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Authors: Karin Slaughter

Tags: #Intriga, Policíaco

El número de la traición (9 page)

BOOK: El número de la traición
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—Dios —masculló. No era la diabetes, sino la idea de que podría acabar siendo abuela antes de cumplir los treinta y cuatro.

—¿Cómo se encuentra?

Faith alzó la vista y vio a Sara Linton al otro lado de la mesa, con una bandeja de comida en las manos.

—Vieja.

—¿Por el folleto?

Faith había olvidado que lo tenía en la mano. Le hizo un gesto a Sara para que tomara asiento.

—En realidad estoy cuestionando sus aptitudes como médico.

—No sería usted la primera —dijo Sara en tono contrito. Faith sintió curiosidad por su historia, y no por primera vez—. Creo que no he sido muy hábil a la hora de comunicarle la noticia.

Faith no se lo discutió. En urgencias había deseado odiarla por el único hecho de ser el tipo de mujer a la que deseas odiar a simple vista: alta y delgada, elegante, con una larga melena de color caoba y esa inusual belleza que hace que todos los hombres se vuelvan a mirar cuando entra en una habitación. Tampoco ayudaba el que, además, fuera una mujer inteligente que había logrado el éxito profesional. Había sentido la misma repulsión instintiva que le inspiraban las animadoras en el instituto. Le gustaba pensar que el hecho de haber madurado y haber fortalecido su carácter le había ayudado a superar esa reacción instintiva, pero lo que le pasaba era que le resultaba muy difícil odiar a una viuda; en especial a la de un policía.

—¿Ha comido algo desde que hablamos? —preguntó Sara. Faith meneó la cabeza y miró la bandeja de la doctora: una raquítica porción de pollo asado sobre una hoja mustia de lechuga y algo que podía o no ser verdura. Sara se puso a cortar el pollo con el tenedor y el cuchillo de plástico, o eso intentó al menos. Finalmente acabó más bien desgajándolo. Quitó el panecillo de su bandeja, repartió el pollo y le pasó a Faith uno de los platos.

—Gracias —dijo Faith, pensando que los bollos de chocolate que había visto al entrar en la cafetería tenían un aspecto mucho más apetecible.

—¿Les han asignado el caso de manera oficial?

La pregunta cogió a Faith por sorpresa, pero luego cayó en que Sara había atendido a la víctima; era natural que sintiera curiosidad.

—Will ha logrado meternos con calzador —respondió. Volvió a comprobar la cobertura del móvil, preguntándose por qué no habría llamado todavía.

—Seguro que la policía local estará encantada de que se ocupen ustedes.

Faith se echó a reír y pensó que el marido de Sara debía de haber sido un buen policía. Ella también lo era, y era consciente de la hora, la una de la madrugada, y que Sara le había dicho seis horas antes que estaba a punto de acabar su turno. Observó a la doctora, que brillaba con el inequívoco resplandor de una adicta a la adrenalina. Había bajado a la cafetería buscando información.

—He visto a Henry Coldfield, el conductor del Buick —explicó Sara. Aún no había probado la comida; había bajado a la cafetería para ver a Faith, no para comerse un trozo de pollo seco que debió de venir al mundo el año que renunció Nixon—. El airbag le ha provocado una contusión en el pecho y a la mujer le han tenido que dar un par de puntos, pero están bien.

—En realidad, por eso estoy aquí. Les estoy esperando —Faith miró el reloj de nuevo—. Se suponía que tenían que reunirse conmigo.

Sara parecía desconcertada.

—Se marcharon hace cosa de media hora con su hijo.

—¿Cómo?

—Les vi hablar con el detective del pelo grasiento.

—Hijo de puta. —Por algo Max Galloway tenía ese aire de suficiencia cuando se fue de la cafetería—. Perdone. Ese tipo es más listo de lo que creía. Se ha reído de mí en mi propia cara.

—Coldfield es un apellido poco frecuente —le dijo Sara—. Seguro que figuran en el listín telefónico.

Eso esperaba Faith, porque no quería tener que recurrir a Max Galloway y darle esa satisfacción.

—También puedo copiar su dirección y su teléfono de los papeles del ingreso, si quiere —le ofreció Sara.

A Faith le sorprendió la oferta, que normalmente requería una orden judicial.

—Me haría un gran favor.

—No hay problema.

—Pero eso es, ejem… —Faith no terminó la frase y se mordió la lengua para no decirle a la médica que proporcionarle esos datos era ilegal. Decidió cambiar de tema— Will me dijo que fue usted quien atendió a la víctima cuando la ingresaron.

—A Anna, o eso me pareció entender.

Faith iba tanteando el terreno. Will había omitido detalles.

—¿Y cuál es su impresión?

Sara se recostó en la silla, con los brazos cruzados.

—Mostraba síntomas graves de desnutrición y deshidratación. Tenía las encías blancas y la tensión muy baja. Dada la naturaleza de la cicatrización y el modo en que se coagulaba la sangre, yo diría que las heridas le fueron infligidas a lo largo de varios días. Tenía marcas en las muñecas y los tobillos que indicaban que había estado maniatada. La penetraron por vía anal y vaginal, según los indicios, con un objeto romo. No pude hacerle las pruebas de violación antes de que la subieran a quirófano, pero la examiné lo mejor que pude. Retiré varias astillas de debajo de sus uñas para que pudieran analizarlas en el laboratorio; creo que no era madera tratada, pero habrá que ver lo que dicen los de la científica.

Hablaba como si estuviera testificando ante el tribunal. Cada observación se sustentaba en una prueba, y cuando hacía una conjetura dejaba claro que se trataba de una hipótesis.

—¿Cuánto tiempo cree que la han tenido secuestrada? —le preguntó Faith.

—Por lo menos cuatro días. Aunque si tenemos en cuenta la gravedad de la desnutrición podríamos estar hablando de una semana o diez días.

Faith no quería ni pensar que aquella pobre mujer hubiera podido ser torturada durante diez días.

—¿Por qué cuatro días?

—Por el corte del pecho —explicó Sara señalando su propio pecho—. Es un corte profundo en estado de putrefacción; incluso he visto indicios de actividad de los insectos. Tendrá que hablar con un entomólogo para que examine las larvas y le diga en qué fase de desarrollo se encuentran, pero teniendo en cuenta que aún estaba viva, que su cuerpo estaba relativamente caliente y que disponían de sangre para alimentarse, cuatro días me parece un cálculo bastante ajustado. Dudo mucho que puedan salvarle el tejido.

Faith tenía los labios fuertemente apretados, tratando de resistirse al impulso de poner la mano sobre su propio pecho. ¿Cuántos pedazos de tu cuerpo podías perder antes de morir?

Sara continuó hablando, aunque Faith no la animara.

—La costilla número once, esta. —Señaló su abdomen—. Le ha sido extirpada hace poco, probablemente hoy mismo o ayer a última hora, y es un trabajo de precisión.

—¿Precisión quirúrgica?

—No. De confianza. No hay marcas de vacilación, ni cortes preliminares. El que lo hizo confiaba en sus propias habilidades.

Faith pensó que la doctora también parecía muy segura.

—¿Cómo cree usted que lo hizo?

Sara sacó su libreta y empezó a dibujar una serie de curvas que no cobraron sentido hasta que lo explicó.

—Las costillas se numeran por pares y de arriba abajo; hay doce a cada lado. —Fue señalándolas con el boli—. La primera está justo debajo de la clavícula y la número doce es la última. —Levantó la cabeza para asegurarse de que Faith la seguía—. La número once y la doce se consideran «flotantes» porque no van unidas al esternón. Están unidas únicamente a las vértebras, por detrás. —Dibujó una línea vertical que representaba la columna—. Las siete costillas superiores van unidas a las vértebras por detrás y por delante al esternón. Los tres pares siguientes van ensambladas a las de arriba, y se denominan costillas falsas. Todo este armazón es muy elástico para que podamos respirar, y por eso es muy difícil romper las costillas con un golpe directo, son muy flexibles.

Faith se había inclinado hacia delante y no perdía ripio.

—O sea, que esto lo hizo alguien con conocimientos de medicina.

—No necesariamente. Las costillas se pueden localizar fácilmente con los dedos. Todo el mundo sabe dónde las tiene.

—Pero aun así…

—Mire. —Sara se puso de pie, levantó el brazo derecho y se presionó el costado izquierdo con los dedos—. Pase usted su mano por la línea axilar posterior hasta llegar al extremo de la costilla… Es la número once, y la doce está un poco más abajo. —Agarró el cuchillo de plástico—. Cogió el cuchillo y cortó siguiendo la longitud de la costilla; pudo incluso haber apoyado la punta en el hueso. Luego apartó la grasa y el músculo, desarticuló la costilla de las vértebras y finalmente la agarró y tiró.

Faith sentía escalofríos solo de pensarlo. Sara dejó el cuchillo.

—Un cazador no tardaría ni un minuto, pero cualquiera podría hacerlo. No hablo de precisión quirúrgica. Seguro que si lo busca en Google encontrará esquemas mucho más completos del que le he dibujado yo.

—¿Y es posible que la víctima no tuviera esa costilla, que naciera sin ella?

—Un pequeño porcentaje de la población nace con un par menos, pero la mayoría tenemos veinticuatro costillas.

—¿Y lo de que los hombres tienen una costilla menos que las mujeres?

—¿Por lo de Adán y Eva? —Sara esbozó una sonrisa y a Faith le dio la impresión de que la mujer se estaba aguantando las ganas de reír—. No crea usted todo lo que le contaron en la escuela dominical, Faith. Todos tenemos el mismo número de costillas.

—Vaya, ahora me siento como una idiota. Pero ¿está usted segura de todo esto? ¿Está segura de que le extirparon la costilla?

—Se la arrancaron. El cartílago y el músculo estaban desgarrados. Fue un acto de violencia.

—Parece que le ha dado muchas vueltas a esto.

Sara se encogió de hombros, como si todo fuera fruto de su curiosidad natural. Cogió de nuevo el cuchillo y el tenedor y se puso a cortar el pollo. Faith la observó mientras forcejeaba con aquel trozo de carne seca cuando, de repente, volvió a soltar los cubiertos. Le sonrió, casi como si le avergonzara lo que le iba a decir.

—He sido médica forense.

Faith se quedó boquiabierta. Sara le había dicho aquello como quien confiesa un talento oculto para las acrobacias o un pecado de juventud.

—¿Dónde?

—En el condado de Grant. A unas cuatro horas de aquí.

—No me suena.

—Está en la costa —explicó Sara. Apoyó los brazos en la mesa y su voz adquirió un tono nostálgico—. Acepté el puesto para poder comprarle a mi socio su parte de la consulta de pediatría. Al menos eso era lo que yo creía. La verdad es que me aburría. Cuando trabajas con niños te pasas el día poniendo vacunas y curando rodillas despellejadas. Pasado un tiempo, acabas subiéndote por las paredes.

—Me imagino —murmuró Faith, pero estaba pensando en qué le parecía más alarmante: que la médica que le había diagnosticado diabetes fuera una pediatra o que fuera una forense.

—Me alegro de que les hayan asignado este caso —dijo Sara—. Su compañero es…

—¿Raro?

Sara la miró con extrañeza.

—Iba a decir «intenso».

—Es bastante tozudo, sí —admitió Faith, pensando que era la primera vez que alguien que acababa de conocer a Will le hablaba tan bien de él. Normalmente uno tardaba un tiempo en llegar a apreciarlo.

—Parece un hombre muy sensible —dijo la doctora, alzando la mano para rechazar cualquier posible protesta—. No es que los policías no sean sensibles, sino que normalmente tienden a ocultarlo.

Faith no pudo sino asentir. Will rara vez mostraba sus emociones, pero Faith sabía que las víctimas de tortura le conmovían de forma especial.

—Es un buen policía.

Sara miró su bandeja.

—Puede comerse esto, si quiere. La verdad es que no tengo hambre.

—Yo diría que no ha venido usted aquí a comer. —Sara se puso colorada, como si la hubieran pillado en falta—. Está bien, no pasa nada. Pero si sigue dispuesta a facilitarme los datos de los Coldfield…

—Desde luego.

Faith sacó del bolso otra tarjeta de visita.

—El número de mi móvil está al dorso.

—Muy bien.

Con expresión resuelta, Sara leyó el número y Faith se dio cuenta de que no solo sabía que estaba infringiendo la ley, sino que además no le importaba.

—Otra cosa… —añadió Sara. Parecía dudar de si debía hablar o no—. Los ojos. Tenía petequias en la esclerótica, pero no he visto indicios de estrangulamiento. Las pupilas estaban desenfocadas. Podría ser una consecuencia del golpe o algo de tipo neurológico, pero no estoy segura de que pueda ver.

—Eso explicaría por qué se cruzó en medio de la carretera.

—Teniendo en cuenta lo que ha tenido que pasar…

Sara no terminó la frase, pero Faith la entendió perfectamente. No hacía falta ser médico para entender que, después de pasar por semejante infierno, una mujer pudiera exponerse deliberadamente a que un coche se la llevara por delante.

Sara se guardó la tarjeta de Faith en el bolsillo del abrigo.

—La llamaré dentro de un rato.

La detective se quedó mirándola mientras se alejaba, preguntándose cómo demonios había acabado Sara Linton trabajando en el hospital Grady. No debía de tener más de cuarenta años, pero las urgencias son para los más jóvenes; es la clase de trabajo del que uno sale huyendo despavorido antes de cumplir los treinta.

Volvió a mirar su móvil. Las seis barras estaban iluminadas, lo que indicaba que la intensidad de la señal era óptima. Intentó concederle a Will el beneficio de la duda. A lo mejor se le había vuelto a romper el móvil. De todos modos podría haberle pedido un aparato a cualquiera de los que estaban allí, así que a lo mejor era cierto que era un imbécil.

Mientras se levantaba y se dirigía hacia el aparcamiento, Faith pensó que también podía llamarle ella, pero por algo estaba embarazada y soltera por segunda vez en veinte años: no se le daba bien comunicarse con los hombres de su vida.

Capítulo cuatro

Will estaba en la entrada de la cueva bajando un equipo de luces con una cuerda para que Charlie Reed tuviera algo mejor que una linterna para recoger las pruebas. Estaba empapado hasta los huesos, pese a que hacía media hora que había dejado de llover. A medida que se acercaba el amanecer el aire se volvía más frío, pero prefería estar en la cubierta del
Titanic
antes que volver a bajar allí.

Las lámparas llegaron al suelo y vio un par de manos que las llevaban al interior de la cueva. Will se rascó los brazos. Las mangas de su camisa blanca tenían manchas de sangre en los puntos en los que le habían arañado las ratas, y se preguntaba si el picor sería un síntoma de la rabia. Era la clase de pregunta que normalmente le habría hecho a Faith, pero no quería molestarla. Tenía muy mal aspecto cuando la dejó en el hospital y allí no podía hacer nada, salvo esperar a su lado bajo la lluvia. Le pondría al corriente de todo por la mañana, pero necesitaba dormir bien esa noche. Aquel caso no se iba a resolver en una hora; al menos uno de los dos podría abordar la investigación bien descansado.

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