El político y el científico (15 page)

BOOK: El político y el científico
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Sólo el discípulo ante el profeta o el creyente ante su iglesia, son capaces de efectuar dicho «sacrificio del intelecto». No obstante, nunca se ha revelado una profecía nueva (y me remito con toda intención a esta imagen, consciente de que ha de haber alguien a quien le parezca absurdo) que satisfaga la premura que sienten ciertos intelectuales modernos de amueblar, por decirlo de algún modo, sus almas con enseres antiguos cuya autenticidad esté garantizada. Al tiempo de advertir esta fuerza imperiosa, les viene en mente que entre aquellos enseres antiguos se encuentra la religión, de la cual carecen ahora. Entonces, en calidad de reemplazante, se construyen algo similar a una capillita hogareña de juguete, ornamentada con sentidos de todas las naciones del orbe, o bien la reemplazan formando un compuesto con todas las experiencias vitales, al que atribuyen el honor de la santificación mística, para trasladarla, con la máxima prontitud posible, al comerció literario. En suma, se trata sencillamente de charlatanería o de un afán de caer en su propio engaño. Sin embargo, en ocasiones, si bien alguna vez quizá resulte equívoco, es algo muy serio y verdadero, me refiero al hecho de que en ciertos grupos juveniles que se han formado en los últimos años se dé a sus recíprocas relaciones comunitarias y humanas una Interpretación de carácter religioso, cósmico o místico. Aun cuando es indudable que en la acción de una auténtica fraternidad va implícito el origen de una conciencia de que se agrega algo eterno a un reino más allá de lo personal, en mi opiniones muy dudoso que semejantes interpretaciones de carácter religioso acrecienten la dignidad de las relaciones mantenidas en común en el plano meramente humano. Ahora bien, esta es una cuestión que realmente se sale del tema que nos ocupa. El destino de este tiempo, racionalizado, intelectualizado y, por encima de todo, desprendido del mito del mundo, es justo el de que los valores últimos y más excelsos se encuentran ausentes de la vida pública, retraídos ya sea en el reino ultraterreno de la vida mística, ya en la fraternidad de las mutuas relaciones inmediatas de los hombres. No se debe a la casualidad el hecho de que nuestro arte más prominente sea en estos tiempos un arte íntimo y en absoluto monumental, así como tampoco el que tan sólo en el interior de los más pequeños círculos comunitarios, en las relaciones de hombre a hombre, en pianissimo, se dé impulso a esa fuerza peculiar de antaño, en calidad de pneuma protético, que en forma de impetuoso fuego atravesaba las grandes comunidades, fundiéndolas al unísono.

En cuanto nos decidimos a encontrar por la fuerza una concepción artística monumental, llegamos frente a uno de tantos deplorables monumentos, que no son más que desatinos, surgidos en las últimas dos décadas. Y si nos empecinamos, sin contar con nuevas profecías, en establecer nuevas religiones, se originan en lo interno desatinos similares que todavía empeoran más los resultados. Es posible que de las profecías emitidas en el aula llegasen a surgir sectas fanáticas; sin embargo, no sería factible que de resultas de aquéllas se formasen verdaderas comunidades. A quienes este destino de nuestros tiempos les resulte insoportable, hay que aconsejarles que se remitan silenciosamente, con toda sencillez, despojados de la amarga proclama propia del renegado, al vasto y misericordioso seno de las antiguas iglesias, las cuales habrán de acogerlos sin dificultad alguna, en la inteligencia de que, de todos modos, una vez allí no podrán evitar el «sacrificio de su intelecto». Y si realmente llegan a conseguirlo, en absoluto habrá reproche para ellos. Semejante sacrificio en aras de la incondicional entrega piadosa, es algo muy distinto de ese simple olvido de la honradez intelectual originado en quien ha perdido el ánimo que se requiere para comprender la propia postura fundamental, procurándose esa obligación de «relativizarla» por la vía fácil. Tal honradez nos exige comprobar que la situación de quienes aguardan la aparición de nuevos profetas y salvadores es semejante a la que se percibe en el hermoso cantar del centinela edomita, de los tiempos del destierro, inspirada en las profecías de Isaías:

Una voz me llega de Seir, en Edon:

—Centinela, ¿cuánto durará la noche aún? El centinela responde:

—La mañana ha de venir pero es noche aún.

MAXIMILIAN CARL EMIL WEBER Erfurt, 21 de abril de 1864 – Múnich, 14 de junio de 1920) fue un filósofo, economista, jurista, historiador, politólogo y sociólogo alemán, considerado uno de los fundadores del estudio moderno, antipositivista, de la sociología y la administración pública. A pesar de ser reconocido como uno de los padres de la sociología, Weber nunca se vio a sí mismo como un sociólogo, sino como un historiador; para él, la sociología y la historia eran dos empresas convergentes. Sus trabajos más importantes se relacionan con la sociología de la religión y el gobierno, pero también escribió mucho en el campo de la economía. Su obra más reconocida es el ensayo
La ética protestante y el espíritu del capitalismo,
que fue el inicio de un trabajo sobre la sociología de la religión.

Weber argumentó que la religión fue uno de los aspectos más importantes que influyeron en el desarrollo de las culturas occidental y oriental. En otra de sus obras famosas,
La ciencia como vocación, la política como vocación,
Weber definió el Estado como una entidad que detenta el monopolio de la violencia y los medios de coacción, una definición que fue fundamental en el estudio de la ciencia política moderna en Occidente. Su teoría fue ampliamente conocida a posteriori como la tesis de Weber.

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