El político y el científico (6 page)

BOOK: El político y el científico
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Cada leader tenía junto a sí a un político profesional que desempeñaba el papel más importante de la organización del partido: el «fustigador». Era él quien tenía en sus manos el gobierno de los cargos y a él era por lo tanto a quien tenían que dirigirse los cazadores de cargos y quien se entendía sobre estas cuestiones con los diputados de cada distrito. En estos últimos comenzó lentamente a desarrollarse un nuevo tipo de político profesional a medida que en ellos se iba recurriendo a agentes leales a los que, en un primer momento, no se les pagaba y que asumieron una posición más o menos parecida a la de nuestros «hombres de confianza». Junto a ellos apareció, sin embargo, en los mismos distritos, una figura de empresario capitalista, el election agent, cuya existencia se hacía inevitable una vez promulgada la nueva legislación destinada a asegurar la limpieza de las elecciones. Esta nueva ley intentaba controlar los costos electorales oponiéndose al mismo tiempo al poder del dinero, para ello obligaba a los candidatos a confesar lo que habían gastado en la elección, ya que normalmente para conseguir el triunfo debían no sólo enronquecer a fuerza de discursos sino también gastar mucho más de lo que antes se hacía. Con la nueva legislación el election agent se hacía pagar por el candidato una cantidad global, con lo que hacía un buen negocio. En la distribución del poder entre el leader y los notables del partido, tanto en el Parlamento, como en todo el país, el primero había siempre sacado la mejor parte, como un medio imprescindible para que pudiese hacer una política permanente y de gran estilo. Sin embargo, la influencia de los notables y de los parlamentarios continúa siendo importante.

Este era el aspecto que ofrecía la vieja organización de los partidos, en parte economía de notables y en parte ya también empresa con empleados y empresarios. A partir de 1868, sin embargo, se desarrolló, primero para las elecciones locales de Birmingham y después para todo el país, el llamado «Caucus-System». Un sacerdote no conformista y, junto a él, José Chamberlain, fueron los que dieron vida a este sistema, que nació con ocasión de la democratización del voto. Para ganarse a las masas se hizo necesario crear un enorme aparato de asociaciones aparentemente democráticas, establecer una asociación electoral en cada barrio, mantener toda esta empresa en permanente movimiento y burocratizarlo todo profundamente. Aparece así un número cada vez mayor de empleados pagados por los comités electorales locales, en los que pronto quedó encuadrado quizás un 10 por 100 del electorado y una serie de intermediarios principales, elegidos, pero con derecho de cooptación, que actúan formalmente como promotores de la política del partido. La fuerza impulsora de toda esta evolución fueron los círculos locales, interesados sobre todo en la política municipal (que es en todas partes la fuente de las más enjundiosas posibilidades materiales), que eran también quienes hacían la principal aportación financiera. Esta naciente maquinaria, que no estaba dirigida ya desde el Parlamento, tuvo que librar pronto combate con quienes hasta entonces habían tenido en sus manos el poder, especialmente con el whip. Apoyada en los interesados locales, logró sin embargo, triunfar hasta tal punto que el whip tuvo que sometérsele y pactar con ella. El resultado fue una centralización del poder en manos de unos pocos y finalrnente de uno solo, situado en la cúspide del partido. En el partido liberal, en efecto, el sistema se establece en conexión con el ascenso de Gladstone al poder. Lo que con tanta rapidez dio a esta maquinaria el triunfo sobre los notables fue la fascinación de la «gran» demagogia gladstoniana, la ciega fe de las masas en el contenido ético de su política y, sobre todo, en el carácter ético de su personalidad. Aparece así en la política un elemento de cesarismo plebiscitario, el dictador del campo de batalla electoral. Muy pronto había de ponerse de manifiesto la nueva situación. En 1877, cuando por primera vez se emplea en las elecciones nacionales, el caucus consigue ya un triunfo resonante, cuyo resultado fue la caída de Disraeli en el momento preciso de sus grandes éxitos. En 1886 la maquinaria estaba ya hasta tal punto orientada carismáticamente hacia la persona del jefe que cuando se planteó la cuestión del Home-rule, el aparato entero, de arriba abajo, no se preguntó si compartía objetivamente la opinión de Gladstone, sino que simplemente se dijo «le seguiremos haga lo que haga» y cambió de actitud para obedecer sus órdenes, dejando así en la estacada a Chamberlain, su propio creador. Esta maquinaria requiere un considerable aparato de personal.

Actualmente pasa de 2.000 el número de personas que viven en Inglaterra directamente de la política de los partidos. Numerosísimos son también quienes colaboran como interesados o como cazadores de cargos en la política, especialmente en la política municipal. Además de posibilidades económicas, al político del caucus se le ofrecen también posibilidades de satisfacer su vanidad. Llegar a ser «J.P.» o incluso «M.P.» es aspiración natural de las máximas ambiciones (normales) y es algo que se concede a las personas que pueden exhibir una buena educación, a los «gentlemen». Como honor supremo resplandece la dignidad de Par, especialmente para los grandes mecenas, y no hay que olvidar que las finanzas de los partidos dependen, quizás en un 50 por 100, de los donativos anónimos.

¿Cuál ha sido el efecto de este sistema? El de que hoy en día, con excepción de algún que otro miembro del Gabinete, los miembros del Parlamento son, por lo general, unos borregos votantes perfectamente disciplinados. En nuestro Reichstag los diputados acostumbraban, al menos, a simular que estaban trabajando por el bien del país cuando aprovechaban sus respectivos pupitres para despachar durante la sesión su propia correspondencia privada. En Inglaterra no son necesarios los gestos de este tipo. Lo único que el miembro del Parlamento tiene que hacer es votar cuidándose de no traicionar al partido, y de acudir cuando el whip lo convoca para proceder de acuerdo con lo que hayan dispuesto el Gabinete o el leader de la oposición. De existir un jefe con autoridad fuerte, diríase que la maquinaria del caucus se mantiene en el país poco menos que sin conciencia propia, entregada enteramente a la voluntad del jefe. Asimismo, se encuentra por encima del Parlamento el dictador plebiscitario, que arrastra con él a las masas, mediante la maquinaria, y considera a los parlamentarios como simples prebendados políticos añadidos a su séquito. Veamos ahora cómo se produce la selección del caudillo. Primeramente, ¿cuáles son las facultades que cuentan? Además de las cualidades de la voluntad, decisivas siempre, lo que aquí cuenta es, en especial, la fuerza del discurso demagógico. Su estilo ha ido transformándose notoriamente desde las épocas de Cobden, en que se dirigía a la inteligencia, pasando por las de Gladstone, en cuya aparente sobriedad de «dejar que los hechos hablen por sí solos» era un especialista, hasta nuestros días, al extremo de movilizar a las masas valiéndose con mucha frecuencia, de medios puramente emocionales semejantes a los que emplea el Ejército de Salvación.

Resulta lícito calificar a la situación actual como «una dictadura basada en la utilización de la emotividad de las masas». Al mismo tiempo, sin embargo, el tan sumamente complicado sistema de trabajo en comisión del Parlamento inglés, da la posibilidad de que colabore todo aquel político que quiera participar en la dirección de la política; es más, lo obliga a ello. Todos los miembros que en algo se distinguen, habiendo desempeñado el puesto durante los últimos decenios, tienen en su haber este auténtico y muy eficaz trabajo formativo. Así, la práctica de los informes y la crítica que se lleva a cabo durante las sesiones de tales comisiones, convierten esta escuela en una efectiva selección, de la cual quedan excluidos los simples demagogos. Esta ha sido la situación en Inglaterra. El Caucus-System, sin embargo, no resulta más que una forma un tanto debilitada de la estructura moderna, si la comparamos con la organización de los partidos norteamericanos, en la cual el principio plebiscitario se acuñó de un modo en especial temprano y puro. De acuerdo con el pensamiento de Washington, Norteamérica debió haber sido una comunidad administrada por «gentlemen». Así un gentleman de aquel tiempo era al mismo tiempo terrateniente o un individuo educado en un Colegio. Así era en los primeros años de la independencia, de esa nación. En cuanto se iban constituyendo los partidos, a los miembros de la Cámara de Representantes se les despertaba la aspiración de convertirse en dirigentes políticos, a semejanza de lo acontecido en Inglaterra durante la dominación de los notables. La organización de los partidos era muy débil. Hasta 1824 subsiste la misma situación, aunque antes de esta década de los veinte empezó a formarse la maquinaria partidista en algunos municipios, ya que la nueva evolución también tuvo aquí sus semillas, y es precisamente con la elección de Andrew Jackson, candidato de los campesinos del Oeste, para Presidente, que las viejas tradiciones son arrojadas por la borda. La dirección de los partidos en manos de los principales parlamentarios termina definitivamente poco después de 1840, al retirarse de la política algunos de ellos, tales como Calhoun y Webster, debido a que el Parlamento, ante la maquinaria partidista, ha perdido casi todo su poder en el país. El hecho de que en Norteamérica se haya desenvuelto con tanta rapidez «la máquina» plebiscitaria se debe a que allí, y sólo allí, el jefe absoluto del poder ejecutivo y el patrono, lo cual viene a ser lo más importante, sobre todo, es un Presidente elegido plebiscitariamente que dispone de todos los cargos actuando casi con entera independencia frente al Parlamento, dada la «división de poderes» establecida. De ahí que la propia elección presidencial sea la que brinda un valioso botín de prebendas y cargos, en calidad de premio por el triunfo. El «spoils system», al que Andrew Jackson eleva a la categoría de principio sistemático, no hace sino aprovecharse de las consecuencias de tales circunstancias.

¿Qué representa en la actualidad, para la formación de los partidos, este spoils system, es decir, esta atribución de todos los cargos federales al séquito del candidato triunfador? Sencillamente, significa el hecho de enfrentarse entre sí, unos partidos que carecen por completo de convicciones, meros grupos de cazadores de cargos, con programas mutables, elaborados para cada elección, sin más objetivo que una posible conquista de votos; programas cambiantes en cada ocasión, en una medida para la cual no es posible hallar analogía en ninguna otra parte. Tales partidos están cortados por el patrón que se ajusta mejor a las elecciones consideradas verdaderamente importantes para la distribución de los cargos, esto es: la elección Presidencial y la de los gobernadores de los Estados. En tanto que corresponde a las «Convenciones Nacionales» establecer los programas, son los partidos los que designan los candidatos, sin que los parlamentarios intervengan en absoluto. Se trata de congresos de los partidos que, con toda formalidad, se encuentran integrados, muy democráticamente, por asambleas de delegados, los cuales han recibido, a su vez, el mandato de las «primaries», esto es, de las asambleas de los electores del correspondiente partido. Los delegados en dichas primarias son previamente elegidos por referencia al nombre de los candidatos a la Jefatura del Estado. En el seno de cada partido se desata la más enconada de las luchas por la nominación. Bajo el control del Presidente quedan siempre los nombramientos de trescientos o cuatrocientos mil funcionarios, previa consulta con los senadores de cada Estado, los cuales, por tal motivo, son también políticos poderosos. No es el caso, por el contrario, de quienes constituyen la Cámara de Representantes, que no cuentan con el patronato de los cargos, así como tampoco de los ministros, los cuales, debido a la división de poderes, no son sino auxiliares del Presidente que ha sido legitimado por la elección popular ante todo el mundo, comprendido el Parlamento, en cuya virtud les es dado ejercer sus cargos con entera independencia, tanto si gozan de la confianza de éste como si no son merecedores de ella. Mientras el spoil system se mantenía así, resultaba técnicamente factible en Estados Unidos, dado que la juventud de la cultura americana permitía sobrellevar una pura economía de aficionados. Es indudable que la administración, al encontrarse a cargo de trescientos o cuatrocientos mil hombres de partido sin requerir de otras cualidades que aquellas que los acreditaban útiles a su propio partido, debía estar plagada, forzosamente, de grandes defectos y, de hecho, la administración en América del Norte se caracterizó por una corrupción y un derroche sin par, que sólo era posible pudiera soportar un país con posibilidades económicas que aún se consideran ilimitadas.

Con semejante procedimiento de la máquina plebiscitaria, vemos en primer plano la figura del boss.

Y, ¿qué es el boss? Es un empresario político capitalista, el cual reúne los votos por su cuenta y riesgo. Para eso pudo haberse valido, en su iniciación, de sus contactos como abogado, o como propietario de una taberna o de otro negocio cualquiera, o aun en su calidad, tal vez, de prestamista. Así comienza a extender sus redes hasta que consigue «controlar» un número determinado de votos. Entonces entabla relación con los bosses más cercanos y, a base de asiduidad, astucia y, en especial, de discreción, lega a captar la atención de aquellos que le antecedieron por esta vía y de este modo comienza su ascenso. El boss es indispensable para la organización del partido, ya que se cuida de centralizaría y se constituye en fuente de los recursos financieros más importantes. Ahora bien, ¿dc qué modo los obtiene? En parte, por medio de las contribuciones de los miembros; de la recaudación de un porcentaje del sueldo de cada uno de los funcionarios que, tanto a él como a su partido, les son deudores de los puestos que tienen. Además, recibe el producto de los cohechos y de las propinas. Todo aquel que pretende infringir, sin ser castigado, alguna de las muchas leyes, necesita la connivencia del boss y debe pagar por ella, de lo contrario le esperan consecuencias muy desagradables. Pese a todo, estos medios no son suficientes para completar los fondos reunidos por la empresa. El boss se hace asimismo indispensable como perceptor de las sumas de dinero procedentes de los grandes magnates financieros, que sólo a él entregan, ya que, tratándose de fines electorales, en absoluto habrían de confiarlas a ningún funcionario a sueldo ni a persona alguna que esté obligado a rendir cuentas públicamente. El boss, que se caracteriza por su máxima discreción en lo relativo al dinero, es por antonomasia el hombre que se mueve en los círculos capitalistas que financian las elecciones. El típico boss no es sino un sujeto totalmente gris, al que no le interesa el prestigio social; por el contrario, en la alta sociedad resulta despreciable este «profesional». Su objetivo es sólo el poder mediante el cual obtener el dinero, aunque también por el poder mismo. A la inversa del leader inglés, el boss norteamericano actúa en la sombra. Es muy raro que se deje oír; podrá sugerir al orador lo que debe decir, pero él guarda silencio. Por lo general no desempeña ningún cargo, salvo el de senador en el Senado Federal, ya que de esta forma puede participar, constitucionalmente, en el patronato de los cargos; y es frecuente que el boss acuda en persona a dicha corporación.

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