—Vocabulario de la marina. La cubierta de aterrizaje.
—¿Y qué es lo que hacen aquí exactamente?
—Bien, esta sala es el CIC...
—Ah, sí. El Centro de Información de Combate.
En el delgado rostro de ébano, los ojos centellearon un segundo. Crowe sonrió y se propuso mantener la boca cerrada.
—El CIC es el centro nervioso de nuestro sistema sensorial —dijo Peak—. Aquí se centralizan todos los datos: los sistemas propios del barco, la información vía satélite, que por supuesto obtenemos en tiempo real, la defensa antiaérea y naval, la reparación de averías, la comunicación... Cuando hay combate, esto es un infierno. Creo que usted pasará mucho tiempo en aquellos asientos vacíos de allí, doctora Crowe.
—Samantha. O Sam, simplemente.
—Desde aquí escuchamos y miramos bajo el agua —continuó Peak sin aceptar su ofrecimiento—. Tenemos sistemas de vigilancia de submarinos, red de sonares SOSUS, Surtass LFA y varias cosas más. Si algo se acerca al
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, lo detectamos con antelación. —Peak señaló un monitor enorme situado junto al techo. Mostraba un conjunto de diagramas y mapas—. La gran pantalla. Reúne toda la información y confecciona un panorama.
Es lo mismo que ve el patrón en los monitores del puente pero en formato reducido.
Peak los llevó por las salas contiguas. Casi todas estaban en penumbra, iluminadas únicamente por los indicadores de las pantallas gigantes, los monitores y las consolas. Junto al CIC estaba el LFOC, el Centro de Operaciones de las Fuerzas de Desembarco.
—Funciona como central de misiones de las tropas de desembarco. Cada unidad de combate dispone de su propia consola. En caso de peligro, los aviones de reconocimiento y las imágenes obtenidas por satélite nos indican la posición de las brigadas enemigas. —Peak hablaba con manifiesto orgullo—. En el LFOC podemos desplazar tropas a toda velocidad e idear estrategias. El ordenador central conecta al comandante con sus unidades en todo momento.
En algunos de los monitores, Crowe reconoció la cubierta de aterrizaje. Deseaba plantear una pregunta que quizá importunara a Peak; no obstante la formuló.
—¿De qué nos sirve todo esto, mayor? Nuestro enemigo está en el fondo del mar.
—Correcto. —Peak la miró molesto—. Por eso dirigiremos desde aquí las operaciones submarinas. ¿Cuál es el problema?
—Discúlpeme. Probablemente he pasado demasiado tiempo en el espacio.
Anawak sonrió. Hasta el momento se había abstenido de hacer comentarios; se había limitado a acompañarlos, ya que a Crowe le gustaba tenerlo a su lado. Peak les mostró otras salas de control. Tras el CIC se hallaba el JIC, el Centro de Inteligencia Conjunta.
—Aquí se descifran e interpretan los datos de los diversos sistemas de información —dijo Peak—. Al
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no Se acerca nada que no haya sido observado antes con todo detalle, y si a los muchachos no les gusta, disparan.
—Vaya responsabilidad —musitó Crowe.
—Algunas cosas ya vienen interpretadas por el ordenador. Pero son ciertas, por supuesto. —Peak hizo un amplio movimiento con la mano—. CIC y JIC son áreas de trabajo científico; además nos llegan noticias del mundo entero, tenemos en pantalla la CNN y la NBC junto a una docena de cadenas de televisión relevantes. Usted tendrá acceso a cuanta información desee y a las bases de datos de la Agencia de Cartografía del Ejército. Es decir, tendrá el placer de trabajar con los mapas oceánicos de la marina, que son mucho más exactos que los que maneja la investigación independiente.
Bajaron. Luego visitaron el centro de compras, los pabellones residencia y los pabellones dormitorio vacíos y el inmenso hospital del nivel 03, una área antiséptica desierta con seiscientas camas, seis salas de operaciones y una sala de terapia intensiva descomunal. Crowe se imaginó lo que debía de ser aquello en tiempos de guerra: personas sangrando que gritaban y médicos y enfermeras corriendo por las salas. El
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comenzaba a parecerle cada vez más un barco fantasma o, mejor dicho, una ciudad fantasma. Volvieron a subir al nivel 02 y siguieron en dirección a la popa hasta que llegaron a una rampa que tenía el ancho suficiente como para que pudieran circular vehículos.
—El túnel va en zigzag desde el interior del barco hasta la isla —dijo Peak—. El
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está construido de tal forma que podemos desplazarnos en jeep por los niveles de importancia estratégica. También los marines pueden ir a cubierta por este túnel. Ahora bajaremos.
Sus pasos resonaban en las paredes de acero. Crowe se sentía como en un aparcamiento. Tras cruzar el túnel de la rampa llegaron a un inmenso hangar; Crowe sabía que ocupaba al menos un tercio de la eslora y tenía la altura de dos cubiertas. Una vez allí, se notaba corriente. A ambos lados se abrían enormes portones que llevaban a las plataformas externas. El color amarillo pálido de la iluminación se mezclaba con la luz natural que entraba, creando una atmósfera difusa. Entre las cuadernas había pequeños despachos y puntos de control con paredes acristaladas. A lo largo del techo se extendía un riel con ganchos que servía de medio de transporte. Al fondo, Crowe vio grandes carretillas elevadoras y dos todoterreno Hummer.
—Por lo general, la cubierta del hangar está llena de aeronaves —dijo Peak—. Pero en esta misión nos arreglamos con los seis helicópteros Super Stallion que están en el techo. En caso de emergencia, cada uno de ellos puede evacuar a cincuenta personas. Además tenemos dos helicópteros de combate Super Cobra para misiones rápidas. —Señaló las aberturas laterales a modo de portones—. Las plataformas externas funcionan como montacargas; con ellas subimos las aeronaves hasta el techo. Cada una soporta más de treinta toneladas de peso.
Crowe se dirigió al portón lateral de estribor y miró al exterior. El mar se extendía gris y helado hacia un horizonte vacío. Rara vez aparecían icebergs por aquella zona. La corriente oriental de Groenlandia los llevaba por la costa a más de trescientos kilómetros de distancia. Por allí sólo pasaba algún que otro témpano de hielo sucio.
Anawak se le acercó.
—Uno de los muchos mundos posibles, ¿no es cierto?
Crowe asintió muda.
—¿En sus escenarios de civilizaciones extraterrestres tiene también una variante subacuática?
—Contemplamos todas las posibilidades, León. Se va a reír, pero lo cierto es que cuando reflexiono sobre formas de vida extraterrestre, pienso sobre todo en nuestro planeta. Observo las profundidades marinas, el interior de la Tierra, los polos, el aire... Mientras no conozcamos nuestro propio mundo, no podremos saber cómo son los otros.
Anawak asintió.
—Creo que ése es nuestro mayor problema.
Siguieron a Peak rampa abajo. La rampa conectaba los diversos niveles como en una caja de escalera gigante. El túnel desembocaba en un pasillo situado en la planta baja que llevaba a la popa. Ahora estaban en pleno centro del
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. A un lado se abría una compuerta de la que salía una fría luz artificial. Al entrar, Crowe reconoció a la bióloga con la que había estado en contacto video telefónico durante las últimas semanas. Sue Oliviera estaba junto a una de las mesas de laboratorio; hablaba con dos hombres que se presentaron como Sigur Johanson y Mick Rubin.
La cubierta entera parecía haber sido remodelada como laboratorio. Las mesas y los aparatos estaban agrupados a modo de islas. Crowe vio depósitos y cámaras frigoríficas. Dos contenedores grandes e interconectados estaban señalizados con carteles de riesgo biológico; al parecer habían llegado al sector de máxima seguridad. Entre ellos se alzaba un armazón del tamaño de una casa pequeña, rodeado por un circuito al que se accedía por unas escalerillas de acero. Las paredes del tanque estaban conectadas mediante tubos y cables gruesos con unos aparatos que parecían armarios. Una gran ventana de forma ovalada permitía mirar el interior, levemente iluminado, que estaba lleno de agua.
—¿Tienen un acuario a bordo? —Preguntó Crowe—. Qué bonito.
—Es un simulador oceánico —explicó Oliviera—. El original se encuentra en Kiel. Éste es bastante más grande y además tiene una ventana panorámica de cristal blindado. La presión que hay en el interior la mataría, pero a otros seres los mantiene con vida. En este momento habitan el tanque un par de centenares de cangrejos blancos que fueron capturados en Washington y conservados en recipientes de alta presión. Es la primera vez que logramos mantener viva la gelatina. O eso creemos. Hasta el momento no la hemos visto; sin embargo, estamos seguros de que sigue dentro de los cangrejos y que los maneja.
—Fascinante —dijo Crowe—. Pero no habrán traído el simulador únicamente por los cangrejos, ¿verdad?
Johanson sonrió enigmático.
—Nunca se sabe qué caerá en la red.
—Entonces es un campo de prisioneros de guerra.
—Un campo de prisioneros de guerra. —Rubin se rió—. Buena idea.
Crowe miró a su alrededor. La estancia estaba herméticamente cerrada por los cuatro costados.
—¿No era esto la bodega? —preguntó.
Peak arqueó las cejas.
—Cierto. Si atravesamos esa compuerta llegamos a la parte posterior del
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; el hangar está justo encima de nosotros. Ha leído mucho sobre este aparato, ¿verdad?
—Sentía curiosidad —dijo Crowe con modestia.
—Esperemos que convierta su curiosidad en conocimientos.
—Vaya gruñón —le susurró Crowe a Anawak mientras abandonaban el laboratorio y seguían por el túnel hacia la popa.
—¡Qué va! —Anawak sacudió la cabeza—. En realidad es un buen tipo. Sólo que no está acostumbrado a tratar con civiles sabihondos.
El túnel desembocaba en un pabellón aún más alto y más largo que la cubierta del hangar. Caminaron por una playa artificial que descendía hasta una especie de dársena cubierta por planchas de madera. Yacía ante ellos como una inmensa piscina sin agua. En el centro se veía una cámara cuadrada de vidrio con dos compuertas colindantes. A un lado se alzaba un enorme tanque cuyas olas encrespadas reflejaban la luz del pabellón. Crowe vio que algunos cuerpos delgados con forma de torpedo se deslizaban bajo la superficie.
—Delfines —dijo asombrada.
—Sí. —Peak asintió—. Nuestra escuadra especial.
Crowe miró hacia arriba. También allí corría por el techo un sistema de rieles con ramales. De él colgaban construcciones de aspecto futurista, como si alguien hubiera ensamblado inmensos coches deportivos con batiscafos y aviones. A ambos lados de la dársena la playa se bifurcaba en pasarelas a modo de muelles. De las paredes colgaban cajas con equipos y material de trabajo. Y, entre ellas, Crowe vio sondas, aparatos de medición y trajes de buceo en armarios abiertos. A intervalos regulares había escalerillas que comunicaban con el borde del pabellón.
En la parte anterior de la dársena había cuatro zodiacs varadas.
—Alguien sacó el tapón, ¿no?
—Sí, anoche. Por cierto, el tapón está ahí. —Peak señaló la cámara acristalada. Crowe calculó que tendría diez metros por ocho—. Es la esclusa, nuestra puerta al mar. Está doblemente asegurada: en el suelo del pabellón tenemos compuertas de vidrio y en el forro exterior compuertas macizas de acero. En el medio queda un pozo de tres metros de altura. Es un sistema muy sencillo, funciona de forma alterna. En cuanto tenemos un bote en el pozo, cerramos la cubierta de cristal y abrimos las compuertas de acero. Y cuando queremos devolverlo al interior del barco, hacemos lo mismo. El bote entra en la esclusa, las compuertas de acero se cierran, y nosotros podemos mirar por la cubierta acristalada si se ha colado algo que no nos gusta. Al mismo tiempo sometemos el agua a análisis químicos. El interior de la esclusa está provisto de sensores que revisan si contiene impurezas o tóxicos. Luego se transfieren los resultados a dos dispositivos, uno situado en el borde de la esclusa y el otro en la consola de control. El bote queda atrapado en el pozo cerca de un minuto. Una vez que hemos comprobado que está todo en orden abrimos el techo de vidrio y lo soltamos en cubierta. Del mismo modo salen y entran los delfines. Venga.
Siguieron por el muelle de estribor. A mitad de camino sobresalía del suelo una consola; estaba adosada al borde y provista de monitores y de diversos instrumentos de mando. Un hombre huesudo de ojos saltones y bigotes largos se separó de un grupo de militares y se acercó.
—El coronel Luther Roscovitz —lo presentó Peak—. Jefe de la base de inmersión.
—Usted es la señorita Alien, ¿verdad? —Roscovitz descubrió unos dientes largos y amarillentos—. Bienvenida a bordo. ¿Por qué ha tardado tanto?
—Mi nave espacial venía con retraso. —Crowe miró a su alrededor—. Bonita consola.
—Cumple con su cometido. La usamos para manejar la esclusa y para subir y bajar los batiscafos. Además desde aquí manejamos las bombas que llenan de agua la cubierta.
Crowe recordó lo que sabía del
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. Señaló con un movimiento de cabeza la pared de acero situada a popa que cerraba la cubierta y dijo:
—Eso es una compuerta, ¿verdad?
—Exacto. —Roscovitz sonrió satisfecho—. Si llenamos los tanques de lastre traseros podemos bajar la compuerta de popa y hacer que descienda el barco. Entonces llega agua del mar y ya tenemos un bonito puerto, con entrada y todo.
—No está nada mal su lugar de trabajo. Me gusta.
—No se engañe. Normalmente se amontonan aquí lanchas de desembarco, remolques de carga pesada y botes anfibios. En un santiamén este inmenso pabellón se convierte en un estrecho habitáculo. De todos modos para esta misión hemos tenido que modificarlo todo, ya que no requiere lanchas de desembarco. Necesitábamos un barco que tuviera el peso suficiente para que no lo hunda ningún animal, que resistiera olas gigantes, dispusiera de la mejor tecnología en comunicaciones y tuviera espacio suficiente para las aeronaves, así como una base de inmersión. Fue una suerte que estuvieran construyendo el
LHD-8
. De ese modo conseguimos el buque anfibio más grande y potente de todos los tiempos; estaba prácticamente listo y además pudimos hacer algunas modificaciones, así que no podría haber salido mejor. El astillero de Mississippi donde se construyó es enormemente avanzado. Remodelaron la cubierta de pozo en poquísimo tiempo, incorporaron las esclusas y modificaron el sistema de bombeo. Ahora podemos llenar la dársena sin abrir la compuerta de popa. Únicamente la utilizamos en caso de que queramos salir con las zodiacs.