En cualquier caso, mi opinión es que una novela histórica debe ser, antes que nada, una novela. Debemos partir de la base de que la novela es ficción, y sólo así se comprende la magia y su poder de cautivar. Una vez superado este difícil trámite, la clave debería residir en la rigurosidad y en la honestidad con las que el autor trata los acontecimientos históricos relatados. Porque tan histórico es novelar sobre Julio César en la guerra de las Galias como hacerlo sobre un anónimo esclavo que se dejó la vida levantando una iglesia. Todo depende de la rigurosidad. En el caso de César, el personaje es histórico, pero eso no garantiza que en nuestro relato lo sean sus actos, sus sentimientos o sus pensamientos. En el segundo, el esclavo seguramente no existió, pero pudo existir alguien como él. Y si nuestro personaje de ficción se comporta como ese esclavo que pudo ser, entonces el episodio resultará tan vívido y real como si realmente viajáramos al pasado y pudiéramos contemplarlo.
Obviamente, la obligación del autor es escribir una novela en la que César piense, sienta y actúe más allá de lo que la historiografía nos asegura que pensó, sintió y actuó, pues, en caso contrario, en lugar de una novela estaríamos hablando de un ensayo, de una biografía o de un documental. Pero también es responsabilidad del autor que esa ficción sea verosímil y consecuente con lo que sabemos que sucedió en realidad. Igualmente nos equivocaríamos si desdeñásemos la novela histórica que emplea personajes ficticios que se desenvuelven en un mundo real, porque ese mundo y cuantas acciones rodean al personaje también forman parte con mayúsculas de nuestra historia.
En este sentido, es obligado señalar que, aunque los grandes acontecimientos son siempre los recordados, son los pequeños y cotidianos los que nos acompañan día a día en nuestras vidas, los que nos hacen felices o desgraciados, los que nos hacen creer y soñar, los que nos impelen a amar, a tomar decisiones y, en ocasiones, a luchar y morir por aquello en lo que creemos. El gran historiador Jacques Le Goff fue el primero en reivindicar la historia de los hechos cotidianos: de las ferias medievales, la de las pobres gentes que malvivían en las aldeas, la de las enfermedades, los castigos y las penas; de la realidad de las vidas de los olvidados, en contraposición con el fulgor y la resonancia de las batallas contadas siempre por los vencedores.
A quien le interese profundizar en el tema, le recomendaría encarecidamente la lectura del ensayo
Cinco miradas sobre la novela histórica
, editado por Evohé y firmado por Carlos García Gual, Antonio Penadés, Javier Negrete, Gisbert Haefs y Pedro Godoy. Sus prestigiosos autores no sólo aportan una aguda visión sobre esta cuestión, sino que además lo hacen de una forma entretenida y pedagógica.
En el caso de
El lector de cadáveres
, el protagonista, Song Cí, es un personaje real, casi desconocido por sus actos, pero recordado por su exuberante obra. Por ello, en esta novela he procurado reflejar con escrupulosa exactitud la forma en la que el protagonista trabajaba, sus innovadores métodos forenses, las dificultades de sus inicios, su atrevimiento, su sagacidad intelectual, su amor por el estudio y su afán por la verdad y la justicia. Todos los procesos, los procedimientos, las leyes, los protocolos, los análisis, los métodos, el instrumental y los materiales descritos en cada uno de los casos narrados se corresponden fidedignamente con la realidad. El elenco de actores se completa con la presencia de otros personajes reales, entre los que destacan el emperador Ningzong y su séquito, el consejero de los Castigos o el viejo profesor Ming. También me ayudé de hechos históricos, como la existencia de la acreditada academia, la situación de inestabilidad política en la frontera y, sobre todo, la aparición, por primera vez en el mundo, del cañón de mano o pistola
(handgun)
, un arma tan innovadora como mortífera.
Pero, además, incorporé elementos de ficción que me permitieron recrear, dentro de una atmósfera de verosimilitud, la sociedad, la intriga y el devenir de la época. En este sentido, tejí una complicada trama en la que especulé sobre el modo en el que la fórmula de la pólvora explosiva, custodiada por los chinos como alto secreto de Estado, pudo pasar a manos de sus enemigos, los mongoles, para finalmente llegar hasta Europa.
Respecto a la rara enfermedad que padece Song Cí, científicamente denominada CIPA
(Congenital Insensivity to Pain with Anhidrosis)
, consistente en una extraña mutación del gen que codifica el receptor neurotrópico de la quinasa tirosina (NTRK1) y que impide la formación de las células nerviosas responsables de la transmisión de señales de dolor, calor y frío al cerebro, debo admitir que es una licencia narrativa que introduje con el fin de incrementar el dramatismo del protagonista. No obstante, tal enfermedad, más que un don maravilloso que ayuda a Song Cí a superar determinadas vicisitudes, en realidad se manifiesta en su lado más oscuro y negativo, que modula, curte y daña al protagonista, al hacer que se sienta como un monstruo maldito.
Por último, y a modo de cierre, me gustaría plasmar una reflexión personal sobre los géneros literarios. De todos es conocida la innata tendencia del ser humano a clasificar cuanto le rodea, algo lógico en una sociedad en la que a menudo la oferta supera a la demanda y la información es tan amplia que su utilidad queda opacada bajo su propia abundancia. Con los géneros literarios sucede algo parecido: es tanto lo publicado que los editores precisan saber en qué colección encajará cada título; los libreros, de qué forma clasificarán esos títulos en sus expositores; y los lectores, una orientación que les ayude a escoger conforme a sus gustos.
Hasta aquí no existiría mayor problema. Es una forma de organización, y la organización es necesaria. Lo que quizá ya no lo sea tanto es la típica costumbre humana de etiquetar de forma inamovible cada novela. Etiquetamos géneros «mayores», géneros «menores», géneros «mejores» y géneros «peores» sin que en ningún caso esas etiquetas dependan objetivamente de la calidad individual de cada título.
Y cuento todo esto porque en ocasiones he podido escuchar, no sin cierto desasosiego, que la novela histórica es un género «menor».
Siempre que ha ocurrido esto, me he preguntado perplejo si la persona que hacía ese comentario hablaría de una novela concreta o, en realidad, se habría dejado llevar por una corriente de opinión. Para ilustrarlo, imaginemos por un momento que un escritor contemporáneo de inusitado talento escribiera hoy en día una trágica historia de amor entre una pareja de jóvenes cuyas familias, los Capuleto y los Montesco, se odiaran. ¿Acaso por estar ambientada en la Venecia del siglo
XVI
Romeo y Julieta
pasaría a clasificarse como una simple novela histórica y dejaría de ser la más bella historia de amor jamás contada?
Sinceramente, creo que en este caso vendría a colación la definición que en su día nos dejó el inefable José Manuel Lara respecto a los géneros: «En realidad, sólo existen dos clases de novelas: las buenas y las malas».
S
ong Cí nació en el año 1186 en Jianyang, subprefectura de Fujian. Su padre, Song Kung no destacó en los estudios, pero consiguió aprobar los exámenes gubernamentales gracias a las facilidades que le otorgó el emperador Ningzong. Obsesionado con el futuro de su hijo, Kung se encargó de que Song Cí fuera instruido por un seguidor de Chu Hsi antes de entrar en la
t’ai-hsue
, la Universidad Nacional de Lin’an (actual Hangzhou). Tras cursar estudios de medicina, leyes y criminología, en 1217 Song Cí obtuvo su doctorado
Chin-shih
, siendo destinado como alguacil a Yin, en la subprefectura de Chekiang. Sin embargo, la repentina muerte de su padre le impidió tomar posesión, al tener que retirarse para guardar el luto acostumbrado. Casi una década después, Song Cí se hizo cargo del puesto de registrador de Hsin-feng, en la subprefectura de Kiangsi. Sus éxitos en la investigación forense provocaron la envidia de su intendente superior, quien le degradó varias veces hasta lograr que abandonara la vida de funcionario. Tras la muerte del intendente, Song Cí se reintegró a su antiguo puesto, desde el que ascendió a diferentes cargos administrativos, incluidos los de subprefecto, prefecto e intendente judicial. Durante toda su vida se dedicó al estudio y al análisis forense, desechando los antiguos procedimientos basados en el esoterismo y la magia, para introducir novedosas técnicas, algunas de las cuales se han mantenido vigentes hasta la actualidad. Murió en el año 1249, dos años después de completar el primer y más importante tratado científico sobre la clínica forense de la historia: el
Hsi Yuan Lu Hsiang i
.
A
GUAS VENENOSAS
. Una antigua enciclopedia médica de la Dinastía Chin contiene, posiblemente, la primera referencia escrita al terrible virus del dengue. El tratado fue elaborado entre los años 265 y 420 a.C., editado formalmente en el año 610 a.C. bajo la Dinastía Tang y reeditado en 992 d.C. durante la Dinastía Tsong del Norte. La enfermedad fue denominada «agua venenosa» y se relacionaba con los insectos voladores que pululaban sobre las aguas afectadas. El dengue es una aguda enfermedad viral transmitida por el mosquito
Aedes aegypti
, que se cría en el agua acumulada en recipientes y objetos en desuso o en aguas estancadas. Una variedad grave es el dengue hemorrágico (DH), que cursa con pérdida de líquido y sangre por trastornos de la coagulación, pudiendo desembocar, en cuestión de cuatro a ocho horas, en el
shock
(SSD) y la muerte.
A
LQUIMIA
. El término
jindanshu
, ‘técnicas del oro y del cinabrio’, es el más empleado para denominar la alquimia taoísta externa o
waidan
. Las primeras técnicas alquímicas se mencionan en obras como el
Huainanzi
con el término
huangbaishu
, ‘técnicas del amarillo y del blanco’, colores que designan el oro y la plata o sus sustitutos. El cinabrio también adquiere gran importancia en la fabricación de píldoras o elixires de larga vida. Esta operación se denomina
liandanshu
, ‘técnica de refinamiento del cinabrio’, o
xiandanshu
, ‘técnicas del cinabrio de la inmortalidad’. En la aplicación de estos procedimientos, fueron muchos los descubrimientos de productos químicos y botánicos que tuvieron finalidad terapéutica. Durante la Dinastía Han, los alquimistas taoístas que investigaban sobre un elixir para la inmortalidad provocaron numerosos incendios mientras experimentaban con azufre y salitre (nitrato de potasio). Uno de esos alquimistas, Wei Boyang, escribió un texto alquímico titulado
Libro del parentesco de los tres
, que advertía sobre las propiedades explosivas de las mezclas de ciertos materiales. Muchas de las primeras mezclas de pólvora china contenían sustancias tóxicas tales como mercurio y arsénico combinados, pudiendo ser consideradas como una forma primitiva de guerra química. A partir de la Dinastía Tsong, el término
dandingpai
, ‘cinabrio y crisol’, se emplea igualmente para designar a la alquimia en general.
C
ÁMARA DE CONSERVACIÓN
. También llamada
Tong Bing Jian
o caja de hielo de bronce, la cámara de conservación consistía en una arqueta de ese metal compartimentada en la que se depositaba hielo fresco junto a los alimentos, los helados o las bebidas que se pretendían conservar. Uno de los primeros refrigeradores de los que se tiene constancia fue hallado en la provincia de Hubei. Su antigüedad fue datada sobre el año 300 a.C.
C
ASTIGOS
. El
lingchi
, o la muerte de los mil cortes, era el castigo más horrible contemplado en el código penal. Sin embargo, no era el único. Entre los más frecuentes se encontraban las series de bastonazos propinados con varas de bambú lisas, sin nudos, cuya longitud, grosor y peso estaban perfectamente estipulados y categorizados. El
jia
, denominado impropiamente cangue, consistía en una pieza de madera seca, cuadrada, similar al tablero de una mesa, separable en dos partes y provista de un agujero en su centro por el que se introducía la cabeza del reo. Las manillas, o esposas, fabricadas en madera seca se empleaban sólo en hombres. Los grillos eran de metal y apresaban los pies limitando su movimiento.
C
LEPSIDRA
. Los relojes de agua o clepsidras fueron empleados por los chinos mil años antes del nacimiento de Jesucristo. En 1086, el científico chino Song Su inventó un reloj astronómico accionado por agua, sobrepasando la precisión de medida de los relojes mecánicos europeos de la misma época. Este reloj, una torre de seis metros de altura, utilizaba un depósito de donde fluía un chorro de agua sobre las paletas de una rueda. Ésta accionaba diversos mecanismos que hacían aparecer distintas figuras que señalaban las horas, que, acompañadas de toques de gong y de tambores, movían una esfera celeste con la representación de estrellas y de constelaciones. La desviación diaria de este reloj era inferior a los dos minutos.
C
ULI
. Trabajador o sirviente de clase baja; peón sin cualificación. Aunque el uso del término culi se generaliza en Occidente para denominar peyorativamente a la mano de obra asiática que emigra durante el siglo
XIX
a las Américas, asociándolo a la palabra inglesa
coolie
(‘estibador’), su origen se remonta al antiquísimo término chino
gū lí
o
k
lì
, que literalmente significa ‘el amargo uso de la fuerza bruta’, encontrándose también acepciones similares como el
kuli
bengalí o el
qū lī
hindi.