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Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Novela, Fantástico, Juvenil

El Libro de los Tres (18 page)

BOOK: El Libro de los Tres
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Ese pensamiento condujo a Taran a preguntarse de nuevo lo que Gwydion había esperado saber a través de Hen Wen. Cuando hicieron un alto, le habló de ello a Fflewddur.

—Puede que en Caer Dathyl haya alguien capaz de entenderla —dijo Taran—. Pero si lográsemos que hiciese una profecía ahora, quizá nos diría algo importante.

El bardo era de la misma opinión; sin embargo, como había señalado Taran, no tenían varillas de alfabeto.

—Podría intentar un nuevo hechizo —se ofreció Eilonwy—. Achren me enseñó unos cuantos, pero no sé si servirían de algo. No tienen nada que ver con cerdos oráculo. Sé uno maravilloso para atraer sapos. Achren me iba a enseñar uno para abrir cerrojos, pero supongo que ahora nunca llegaré a aprenderlo. Aun así, los cerrojos tampoco tienen gran cosa que ver con los cerdos.

Eilonwy se arrodilló junto a Hen Wen y le habló rápidamente en voz muy baja. Hen Wen pareció escucharla cortésmente durante un rato, con una ancha mueca parecida a una sonrisa, resoplando y husmeando. No dio señales de entender ni una palabra de lo que le estaba diciendo la muchacha; y, por último, con un alegre «¡Oink!» se apartó de ella y echó a correr hacia Taran, meneando alegremente su corto rabo.

—Es inútil —dijo Taran—, y de nada sirve perder el tiempo. Espero que tengan varillas de alfabeto en Caer Dathyl. Aunque lo dudo. Sea lo que sea lo que tiene Dallben, parece ser único en todo Prydain.

Reemprendieron el camino. Gurgi, ahora cocinero y fogonero oficial, avanzaba con paso marcial junto al enano. Doli les condujo a través de un claro y les hizo rebasar una hilera de alisos. Unos instantes después el enano se detuvo y ladeó la cabeza, como escuchando.

También Taran oyó el sonido: un grito débil y agudo. Parecía surgir de un retorcido arbusto espinoso. Desenvainando su espada, Taran se apresuró a reunirse con el enano. Al principio no pudo distinguir nada en el oscuro amasijo de la vegetación. Se acercó un poco más y se detuvo bruscamente.

Era un gwythaint.

17. El pájaro

El gwythaint colgado como un maltrecho harapo de color negro, un ala desplegada, la otra apretada contra el pecho. No era mucho más grande que un cuervo, parecía joven y casi en su primer vuelo fuera del nido; la cabeza era un poco demasiado grande en proporción con el cuerpo, las plumas eran aún escasas y poco tupidas. Cuando Taran se acercó con cautela, el gwythaint aleteó vanamente, incapaz de liberarse. El pájaro abrió su pico curvado y lanzó un siseo de advertencia; pero tenía los ojos vidriosos y medio cerrados.

El resto de los compañeros había seguido a Taran. Tan pronto vio Gurgi de qué se trataba, se le encorvaron los hombros y, mirando con miedo en todas direcciones, se escabulló hasta ponerse a una distancia prudencial. Melyngar lanzó un relincho nervioso. La cerda blanca, sin inmutarse, tomó asiento sobre sus cuartos traseros y se dedicó a observarlo todo vivazmente.

Fflewddur, al ver al pájaro, emitió un leve silbido.

—Es toda una suerte que los padres no anden por aquí —dijo—. Esas criaturas son capaces de hacer pedazos a un hombre cuando una de sus crías corre peligro.

—Me recuerda a Achren —dijo Eilonwy—, especialmente en los ojos, cuando estaba de mal humor.

Doli sacó el hacha del cinto.

—¿Qué vas a hacer? —le preguntó Taran. El enano le miró sorprendido.

—¿Que qué voy a hacer? ¿Tienes más preguntas estúpidas que hacerme? ¿Acaso te imaginas que voy a dejar que se quede ahí sentado? Para empezar, voy a cortarle la cabeza.

—¡No! —gritó Taran, agarrando al enano por el brazo—. Está malherido.

—Deberías alegrarte de eso —le respondió secamente Doli—. Si no lo estuviera, ni tú ni yo, ni ninguno de nosotros, andaría aún por aquí.

—No dejaré que le mates —repuso Taran—. Le duele mucho y necesita ayuda.

—Eso es cierto —dijo Eilonwy—, no parece estar muy cómodo. En ese sentido, parece estar aún peor que Achiren.

El enano arrojó su hacha al suelo y puso los brazos en jarras.

—No puedo hacerme invisible —resopló—, pero eso no quiere decir que sea tonto. Adelante. Recoge a esa maligna criaturita. Dale algo de beber. Y palmaditas en la cabeza. Ya verás lo que sucede luego. Apenas se encuentre lo bastante fuerte, lo primero que hará es cortarte en pedazos. Y, lo siguiente, volar en línea recta hacia Arawn. Y entonces sí que estaremos metidos en un buen lío.

—Lo que Doli dice es cierto —añadió Fflewddur—. La verdad es que a mí no me gusta cortarle la cabeza a nadie. A su modo, el pájaro es interesante. Pero, al menos, hasta el momento hemos tenido la suerte de evitar problemas con los gwythaints. Personalmente, no veo la utilidad de acoger en nuestro seno a un espía de Arawn. Los Fflam siempre han tenido buen corazón, pero esto me parece que es exagerar.

—Medwyn no diría eso —contestó Taran—. En las colinas me habló de ser bondadoso con todas las criaturas; y me contó mucho sobre los gwythaints. Creo que es importante que nos llevemos éste a Caer Dathyl. Que yo sepa, nadie ha capturado jamás un gwythaint vivo. ¿Quién puede decir cuál es su valor?

El bardo se rascó la cabeza.

—Bueno, sí, supongo que si tiene alguna utilidad, la tendrá más vivo que muerto. Pero, de todos modos, lo que propones es francamente arriesgado.

Con un gesto, Taran les indicó a los otros que se apartaran del arbusto. Vio que el gwythaint había sido herido por algo más que los espinos; quizás un águila lo había desafiado, pues tenía el lomo cubierto de sangre y le faltaban bastantes plumas. Alargó con cautela la mano. El gwythaint siseó de nuevo, y en su garganta resonó un largo y gutural graznido. Taran temió que el pájaro estuviese a punto de morir. Metió la mano por debajo de su cuerpo febril. El gwythaint intentó atacarle con el pico y las garras, pero su fortaleza había desaparecido. Taran lo liberó del espinoso arbusto.

—Si puedo encontrar las hierbas adecuadas, le haré un emplasto —le dijo Taran a Eilonwy—. Pero necesitaré agua caliente para ponerlas en remojo.

En tanto que la muchacha preparaba un nido con hierba y hojas, Taran le pidió a Gurgi que hiciese un fuego y calentase unas piedras que pudiesen caber en un recipiente de agua. Luego, con Hen Wen pisándole los talones, marchó presuroso en busca de las hierbas.

—¿Cuánto tiempo vamos a quedarnos aquí? —le gritó Doli cuando se iba—. No es que a mí me importe. Vosotros sois los que tenéis prisa, no yo. ¡Humph!

Se metió el hacha en el cinturón, apretó bien fuerte el gorro sobre su cabeza y contuvo furiosamente el aliento.

Taran agradeció nuevamente lo que Dallben le había enseñado sobre las hierbas. Descubrió que la mayoría de las que necesitaba crecían en los alrededores. Hen Wen se unió a la búsqueda con entusiasmo, gruñendo felizmente, excavando debajo de arbustos y piedras. A decir verdad, la cerda blanca fue la primera en descubrir una importante variedad que a Taran se le había pasado desapercibida.

El gwythaint no opuso resistencia cuando Taran le aplicó el emplasto; empapando un pedazo de tela arrancado de su jubón en otro brebaje, Taran lo apretó dejando caer el líquido gota a gota en el pico del pájaro.

—Todo eso está muy bien —dijo Doli, cuya curiosidad había sido demasiado fuerte y que se había acercado para observar la operación—. ¿Y cómo te imaginas que vas a transportar ese feo animal… le prestarás tu hombro como percha?

—No lo sé —dijo Taran—. Pensé que podía envolverlo con mi capa. Doli lanzó un bufido.

—Ese es el problema con vosotros, los destripaterrones. No veis más allá de vuestras narices. Pero si esperas que te haga una jaula, estás muy equivocado.

—Una jaula iría muy bien —dijo Taran—. No, no quiero que te tomes esa molestia. Intentaré hacer una yo mismo.

El enano observó despectivamente cómo Taran recogía ramas y trataba de unirlas entre sí.

—¡Oh, ya basta! —estalló por fin Doli—. No puedo soportar por más tiempo ver lo mal que se hace un trabajo. Anda, déjame a mí.

Apartó a Taran de un empujón, sentándose en el suelo, y recogió las ramas. Las fue podando expertamente con su cuchillo, las unió con cuerdas hechas de fibras vegetales y en un tiempo increíblemente reducido el enano tuvo entre las manos una resistente jaula.

—Verdaderamente eso es más práctico que volverte invisible —dijo Eilonwy. El enano no le contestó, limitándose a dirigirle una mirada llena de irritación.

Taran recubrió el fondo de la jaula con hojas y con delicadeza colocó en su interior al gwythaint, reemprendiendo todos la marcha. Doli les hacía ir ahora más deprisa para compensar así el tiempo que habían perdido. Bajaba con paso firme y seguro las laderas de las montañas sin ni tan siquiera volverse para ver si Taran y los demás eran capaces de seguirle. Taran se dio cuenta de que su veloz marcha no era de gran utilidad, ya que les obligaba a hacer altos en el camino con mayor frecuencia. Pero creyó que no sería muy inteligente hacérselo notar al enano.

A lo largo del día el gwythaint fue mejorando. A cada parada Taran daba de comer al pájaro y le administraba los remedios. Gurgi seguía teniéndole demasiado miedo como para acercársele; sólo Taran se atrevía a tocar a la criatura. Cuando Fflewddur, siempre dispuesto a trabar nuevas amistades, metió un dedo en la jaula, el gwythaint se incorporó y le lanzó un picotazo.

—Te advierto —le dijo Doli con brusquedad—, que de esto no saldrá nada bueno. Pero no hagas caso alguno de lo que digo. Sigue adelante. Córtate tú mismo el cuello. Y luego ven corriendo a quejarte. No soy más que un guía; hago lo que me han ordenado hacer, y eso es todo.

Acamparon al anochecer y discutieron los planes para el día siguiente. El gwythaint se había recuperado por completo y, del mismo modo, había desarrollado un apetito monstruoso. Cuando Taran no le traía comida con la suficiente rapidez, graznaba furiosamente y golpeaba la jaula con el pico. Engullía con avidez todo lo que Taran le daba y a continuación buscaba más comida. Después de comer, el gwythaint se agazapaba en el fondo de la jaula, la cabeza inclinada a un lado, escuchando atentamente, siguiendo con los ojos cada movimiento. Taran se aventuró finalmente a meter un dedo entre los barrotes y rascar con él la cabeza del gwythaint. La criatura ya no siseaba y no hizo intento alguno de morderle. El gwythaint llegó a permitir que Eilonwy le diese de comer, pero los intentos del bardo de hacer amistad con él fracasaron.

—Sabe perfectamente que habrías estado de acuerdo en cortarle la cabeza —le dijo Eilonwy a Fflewddur—, así que no puedes culpar a esa pobre criatura por estar enfadada contigo. Si alguien quisiera cortarme la cabeza y luego viniese pretendiendo mostrarse amistoso, yo también le daría picotazos.

—Gwydion me dijo que a los pájaros se les entrena de jóvenes —explicó Taran—. Ojalá estuviese aquí. Él sabría manejarle mejor. Quizá se le pueda entrenar de un modo distinto. Pero en Caer Dathyl tiene que haber un buen halconero, y ya veremos lo que puede hacer con él.

Pero, a la mañana siguiente, la jaula estaba vacía.

Doli, que se había levantado mucho antes que los demás, fue el primero en descubrirlo. El enano, furioso, prácticamente le arrojó la jaula a Taran. Los barrotes fabricados con ramas habían sido hechos pedazos por el pico del gwythaint.

—¡Ahí tienes! —gritó Doli—. ¡Te lo dije! No digas que no te avisé. En estos momentos esa criatura traicionera debe hallarse a medio camino de Annuvin, después de haber oído todo lo que hemos dicho. Si Arawn no sabía donde estábamos, muy pronto lo sabrá. Lo has hecho bien; ¡oh, muy bien! —Doli resopló—. ¡Protegedme de los tontos y los Aprendices de Porquerizo!

Taran no pudo esconder ni su decepción ni su miedo.

—Como de costumbre, he vuelto a hacer lo que no debía —dijo con enfado Taran—. Doli tiene razón. No hay diferencia alguna entre un tonto y un Aprendiz de Porquerizo.

—Seguramente eso es cierto —accedió Eilonwy, observación que nada hizo por animar a Taran—. Pero —prosiguió—, no puedo aguantar a la gente que dice «Te lo dije». Eso es peor que cuando viene alguien y se come tu cena antes de que hayas tenido oportunidad de sentarte a la mesa.

«Aun así —añadió—, Doli tiene buenas intenciones. No tiene ni la mitad del mal genio que pretende, y estoy segura de que se preocupa por nosotros. Es como un puerco espín, que por fuera es todo espinas pero, panza arriba, se retuerce de gusto cuando le haces cosquillas. Si dejara de intentar hacerse invisible, creo que eso mejoraría mucho su humor.

No había tiempo para seguir lamentándose. Doli les hizo andar aún más deprisa. Siguieron bordeando las colinas a lo largo del valle del Ystrad, pero al mediodía el enano les hizo torcer hacia el oeste y, una vez más, empezaron a bajar hacia las llanuras. El cielo se había cubierto de nubes y era tan gris como el plomo. Violentas ráfagas de viento azotaban sus rostros. El pálido sol apenas daba calor. Melyngar relinchaba intranquila; Hen Wen, tranquila y de buen humor hasta entonces, empezó a gruñir en voz baja y a mirar en todas direcciones.

En tanto que los caminantes hacían un breve descanso, Doli se adelantó para explorar el terreno. No tardó mucho en volver. Les condujo hasta la cima de una colina, indicándoles que se pegasen bien al suelo, y señaló hacia el Ystrad que se extendía bajo ellos.

La llanura estaba cubierta de guerreros, a pie y a caballo. Negras banderas chasqueaban al viento. Incluso a esa distancia Taran pudo oír el entrechocar de las armas y el firme y pesado retumbar de muchos pies marchando al unísono. A la cabeza de las serpenteantes columnas cabalgaba el Rey con Cuernos.

La gigantesca figura se alzaba sobre los soldados que galopaban detrás de él. Los cuernos retorcidos parecían garras anhelantes. Mientras Taran le observaba, aterrado pero incapaz de apartar la mirada, la cabeza del Rey con Cuernos giró lentamente hacia las colinas. Taran se pegó todo lo que pudo al suelo. Estaba seguro de que el campeón de Arawn no podía verle; era solamente un engaño de su mente, un reflejo de su propio miedo, pero le pareció que los ojos del Rey con Cuernos le buscaban clavándose como cuchillos en su corazón.

—Se nos han adelantado —dijo Taran, la voz átona.

—Aprisa —les urgió el enano—. Moveos, en vez de gemir y quedaros quietos. No estamos a más de un día de Caer Dathyl, y ellos también. Aún podemos movernos con más rapidez. Si no os hubieseis detenido a causa de ese ingrato espía de Annuvin, ahora estaríamos muy por delante de ellos. No digáis que no os lo advertí.

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