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Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Novela, Fantástico, Juvenil

El Libro de los Tres (14 page)

BOOK: El Libro de los Tres
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Taran vio que Medwyn tenía jardines de flores y huertos detrás de la casa. Para su sorpresa, Taran se encontró anhelando trabajar con Coll en su propia huerta. Quitar los hierbajos y trabajar con la azada que tanto había despreciado en Caer Dallben le parecían ahora, al pensar en su viaje pasado y en el que aún le quedaba por hacer, tareas infinitamente agradables.

Tomó asiento junto al lago y miró hacia las colinas. Con el sol descansando por encima de los picos, el esqueleto de madera del gran barco destacaba nítidamente contra el promontorio que casi lo envolvía. Tuvo poca oportunidad de estudiarlo, pues Medwyn apareció cruzando con decisión el campo; tras él trotaba el cervatillo y los tres lobos le seguían. Con su túnica marrón y su blanca cabellera, Medwyn parecía tan ancho y sólido como una montaña coronada de nieves.

—Gurgi está más cómodo de lo que estaba —dijo el anciano con su profunda voz. El cervatillo bailoteaba en la orilla del lago y Medwyn tomó asiento pesadamente inclinando su enorme cabeza hacia Taran y añadió—: Se recuperará bien; ya no hay peligro. Al menos no mientras esté aquí.

—He pensado mucho en Gurgi —dijo Taran, contemplando con franqueza los ojos grises del anciano.

Le explicó la razón de su viaje y los acontecimientos que llevaron al accidente de Gurgi. Medwyn le escuchó con atención, la cabeza inclinada hacia un costado, pensativo, en tanto que Taran le narraba cómo Gurgi había estado dispuesto a sacrificar su propia vida antes que poner en peligro la de los demás.

—Al principio no le aprecié demasiado —admitió Taran—. Ahora he empezado a quererle a pesar de todas sus quejas y gimoteos.

—Cada ser viviente merece nuestro respeto —dijo Medwyn, frunciendo sus hirsutas cejas hasta que éstas se unieron—, ya sea humilde o altivo, feo o hermoso.

—No diría yo eso respecto a los gwythaints —respondió Taran.

—No siento sino pena por esas infelices criaturas —dijo Medwyn—. Hace mucho, mucho tiempo, eran tan libres, amables y confiados como los otros pájaros. En su astucia Arawn logró atraerlos hacia él y los puso bajo su poder. Construyó las jaulas de hierro que ahora son su hogar y su prisión en Annuvin. Las torturas que les infligió a los gwythaints fueron vergonzosas e imposibles de contar. Ahora le sirven a causa del terror.

»De ese modo, lucha por corromper a todos los animales de Prydain, al igual que a la raza de los hombres. Esa es una de las razones por las que permanezco en este valle. Aquí Arawn no puede hacerles daño. Aun así, si se convirtiese en gobernante de esta tierra, dudo de que yo pudiese ayudarles a todos. Los que cayesen en sus garras podrían sentirse afortunados si muriesen rápidamente.

Taran asintió.

—Cada vez entiendo más y más el motivo por el cual debo advertir a los Hijos de Don. En cuanto a Gurgi, me pregunto si no sería más seguro para él permanecer aquí.

—¿Más seguro? —preguntó Medwyn—. Sí, verdaderamente. Pero le causarías mucha pena si ahora le dejases de lado. La desgracia de Gurgi es que en estos momentos no es ni una cosa ni otra. Ha perdido la sabiduría de los animales y no ha aprendido lo que saben los hombres. Por lo tanto, los dos le rehuyen. Si hiciese algo con algún propósito, significaría mucho para él.

«Dudo de que vaya a retrasaros en vuestro viaje, pues seguramente mañana ya será capaz de andar tan bien como tú. Te recomiendo que le lleves contigo. Hasta puede que halle su propio modo de servirte. No rehúses a prestar ayuda cuando sea necesaria — prosiguió Medwyn—, y tampoco rehúses a aceptarla cuando se te ofrezca. Gwythyr, Hijo de Greidawl, aprendió eso de una hormiga lisiada, ya sabes.

—¿Una hormiga lisiada? —Taran meneó la cabeza—. Dallben me ha enseñado muchas cosas sobre las hormigas, pero nada acerca de una lisiada.

—Es una larga historia —dijo Medwyn—, y puede que en otro momento la oigas entera. Por el momento, sólo necesitas saber que cuando Kilhuch… ¿o era su padre? No, era el joven Kilhuch, en efecto. Cuando el joven Kilhuch pidió la mano de la hermosa Olwen, su padre, Yspadadden, le impuso cierto número de tareas; en esos tiempos, él era el Jefe de los Gigantes. Cuáles eran las tareas no nos concierne ahora, excepto por el hecho de que eran prácticamente imposibles, y Kilhuch no habría podido llevarlas a cabo sin la ayuda de sus compañeros.

»Una de las tareas era reunir nueve fanegas de semilla de lino, aunque apenas si había tal cantidad en todo el país. Gwythyr, hijo de Greidawl, por el amor que sentía hacia su amigo, emprendió tal tarea. Cuando iba andando por las colinas, preguntándose cómo podría llevarla a cabo, oyó un lamento lleno de dolor que procedía de un hormiguero; había prendido un fuego a su alrededor y las hormigas corrían peligro de morir. Gwythyr… sí, estoy prácticamente seguro de que era Gwythyr… desenvainó su espada y apagó el fuego con ella.

»En gratitud, las hormigas recorrieron cada campo hasta haber reunido las nueve fanegas. Mas el Jefe de los Gigantes, que era persona de lo más arisca y desagradable, pretendió que la medida no estaba completa. Faltaba una semilla de lino, y debía ser entregada antes del anochecer.

«Gwythyr no tenía ni idea de dónde podía encontrar otra semilla de lino pero, al fin, justo cuando el sol había empezado a ocultarse, se le acercó una hormiga que cojeaba llevando una pesada carga. Era la semilla de lino, y así estuvo completa la medida.

»He estudiado la raza de los hombres —prosiguió Medwyn—. He visto que, en solitario, el hombre es tan débil como las frágiles cañas que crecen junto a un lago. Debéis aprender a valeros por vosotros mismos, eso es cierto; pero también debéis aprender a ayudaros el uno al otro. ¿Acaso no sois todos hormigas lisiadas?

Taran se quedó callado. Medwyn metió la mano en el lago y removió las aguas. Un instante después, de ellas emergió un venerable salmón; Medwyn acarició las fauces del enorme pez.

—¿Qué lugar es este? —preguntó al fin Taran, la voz casi un murmullo—. ¿Eres realmente Medwyn? Hablas de la raza de los hombres como si no fueses uno de ellos.

—Este es un lugar de paz —dijo Medwyn—, y por lo tanto no es adecuado para los hombres; al menos, no todavía. Hasta que lo sea, yo guardo este valle para los seres de los bosques y las aguas. Cuando se hallan en peligro mortal acuden a mí, si tienen la fuerza de hacerlo… y cuando sienten dolor o pena. ¿Acaso no crees que los animales conocen la pena, el miedo y el dolor? El mundo de los hombres no es fácil para ellos.

—Dallben —dijo Taran—, me enseñó que cuando las aguas negras inundaron Prydain, hace muchas eras, Newid Nav Neivion construyó un barco y se llevó con él a una pareja de cada especie de seres vivientes. Las aguas terminaron por retirarse y el barco quedó varado… nadie sabe dónde. Pero los animales que volvieron al mundo, sanos y salvos, lo recordaron siempre y sus crías nunca lo han olvidado. Y aquí —dijo Taran, señalando hacia la colina—, veo un barco, muy alejado de las aguas. Gwydion te llamó Medwyn, pero yo me pregunto si…

—Soy Medwyn —respondió el hombre de la barba blanca—, en todo lo que pueda importarte mi nombre. Ahora, deja de preocuparte por eso. Todo lo que me preocupa es Hen Wen.

—Entonces, ¿no la has visto? Medwyn meneo la cabeza.

—Lo que el señor Gwydion dijo es cierto: entre todos los lugares de Prydain, habría acudido primeramente a éste, especialmente si notaba que su vida peligraba. Pero aquí no hemos visto señal de ella, ni rumor alguno. Sin embargo, habría encontrado su camino, más tarde o más temprano, a menos que…

Taran sintió que se le helaba el corazón.

—A menos que la hayan matado —musitó—. ¿Crees que eso es lo que ha ocurrido?

—No lo sé —respondió Medwyn—, aunque me temo que es posible.

14. El lago negro

Esa noche Medwyn preparó un banquete para los viajeros. El desorden que habían dejado tras de sí los osos en el desayuno había sido reparado. La vivienda era cómoda y estaba ordenada, si bien más pequeña que la de Caer Dallben. Taran pudo ver que, verdaderamente, Medwyn no estaba acostumbrado a tener huéspedes humanos, pues su mesa apenas era lo bastante larga como para que todos tomasen asiento ante ella y, en cuanto a sillas, se había visto obligado a arreglárselas con bancos y taburetes para ordeñar vacas.

Medwyn estaba sentado a la cabecera. El cervatillo se había ido a dormir, pero los lobos permanecían acurrucados a sus pies y en sus fauces había una mueca feliz. En el respaldo de su silla reposaba una gigantesca águila de plumaje dorado que observaba sin pestañear con sus agudos ojos todos los movimientos. Fflewddur, aunque todavía algo temeroso, no permitió que su miedo le afectase el apetito. Comió por tres personas, sin dar la más mínima señal de hartarse. Pero cuando pidió otra ración de venado, Medwyn lanzó una risotada y le explicó al asombrado Fflewddur que no se trataba de carne sino de vegetales preparados según una receta propia.

—Naturalmente que se trata de vegetales —le dijo Eilonwy al bardo—. ¿Esperabas acaso que cocinase a sus propios invitados? Eso sería como decirle a alguien que viniese a cenar y asarle luego. Realmente, creo que los bardos son tan lerdos como los Aprendices de Porquerizo; ninguno de los dos parece pensar demasiado.

A pesar de que agradecía mucho la comida y la oportunidad de reposar, Taran guardó silencio durante todo el festín y permaneció silencioso al retirarse a descansar sobre su lecho de paja. Nunca hasta el momento había imaginado que Hen Wen pudiese no estar viva. Había vuelto a hablar con Medwyn, pero el anciano no había podido asegurarle que lo estuviese.

Incapaz de dormir, Taran salió del establo y se quedó mirando el cielo. Las estrellas brillaban con un resplandor blanco azulado en la atmósfera despejada, más cercanas de lo que jamás las había visto. Intentó apartar sus pensamientos de Hen Wen; llegar a Caer Dathyl era la tarea que había emprendido y, por sí misma, ya iba a ser lo bastante difícil. Un búho pasó volando por encima de su cabeza, silencioso como un soplo de cenizas. La sombra que surgió a su lado, sin un solo ruido, era Medwyn.

—¿No duermes? —preguntó Medwyn—. Una noche sin reposo es un mal modo de empezar un viaje.

—Se trata de un viaje que tengo muchos deseos de acabar —dijo Taran—. A veces temo que no veré de nuevo Caer Dallben.

—No se le ha concedido a los hombres el poder ver el fin de sus viajes —respondió

Medwyn—. Es posible que no vuelvas jamás a los lugares que te son queridos. Pero, ¿qué puede importar eso, si lo que debes hacer está aquí y ahora?

—Creo —dijo Taran anhelante—, que si supiese que no iba a ver nunca más mi propio hogar, me sentiría feliz permaneciendo en este valle.

—Tu corazón es joven y aún a medio hacer —dijo Medwyn—. Con todo, si leo bien en él, eres de los pocos a los que daría la bienvenida aquí. Ciertamente que puedes quedarte si así eliges hacerlo. Seguramente que puedes confiarle tu misión a tus amigos.

—No —dijo Taran, tras una larga pausa—, me la he impuesto por propia elección.

—Si es así —respondió Medwyn—, entonces también puedes abandonarla por propia elección.

Y de todo el valle le pareció a Taran que llegaban a él voces instándole a que se quedase. Los árboles le hablaban en un susurro de reposo y paz; el lago de la luz del sol centelleando en sus profundidades y de la alegría de las nutrias entregadas a sus juegos. Se dio la vuelta.

—No —dijo rápidamente—, tomé mi decisión mucho antes de todo esto.

—Entonces —le contestó amablemente Medwyn—, que así sea. —Tocó la frente de Taran con la mano—. Te concedo todo lo que tú me permites concederte: una noche de reposo. Duerme bien.

Nada recordó Taran de su vuelta al establo o de quedarse dormido, pero se levantó bañado por la luz de la mañana, lleno de un nuevo frescor y de fortaleza. Eilonwy y el bardo habían terminado ya su desayuno y Taran se alegró mucho al ver que Gurgi estaba con ellos. Al acercarse Taran, Gurgi lanzó un chillido de alegría y dio varias animadas volteretas.

—¡Oh, alegría! —exclamó—. ¡Oh, sí, Gurgi está listo de nuevo para caminar y acechar! ¡Y de nuevo para buscar y espiar! ¡Los grandes señores han sido buenos con el feliz y alegre Gurgi!

Taran notó que Medwyn no sólo había curado la pierna de la criatura sino que también le había dado un baño y un buen cepillado. Gurgi parecía llevar encima sólo la mitad de hojas y ramitas que de costumbre. Además, al ensillar a Melyngar, Tara se encontró con que Medwyn había llenado las alforjas de comida, incluyendo en ellas capas bien gruesas para todos ellos.

El anciano llamó a los viajeros para que se reuniesen a su alrededor y tomó asiento en el suelo.

—Los ejércitos del Rey con Cuernos se hallan ahora a un día de marcha por delante de vosotros —dijo—, pero si seguís los senderos que voy a revelaros y os movéis con rapidez, podéis recuperar el tiempo que habéis perdido. Incluso es posible que lleguéis a Caer Dathyl un día, y puede que dos, antes que ellos. Sin embargo, os advierto que los caminos de la montaña no son fáciles. Si lo preferís, os llevaré a un sendero que os conducirá de nuevo al valle del Ystrad.

—Entonces estaríamos siguiendo al Rey con Cuernos —dijo Taran—. Habría menos oportunidad de alcanzarle y también mucho peligro.

—No penséis que las montañas no son peligrosas —dijo Medwyn—. Aunque se trate de un peligro de una naturaleza distinta.

—¡Un Fflam se crece ante el peligro! —gritó el bardo—. Ya sean las montañas o las huestes del Rey con Cuernos, nada temo… no mucho, al menos —se apresuró a añadir.

—Nos arriesgaremos con las montañas —dijo Taran.

—Por una vez —le interrumpió Eilonwy—, has decidido lo correcto. Es seguro que las montañas no van a arrojarnos lanzas, no importa lo peligrosas que sean. Realmente, creo que estás mejorando.

—Entonces, escuchadme con atención —ordenó Medwyn.

A medida que hablaba, sus manos se movían diestramente sobre la blanda tierra que había ante él, moldeando un pequeño modelo de las montañas, que Taran halló más fácil de seguir que los mapas garabateados por Fflewddur. Cuando terminó y los arreos y armas de los viajeros estuvieron bien sujetos a grupas de Melyngar, Medwyn guió al grupo hasta la salida del valle. A pesar de toda la atención que pudiese poner observando cada tramo del camino, Taran sabía que el sendero hacia el valle de Medwyn se le escaparía tan pronto como el anciano les dejase.

Un poco después Medwyn se detuvo.

—Vuestro camino se halla hacia el norte —dijo—, y aquí debemos separarnos. Y tú, Taran de Caer Dallben… si has escogido con sabiduría, tu propio corazón te lo hará saber. Puede que volvamos a encontrarnos, y entonces me lo contarás. Hasta ese momento, adiós.

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