«¿Lanzacohetes? ¿Esperan que estalle una guerra?»
Nora contesta.
«El pueblo chino, tan amante de la paz, sabe que a veces no se compran armas para declarar una guerra, sino para impedir la necesidad de declararla. Sun Tzu escribió: "Ser invencible depende de uno mismo. Ser vulnerable, del enemigo".»
Nora ha invertido bien las largas horas en el avión. Li está impresionado.
«Por supuesto —dice Li—, teniendo en cuenta el modesto volumen, no podríamos ofrecer el mismo precio que en pedidos de mayor cuantía.»
«Teniendo en cuenta que nuestro pedido es el principio de lo que esperamos sea una larga relación comercial —contesta Adán—, confiamos en que, como gesto de buena voluntad, nos ofrezcan un precio que nos permita acudir a ustedes en futuras ocasiones.»
«¿Está diciendo que no puede pagar el precio total?»
«No, estoy diciendo que no pagaré el precio total.»
Adán también ha hecho los deberes. Sabe que el EPL es tanto un negocio como la fuerza de defensa nacional, y que Beijing lo está sometiendo a una gran presión para conseguir ingresos. Necesitan este acuerdo tanto como yo, piensa, tal vez más, y el tamaño del pedido no es para hacerle ascos, en absoluto. Así que vas a aceptar mi precio, mi general, sobre todo si...
«Por supuesto —añade—, pagaríamos en dólares norteamericanos. En metálico.»
Porque el EPL no solo está sometido a presión para obtener ingresos, sino también para conseguir divisas extranjeras, y deprisa, y no quieren
pesos
mexicanos inestables, sobre todo en papel. Quieren los billetes verdes norteamericanos. El ciclo satisface a Adán: dólares norteamericanos para China a cambio de armas, rifles para Colombia a cambio de cocaína, cocaína para Estados Unidos a cambio de dólares norteamericanos...
A mí me va bien.
A los chinos también. Dedican las tres horas siguientes a repasar los detalles: precios, fechas de entrega.
El general arde en deseos de cerrar el trato. Y el ejecutivo también. Y Beijing. GOSCO no solo está construyendo instalaciones en San Pedro y Long Beach, también las está construyendo en Panamá. Y comprando enormes extensiones de tierra a lo largo del canal que no solo parte en dos a la flota norteamericana, sino que también se sienta a horcajadas sobre las dos insurgencias izquierdistas emergentes de Centroamérica: la guerra de las FARC en Colombia y la insurrección zapatista en el sur de México. Que los norteamericanos se ocupen por una vez de su propio hemisferio. Que se preocupen más de los apuros de Panamá que de eso llamado Taiwán.
No, este acuerdo con el cártel de los Barrera solo puede aumentar la influencia china en el patio trasero de los norteamericanos, mantenerlos ocupados apagando incendios comunistas, y obligarles también a gastar recursos en su Guerra contra las Drogas.
Aparece una botella de vino y brindan por la amistad.
—
Wan swei
—dice Nora.
Diez mil años.
Dentro de seis semanas, un cargamento de dos mil AK-47 y seis docenas de lanzagranadas, con munición suficiente, será enviado desde Guangzhou a bordo de un carguero de GOSCO.
San Diego
Una semana después de regresar de Hong Kong, Nora cruza la frontera en Tecate, y después recorre el largo camino a través del desierto hasta llegar a San Diego. Se registra en el hotel Valencia y pide una suite con vistas a la La Jolla Cove y al mar. Haley se reúne con ella y cenan en Top of the Cove. El negocio va bien, le dice Haley.
Nora se acuesta temprano y se levanta temprano. Se pone una sudadera y corre un buen rato alrededor de La Jolla Cove, por el sendero que bordea los acantilados. Regresa cansada y sudorosa, pide su habitual pomelo y café al servicio de habitaciones y se ducha, mientras espera a que le suban el desayuno.
Después se viste y va de compras a La Jolla Village. Puede ir andando a todas las tiendas de moda, y ya va cargada de bolsas antes de llegar a su tienda favorita, donde elige tres vestidos y se los lleva al probador.
Unos minutos después, sale con dos de los vestidos y los deja sobre el mostrador.
—Me llevo estos. He dejado el rojo en el probador.
—Ya lo cuelgo yo —dice la propietaria.
Nora le da las gracias, sonríe y vuelve a salir al soleado atardecer de La Jolla. Decide que le apetece cocina francesa para comer y consigue una mesa en la Brasserie sin problemas. Pasa el resto de la tarde viendo una película y echando una larga siesta. Se levanta, pide un consomé para cenar, se pone uno de sus vestidos negros, y se recompone el pelo y el maquillaje.
Art Keller aparca a tres manzanas de distancia de la Casa Blanca y recorre a pie el resto del camino.
Se siente solo. Tiene su trabajo y poca cosa más.
Cassie tiene ya dieciocho años, pronto se graduará en Parkman. Michael tiene dieciséis, cursa primer año en la Bishop's School. Art va a los partidos de voleibol de Cassie y a los certámenes de natación de Michael, y sale con los chicos después si no han quedado con sus amigos. Se encuentran una vez al mes en su apartamento del centro. Art lleva a cabo esfuerzos extravagantes por entretenerlos, pero casi siempre se quedan junto a la piscina del complejo con los demás «padres de visita» y sus hijos. A los suyos cada vez les molestan más estas visitas obligadas, que interfieren en su vida social.
Art lo comprende, y por lo general permite que las cancelen con un «La próxima vez» falsamente alegre.
No sale con mujeres. Ha mantenido un par de relaciones breves con mujeres divorciadas (polvos fáciles programados entre las exigencias de la profesión y de las familias monoparentales), pero fueron más tristes que satisfactorias, por lo que no tardó en dejar de intentarlo.
De modo que casi todas las noches las pasa en compañía de los muertos.
Nunca están demasiado ocupados y no escasean. Ernie Hidalgo, Pilar Talavera y sus hijos, Juan Parada. Todos ellos, bajas colaterales de la guerra privada de Art contra los Barrera. Le van a ver de noche, charlan con él, le preguntan si ha valido la pena.
De momento, la respuesta es no.
Art está perdiendo la guerra.
El cártel de los Barrera consigue ahora unos beneficios de unos ocho millones de dólares a la semana. La mitad de la cocaína y un tercio de la heroína que llega a las calles de Estados Unidos proceden del cártel de Baja. Prácticamente toda la metanfetamina al oeste del Mississippi tiene su origen en los Barrera.
Nadie osa retar en México el poder de Adán. Ha puesto en pie de nuevo la Federación de su tío, y es el
patrón
indiscutible. Ninguno de los restantes cárteles le disputa la influencia. Además, Barrera ha asegurado su propio suministro de cocaína en Colombia. Es independiente de Cali o Medellín. El negocio de los Barrera es autosuficiente desde la planta de coca hasta la esquina, desde la flor de la amapola a la galería de tiro, desde la sinsemilla hasta el ladrillo que llega a las calles, desde la efedrina base hasta la piedra de meta de crystal.
El cártel de Baja es un negocio de polidrogas verticalmente integrado.
Eso sin contar los negocios «legales». El dinero de los Barrera está invertido en las
maquiladoras
que hay junto a la frontera, en bienes raíces de todo México (sobre todo en las ciudades costeras de Puerto Vallarta y Cabo San Lucas) y del sudoeste de Estados Unidos, y en la banca, incluidos varios bancos y cooperativas de «crédito de Estados Unidos. Los mecanismos financieros del cártel están íntimamente entrelazados con los negocios más saneados y poderosos de México.
Art llega a la puerta de la Casa Blanca y toca el timbre.
Haley Saxon sale al vestíbulo para recibirle.
Sonríe como una profesional y le entrega la llave de una habitación de arriba.
Nora está sentada en la cama.
Espléndida con su vestido negro.
—¿Estás bien? —pregunta Art.
El vestido rojo era la señal de que debía verle en persona. Durante más de dos años, le está dejando mensajes en lugares previamente convenidos de toda la ciudad.
Fue Nora quien le facilitó los detalles de la reunión de los hermanos Orejuela con Adán, la información que permitió a la DEA detenerlos cuando volvían a Colombia.
Nora fue quien le puso al día sobre la nueva organización de la Federación.
Nora le ha facilitado cientos de informaciones, a partir de las cuales ha conseguido deducir miles más. Gracias sobre todo a ella, posee una gráfica de la organización de los Barrera en Baja y en California. Rutas de entrega, pisos francos, correos. Cuándo entraban las drogas, cuándo salía el dinero, quién mató a quién y por qué.
Ella ha arriesgado su vida para proporcionarle esta información durante sus «expediciones de compras» a San Diego y Los Ángeles, en sus visitas a balnearios, en cualquier viaje que hace fuera de México y sin Adán.
El método que utilizan es de una sencillez sorprendente. La verdad es que los cárteles de la droga cuentan con mayor presupuesto y mejor tecnología que Art, y que no se les aplican restricciones constitucionales. Por lo tanto, la única forma de acabar con la superioridad tecnológica de los Barrera es acudir a la tecnología tradicional: Nora se sienta en la habitación de su hotel, escribe su información y la envía a Art a un apartado de correos que tiene bajo un nombre falso.
Nada de móviles.
Nada de internet.
El correo de Estados Unidos, eficaz como siempre.
A menos que se produzca una emergencia. En tal caso, tiene que dejar un vestido rojo en un probador. La propietaria de la tienda se enfrentaba a una acusación de posesión que habría podido enviarla a la cárcel durante cinco años. En cambio, accedió a hacer este favor al Señor de la Frontera.
—Estoy bien —contesta Nora.
Lo que está es furiosa.
No, furiosa no es la palabra adecuada para describir su estado de ánimo, piensa mientras mira a Art Keller. Dijiste que con mi ayuda detendrías a Adán enseguida, pero han pasado dos años y medio. Dos años y medio de fingir amar a Adán Barrera, de aceptar a un hombre al que odio en mi fuero interno, de sentirle en la boca, en el coño, en el culo, y fingir que me encanta. Fingir que amo a este monstruo que asesinó al hombre al que amaba de verdad, para después guiarle, moldearle, ayudarle a conseguir el poder para cometer más iniquidades. No sabes lo que es (no, no puedes) despertar por la mañana con eso a tu lado, reptar entre sus piernas, abrir las tuyas, gritar como si tuvieras de verdad un orgasmo, sonreír y reír y compartir comidas y conversaciones, todo el tiempo viviendo una pesadilla, a la espera de que tú actúes.
Y hasta el momento, ¿qué has hecho? Aparte de detener a los Orejuela, nada.
Ha estado con esta información durante dos años y medio, a la espera del momento adecuado para actuar.
—Esto es demasiado peligroso —dice Art.
—Confío en Haley —dice ella—. Quiero que entres en acción. Ya.
—Adán aún es intocable. No quiero que...
Ella le explica el acuerdo de Adán con las FARC y los chinos.
Art la mira con admiración. Sabía que era lista (no le ha perdido la pista en todo este tiempo), pero ignoraba que era tan perspicaz. Lo ha pensado todo de principio a fin.
Ya lo creo que sí, piensa Nora. Ha estado leyendo hombres toda su vida. Ve el cambio transparentarse en su rostro, los ojos que se iluminan de emoción. A cada hombre le excita algo. Ha visto todas las modalidades, y ahora es el turno de Art Keller.
Venganza.
Igual que yo.
Porque Adán ha cometido una grave equivocación. Está haciendo justo lo que podría destruirle.
Y ambos lo sabemos.
—¿Quién más sabe lo del cargamento de armas? —pregunta Art.
—Adán, Raúl y Fabián Martínez —contesta Nora—. Y yo. Y ahora, tú.
Art sacude la cabeza.
—Si intervengo en esto, sabrán que has sido tú. No puedes volver.
—Voy a volver —replica Nora—. Sabemos lo de San Pedro y lo de GOSCO. Pero no sabemos qué barco, qué muelle...
Y aunque puedas conseguir esa información, piensa Art, lanzar la redada será como matarte.
—¿Quieres follarme, Art? —pregunta Nora cuando él se dispone a marcharse—. Para que resulte más realista, por supuesto.
Su soledad es palpable, piensa.
Tan fácil de tocar.
Abre las piernas apenas.
Él vacila.
Es una pequeña venganza por dejarla «dormir» durante tanto tiempo, pero le sienta bien.
—Estaba bromeando, Art.
Él capta el mensaje.
Desquite.
Sabe que dejar a un agente secreto en el mismo lugar durante tanto tiempo como ha hecho él es una insensatez. Seis meses es mucho tiempo, un año es lo máximo. No pueden durar tanto. Se desquician, se queman, la información que proporcionan les delata, el tiempo se acaba.
Y Nora Hayden no es una profesional. En términos estrictos, ni siquiera es una agente secreta, sino un informador confidencial. Da igual. Ha estado ejerciendo durante demasiado tiempo.
Pero no habría podido utilizar los datos que me facilitó en México, porque Barrera está bajo protección mexicana. Y no habría podido utilizar sus datos en Estados Unidos, porque tal vez la habría puesto en peligro antes de acabar con Adán de una vez por todas.
La frustración ha sido espantosa. Nora le ha proporcionado suficiente información para destruir la organización de los Barrera de la noche a la mañana, y no ha podido utilizarla. Lo único que podía hacer era esperar y confiar en que el Señor de los Cielos volara demasiado cerca del Sol.
Y ahora lo ha hecho.
Es hora de apretar el gatillo. Y de sacar a Nora.
Podría detenerla en este momento, piensa. Bien sabe Dios que me sobran los pretextos. Detenerla, ponerla en una situación comprometida, y de esa forma nunca podría volver. Conseguirle una nueva identidad y una nueva vida.
Pero no lo va a hacer.
Porque todavía la necesita cerca de Adán, un tiempo más. Sabe que está poniendo a prueba su suerte, pero permite que salga de la habitación.
—Necesito pruebas —dice John Hobbs.
Pruebas sólidas y tangibles para enseñar al gobierno mexicano antes de pensar siquiera en animarles a lanzar una ofensiva contra Adán Barrera.
—Tengo una fuente —dice Art.
Hobbs asiente. Sí, continúa.
—No puedo revelar su identidad —contesta Art.
Hobbs sonríe.
—¿No eres tú quien inventó una fuente que no existía?