenido que disculparse ante dos de los
senseis.
Parecía que el
sensei
Hosokawa sería el tercero.

Jack sabía que este
sensei
era un maestro justo pero firme que exigía niveles altos. Esperaba que sus estudiantes aparecieran a tiempo, estuvieran bien vestidos y se comprometieran a entrenar duro. El
sensei
Hosokawa no permitía errores.

Se encontraba en el centro de la zona de entrenamiento del
dojo
, un amplio rectángulo de color miel hecho de madera lacada, mirando a Jack.

—¿Entonces qué te hace pensar que deberías llevar una catana cuando los demás no lo hacen?

Jack sabía que cualquier respuesta que le diera al
sensei
Hosokawa sería equivocada. Había un dicho japonés que decía: «El clavo que sobresale recibe el martillazo», y Jack estaba empezando a comprender que vivir en Japón era una cuestión de plegarse a las reglas. Nadie más en la clase llevaba espada. Jack, por tanto, destacaba y estaba a punto de recibir un martillazo.

Yamato, que estaba cerca de él, pareció a punto de hablar en su defensa, pero el
sensei
Hosokawa le dirigió una mirada de advertencia y de inmediato se lo pensó mejor.

El silencio que cayó sobre el
dojo
fue casi ensordecedor. Jack pudo oír la sangre resonando en sus oídos, y su mente dio vueltas y más vueltas en busca de una respuesta adecuada.

La vínica respuesta que se le ocurrió era la verdad. El propio Masamoto le había presentado a Jack sus propias
daishó
, las dos espadas que simbolizaban el poder de los samuráis, en reconocimiento por la victoria de la escuela en la competición de
Taryu-Jiai
y por su valor al impedir que Ojo de Dragón asesinara al
daimyo
Takatomi.

—Tras haber ganado la
Taryu-Jiai
—aventuró Jack—, pensé que me había ganado el derecho de usarlas.

—¿El derecho? El
kenjutsu
no es un juego, Jack-kun. Ganar una pequeña competición no te convierte en un
kendoka
competente.

Jack guardó silencio bajo la mirada del
sensei
Hosokawa.

—Yo te diré cuándo puedes traer tu catana a clase. Hasta entonces, sólo usarás el
bokken.
¿Comprendido, Jack-kun?


Hai, sensei
—claudicó Jack—. Sólo esperaba poder usar una espada de verdad por una vez.

—¿Una espada de verdad? —bufó el
sensei
—. ¿De verdad crees que estás preparado?

Jack se encogió de hombros, inseguro.

—Supongo que sí. Masamoto-sama me dio sus espadas, así que él debe pensar que lo estoy.

—Todavía no estás en la clase de Masamoto-sama —dijo el
sensei
Hosokawa, tensando su presa sobre la empuñadura de su propia espada hasta que los nudillos se le pusieron blancos—. Jack-kun, tienes en tus manos el poder de la vida y la muerte. ¿Puedes manejar las consecuencias de tus acciones?

Antes de que Jack pudiera contestar, el
sensei
lo llamó para que se acercara.

—¡Ven aquí! Tú también, Yamato-kun.

Jack y un sorprendido Yamato salieron de la fila y se acercaron al
sensei
Hosokawa.


Seiza
—ordenó, y los dos se arrodillaron—. Tú no, Jack-kun. Necesito que comprendas lo que significa llevar una catana. Desenvaina tu espada.

Jack desenfundó su catana. La hoja brilló, tan afilada que pareció cortar el mismo aire.

Inseguro de lo que el
sensei
Hosokawa esperaba de él, Jack adoptó la pose. Extendió la espada ante él y agarró la empuñadura con ambas manos. Separó los pies, la
kissaki
al nivel de la garganta de su enemigo imaginario.

Sintió en las manos, inusitadamente pesada, la espada de Masamoto. A lo largo de un año de entrenamiento
kenjutsu
, su propio
bokken
se había convertido en una extensión de su brazo. Conocía su peso, su tacto, y cómo cortaba el aire.

Pero esta espada era diferente. Más pesada y más visceral. Había matado gente. Los había cortado por la mitad. Y Jack sintió de pronto en las manos su sangrienta historia.

Estaba empezando a lamentar su apresuramiento al traer la espada.

El
sensei
, advirtiendo el visible temblor de la catana de Jack con sombría satisfacción, procedió a coger un único grano de arroz de su
inro
, la pequeña cajita de madera que llevaba atada a su
obi.
Colocó entonces el grano de arroz encima de la cabeza de Yamato.

—Córtalo por la mitad —le ordenó a Jack.

—¿Qué? —farfulló Yamato, con los ojos muy abiertos por la sorpresa.

—Pero si lo tiene encima de la cabeza… —protestó Jack.

—¡Hazlo! —ordenó Hosokawa, señalando el diminuto grano de arroz.

—Pero… pero… no puedo…

—Si crees que estás preparado para semejante responsabilidad, ahora es tu oportunidad para demostrarlo.

—¡Pero podría matar a Yamato! —exclamó Jack.

—Esto es lo que significa llevar una espada. La gente muere. Ahora, corta el grano.

—No puedo —dijo Jack, bajando su catana.

—¿No puedes? —exclamó Hosokawa—. Te ordeno, como
sensei
tuyo, que golpees su cabeza y cortes ese grano por la mitad.

El
sensei
Hosokawa cogió las manos de Jack y bajó la espada en línea directa con la
cabeza
expuesta de Yamato. El minúsculo grano de arroz continuó allí, una mota blanca entre la masa de cabellos negros.

Jack sabía que la hoja cortaría a través de la cabeza de Yamato como si fuera poco más que una sandía. Sus brazos temblaron de manera incontrolable y Yamato le dirigió una mirada de desesperación, el rostro completamente vacío de sangre.

—¡HAZLO AHORA! —ordenó Hosokawa, alzando los brazos de Jack para obligarlo a golpear.

El resto de los estudiantes observaba con terrible fascinación.

Akiko miraba, temerosa. Junto a ella, su mejor amiga, Kiku, una chica pequeña de pelo oscuro hasta los hombros y ojos de color avellana, estaba casi al borde de las lágrimas. Kazuki, sin embargo, parecía estar disfrutando del momento. Le dio un golpecito con el codo a su aliado Nobu, un muchachote grande con la constitución de un luchador de minisumo, y le susurró al oído, lo bastante fuerte para que Jack pudiera oírlo.

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