El poder del perro (74 page)

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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El poder del perro
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Una mentirosa profesional sabe que la clave es conseguir que sus mentiras parezcan la verdad, y no al revés.

Bien, sus verdades parecen verdades, pero ¿y las mentiras?

—Pero ¿no se acuerda de qué película era?

—Estaba zapeando.

—Zapeando.

—Sí.

—¿Qué cenó?

—Pescado. Suelo tomar pescado.

—Controla su peso.

—Por supuesto.

—Voy a marcharme un rato. En mi ausencia, haga el favor de pensar en la película que vio.

—¿Puedo dormir?

—Si duerme, no podrá pensar, ¿verdad?

Pero no puedo pensar si no duermo, piensa Nora. Ese es el problema. No se me ocurren más mentiras. Ya ni siquiera estoy segura de lo que pasó y lo que no. ¿Qué película vi? ¿Qué película es esta? ¿Cómo termina?

—Si puede recordar lo que vio aquella noche, la dejaré dormir.

El hombre conoce el procedimiento. Sometida a suficiente presión, la mente creará una respuesta. En este caso, da igual que sea fantasía o verdad. Solo quiere que se comprometa con una respuesta.

A cambio de dormir, la mente de la mujer «recordará» la información. Incluso podría ser real para ella. Si es así, estupendo. Pero si resulta que es falsa, le habrá proporcionado la grieta a partir de la cual todo lo demás se astillará.

La mujer se desmoronará.

Y entonces sabremos la verdad.

—Está mintiendo —dice el interrogador a Raúl—. Inventa cosas.

—¿Cómo lo sabe?

—Lenguaje corporal —dice el interrogador—. Respuestas vagas. Si le hago la prueba del polígrafo y la interrogo sobre aquella noche en particular, fallará.

¿Tengo suficiente para convencer a Adán?, se pregunta Raúl. ¿Para poder liquidar a esa puta mentirosa sin desencadenar una guerra civil con mi hermano? Primero, Fabián envía un mensaje a través de su abogado, diciendo que la mujer es el
soplón
. Ahora, el interrogador está a punto de pillarla mintiendo.

Pero ¿tengo que esperar?

¿A que Rebollo nos dé la respuesta definitiva? Si es que puede.

—¿Cuánto tiempo tardará en doblegar su voluntad? —pregunta.

El interrogador consulta su reloj.

—Ahora son las cinco —dice—. Las ocho y media, las nueve como máximo.

Ahora las nubes se han puesto de nuestro lado, piensa Art, mientras el pesquero surca las aguas picadas. Escucha el rítmico golpeteo del casco contra las pequeñas olas, que rompen contra la proa. El mal tiempo que había obstaculizado sus operaciones de recogida de datos está trabajando ahora en su favor, les oculta de los vigilantes de la costa, y también de otros barcos, algunos de ellos sin duda con guardias de los Barrera.

Mira a los hombres sentados en silencio en la cubierta. Sus ojos brillan en los rostros ennegrecidos. Fumar está prohibido, pero la mayoría llevan cigarrillos sin encender en los labios, para aplacar el nerviosismo. Otros mastican chicle. Algunos hablan en voz baja, pero casi todos tienen la vista clavada en la niebla gris que tiembla bajo la luz de la luna.

Los hombres llevan chalecos antibalas Kevlar encima de chándales negros, y cada hombre es todo un arsenal, provisto de una Mac-10 o un M-16, una 45 a un lado del cinturón y un cuchillo de hoja plana en el otro. Los chalecos están festoneados de granadas.

De modo que estos son los «recursos externos», piensa Art.

¿De dónde coño los ha sacado Scachi?

Callan lo sabe.

Lleva una semana sentado aquí con los chicos de Niebla Roja, algunos de ellos antiguos compañeros de litera de Las Tangas, a la espera de cumplir la misión.

«Interceptar el suministro de armas a los terroristas en su origen», tal como lo había expresado Scachi.

Tres Zodiacs cubiertas con lonas impermeables están amarradas a la cubierta. Irán ocho hombres por barca y desembarcarán alejadas cincuenta metros entre sí. Los hombres de las dos barcas situadas más al norte se dirigirán hacia la casa principal. La tripulación de la tercera barca tendrá como objetivo la casa pequeña.

Llegar o no llegar, esa es la cuestión, piensa Callan.

Si los Barrera han recibido el soplo, nos encontraremos en mitad de un fuego cruzado procedente de casas de piedra, atrapados en una playa desnuda sin otra protección que la niebla. La playa quedará sembrada de cadáveres.

Pero no se quedarán allí.

Sal lo ha dejado muy claro: no hay que abandonar a nadie. Muertos, vivos o a medias, volverán al barco. Callan echa un vistazo a la pila de bloques de ceniza que hay en la popa. «Lápidas», las había llamado Sal.

Entierro en el mar.

No vamos a abandonar cadáveres en México. Para el mundo exterior, será un golpe llevado a cabo por una banda rival de narcos que se aprovecharon de las dificultades actuales de los Barrera. Si te capturan, y no te dejes capturar, eso es lo que les dirás. Con independencia de lo que te hagan. ¿Una idea mejor? Trágate la pistola. No somos marines, no iremos a rescatarte.

Art baja.

El fuerte olor a diésel le revuelve el estómago. O tal vez son los nervios, piensa.

Scachi está tomando un café.

—Como en los viejos tiempos, ¿eh, Arthur?

—Casi.

—Oye, Arthur, si no quieres que esto ocurra, sólo dilo.

—Quiero que ocurra.

—Tienes treinta minutos en esa playa —dice Sal—. Al cabo de media hora tienes que volver al barco y largarte. Lo último que nos interesa es que nos detenga una patrulla mexicana.

—Comprendido —dice Art—. ¿Cuánto falta para llegar?

Scachi traslada la pregunta al capitán del barco.

Dos horas.

Art consulta su reloj.

Llegarán a la playa alrededor de las nueve.

Nora comete la equivocación a las ocho y cuarto.

Está a punto de quedarse dormida de pie, pero la sacuden y la obligan a pasear por la habitación. Después la vuelven a sentar, cuando el interrogador entra y pregunta:

—¿Recuerda lo que vio aquella noche?

—Sí.

Porque tiene que dormir. Tengo que dormir. Si puedo dormir, puedo pensar, y podré pensar en una forma de salir de esta. Así que dale algo, lo que sea, compra un poco de sueño. Compra un poco de tiempo.

—Muy bien. ¿Qué?

—Amistad.

—La película sobre los esclavos.

—Exacto.

Sé valiente y pregúntame sobre ella, piensa. La he visto. La recuerdo. Puedo hablar de ella. Haz preguntas. Que te jodan.

—No hay películas las noches del fin de semana, de modo que tiene que haber sido PPV o HBO.

—U otra...

—No. Lo he comprobado. Su hotel solo tiene HBO y PPV.

—Ah.

—¿Qué fue?

¿Cómo voy a saberlo?, piensa Nora.

—HBO.

El interrogador sacude la cabeza con tristeza, como un profesor cuyo alumno le ha decepcionado.

—No, ese hotel no tiene HBO.

—Pero acaba de decir.

—La estaba poniendo a prueba.

—Entonces debió de ser PPV.

—¿Sí?

—Sí, ahora me acuerdo. Fue PPV porque recuerdo haber mirado la tarjetita que dejan encima del televisor, y me pregunté si los empleados pensarían que había solicitado porno. Sí, eso es, y yo... ¿Qué?

—Nora, tengo una copia de su factura. No pidió ninguna película.

—¿No?

—No. Bien, ¿por qué no me dice lo que hizo en realidad aquella noche, Nora?

—Ya se lo he dicho.

—Me ha mentido, Nora. Estoy muy decepcionado.

—Solo estaba confusa. Estoy muy cansada. Si me deja dormir un poco...

—La única razón de mentir es que oculte algo. ¿Qué está ocultando, Nora? ¿Qué hizo en realidad aquella noche?

Nora apoya la cara en las manos y llora. No había llorado desde la muerte de Juan, y la conforta. Es un alivio.

—Estuvo en otro sitio aquella noche, ¿verdad?

Ella asiente.

—Ha estado mintiendo desde el primer momento.

Vuelve a asentir.

—¿Puedo dormir ya, por favor?

—Denle Tuinol —dice el interrogador—. Y llamen a Raúl.

La puerta de Adán se abre.

Raúl entra y le da una pistola.

—¿Puedes hacerlo tú, hermano?

Nora siente una mano sobre el hombro.

Al principio, cree que es un sueño, pero abre los ojos y ve a Adán de pie a su lado.

—Amor mío —dice él—, vamos a dar un paseo.

—¿Ahora?

Adán asiente.

Su aspecto es muy serio, piensa ella. Muy serio.

La ayuda a bajar de la cama.

—Estoy hecha un desastre —dice Nora.

Es cierto. Tiene el pelo revuelto y la cara hinchada a causa de las drogas. Adán piensa que nunca la había visto sin maquillaje.

—Tú siempre estás adorable —contesta—. Ponte un jersey. Hace frío. No quiero que te pongas enferma.

Sale con él a la niebla plateada. Está atontada y le cuesta caminar sobre los guijarros de la playa. Adán la sujeta por el codo y se alejan de la casa, en dirección a la orilla.

Raúl mira desde la ventana.

Ha visto a Adán y a su mujer salir de la casa de piedra y adentrarse en la oscuridad. Ahora les ha perdido de vista en la niebla.

¿Podrá hacerlo?, se pregunta Raúl.

¿Podrá apoyar el cañón en la nuca de esa bonita cabeza rubia y apretar el gatillo? ¿Tiene eso importancia? Si no, lo haré yo. Y en cualquier caso, soy el nuevo
patrón
, y el nuevo
patrón
dirigirá las cosas de una manera diferente a la del antiguo. Adán se ha ablandado. Siempre el pequeño contable... Bueno con los números, no tanto con la sangre.

Una llamada a la puerta interrumpe sus pensamientos.

—¿Qué pasa? —pregunta con brusquedad.

Entra uno de sus hombres. Está sin aliento, como si hubiera subido la escalera corriendo.

—El
soplón
—dice—. Acaba de llamar Rebollo. Se lo dijo el propio tío de la DEA, Wallace...

—Es Nora.

El hombre niega con la cabeza.

—No,
patrón
. Es Fabián.

El mensajero aporta las pruebas: la acusación de asesinato, la amenaza de la pena de muerte, y después lo más flagrante de todo: copias de resguardos de depósitos, depósitos efectuados por Keller a nombre de Fabián en bancos de Costa Rica, las Caimán y hasta Suiza.

Cientos de miles de dólares, beneficios de los
tombes
conseguidos por los hermanos Piccone.

—Le ofrecieron un trato —dice el hombre—.
Plata o plomo
.

Eligió la plata.

—Sentémonos —dice Adán.

Ayuda a Nora a sentarse y se acomoda a su lado.

—Tengo frío —dice ella.

Adán la rodea con su brazo.

—¿Te acuerdas de aquella noche en Hong Kong? —pregunta—. ¿Cuando me llevaste a Victoria Peak? Imaginemos que estamos allí.

—Me gustaría.

—Mira hacia allí —le dice—. ¿Imaginas las luces?

—¿Estás llorando, Adán?

Él extrae poco a poco la pistola de la espalda.

—Bésame —dice Adán.

Vuelve la barbilla de Nora hacia él y la besa con dulzura en los labios, mientras pasa el cañón de la pistola por detrás de su cabeza,

—Eras la
sonrisa de mi alma
—susurra contra sus labios mientras amartilla el arma.

«Lo siento, hermano. Cuando me llegó la información, demasiado tarde. Qué tragedia. Pero nos vengaremos de Fabián, te lo aseguro.»

Raúl ensaya lo que va a decir.

Nos ocuparemos de la Güera ahora, y después de Fabián, piensa. Matar a esta mujer destruirá a Adán. Será incapaz de volver a asumir el control del
pasador
.

Es tu hermano.

Está chingada
, piensa.

Aparta al mensajero a un lado, baja corriendo la escalera y sale a la noche.

—¡Adán! ¡Adán! —grita. Adán oye los gritos, apagados por la niebla.

Oye los pies que corren sobre las piedras, que se acercan. Tensa el dedo sobre el gatillo y piensa: No puedo dejar que lo haga él.

Mira hacia atrás y ve la forma alta de Raúl que corre hacia él como un fantasma entre la niebla.

Tengo que hacerlo.

Hazlo.

Art salta del barco y pisa la playa.

Avanza dando tumbos con el agua hasta los tobillos, tropieza y cae de cara sobre la arena. Se levanta y corre agachado pendiente arriba, y entonces ve...

A Raúl Barrera.

Que corre hacia...

Adán.

Y Nora.

Es un disparo difícil, desde cien metros de distancia como mínimo, y Art no ha disparado furioso un M-16 desde Vietnam. Levanta el rifle hasta la altura del hombro, aplica el ojo al visor nocturno, apunta a Raúl y aprieta el gatillo.

La bala alcanza a Raúl a media zancada.

Justo en el estómago.

Art ve que cae, rueda y empieza a arrastrarse hacia delante.

Entonces la noche se ilumina.

Raúl cae al suelo.

Rueda sobre las rocas, lanzando gritos de dolor.

Adán corre hacia él. Cae de rodillas, intenta sujetarle, pero Raúl es demasiado fuerte. Su dolor es demasiado grande, y se suelta del abrazo de Adán.


¡Dios mío!
—grita Adán.

Tiene las manos empapadas en sangre. También la pechera de la camisa y los pantalones.

Está caliente.

—¡Adán! —gime Raúl—. No fue ella. Fue Fabián. —Entonces, clama a Dios—:
¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Madre de Dios!

Adán intenta aclarar sus ideas.

El mundo está estallando a su alrededor. Se oyen disparos por todas partes, y el sonido de pasos que corren hacia ellos sobre las rocas. Es entonces cuando aparecen los guardaespaldas de Raúl, algunos disparan detrás de ellos, mientras otros intentan levantar a Raúl del suelo.

—¡Id a buscar un coche! —grita Adán—. Traedlo aquí. Raúl, vamos a llevarte a un hospital.

—¡No me mováis!

—Tenemos que hacerlo.

Empiezan a arrastrarle playa arriba, lejos del ataque.

Adán agarra a Nora de los brazos y tira de ella.

—¡Vamos!

Una granada aterriza a escasos metros y les derriba.

Nora queda tendida sobre las rocas, conmocionada, y le mana sangre de la nariz. Adán está gritando algo, pero no oye nada. Manuel se lo está llevando. Adán grita y trata de volver con ella, pero el
campesino
es demasiado fuerte para él.

Dos
sicarios
intentan levantarla, pero dos ráfagas los derriban.

Otro destello de luz, y después la oscuridad.

Art ve que Raúl y Adán están siendo arrastrados colina arriba, hacia unos Land Rovers que están aguardando, cerca de la casa principal.

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