—¡Estupendo!
—Cuando regresemos.
—¡Eh!
—Cierra el pico, ha llegado lord Prisma.
Con todas las miradas aún puestas en él, Gavin se detuvo ante Puño de Hierro. Fijó la mirada en el petate del comandante. El silencio que flotaba entre ambos se eternizó.
—No puedes venir —dijo Gavin, al cabo—, no necesito ningún guardaespaldas.
—No pensaba acompañarte.
—Pues fuera de mi trainera.
—Acompañaré a Kip. Como miembro de la familia del Prisma, tiene derecho a que lo proteja.
—Eres el comandante de la Guardia Negra, no puedes…
—Puedo hacer lo que considere apropiado para cumplir con el cometido de la Guardia Negra. Nadie puede interferir con eso. Nadie.
—¿Sabes que eres un malnacido taimado?
—Por eso sigo con vida —repuso Puño de Hierro—. Y tú probablemente también.
—Tú ganas —refunfuñó Gavin—, pero permite que te recuerde tus juramentos.
Puño de Hierro adoptó una actitud ofendida.
—Pronto lo entenderás —dijo Gavin—. Todo el mundo, adentro.
Con una rapidez fruto de la práctica, Gavin trazó los remos especiales que empleaba para impulsar la embarcación, pero dejó visiblemente espacio para que Puño de Hierro trazara los suyos, cosa que hizo, si bien mucho más despacio. Entretanto, Gavin trazó un banco para que Liv y Kip se sentaran, y unas correas para sujetar el equipaje al fondo de la trainera.
Puño de Hierro arrugó la nariz ante eso, como si se preguntara por qué había que asegurar los petates, pero no hizo preguntas. Zarparon instantes después. Gavin se aplicó a sus remos, Puño de Hierro a los suyos, y se adentraron en la bahía a gran velocidad.
La trainera comenzó a escorarse a babor casi de inmediato. Era el costado de Gavin. Kip vio que Puño de Hierro estaba remando más deprisa que el Prisma, y ese desequilibrio estaba desviándolos a babor. Gavin lanzó una mirada a Puño de Hierro, que le dedicó una sonrisa de oreja a oreja sin dejar de dar poderosos golpes de remo con los brazos y las piernas. Gavin apretó el ritmo. Puño de Hierro también. Y Gavin. No tardaron en comenzar a surcar las aguas a una velocidad portentosa.
Liv miró a Kip.
—¿Te lo puedes creer? ¡Nunca había viajado tan deprisa!
Kip se rió.
—¿Qué?
—Espera y verás.
Los hombres acompasaron el ritmo. Remaban aprisa, compitiendo entre ellos, pero sin intentar anularse mutuamente.
—¿Cuándo llegaremos al barco? —preguntó Puño de Hierro, levantando la voz para imponerse al viento.
—Cruzaremos el mar en esto —fue la respuesta de Gavin.
Puño de Hierro soltó una carcajada.
—Claro que sí. ¡Eres más resistente de lo que pensaba!
Kip sonrió. Era evidente que el gigantesco pariano no creía a Gavin, pero estaba dispuesto a seguirle la corriente.
Transcurridos veinte minutos, perdieron de vista las demás embarcaciones. Sin aminorar apenas la cadencia de sus golpes de remo, Gavin levantó una mano y trazó uno de los grandes tubos que Kip le había visto utilizar para impulsar la trainera en ocasiones anteriores. Puño de Hierro interrogó al Prisma con la mirada.
—A esto me refería cuando hablaba de tu juramento —dijo Gavin—. Discreción.
—Un tubo acoplado a otro tubo. Vuestro secreto está a salvo conmigo, noble Prisma —repuso con una sonrisa el comandante—. Eso sí, espero que esto ponga fin a nuestra inclinación a babor.
Gavin introdujo el tubo en el agua. Un estremecimiento recorrió la cubierta cuando la primera bola de luxina golpeó el agua tras atravesar el tubo a gran velocidad. Poco después, cuando el chup-chup-chup con el que Kip ya estaba familiarizado se estabilizó, la trainera comenzó a devorar la distancia. La embarcación entera se elevó, y Puño de Hierro estuvo a punto de caer por la borda cuando sus remos salieron del agua.
La trainera aceleró gradualmente y empezó a saltar del pico de una ola al siguiente, los saltos continuaron agrandándose, y la plataforma enseguida dejó de rebotar incluso en las olas. Instantes después, un asombrado Puño de Hierro sumó sus esfuerzos a los de Gavin, y se deslizaron más deprisa todavía.
Las aguas eran tan limpias que Kip podía ver cómo el tubo cortaba las olas a sus pies. Gavin había dotado a cada tubo de unas pequeñas alas con las que la embarcación entera sobrevolaba la superficie. El viento era increíble, pero Kip podía oír los gritos de júbilo de Puño de Hierro por encima del estruendo.
Horas más tarde, cuando el sol se encontraba a medio camino del horizonte, Gavin decidió retomar los remos antes de avistar Garriston. Puño de Hierro se apartó de su tubo mientras el deslizador se asentaba de nuevo sobre las olas.
El asombro y el temor reverencial que sentía se hacían patentes en su expresión. Estaba temblando visiblemente. De pronto, ensayó una elaborada reverencia ante Gavin.
—Mi señor Prisma —dijo—, hacéis del mundo un lugar más pequeño.
Gavin asintió con la cabeza en deferencia ante el gesto del comandante.
—Más pequeño, tal vez. Pero no más seguro. ¿Has visto una corbeta en esa dirección?
Puño de Hierro negó con la cabeza. Ahora que la acción de los tubos había dejado de sostenerla en el aire, la embarcación flotaba a ras del agua. Pero antes de que el comandante terminara de trazar un nuevo par de remos apareció una corbeta a una legua de distancia, cortando las olas directamente hacia ellos. Puño de Hierro profirió una maldición.
Una sonrisa temeraria se dibujó en los labios de Gavin.
—Bueno, Kip, Liv… ¿alguna vez os habéis enfrentado a unos piratas?
—No lo dirás en serio —protestó Puño de Hierro—. Mi señor Prisma —añadió, a destiempo y sin demasiado entusiasmo.
—Vayamos de caza —dijo Gavin.
—¡Mi señor! No puedo permitir que te expongas a semejante peligro. Podemos dejar atrás a esa escoria ilytiana. No suponen ninguna amenaza para nuestra misión, ni para nosotros.
—¿Sabes qué verano es este, comandante? —preguntó Gavin.
—No entiendo a qué te refieres.
—Es el verano en que los ruthgari cederán Garriston —dijo Liv, como si las palabras le dejaran un regusto amargo en la boca.
—¿Y sabes por qué le entusiasma tanto esa idea a esta muchacha? —preguntó Gavin a Puño de Hierro.
—Nunca he servido a este lado del mar Cerúleo —respondió el comandante.
—Sin duda sabrás que todos los territorios que se aliaron conmigo durante la Guerra del Falso Prisma han ido turnándose la hegemonía sobre Garriston.
—Dos años para cada nación, para que nadie haga planes a largo plazo para Tyrea. ¿Podemos tener esta conversación a una distancia más segura? —Puño de Hierro miró de reojo en dirección a los piratas. Avanzaban a gran velocidad, empujados por la brisa del atardecer.
—Esa era la idea original —dijo Gavin—. En lugar de eso, sin embargo, cada nuevo gobernador ha aprovechado la ocasión para lucrarse. Los parianos obtuvieron la primera rotación y despojaron Garriston de todo cuanto había sobrevivido a las llamas. Desde entonces, todos los gobiernos han seguido su ejemplo.
Liv tomó la palabra.
—Durante el primer año, la mayoría de los gobernadores intentan mantener el río Umbro libre de bandidos para que las cosechas puedan abrirse paso. Pero la mayoría de las cosechas se retrasan al segundo año. A los gobernadores no les apetece perder más hombres matando bandidos para que el siguiente gobernador de cualquier otra satrapía se enriquezca, de modo que se repliegan en Garriston. Únicamente los campesinos más optimistas se molestan en sembrar sus cultivos durante el segundo año.
—Si bien el repetido saqueo de Garriston y las tierras circundantes es trágico —dijo Gavin—, no tiene mucho que ver con estos piratas. El relevo se produce tradicionalmente tras el solsticio de verano, para el que faltan dos semanas. Los mercaderes, los artesanos, las esposas y las rameras ruthgari se afanan en cargar sus barcos para llevarse a casa todo el botín que les haya dado tiempo a acumular esta vez. O sencillamente aquello que se trajeron consigo. Supongo que el simple hecho de que todos los gobernadores hasta la fecha hayan demostrado ser unos corruptos no significa que los herreros que calzan sus caballos también deban serlo por fuerza.
—Todo esto es fascinante —observó Puño de Hierro—, pero ¿no hay cañones de largo alcance capaces de disparar a mil ochocientos o mil novecientos pasos?
—E incluso a más distancia —dijo Gavin—. La cuestión…
—Por fin, alabado sea Orholam —masculló Puño de Hierro.
—Ejem. La cuestión es que, dentro de dos semanas, toda una armada levará anclas y zarpará con rumbo a Ruthgar. Los piratas se abalanzarán como lobos sobre cualquier nave que se separe del grueso de la flota.
—Les está bien empleado —dijo Liv.
Gavin la miró fijamente. La muchacha frunció el ceño, desafiante, pero fue incapaz de sostener el contacto visual y volvió el rostro hacia las olas.
—Algunos mercaderes intentan adelantarse a la estampida y partir antes que el resto de la flota, con la esperanza de eludir a los piratas.
—Pero ya están aquí —dijo Liv.
—Exacto —continuó Gavin—. Y si estalla la guerra este verano, especialmente… Orholam no lo quiera… si la perdemos, reinará el caos. Decenas de barcos, quizá cientos, huirán en todas direcciones. Muchos de los ocupantes de esas naves serán tyreanos, Aliviana.
La muchacha compuso un gesto de arrepentimiento.
—Humo —dijo Kip.
La conversación cesó de repente a bordo de la pequeña trainera. Todos miraron a su alrededor.
—Haría falta un artillero sumamente hábil para acercarse a menos de cien pasos de nosotros a esta distancia —dijo Gavin, pero Kip vio que él tampoco apartaba la mirada de la corbeta.
—A lo mejor era una salva de advertencia, tan solo para indicarnos…
Un surtidor de agua se elevó de improviso a veinte pasos de la proa del deslizador. El sonido del disparo llegó a sus oídos muy poco después.
—Menuda puntería —observó Gavin—. La buena noticia es que muy pocas corbetas poseen más de un cañón montado a proa, por lo que deberíamos disponer al menos de treinta segundos antes de que…
—¡Humo! —exclamó Kip.
—Cómo detesto esta parte —dijo Gavin. Puño de Hierro y él regresaron a sus puestos en el cuadro de remos.
En esta ocasión, el surtidor de agua se elevó a cincuenta pasos de su proa.
—Es un consuelo saber que el primero fue cuestión de suerte —comentó Liv.
—A menos que el segundo haya tenido mala suerte —dijo Kip.
Gavin miró a Puño de Hierro. Una arruga de preocupación se cinceló momentáneamente entre sus cejas.
—Vamos.
—¡En marcha!
Comenzaron a remar y no tardaron en ganar velocidad.
—¿Qué puedo hacer yo? —preguntó Kip. Aborrecía sentirse inútil.
—¡Pensar! —fue la respuesta de Gavin.
¿Pensar? Kip miró a Liv para ver si esta sabía a qué se refería Gavin. La muchacha se encogió de hombros.
—¡Humo! —exclamó.
Transcurrieron unos segundos interminables antes de que Kip oyera un extraño zumbido. El agua explotó cincuenta pasos a sus espaldas.
—¡No esperaban que los embistiéramos de frente! —celebró Gavin—. ¡El próximo caerá más cerca! —Soltó una risita.
Había perdido la cabeza.
Humo. Esta vez, Kip contó para sus adentros. Uno. Dos. Tres. Aguzó la vista. Debería ser capaz de ver algo tan grande como una bala de cañón. Cinco. Se… ¡Bum! El agua explotó a menos de quince pasos a la izquierda (¿a babor?) de la trainera. Kip sintió las salpicaduras.
—¿Lo veis? —dijo Gavin—. ¡Eso es un artillero con talento!
Loco. De remate.
—Da tiempo a contar hasta seis entre el humo y el chapuzón —anunció Kip.
—¡Bien! —gritó Gavin—. Puño de Hierro, todo a estribor en cuanto…
—¡Humo! —dijo Liv.
Los hombres viraron bruscamente a estribor y el siguiente disparo impactó inofensivo a buena distancia, si bien tal vez peligrosamente cerca de la que hubiera sido su posición.
Otro cañonazo, y de nuevo a estribor. El disparo volvió a impactar al menos a treinta pasos de su objetivo. Kip echó un vistazo a las velas de la nave ilytiana, hinchadas por el viento. Acortaban distancias siguiendo una trayectoria fuertemente sesgada, con las velas atirantadas por la brisa constante. Daba la impresión de ser una plataforma idónea desde la que apuntar. Kip no sabía cómo podría ayudarles a sobrevivir esa información. Sencillamente, no tenía ni idea de navegación. Continuaban acercándose, no obstante. El lapso que mediaba entre el humo y las detonaciones ya había bajado de los cinco segundos.
La trainera viraba bruscamente a un lado y a otro, a veces llegaba incluso a detenerse por completo, y si bien los temores de Kip en ningún momento llegaron a disiparse por completo, comprendió que Gavin tenía razón. El deslizador era demasiado veloz, pequeño y maniobrable como para constituir un blanco fácil, a menos que la suerte y la pericia se aliaran con el artillero. Aunque disponían de menos tiempo para avanzar entre los disparos del cañón y el impacto de las balas cuanto más se aproximaban a la nave ilytiana, también los artilleros debían modificar el ángulo de tiro cada vez más.
Después del último cañonazo se produjo una pausa prolongada.
—¿Qué ocurre? —preguntó Kip.
—¿Se habrán hartado de malgastar la pólvora? —dijo Liv, esperanzada.
Obtuvieron la respuesta diez segundos más tarde, cuando los cañones escupieron dos columnas gemelas de humo.
—¡A babor! —exclamó Gavin.
Su intuición demostró ser acertada. Se elevaron dos surtidores del agua, tanto donde habrían estado si hubieran seguido en línea recta como donde habrían estado si hubieran virado a estribor. Aunque las descargas se habían vuelto más espaciadas entre sí, ahora los piratas disponían de dos intentos para adivinar la trayectoria de la trainera en vez de uno solo.
—¡Esos hijos de perra no son tontos! —dijo Gavin—. ¡Ha llegado el momento de hacer trampas! Kip, relévame.
Se apeó del cuadro de remos, y Kip ocupó su lugar.
—Todo recto —ordenó Gavin. Con la piel teñida de azul, trazó un tubo de propulsión y lo introdujo en el agua. La trainera dio un salto adelante. Kip y Puño de Hierro estuvieron a punto de perder el equilibrio cuando el Prisma recortó sus remos. Pero de no haberlo hecho, comprendió Kip, el inexorable rodar de los engranajes les habría arrancado los brazos de cuajo.