El joven samurai: El camino de la espada (24 page)

BOOK: El joven samurai: El camino de la espada
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El Demonio y la mariposa

Akiko yacía inmóvil al pie de la montaña.

Pero no era una montaña que Jack pudiera reconocer. Un gran cono volcánico negro surgía del suelo, su pico estaba rematado de hielo y nieve. La montaña dominaba el paisaje.

Jack se hallaba en un sendero de piedra que serpenteaba tortuoso por un terreno árido hacia el cuerpo tendido de Akiko, que sostenía una gran hoja en su mano izquierda. Entre los dos correteaban cuatro escorpiones negros las colas retorcidas y los ojos negros y brillantes resplandeciendo de malicia. Un halcón solitario revoloteaba un cielo vacío, emitiendo un chirrido lastimero. Entonces uno de los escorpiones corrióhacia Akiko y alzóla cola para golpearle en el pecho con su aguijón.

— ¡AKIKO!
—gritó él…

—Jack, estoy aquí —fue su respuesta, suave y amable junto a su oído.

Jack abrió los ojos.

Las ramas se alzaban sobre ellos en un dosel tan cargado de flores de cerezo blancas y rosadas que cubrían el resplandeciente cielo azul y los protegían del brillante sol de primavera.

Jack se sentó.

Akiko estaba a su lado. Yamato y Kiku estaban también presentes, apoyados contra el tronco del árbol y observándolo con preocupación. Ahora recordó dónde se hallaba. Era mediados de primavera y habían ido a uno de los muchos jardines de Kioto para un
hanami
, una fiesta para ver flores.

Sopló una ráfaga de viento del sur y las flores cayeron como hojas de té al suelo. Algunos de los pétalos se posaron sobre el cabello de Akiko.

—No pasa nada. Estabas soñando —le tranquilizó ella, apartando las flores—. ¿Era el mismo sueño?

Jack asintió, la boca seca de temor. Sí, era el mismo sueño que su primer sueño del año. Se lo había contado a Akiko el día siguiente a Año Nuevo, aunque seguía sin revelarle la parte que ella desempeñaba en su visión. En su momento, pidió consejo al
sensei
Yamada y el maestro zen adivinó:

—La montaña que ves es el monte Fuji. Al ser nuestra montaña más alta y el hogar de muchos grandes espíritus, su aparición en tu sueño significa buena suerte. El halcón representa la fuerza y la velocidad de reflejos; mientras que la hoja que describes parece la de la berenjena. Su nombre,
nasu
, puede significar el logro de algo grande. Es un buen presagio para el futuro.

Aunque no creía en sueños de adivinación antes de sus experiencias en Japón, Jack dejó escapar un suspiro de alivio ante la lectura positiva del
sensei.
Pero entonces el anciano monje continuó:

—Por otro lado, la presencia de los escorpiones a menudo simboliza un acto de traición que impide esa grandeza. Aún más, el número
shi
es considerado de muy mala suerte. La palabra «cuatro» también puede significar muerte.

—¡Tenéis que ver esto! —gritó Saburo, interrumpiendo los pensamientos de Jack.

Saburo llegó corriendo al cerezo en flor seguido por Yori. Señalaba un gran cartel de madera erigido en la calle. Todos se levantaron y salieron del jardín para echar un vistazo más de cerca.

—Es una declaración —explicó Yamato para que Jack lo entendiera—. Dice: «Quien quiera desafiarme será aceptado. Dejad vuestro nombre y lugar en este cartel. Sasaki Bishamon.» —Qué bonito —dijo Kiku con tono sarcástico—. ¡Un samurái en su peregrinación guerrera y se llama como el Dios de la Guerra!

—¿Creéis que llegaremos a ver un duelo? —preguntó Saburo, haciendo como si luchara contra un oponente imaginario.

—No estaremos aquí —les recordó Akiko mientras otra ráfaga de viento arrancaba flores de los árboles y cubría el suelo de una alfombra blanca. La caída de las flores significaba que por fin había llegado el momento del Círculo de Tres.

Jack se moría de ganas. Pistaba desesperado por descubrir cuáles eran los tres desafíos. Tras haberse entrenado tan duro desde su selección, se sentía como una cuerda demasiado tensa y a punto de romperse.

—Pero acaban de colocar el cartel —insistió Saburo—. Sólo estaremos en los montes Iga unos cuantos días. Seguro que regresamos a tiempo de ver al menos una de las peleas.

Kiku le dirigió a Saburo una grave mirada.

— Eso, si sobrevive a la primera.

Jack sintió el ataque sin verlo. Lo deflectó limpiamente junto a su oreja, mientras contraatacaba con un revés a la cabeza.

Yamato calculó el movimiento, se retiró para ponerse fuera de alcance e hizo un gesto con la mano en un golpe combinado de bloqueo y cuchillada. Jack lo detuvo, atrapó el brazo y lanzó el puño hacia delante. Yamato se zafó, esquivó el puño y lanzó un martillazo contra el puente de la nariz.

Todo el tiempo mantuvieron contacto el uno con el otro.

Todo el tiempo buscaron huecos en la defensa del otro.

Aunque tenían los ojos vendados.

—Excelente, muchachos —alabó el
sensei
Kano, que estaba apoyado cómodamente en su bastón blanco en un jardín lateral del Templo de Eikan-Do donde tenía lugar la lección de
chi sao
—. Pero siento que estáis jugando. ¡Id a matar!

El
sensei
Kano los había estado entrenando rigurosamente en los preludios del Círculo de Tres y ambos muchachos se habían vuelto hábiles en la técnica de las Manos Pegajosas además de en el uso de los demás sentidos. Jack podía ahora detectar sonidos-sombra ya fuera en un bosque o en una calleja de Kioto, aunque la tarea le resultaba imposible en una habitación silenciosa.

Ésta era la sesión final donde Jack tenía que demostrarle al
sensei
Kano que estaba preparado para el Círculo de Tres. Se concentró con atención para seguir con las manos los movimientos de Yamato. Los dos estaban tan igualados que sus ataques eran cada vez más rápidos y se convertían en un borrón mientras trataban de vencerse.

Golpe. Bloque. Puñetazo. Evasión.

Jack sintió a Yamato desplazar el peso de su cuerpo, pero fue un segundo demasiado tarde para retirar el pie. Yamato arrastró la pierna adelantada bajo él y Jack perdió el equilibrio. La distracción del momento era todo lo que Yamato necesitaba. Golpeó a Jack con la palma abierta en la cabeza y Jack cayó de lado. Sin nada a lo que agarrarse, Jack cayó al agua que les esperaba debajo.

El
sensei
Kano les había instruido que lucharan en un estrecho puente que cruzaba el arroyo que corría hasta el estanque del templo. Ésta había sido su última sesión de entrenamiento y ésta su última prueba.

Yamato había vencido.

Jack había perdido.

Salió a la superficie jadeando. El arroyo estaba helado en contraste con el calor del día y Jack volvió a la orilla, temblando como una hoja.

—Tu equilibrio sigue siendo inestable, Jack-kun, pero de todas formas estás preparado —dijo el
sensei
Kano—. Tendremos que concentrarnos en eso cuando vuelvas del Círculo de Tres. Te pondré a pelear con el
bo
vendado sobre un tronco. ¡Eso debería agudizar tus sentidos, o hacer que te salgan agallas por estar todo el tiempo en el agua!

El
sensei
Kano se rió con ganas de su chiste antes de perderse en los jardines. Yamato sonrió también y Jack supo por qué: su amigo no sólo le había superado en
chi sao
, sino que era el mejor estudiante de la clase con el
bo.
Podía derrotar a Jack en los entrenamientos siempre, aunque él tuviera los ojos vendados y Jack no.

Terminada la última prueba, Jack regresó corriendo a la
Niten Ichi Ryu
, seguido por Yamato, para hacer el equipaje para el duro viaje del día siguiente a la cordillera Iga.

Cuando entraban por las puertas de la escuela, Jack advirtió que Hiroto y Goro acosaban a un niño pequeño del curso inferior. El los miraba y negaba vigorosamente con la cabeza. Goro empujó al chico con fuerza en el pecho y éste retrocedió tambaleándose y su cabeza chocó contra la pared. Empezó a llorar.

Jack y Yamato se acercaron corriendo.

—Dejadlo en paz —ordenó Jack, agarrando a Goro por el brazo.

—¡Lárgate de aquí,
gaijin!
—advirtió Hiroto, avanzando hacia Jack.

—No, no lo hará —respondió Yamato, interponiéndose entre Hiroto y Jack—, y no llames
gaijin
a Jack, a menos que quieras enfrentarte también conmigo.

Hubo un momento de silencio y el niño pequeño los miró nervioso, esperando a ver quién hacía el próximo movimiento.

—Lamentarás haber metido tu narizota en nuestros asuntos —amenazó Hiroto, clavando un dedo fino como un palillo en el pecho de Jack. Hiroto le hizo un gesto a Goro y se marcharon.

—¿Estás bien? —preguntó Jack cuando los dos miembros de la Banda del Escorpión se marcharon.

El chico se secó las lágrimas, contuvo los sollozos y se frotó la cabeza magullada. Miró a Jack con los ojos rojos de lágrimas, y entonces farfulló:

—Dijeron que era un traidor, que ya no era japonés, que era indigno de ser llamado samurái y que debería ser castigado si renunciaba a mi fe.

—¿Pero por qué se oponen a que seas budista? —preguntó Jack.

—No soy sólo budista. El año pasado mi familia se convirtió al cristianismo.

Jack se quedó muy sorprendido por la declaración del chico. Aunque había oído rumores cada vez más insistentes de la persecución del cristianismo y la expulsión de los
gaijin
por todo el país, siempre había asumido que el prejuicio iba dirigido contra los cristianos extranjeros. No había advertido que también se extendía a los cristianos japoneses. Si semejante acoso tenía lugar dentro de la
Niten Ichi Ryu
, Jack podía imaginar lo mal que estarían las cosas en el resto del país. La idea de viajar a pie hasta los montes Iga para el Círculo de Tres ya no era una perspectiva halagüeña: era un riesgo para su vida.

37
El desafío del Cuerpo

La lluvia caía con fuerza, como si fueran clavos.

El camino, removido por los cascos de los caballos y el tráfico pedestre, se había convertido en un lodazal que reducía su avance a ritmo de caracol. Los altos árboles a cada lado se alzaban hacia un cielo cuajado de nubes negras y bloqueaban gran parte de la luz mortecina de la tarde. Había una creciente inquietud entre los viajeros mientras atravesaban el boscoso paso entre las montañas en dirección al pueblo de Iga Ueno, pues los oscuros huecos del bosque ocultaban innumerables peligros, desde jabalíes a bandas de forajidos.

La columna de estudiantes avanzaba pesadamente, dirigida a caballo por Masamoto y el
sensei
Hosokawa. Aunque sólo seis participantes habían sido aceptados en el Círculo de Tres, se había hecho una invitación abierta para que asistieran sus seguidores. Casi la mitad de la escuela había decidido unirse a la expedición. Muchos lamentaban ahora esa decisión.

De repente algo surgió de entre los matorrales y voló hacia el
sensei
Hosokawa.

La espada del
sensei
destelló en el crepúsculo.

Pero se detuvo en seco mientras un urogallo de negras alas pasaba volando. El ave nunca sabría lo cerca que había estado de la muerte.

Masamoto se echó a reír.

—¿Asustado de un pájaro viejo, amigo mío? ¿O estabas pensando en matarlo para la cena?

Jack advirtió que la
sensei
Yosa también había echado mano a su arma y liberaba con cautela la tensión de su arco y devolvía la flecha a su carcaj. De hecho, de todos los maestros, sólo el
sensei
Kano había permanecido en calma, consciente al parecer desde el principio de que la amenaza era inofensiva.

—¿Por qué están tan inquietos los
senseis?
—preguntó Jack, avivando el paso para ponerse a la altura de Akiko. No es que él estuviera menos nervioso. A pesar de estar bajo la protección de Masamoto, a Jack le preocupaba que algún samurái leal al
daimyo
Kamakura podría tratar de expulsarle de Japón, bien respetuosamente o por la espada.

—Estamos atravesando territorio ninja —susurró Akiko.

En la imaginación de Jack, cada sombra del bosque desarrolló de pronto ojos. Captó un movimiento en el borde de su visión, pero resultó ser nada más que el balanceo de una rama. Tras él, Yamato, Saburo, Yori y Kiku, que habían oído su conversación, miraban nerviosos alrededor, y el pequeño Yori estaba blanco como una sábana.

—Esta región es la fortaleza de los clanes Iga —continuó Akiko entre susurros—. De hecho, estas montañas proporcionaron refugio contra el intento de destrucción del general Nobunaga hace treinta años. Trajo a más de cuarenta mil soldados contra cuatro mil ninjas. Los ninjas todavía sobreviven y en alguna parte de estas montañas está el escondite de Dokugan Ryu.

—¿Pero cómo sabes todo esto? —preguntó Jack.

—Por historias, habladurías, los
senseis…
—Guardó silencio y señaló hacia delante—. Mira, casi hemos llegado. Hakuhojo, el castillo del Fénix Blanco.

A través de la lluvia y la bruma, Jack vio que el camino desembocaba en un pequeño valle rodeado de montañas. En la distancia, se materializó un castillo de tres torres de madera blanca y tejados grises. Sin embargo, la niebla descendió rápidamente, como si fuera el fantasma de una tormenta.

Ya había caído la noche cuando llegaron a las afueras de Iga Ueno y el castillo era ahora sólo discernible por las linternas que ardían en su interior.

Jack se sintió aliviado al entrar en la seguridad de la ciudad.

El viaje desde Kioto había sido duro y, como todos los demás, estaba calado hasta los huesos, helado y cansado. Tenía la espalda lastimada de cargar con la mochila y le dolían todos los músculos por arrastrar los pies por el barro. Se alegraría de llegar a los aposentos del templo, darse un baño caliente, comer y disfrutar de una buena noche de sueño.

—¡Levántate! —ordenó el
sensei
Kyozo, dándole una patada al dormido Jack—. El Círculo de Tres empieza ahora.

Con esfuerzo y los ojos hinchados, Jack se puso en pie. No había dormido ni tres horas cuando el
sensei
había empezado a despertar a los participantes. Siguió a su maestro de
taijitsu
por el pasillo y entró en el templo principal, una oscura habitación de paneles de madera iluminada por suaves linternas. La sala estaba dominada por un gran Buda de madera que emanaba tal energía espiritual que parecía tener vida propia.

Mientras Jack se alineaba junto a los otros delante del altar, fue saludado por varias filas de sacerdotes de cabeza rapada y ataviados con brillantes túnicas blancas que cantaban un mantra que parecía haber sido cantado desde el principio de los tiempos.

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