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Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

El quinto día (103 page)

BOOK: El quinto día
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—En él hemos aplicado algo que observamos en los mamíferos marinos —dijo Anawak—. En cierto modo es lo que usan los delfines para esquivar el eco y las interferencias: cantan.

—Yo pensaba que eso sólo lo hacían las ballenas —dijo Peak.

—Que las ballenas cantan es una interpretación humana —respondió Anawak—. Posiblemente ni siquiera tienen sentido de la música. Pero Sam se refiere a otra cosa. En este caso cantar significa que los animales modulan sin cesar su frecuencia y su espectro de armónicos. De ese modo no sólo excluyen las interferencias, sino que además amplían considerablemente el potencial de transmisión de la información digitalizada bajo el agua. Así que usamos un módem que también canta. En este momento llegamos a 30 kilobytes en un radio de tres kilómetros; es la mitad del rendimiento de una conexión RDSI; sin embargo, basta para enviar imágenes de alta resolución.

—¿Y qué les contamos? —preguntó Peak.

—Las leyes de la física, el código cósmico, están en formato matemático —dijo Crowe—. El orden cósmico hizo posible la evolución de la conciencia de modo que ésta pudo volver a crear la matemática para explicar su propio origen en forma resumida y creativa. La matemática es el único lenguaje universal que entiende cualquier ser inteligente que exista dentro de las condiciones generales físicas imperantes, y es lo que usaremos.

—¿Qué quiere hacer? ¿Plantearles ejercicios matemáticos?

—No, expresar ideas en términos matemáticos. En 1974 concentramos una radioseñal terrestre de altísima energía y la enviamos a un cúmulo globular de estrellas de la constelación de Hércules. Teníamos que encontrar un modo de codificar el mensaje de manera que fuera entendido en un planeta desconocido, aunque he de reconocer que posiblemente se nos fue un poco la mano: hay que estar muy evolucionado para descifrar ese código. Pero con métodos matemáticos funciona. En total enviamos 1.679 signos en sistema binario, es decir, punto y raya como en el sistema Morse. A partir de aquí la cuestión resulta más complicada. Un matemático sabe interpretar la cifra 1.679 porque únicamente puede formarse con el producto de 23 y 73, ambos números primos, esto es, sólo divisibles por 1 o por sí mismos. Una vez comprendido esto, el receptor ya tiene la base del sistema numérico humano. Enviamos los 1.679 signos repartidos en 73 columnas de 23 signos cada una. Como ven, con un poco de matemática se puede enviar una gran cantidad de información. Pues bien, si transformamos los puntos y rayas en blanco y negro... ¡milagro! tenemos un dibujo.

Sostuvo en alto una hoja con un gráfico. Parecía un texto de ordenador impreso en pocos píxeles. Algunas figuras resultaban un tanto abstractas; otras permitían reconocer formas claras.

—Las líneas superiores informan sobre los números del 1 a 10, es decir, nuestro sistema de cálculo. Después vienen los números atómicos de varios elementos químicos: hidrógeno, carbono, nitrógeno, oxígeno y fósforo; todos ellos esenciales para nuestro planeta y para la vida en la Tierra. Luego sigue un amplio desglose de la bioquímica terrestre: fórmulas de azúcares y bases, estructuras de doble hélice, etcétera. La silueta del último tercio muestra a un ser humano junto con la estructura del ADN, lo cual informa sobre nuestra evolución en el planeta. Es muy poco probable que un receptor extraterrestre conozca las unidades de medida terrestres, de modo que expresamos la estatura media de un ser humano mediante la longitud de onda de las radioseñales transmitidas. A continuación tenemos una representación de nuestro sistema solar, y por último dibujamos el aspecto, tamaño y modo de trabajo del telescopio de Arecibo que envió el mensaje.

—Como una invitación a volar hasta aquí y devorarnos —observó Vanderbilt.

—Sí, eso es algo con lo que la CÍA nos ha importunado siempre. Y nosotros siempre hemos respondido que no es necesaria tal invitación. Hace décadas que enviamos ondas de radio al espacio. Toda nuestra radiocomunicación, incluida la de los servicios secretos, lo hace. No es necesario decodificar esas ondas para comprender que sólo pueden provenir de una civilización tecnológica. —Crowe dejó el diagrama—. El mensaje de Arecibo estará viajando veintiséis mil años; es decir, que no recibiremos respuesta hasta dentro de cincuenta y dos mil. Pero no teman, esta vez será más rápido. Actuaremos en varios planos. Nuestro primer mensaje será muy sencillo: sólo consistirá en dos ejercicios matemáticos. Si los de abajo tienen espíritu deportivo, contestarán. Con este primer intercambio queremos comprobar la existencia de los yrr y constatar si es posible entablar conversación con ellos.

—¿Y por qué habrían de responder? —Preguntó Greywolf—. Al fin y al cabo, ya saben cuanto desean sobre nosotros.

—Quizá sepan algunas cosas, pero probablemente desconocen lo más importante: que somos inteligentes.

—¡¿Cómo?! —Vanderbilt sacudió la cabeza—. ¡Destruyen nuestros barcos! Por tanto saben que podemos construirlos. ¿Así que cómo van a dudar de nuestra inteligencia?

—Que fabriquemos construcciones técnicas no prueba que seamos inteligentes. Observe las colonias de termitas: son obras arquitectónicas impresionantes.

—Eso es diferente.

—No sea tan soberbio. Si llegara a ser cierto que la cultura de los yrr se basa únicamente en la biología como asegura el doctor Johanson, debemos poner en duda que nos consideren capaces de pensamiento lógico y estructurado.

—Quiere decir que nos consideran... —Vanderbilt hizo una mueca de asco—, ¿animales?

—Bichos dañinos, tal vez.

—Una plaga de insectos —sonrió Delaware—. Quizá nos enfrentamos a fumigadores.

—Miren, me he tomado el trabajo de analizar su estructura de pensamiento y sacar algunas conclusiones sobre su forma de vida —dijo Crowe—. Sé que todo esto es muy especulativo, pero de alguna manera tenemos que circunscribir nuestros intentos de establecer contacto. De modo que me he puesto a pensar por qué los numerosos contactos bélicos establecidos por su parte nunca estuvieron precedidos por un solo contacto diplomático. Puede querer decir que no conceden importancia a la diplomacia. O bien puede significar que ni siquiera se les ocurrió. Bueno, tampoco un ejército de hormigas rojas migratorias intercambiaría cortesías diplomáticas con un animal al que están atacando. Pero, por otra parte, las hormigas responden a instintos sofisticados. Los yrr, en cambio, se distinguen por una actuación planificada que está marcada por la facultad de conocer: desarrollan estrategias creativas. De modo que son inteligentes y conscientes de su inteligencia; ahora bien, ello no parece ir unido a concepciones éticas o morales, a ideas del bien y del mal. Quizá según su lógica deben combatir a nuestra especie de manera fulminante. Y mientras no les demos motivo para reflexionar sobre su forma de actuar, tampoco lo harán.

—¿Y para qué vamos a enviarles mensajes si están destruyendo nuestros cables submarinos? —Preguntó Rubin—. De ahí podrían sacar cuanta información quisieran.

—Está confundiendo algunas cosas —sonrió Shankar—. El mensaje de Arecibo que mandó Sam es comprensible para un extraterrestre simplemente porque está estructurado de tal modo que pueda ser descifrado por un intelecto extraño. En nuestro intercambio diario de información no nos tomamos ese trabajo. Para una inteligencia extraña, esos mensajes sólo les crearían una gran confusión.

—Es cierto —dijo Johanson—. Pero sigamos analizando el asunto. A mí se me ocurrió la teoría de la biotecnología y Sam la adopta. ¿Por qué? Porque es evidente. No estamos ante ataques con máquinas ni con aparatos técnicos. Sólo hay pura genética, organismos que son utilizados como armas, mutaciones lanzadas con un objetivo. Los yrr deben de estar ligados a la naturaleza de una manera completamente distinta de la nuestra. Podría imaginarme que no están ni mucho menos tan alienados de su entorno natural como nosotros.

—O sea que estamos ante el buen salvaje... —se aventuró Peak.

—Yo no diría bueno. Quiero decir, es condenable contaminar el aire con gases de escape. Y también puede ser condenable criar animales y modificarlos genéticamente como a uno le convenga. Sólo intento analizar el modo en que ellos sienten nuestra amenaza sobre su hábitat. Nosotros nos preocupamos por la deforestación de los bosques. Unos están en contra; otros lo siguen haciendo pese a todo. Tal vez ellos sean el bosque, en sentido metafórico. A favor de ello habla su forma de utilizar la biología. Y en este aspecto incorporan algo que me parece llamativo. Dejando de lado las ballenas, en casi todos los casos se sirven de formas de vida que aparecen en cantidades enormes: gusanos, medusas, moluscos, cangrejos; todos ellos son seres con infinidad de ejemplares. Sacrifican a millones de esos animales para lograr sus objetivos. El individuo no tiene ningún valor para ellos. Si fueran seres humanos, ¿pensarían así? Nosotros cultivamos virus y bacterias, pero sobre todo nos dedicamos a producir armas en cantidades considerables. Los medios biológicos de destrucción masiva no son realmente lo nuestro. Los yrr, en cambio, parecen estar muy familiarizados con ellos. ¿Por qué? ¿Es porque también entre ellos hay infinidad de individuos?

—Usted cree...

—Pienso que estamos frente a una inteligencia colectiva.

—Y ¿cómo siente una inteligencia colectiva? —preguntó Peak.

—¿Cómo siente un pescador?, se preguntaría un pez en la red si fuera capaz de semejante reflexión —dijo Anawak—. ¿Por qué tienen que morir de asfixia él y millones más? ¿No es un asesinato en masa?

—No —dijo Vanderbilt—. Son trozos de pescado.

Crowe alzó las manos.

—Estoy de acuerdo con el doctor Johanson —dijo—. La conclusión es que los yrr han tomado una decisión colectiva en la que no se plantea la cuestión de la responsabilidad moral y la compasión. No se trata de suscitar su conmiseración; esa estrategia únicamente funciona en las películas. Lo único que podemos hacer es despertar su interés para que consideren que es mejor comunicarse con nosotros que aniquilarnos. Sin conocimientos físicos y matemáticos los yrr no podrían haber realizado lo que han realizado hasta ahora, de modo que los desafiaremos a un duelo matemático... hasta que su lógica, o si lo prefieren su moral incomprensible, les haga reflexionar sobre su forma de actuar.

—Tienen que saber que somos inteligentes —insistió Rubin—.

Si hay alguien que se distingue por el dominio de la física y la matemática, somos nosotros.

—Sí, pero ¿somos una inteligencia consciente?

Rubin pestañeó confundido.

—¿Qué quiere decir?

—Me refiero a si somos conscientes de nuestra inteligencia.

—¡Por supuesto!

—¿Y si fuéramos un ordenador capaz de aprender? Nosotros sabemos la respuesta, pero ¿la saben ellos también? En teoría, podemos sustituir un cerebro entero por componentes electrónicos y obtener inteligencia artificial que es capaz de hacer lo que pidamos. Podría construir una nave espacial y esquivar la velocidad de la luz. Ahora bien, ¿es este cerebro informático consciente de sus facultades? En 1997 un ordenador de IBM llamado
Deep Blue
venció al campeón mundial de ajedrez Gari Kaspárov, ¿tiene por eso conciencia
Deep Blue
? ¿O es que la máquina venció sin saber por qué? ¿Hay que suponer obligatoriamente que somos seres vivos de inteligencia consciente sólo porque construimos ciudades y tendemos cables submarinos? En SETI, por lo menos, nunca hemos descartado encontrarnos con una civilización de máquinas que haya sobrevivido a sus constructores y haya seguido evolucionando de forma autónoma durante millones de años.

—¿Y los de allí abajo? Quiero decir que si lo que usted afirma es cierto... tal vez los yrr sólo sean hormigas con aletas. Sin valores... sin...

—Correcto. Por ese motivo vamos a actuar en varias fases —dijo Crowe sonriendo—. En primer lugar quiero saber si hay alguien ahí. Segundo, si podemos iniciar un diálogo con ellos. Tercero, si los yrr son conscientes del diálogo y de sí mismos. Sólo cuando llegue a la conclusión de que además de todo su saber y sus capacidades pueden aportar también imaginación y entendimiento, admitiré que son seres inteligentes. Entonces tendrá sentido reflexionar sobre sus valores y, si efectivamente los tienen, ninguno de los aquí presentes debería esperar que coincidan con los nuestros.

Durante un momento se hizo el silencio.

—No quisiera inmiscuirme en discusiones científicas —dijo finalmente Li—. La inteligencia pura es fría. La inteligencia unida a la conciencia es otra cosa. En mi opinión, de ahí tienen que surgir valores. Si los yrr constituyen una inteligencia consciente, tienen que reconocer por lo menos un valor: el de la vida. Y lo hacen, porque intentan protegerse. Por tanto tienen valores. De modo que la cuestión es si hay algún punto en común con los valores humanos, por pequeño que sea.

Crowe asintió.

—Sí —dijo—. Por pequeño que sea.

Casi al anochecer enviaron a las profundidades el primer impulso sonoro concentrado. Eligieron un campo de frecuencia que Shankar había determinado previamente y que estaba en el espectro del sonido no identificado que la gente de SOSUS había bautizado como
Scratch
.

El módem moduló la frecuencia. La señal fue reflejada aquí y allá; se produjeron interferencias. En el CIC, Crowe y Shankar volvieron a modular la frecuencia hasta que quedaron satisfechos. Una hora más tarde Crowe estaba convencida de que el mensaje era claramente comprensible para seres que podían procesar ondas sonoras. La cuestión era si tendría sentido para los yrr.

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