—He dicho que me dieron una dirección —dice Ramos. Se cuelga la Uzi del hombro—. Mi Esposa. Vamos.
La casa se encuentra en un barrio corriente. Los dos Ford Bronco de Ramos, atestados de agentes especiales de la DFS, rugen calle arriba, y los hombres bajan de un salto. Desde las ventanas disparan largas e indisciplinadas ráfagas de AK. Los hombres de Ramos se tiran al suelo y devuelven el fuego con ráfagas cortas. El tiroteo se interrumpe. Cubierto por sus hombres, Ramos y dos agentes más corren hasta la puerta con un ariete y la derriban.
Art entra justo detrás de Ramos.
No ve a Ernie. Recorre todas las habitaciones de la pequeña casa, pero lo único que encuentra son dos
gomeros
muertos, con un agujero limpio en la frente, tendidos junto a las ventanas. Un hombre herido está sentado, apoyado contra la pared. Otro está sentado con las manos sobre la cabeza.
Ramos saca la pistola y la apunta a la cabeza del hombre herido.
—
¿Dónde?
—pregunta.
—No sé.
Art se estremece cuando Ramos aprieta el gatillo y el cerebro del hombre salpica la pared.
—¡Jesús! —grita Art.
Ramos no le oye. Apoya la pistola contra la sien del otro
gomero
.
—¿Dónde?
—¡Sinaloa!
—¿Dónde?
—¡Un rancho de Güero Méndez!
—¿Cómo lo encuentro?
—
¡No sé! ¡No sé! ¡No sé! ¡Por favor! ¡Por el amor de Dios!
—grita el
gomero
.
Art agarra a Ramos por la muñeca.
—No.
Por un momento, da la impresión de que Ramos podría disparar contra Art. Después baja la pistola.
—Tenemos que encontrar el rancho antes de que le trasladen de nuevo —dice—. Debería dejarme disparar a este bastardo para que no hable.
El
gomero
se pone a llorar.
—¡Por el amor de Dios!
—Tú no tienes dios, hijo de la gran puta —dice Ramos al tiempo que le golpea la cabeza—.
¡Te voy a mandar p'al carajo!
—No —dice Art.
—Si
los federales
se enteran de que sabemos lo de Sinaloa —dice Ramos—, trasladarán de nuevo a Hidalgo para que no podamos encontrarle.
Si es que podemos encontrarle, piensa Art. Sinaloa es un vasto estado rural. Localizar un rancho es como localizar una granja concreta en Iowa. Pero matar a este tipo no servirá de nada.
—Póngale en aislamiento —dice Art.
—
¡Ay, Dios! ¡Qué chingón que eres!
—grita Ramos.
Pero Ramos ordena a uno de sus hombres que se lleve
al gomero
, le encierre en algún sitio y averigüe qué más sabe.
—Por el amor de Dios —dice después—, no dejes que nadie hable con él, o le meteré tus pelotas en la boca.
Después Ramos echa un vistazo a los cadáveres del suelo.
—Y tirad esta basura —ordena.
Adán Barrera oye el mensaje radiofónico de Parada.
La voz familiar del obispo se impone a la banda sonora de fondo de los gemidos rítmicos de Hidalgo.
Después atruena la amenaza de la excomunión.
—Mierda de superstición —dice Güero.
—Esto ha sido un error —dice Adán.
Una metedura de pata. Un grave error de cálculo. Los norteamericanos han reaccionado con mayor radicalidad de la que temían, han ejercido su enorme presión política y económica sobre Ciudad de México. Los putos norteamericanos han cerrado la frontera, han dejado miles de camiones tirados en la carretera, su cargamento pudriéndose bajo el sol, con unos costes económicos enormes. Y los norteamericanos están amenazando con exigir la devolución de los préstamos, joder, a México con el FMI, lanzar una crisis económica que podría destruir literalmente el
peso
. De manera que hasta nuestros amigos sobornados de Ciudad de México se están volviendo contra nosotros, ¿y por qué no? El PJF, la DFS y el ejército están reaccionando a las amenazas norteamericanas, encierran a todos los miembros de los cárteles que encuentran, invaden casas y ranchos... Corren rumores de que un coronel de la DFS ha golpeado hasta la muerte a un sospechoso y disparó a otros tres, de manera que ya se han perdido cuatro vidas mexicanas por la de este norteamericano, pero da la impresión de que a nadie le importa, porque solo son mexicanos.
Así que el secuestro fue un craso error, agravado por el hecho de que, pese a todo el coste, aún no han descubierto la identidad del tal Mamada.
Está claro que el norteamericano no lo sabe.
Lo habría dicho. No habría podido soportar el tormento del hueso, los electrodos, la barra de hierro. Si lo hubiera sabido, lo habría confesado. Y ahora yace sin dejar de gemir en ese dormitorio convertido en cámara de tortura, y hasta el Doctor ha levantado las manos y ha anunciado que ya no puede hacer más, y los yanquis y sus
lambiosos
están siguiendo mi rastro, y hasta mi antiguo cura me está enviando al infierno.
«Liberad al hombre y volved con Dios. Su libertad es la vuestra.»
Tal vez, piensa Adán.
Puede que tengas razón.
Ernie Hidalgo existe ahora en un mundo bipolar.
Está el dolor, y la ausencia de dolor, y nada más.
Si la vida significa dolor, es mala.
Si la muerte significa ausencia de dolor, es buena.
Intenta morir. Le mantienen vivo con goteros salinos. Intenta dormir. Le mantienen despierto con inyecciones de lidocaína. Controlan su corazón, su pulso, su temperatura, con la intención de impedir que muera y ponga fin al dolor.
Siempre con las mismas preguntas: «¿Quién es Mamada?». «¿Qué te dijo?», «¿Qué nombres te dio?», «¿Quién es del gobierno?», «¿Quién es Mamada?».
Siempre las mismas respuestas: «No lo sé», «No me dijo nada que yo no le haya dicho», «Nadie», «No lo sé».
Seguidas de más dolor, de muchos cautelosos cuidados, y de más dolor.
Después una pregunta nueva.
De pronto una nueva pregunta y un nuevo mundo.
«¿Qué es Cerbero?» «¿Has oído hablar de Cerbero?» «¿Mamada te habló alguna vez de Cerbero?» «¿Qué te dijo?»
«No lo sé.» «No, no he oído hablar de eso.» «No, no me habló de eso.» «No me dijo nada.» «Lo juro por Dios.» «Lo juro por Dios.» «Lo juro por Dios.»
«¿Y Art?» «¿Te habló alguna vez de Cerbero?» «¿Mencionó Cerbero en alguna ocasión?» «¿Le oíste hablar alguna vez con alguien acerca de Cerbero?»
«Cerbero, Cerbero, Cerbero...»
«Conoces la palabra, pues.»
«No, lo juro por Dios. Lo juro por Dios. Que Dios me ayude. Que Dios me ayude. Por favor, Dios, ayúdame.»
El Doctor abandona la habitación, le deja a solas con su dolor. Le deja preguntándose: ¿Dónde está Dios, dónde está Arthur? ¿Dónde está Jesús, la Virgen María y el Espíritu Santo? María, ten piedad de mí.
Cosa rara, la piedad llega en la forma del Doctor. Es Raúl quien lo sugiere.
—Mierda, esos gemidos me están volviendo loco —le dice al Doctor—. ¿No puedes hacerle callar?
—Podría darle algo.
—Dale algo —dice Adán.
Los gemidos también le están molestando. Y si piensan liberarle, tal como él desea, será mejor devolverlo en el mejor estado posible. Que no es muy bueno, pero mejor que muerto. Y a Adán se le ocurre la idea de devolver al policía y, a cambio, obtener lo que desean.
Ponerse en contacto de nuevo con Arturo.
—¿Heroína? —pregunta el Doctor.
—Tú eres el médico —dice Raúl.
Heroína, piensa Adán. Barro Mexicano cultivado en México. La ironía es fina.
—Dale un chute —le ordena al Doctor.
Ernie siente la aguja penetrar en su brazo. El pinchazo y la quemadura familiares, y después algo diferente: un bendito alivio.
La ausencia de dolor.
Ausencia tal vez no. Digamos alejamiento, como si flotara en un cúmulo sobre el dolor. El observado y el observador. El dolor todavía está presente, pero distante.
Eloi, Eloi, gracias.
Virgen María del Barro Mexicano.
Mmmmmmmmm...
Art está en la oficina con Ramos, examinando planos de Sinaloa y comparándolos con los informes de inteligencia sobre campos de marihuana y sobre Güero Méndez. Intentando estrechar el cerco. En la televisión, un funcionario de la oficina del fiscal general de México está anunciando con solemnidad:
—En México, la categoría de banda importante de drogas no existe.
—Podría trabajar para nosotros —dice Art.
Tal vez la categoría de banda importante de drogas no exista en México, piensa Art, pero sí que existe en Estados Unidos. En cuanto se enteraron de la desaparición de Ernie, Dantzler lanzó una doble redada.
Adán escapó por los pelos del piso franco de San Diego, pero el alijo fue épico.
En la costa Este acertó de nuevo y detuvo a un tal Jimmy «Big Peaches» Piccone, un capo de la familia Cimino. El FBI de Nueva York les pasó todas las fotos de la banda que obraban en su poder, y cuando Art les echa una ojeada ve algo que le hiela los huevos.
Es evidente que la foto está tomada ante el bar habitual de algún mafioso, y allí está el gordo Jimmy Piccone y su hermano pequeño, igualmente obeso, unos cuantos spaghetti más, y alguien de pie cerca.
Sal Scachi.
Art habla con Dantzler por teléfono.
—Sí, es Salvatore Scachi —le dice Dantzler—. Un miembro de la familia Cimino.
—¿En la banda de Piccone?
—Por lo visto, Scachi no es miembro de ninguna banda —dice Dantzler—. Es una especie de mafioso que va por libre. Está bajo las órdenes directas del mismísimo Calabrese. Y ojo al dato, Art: ese tipo fue coronel del ejército de Estados Unidos.
Maldita sea, piensa Art.
—Hay algo más, Art —dice Dantzler—. Este Piccone, Jimmy Peaches. El FBI tiene su teléfono intervenido desde hace meses. Habla por los codos. Ha estado largando sobre un montón de cosas.
—¿Coca?
—Sí —dice Dantzler—. Y armas. Parece que su banda se dedica a vender armas robadas.
Art está asimilando esta información cuando otra línea suena y Shag salta sobre ella.
—Art —dice después.
Art cuelga a Dantzler y se pone al otro teléfono.
—Tenemos que hablar —dice Adán.
—¿Cómo sé que lo tenéis?
—Dentro de su anillo de boda está grabada la frase
Eres toda mi vida
.
—¿Cómo sé que está vivo todavía?
—¿Quieres que le hagamos chillar un poco?
—¡No! —dice Art—. Dime dónde.
—La catedral —dice Adán—. El padre Juan garantizará la seguridad de ambos. Si veo a un solo poli, Art, será hombre muerto.
De fondo, además de los gemidos de Ernie, Art oye algo que le provoca, si es posible, más escalofríos todavía.
«¿Qué sabes de Cerbero?»
Art se arrodilla en el confesionario......
La rejilla se desliza a un lado. Art no puede distinguir la cara que hay detrás de la rejilla, lo cual, supone, es fundamental en esta farsa sacrílega.
—Te lo advertimos una y otra vez —dice Adán—, y no nos hiciste caso.
—¿Está vivo?
—Está vivo —dice Adán—. Ahora te toca a ti mantenerle con vida.
—Si muere, te encontraré y te mataré.
—¿Quién es Mamada?
Art ya lo ha pensado todo. Si revela a Adán que Mamada no existe, le meterán una bala en la cabeza a Ernie al instante. Tiene que evitarlo.
—Entrégame antes a Hidalgo.
—Ni hablar.
—En ese caso, creo que no tenemos nada más que decir —dice Art, y su corazón casi se para.
Empieza a levantarse cuando le dice Adán:
—Tienes que darme algo, Art. Algo que pueda entregarles.
Art vuelve a arrodillarse. Perdóname, padre, porque estoy a punto de pecar.
—Cancelaré todas las operaciones contra la Federación —dice—. Abandonaré el país, dimitiré de la DEA.
Porque, qué coño, es lo que todo el mundo quiere que haga, sus jefes, su gobierno, su propia esposa. Si puedo terminar con este círculo vicioso y estúpido a cambio de la vida de Ernie...
—¿Te irás de México? —pregunta Adán.
—Sí.
—¿Y dejarás en paz a nuestra familia?
Ahora que mi hija ha nacido tullida por tu culpa.
—Sí.
—¿Cómo sé que cumplirás tu palabra?
—Lo juro por Dios.
—No me sirve.
No, claro.
—Aceptaré el dinero —dice Arthur—. Abre una cuenta a mi nombre, retiraré los fondos. Después libera a Ernie. Cuando aparezca, te diré la identidad de Mamada. —Y te irás.
—Ni un segundo después de lo necesario, Adán.
Art espera una eternidad mientras Adán medita. Durante la espera, reza en silencio a Dios y al diablo para que acepte el trato.
—Cien mil —dice Adán—. Serán enviados por giro telegráfico a una cuenta numerada del First Georgetown Bank, Gran Caimán. Te telefonearé para darte las cifras. Retirarás setenta mil por giro telegráfico. En cuanto veamos la transacción, soltaremos a tu hombre. Saldrás de México en el vuelo siguiente. Y no vuelvas nunca, Art.
La ventana se cierra.
Las olas se alzan ominosamente, y después rompen contra su cuerpo.
Oleadas de dolor cada vez más grandes.
Ernie quiere más drogas.
Oye que la puerta se abre.
¿Vienen con más drogas?
¿O más dolor?
Güero mira al poli norteamericano. Las decenas de pinchazos, donde introdujeron el punzón para el hielo, están cubiertas de pus e infectadas. Tiene la cara amoratada e hinchada debido a las palizas. Las muñecas, los pies y los genitales están quemados a causa de los electrodos, y el culo... El hedor es horrendo: las heridas infectadas, el pis, la mierda, el sudor acre.
Lávale, había ordenado Adán. ¿Quién es Adán Barrera para dar órdenes? Yo ya mataba hombres cuando él todavía vendía tejanos a quinceañeros. Y ahora vuelve diciendo que ha llegado a un acuerdo (sin el permiso ni el conocimiento de M-1) para liberar a este hombre, ¿a cambio de qué? ¿Promesas vacías de otro poli norteamericano? ¿Quién va a cumplirlas, después de ver a su camarada torturado y mutilado?, se pregunta Güero. ¿A quién piensa tomar el pelo Adán? Hidalgo tendrá suerte si sobrevive al viaje en coche. Aun así, lo más probable es que pierda las piernas, tal vez los brazos. ¿Qué clase de paz cree Adán que comprará con este montón de carne ensangrentado, hediondo y podrido?
—Vamos a llevarte a casa —dice después de acuclillarse junto a Hidalgo.
—¿A casa?
—Sí —dice Güero—, ya puedes irte a casa. Duerme. Cuando despiertes, estarás en casa.