El poder del perro (62 page)

Read El poder del perro Online

Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El poder del perro
10.55Mb size Format: txt, pdf, ePub

Pop-pop.

Callan vuelve a la autopista.

Tres segundos después, Little Peaches frena detrás del Beamer. Baja del coche con una escopeta en la mano izquierda, por si acaso, se acerca y abre la puerta del conductor. Se inclina sobre el conductor muerto y saca las llaves del encendido. Se dirige hacia la parte posterior del coche, saca los maletines del maletero, vuelve a subir a un coche y se marcha.

En la autopista hay una decena de coches que presencian fragmentos de lo ocurrido, pero ninguno para o se acerca porque Little Peaches va en un coche de la Patrulla de Caminos de California, con el uniforme correspondiente, con lo cual suponen que todo está controlado.

Y tienen razón.

Little Peaches vuelve al coche y se dirige con calma hacia el sur. No le preocupa la posibilidad de que le detenga un poli de verdad, porque momentos antes, a la hora exacta según el reloj de Mickey, Big Peaches ha accionado un interruptor de un transmisor de radio control, y en un solar desierto situado a media manzana de distancia una furgoneta Dodge se ha encendido como el pastel de cumpleaños de un octogenario, y mientras Peaches se encamina hacia su siguiente tarea, ya oye las sirenas que aúllan en su dirección. Se dirige hacia el aparcamiento de un campo de golf de Oceanside, al norte, y está sentado allí cuando Little Peaches llega. Little Peaches toma los maletines, baja del coche de poli falso y sube con Peaches. Mientras Little Peaches se desprende del uniforme de policía, se dirigen hacia el Centro de Transportes de Oceanside.

O-Bop acaba de pasar junto al Beamer accidentado, y sabe que la última parte del trabajo se ha cumplido, así que conduce hasta la salida de la autopista 76. Hay un pequeño solar de tierra dentro del cruce, y allí ha parado Callan. Abandona la Harley y sube con O-Bop. Se encaminan hacia el centro de transportes.

Donde Mickey está esperando en su coche.

Con los ojos clavados en el reloj, esperando.

Los minutos van pasando.

O el trabajo ha salido bien, o sus amigos están heridos, muertos, detenidos.

Entonces ve a Little Peaches entrar en el aparcamiento. Se quedan sentados en el coche hasta que anuncian el tren y lo ven llegar desde San Diego. Bajan del coche, con trajes clásicos, cada uno cargado con un maletín y una taza de café de cartón, una bolsa de viaje colgada del hombro, como unos ejecutivos más que corren para subir al tren porque tienen una reunión en Los Ángeles. Mickey les da los billetes con disimulo cuando pasan junto al coche. Suben pocos momentos antes de que el tren se ponga en marcha, y por eso eligieron el Centro de Transportes de Oceanside, porque cuando el tren Amtrak llega desde el sur, el tren de cercanías sale hacia el sur por una vía diferente. Peaches coge un maletín y sube al tren que va en dirección a Los Ángeles. Su hermano toma el otro maletín y se dirige hacia San Diego, al sur.

Cuando los trenes se alejan de los andenes, Callan y O-Bóp entran en el aparcamiento y bajan del coche. Llevan el pelo corto, al estilo marine, y el tipo de ropa mala de los marines cuando están de permiso. Se cuelgan los petates al hombro, pasan junto al coche de Mickey, reciben sus billetes y se encaminan hacia la parte de la estación de transportes en que están aparcados los autobuses. Un par de marines más de Pendleton que están de permiso. O-Bop sube a un autobús con destino a Escondido, y Callan a uno en dirección a Hemet.

Peaches tiene un billete para Los Angeles, pero no llega a terminar el viaje. Unos minutos al sur de la estación de Santa Ana, entra en los lavabos y cambia su traje de ejecutivo por ropa informal propia de California, y no sale hasta que el tren entra en la estación. Después, baja en Santa Ana y se registra en un motel. Little Peaches lleva a cabo una rutina similar, solo que en dirección sur, baja en la ciudad surfera de Encinitas y se registra en uno de esos viejos moteles de carretera que hay al otro lado de la Pacific Coast Highway.

Mickey vuelve a su hotel. No ha estado cerca de la acción, y si los polis quieren seguir su rastro y hacerle algunas preguntas, tampoco tiene nada que decir. Da un paseo por el centro y vuelve para echar una siesta.

Callan y O-Bop terminan sus respectivos viajes. O-Bop va a un motel No-Tell contiguo a un local porno, feliz de tener cosas que hacer mientras se oculta. Se registra, compra fichas por valor de veinte pavos y se tira casi toda la tarde metiendo las monedas en las máquinas de vídeo.

Sentado en su autobús, Callan intenta olvidar que acaba de matar a tres hombres, pero no puede. No siente el vacío de costumbre. Siente algo que no puede definir.

«Te perdono. Dios te perdona.»

No puede sacarse esa mierda de la cabeza.

Baja del autobús y se registra en un Motel 6. La habitación es poca cosa, pero tiene cable. Callan se deja caer sobre la cama y ve películas en el televisor. La habitación huele a desinfectante, pero es mejor que el Golden West.

El plan es esperar unos días a que las cosas se enfríen, y después, si todo se ha calmado (y no hay motivos para creer lo contrario), se reunirán en el Sea Lodge de La Jolla, se relajarán en la playa unos días, pedirán algunas macizas (es Peaches el que dice «macizas») a Haley Saxon y montarán una fiesta.

Callan recuerda la chica que vio allí, Nora. Recuerda que deseaba mucho a la chica, y que Big Peaches se la quitó. Recuerda lo hermosa que era, y piensa que, si pudiera tocar aquella belleza, tal vez su vida sería menos fea. Pero eso fue hace mucho tiempo, mucha sangre ha corrido bajo el puente desde entonces y no es posible que Nora siga en aquella casa.

¿O sí?

De todos modos, no quiere preguntar.

Tres días después, Peaches se pone al teléfono como si estuviera pidiendo comida china para llevar: ¿qué quieres? ¿Una rubia, una morena, qué tal una negrita? Todos se han reunido en la habitación de Peaches, aunque tienen habitaciones contiguas en la playa. Es fantástico, piensa Callan. Sales de tu habitación y ya estás en la playa, y está contemplando el ocaso sobre el mar mientras Peaches pide coños por teléfono.

—Me da igual —dice a Peaches.

Y Peaches dice por teléfono «le da igual», y les despide porque tiene que ocuparse de unos negocios, en los que no deben participar. Id a nadar, daos una ducha, cenad algo, preparaos para las macizas.

Los negocios de Peaches llegan una hora más tarde, después de oscurecer.

No hablan mucho. Peaches le da un maletín que contiene trescientos de los grandes como pago por la información.

Art Keller coge el dinero y se va.

Así de sencillo.

Haley Saxon también se ocupa de sus negocios.

Decide cuáles serán las cinco chicas que enviará a Sea Lodge, y después da el soplo a Raúl Barrera.

Algunos gángsters de los viejos tiempos están en la ciudad, gastando mucho dinero, y adivina quiénes son. ¿Te acuerdas de Jimmy Peaches? Bien, ha aparecido de repente con un montón de pasta.

La información interesa mucho a Raúl.

Y claro, Haley sabe muy bien dónde están.

Pero deja a mis chicas al margen.

Callan está en la cama, mirando cómo se viste la chica.

Es bonita, muy bonita (largo pelo rojo, buena percha, bonito culo), pero no era ella. No obstante, se lo ha pasado bomba, un dinero bien invertido. Se la chupó, después se puso encima de él y le cabalgó hasta que se corrió.

Está en el cuarto de baño recomponiendo su maquillaje, y ve por el espejo que la está mirando.

—Podemos repetir, si quieres —dice.

—Estoy bien.

Cuando la chica se va, Callan se envuelve en una toalla y sale a la pequeña terraza. Ve cómo las pequeñas olas plateadas bajo la luz de la luna rompen en la playa. Un bonito barco pesquero deportivo está amarrado a unos cien metros de distancia, y sus luces proyectan reflejos dorados.

La tranquilidad sería total, piensa Callan, si no oyera a Big Peaches dale que dale en la habitación de al lado. El cabrón de Peaches no cambiará nunca (volvió a repetir eso de «tu chica me gusta más», pero esta vez le tocó a su hermano. A Little Peaches le dio igual), ya le había enviado su chica a la habitación, después de decir «Es tuya», de modo que cambiaron de mujeres y de habitaciones, y por eso Callan está oyendo a Big Peaches resollar y jadear como un toro asmático.

Encuentran el cadáver de Little Peaches por la mañana.

Mickey llama con los nudillos a la puerta de Callan, y cuando Callan abre, Mickey le agarra, le empuja hasta la habitación de Big Peaches, y allí está Little Peaches, atado a una silla con las manos en los bolsillos.

Pero las manos no están sujetas a los brazos.

Están cortadas. La alfombra está empapada de sangre.

Little Peaches tiene un trapo embutido en la boca y los ojos desorbitados. No hay que ser Sherlock Holmes para deducir que le cortaron las manos y dejaron que se desangrara.

Callan oye cómo Big Peaches llora y vomita en el cuarto de baño. O-Bop está sentado en la cama, con la cabeza entre las manos.

El dinero ha desaparecido, por supuesto.

En cambio, en el armario hay una nota.

METEOS LAS MANOS EN LOS BOLSILLOS.

Los Barrera.

Peaches sale del cuarto de baño. Tiene la cara roja, surcada por las lágrimas. Burbujitas de mocos asoman de su nariz.

—No podemos abandonarle —llora.

—Tenemos que irnos, Jimmy —dice Callan.

—Los mataré —dice Peaches—. Aunque sea lo último que haga, esos bastardos me las pagarán.

No hacen las maletas ni nada. Cada uno sube a su vehículo y se largan. Callan va hasta San Francisco, encuentra un pequeño motel cerca de la playa y se esconde.

Raúl Barrera ha recuperado su dinero, aunque faltan trescientos mil dólares.

Raúl sabe que el dinero ha ido a parar a quien dio el soplo a los hermanos Piccone.

Pero (y hay que reconocer que Little Peaches se portó como un hombre) no les dijo quién era. Afirmó que no lo sabía.

Callan se esconde en Seaside, California.

Encuentra uno de esos moteles con cabañas no lejos de la playa y paga en metálico. Durante los primeros días no sale mucho. Después empieza a dar largos paseos por la playa.

Donde las olas le susurran rítmicamente:

«Te perdono...

Dios...»

11
L
A BELLA DURMIENTE

Ante su sorpresa encontró a Eva dormida

con las trenzas sueltas y las mejillas encendidas,

como si su descanso hubiera sido perturbado...

J
OHN
M
ILTON
,
El paraíso perdido

Rancho Las Bardas

Baja, México

Marzo de 1997

Nora duerme con el Señor de los Cielos.

Es el nuevo apodo de Adán entre los
narco-cognescenti
: el Señor de los Cielos.

Y si él es el Señor, Nora es su Dama.

Ya no esconden su relación. Ella casi siempre está con él. Los narcos han bautizado a Nora, con ironía, la Güera, la Rubia, la dama de pelo dorado de Adán. Su amante, su consejera.

Güero fue enterrado en Guamuchilito.

Todo el pueblo asistió al funeral.

Adán y Nora también. Él con traje negro, ella con vestido y velo negros, caminaron con el cortejo detrás del coche fúnebre rebosante de flores. Una banda de mariachis tocó lacrimógenos
corridos
en honor al fallecido, mientras la procesión marchaba desde la iglesia construida por Güero, pasaba ante la clínica y el campo de fútbol que él había pagado, en dirección al mausoleo que albergaba los restos de su mujer y sus hijos.

La gente lloraba a raudales, se arrojaba sobre el ataúd abierto y tiraba flores sobre el cuerpo de Güero.

La muerte confería a su rostro un aire apuesto, tranquilo, casi sereno. Llevaba el pelo rubio peinado hacia atrás, y lo habían vestido con un caro traje gris y una corbata roja clásica, en lugar de la negra indumentaria de narcovaquero que solía exhibir.

Había
sicarios
por todas partes, tanto hombres de Adán como
veteranos
de Güero, pero llevaban las armas escondidas bajo la camisa y la chaqueta por respeto a la ocasión. Y si bien los hombres de Adán estaban muy atentos, nadie estaba preocupado por la amenaza de un asesinato. La guerra había terminado. Adán Barrera era el vencedor y, además, se estaba comportando con un respeto y dignidad admirables.

Era Nora quien había sugerido no solo que debía permitir que Güero fuera enterrado en su pueblo natal, junto a su familia, sino también que asistieran al funeral, para que todo el mundo los viera. Fue Nora quien le instó a donar generosas cantidades a la iglesia local, y a la escuela y la clínica locales. Nora le animó a donar dinero para un nuevo centro comunitario que recibiría el nombre del finado Héctor «Güero» Méndez Salazar. Nora le convenció además de que enviara emisarios por adelantado para asegurar a los
sicarios
de Güero y a la pasma de que la guerra había terminado, de que no habría venganza por hechos del pasado, y de que las operaciones continuarían como antes, con el mismo personal en su sitio. Por eso Adán desfilaba en la procesión fúnebre como un conquistador, pero un conquistador que blandía una rama de olivo en la mano.

Adán entró en la pequeña tumba y, a instancias de Nora, se arrodilló al lado de la pequeña bóveda que albergaba las fotos de Pilar, Claudia y Güerito, y rezó a Dios por sus almas. Encendió una vela por cada uno de ellos, después inclinó la cabeza y rezó con fervor.

La farsa no pasó desapercibida a la gente que esperaba fuera. La comprendieron. Estaban acostumbrados a la muerte y el asesinato y, de una manera extraña, a la reconciliación. Cuando Adán salió del mausoleo, daba la impresión de que casi habían olvidado que había sido él quien lo había llenado de cadáveres.

Los recuerdos quedaron enterrados con Güero en su tumba.

Fue una repetición del procedimiento que Adán y Nora habían empleado en los funerales del Verde y de García Abrego, y que era igual allá donde iban. Con Nora a su lado, Adán entregaba donaciones a escuelas, clínicas, campos de juego, todo en nombre de los fallecidos. En privado, se reunía con ex socios del muerto y les ofrecía una extensión de la Revolución de Baja: paz, amnistía, protección y un recorte de impuestos.

La palabra ya había corrido: podías reunirte con Adán o podías reunirte con Raúl. La prudente mayoría se reunía con Adán. Los pocos estúpidos recibían funerales.

Other books

Cloud Rebel: R-D 3 by Connie Suttle
Rainbow High by Alex Sanchez
Melinda Heads West by Robyn Corum
Blood Family by Anne Fine
Double Down: Game Change 2012 by Mark Halperin, John Heilemann
Prince of Shadows by Gideon, Nancy