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Authors: Elisabetta Gnone

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico

El Secreto de las Gemelas (12 page)

BOOK: El Secreto de las Gemelas
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Devién nos hizo callar a todas:

—¿Queréis guardar silencio un momento? —interrumpió con voz firme—, ¿Es que creéis que los Mágicos de la Suma Asamblea se han reunido para organizar la fiesta de las calabazas? Más bien estarán estudiando un plan para defender al pueblo del Terrible 21, y son decisiones que llevan su tiempo. Así que calmaos.

Devién no siempre tenía razón, pero sabía ser convincente.

Esperamos en silencio un buen rato, hasta que:

—¡Eh, mirad, son ellos! —exclamó Lolaflor indicando una fila de lamparitas que brillaban en la niebla.

Nos alzamos en vuelo: una columna de sombras oscuras caminaba silenciosa hacia nosotras. Algunos de ellos, los Magos de la Luz, llevaban las linternas nocturnas.

—¿Están todos? ¿Podéis verlos? —preguntó Pic desde la valla.

—Me parece que sí... —respondí entrecerrando los ojos para ver mejor—, Hortensia sí, es ella, y detrás… el señor Burdock. Luego... ahí está mi Tomelilla. Y aquel debe de ser Meum McDale. Luego siguen Cardo Pitlochry, Lilium Martagon, Butomus Rush, Tulipa Oban, Matricaria Blossom, Magnolia Drowner, Alcanfora Luke... y tu bruja Verbena. ¿La ves, Lolaflor? No falta ninguno. Andan lentamente, parecen cansados.

Esperamos en silencio y, cuando los Mágicos estuvieron lo bastante cerca, oímos a Lala Tomelilla preguntar sorprendida:

—¿Qué hacen estas hadas aquí fuera a estas horas?

Una llegada inesperada

Entramos en casa, Tomelilla delante y yo detrás.

—No tendrías que haber salido, Felí —me regañó apenas estuvimos dentro—. ¿Cuántas veces tengo que decirte que no quiero que salgas sola después del anochecer?

"¡Pero es que estaba inquieta!", tendría que haber respondido. En cambio, callé y ella continuó:

—Son tiempos oscuros y peligrosos, incluso para vosotras las hadas luminosas. No quiero ni imaginar cómo me sentiría si te ocurriera algo... Prométeme que no lo volverás a hacer, Felí, por lo menos sin mi permiso. ¡Prométemelo!

—Lo prometo —susurré.

Entramos en el invernadero y Tomelilla cerró la puerta detrás de nosotras. Aún iba envuelta en su capa y su manera de actuar era misteriosa.

—¿Las niñas duermen?

—Sí... —dije sin levantar los ojos.

—Creo que podríamos despertarlas. Estoy segura de que cuando vean lo que tengo aquí se pondrán contentas de dejar la cama... —algo se movió bajo la capa de Tomelilla y un instante después asomó...

—¡Shirley Poppy!

—Sí. Esta pequeña espía y su ratón se las han arreglado para escuchar detrás de un árbol lo que se decía en la Asamblea antes de que yo los descubriera. Y cuando se han enterado de que Vainilla y Pervinca son brujas, han querido venir conmigo a toda costa —explicó Tomelilla.

Shirley sonrió y me observó con sus grandes ojos negros.

—Tú debes de ser Felí —dijo acercándose a mí—. ¡Qué bonita eres! Tus cabellos son como... ¡gotas de rocío! Y tu vestidito... ¡una nube de luz! Eres el ser más bonito que he visto nunca.

—Gracias —respondí ruborizándome—. He oído hablar mucho de ti, ¿sabes? Y también de Mr. Berry —dije estrechándole la patita al ratón. Mr. Berry me enseñó la lengua—. Lo sé, sé que estamos en peligro —le agradecí—. ¿Tenéis hambre?

—Claro que tendrán hambre —respondió por ellos Tomelilla—. El papá de Shirley ha dicho que anoche no pudieron cenar a causa de la tormenta, así que, por favor, ve a despertar a las gemelas y diles que bajen... —no había terminado la frase cuando la puerta se abrió.

—¡Ya estamos aquí! —exclamaron Babú y Pervinca entrando en el invernadero. Venían en pijama y despeinadas aún de la cama.

—Os hemos oído entrar y...

—¡No sé cómo no me lo he imaginado! —suspiró Tomelilla.

Las niñas se abrazaron.

—Qué contentas estamos de verte, Shirley, ¿estás bien? ¿El Terrible 21 también ha ido a tu casa? —Shirley hizo un gesto de sí con la cabeza y Mr. Berry sacó la lengua—. Tienes razón, ratoncito, el peligro ronda por aquí —dijo Vainilla haciéndole una caricia. Mr. Berry se comió un azucarillo de arándano.

—Id a vestiros —ordenó Lala Tomelilla—, mientras nosotros preparamos una tarta y café con leche para todos. Después, sin perder más tiempo, empezaremos la primera lección de magia.

Electrizadas por la emoción, las niñas salieron corriendo por las escaleras hacia su habitación.

—¡Qué domingo más apasionante! —exclamó Babú volando hacia el baño. Pervinca puso los ojos en blanco.

—¡EH! ¿Cómo lo has hecho?

—¿El qué?

—¡Volar! ¿Quién te ha enseñado?

—Nadie. ¿Por qué?, ¿tú no vuelas?

—Yo... no lo sé, creo que nunca lo he intentado.

—Pues inténtalo ahora. Venga, un vuelecito hasta el armario. Es fácil... —la invitó Babú. Pervinca cerró los ojos y dio un saltito.

—No, no, ¡no es así! —dijo Vainilla riendo—. Prueba a pensar que eres una mariposa, o una libélula, o un colibrí...

—Me es más fácil pensar en un búho, un cuervo o un avispón.

—Da igual con tal de que sea un animal que vuele. Bien... tú te pones a caminar así por la habitación, ¿vale? Luego piensas: "¡Soy un búho!", o un cuervo, o lo que tú quieras. Y dices: "¡No peso y puedo elevarme!", y vuelas. ¡Venga! "¡No peso y me elevo!" ...¡prueba!

Pervinca fue hasta el rincón más alejado de la habitación, abrió los brazos como un halcón y empezó a correr hacia el armario.

—¡No peso y me elevo! —gritó. Por suerte, Babú consiguió detenerla justo antes de que se estrellara contra las puertas.

—Debes de haber hecho algo mal —dijo recomponiendo a su hermana—. Tal vez no te has concentrado bastante...

—O quizá las Brujas de la Oscuridad tienen una técnica de vuelo distinta de la de las Brujas de la Luz —intervine yo—. Y como no lo sabemos, sugiero que Pervinca pida consejo a tía Tomelilla antes de volver a intentarlo. Ahora vestíos, el desayuno estará ya listo y Shirley esperándoos.

Hablé con tono alegre y desenfadado para que Vi no se tomara demasiado en serio aquel primer y pequeño fracaso. Pero el rubor de sus mejillas traicionaba su orgullo herido.

Sin embargo, nada más abrir el armario la expresión de su rostro cambió:

—¡EH, MIRAD! —exclamó.

Colgados y listos para que se los pusieran había dos flamantes vestidos nuevos.

—Serán el uniforme para las lecciones de magia.

—¡Son iguales! —dijo Babú tomando el que llevaba su nombre—. ¡Qué raros!

Volé alrededor de los vestidos y noté que estaban confeccionados con una tela gruesa y pesada que yo ya había visto, aunque en otro color. La del uniforme de las niñas era negra como las plumas de un cuervo. Un gran bolsillo rodeaba la falda y de él asomaba una varita. Había un cartelito pegado que decía "¡NO TOCAR!".

—¡Y tan raros! —rezongó Pervinca.

Las niñas se pusieron los vestidos y se abotonaron la una a la otra los botones de la espalda. Estaban muy graciosas.

Pervinca tuvo el impulso de agarrar la varita.

—No, no —dije yo deteniéndola a tiempo—. Es un instrumento delicado, espera a tía Tomelilla.

Ella frunció el ceño y hurgó en los bolsillitos de la pechera.

—¡Hay una nota! —dijo—. Parece la letra de la tía. Dice:

¡Sois las mejores! Acabáis de vestiros con el uniforme de las aprendices de bruja. En el primer cajón de la derecha encontraréis el resto.

—¡Guau, ahora somos
aprendices de bruja
!

Siguiendo la indicación de la nota, Vainilla abrió el cajón del armario y encontró dos pares de calcetines nuevos y dos cojines redondos de raso negro.

—Parecen calcetines normales, aunque son tan verdes como nuestro prado... —comentó.

—Será porque han sido tejidos con las flores de nuestro prado... —repuso Pervinca poniéndose el primer calcetín.

—¿Y esto qué será? —Vainilla observó perpleja uno de los dos cojines. Estaba ligeramente relleno y era, más o menos, como su cabeza de ancho. Lo miró de arriba abajo sin comprender para qué servía—. Bueno, llevémoslo con nosotras, la tía nos lo explicará —dijo al fin, metiéndose el cojín en el gran bolsillo.

Mientras bajábamos la escalera, noté que Pervinca tenía una expresión decepcionada.

—¿Qué te sucede? —pregunté.

—Oh, no es nada... Sólo que esperaba algo más. Creía que tendríamos vestidos hasta los pies con grandes capas y gorros puntiagudos, varitas de plata y una escoba voladora. Me habría venido bien, puesto que soy incapaz de volar. La noche del Solsticio, las brujas de Fairy Oak se visten así...

—La noche del Solsticio ya ha pasado —traté de explicarle —y tú eres bruja desde hace sólo doce horas, debes tener paciencia. Veo que tus heridas se han curado.

—Sí, y ya le he dado las gracias a Babú, si es lo que querías saber.

—¿Por qué estás enfadada conmigo, Vi?

—No estoy enfadada contigo, Felí, es que estoy harta de tener que esperar siempre para todo. Si al menos esa paciencia de la que tanto habláis tuviera un buen sabor...

Entramos en la cocina y, para nuestra sorpresa, encontramos a Shirley vestida como las gemelas. Sin embargo, sus calcetines eran distintos: en vez de flores del jardín, estaban hechos con hierbas y flores del campo. En la cabeza llevaba un espléndido sombrero en punta y Pervinca me lo hizo notar.

—¡Ya era hora! —exclamó Tomelilla—. Empezábamos a preocuparnos. Tomaos el desayuno y tened cuidado de no mancharos el uniforme nuevo. Veo que habéis encontrado todo.... —dijo con una sonrisa que daba a entender lo bien que conocía la curiosidad de sus sobrinas—. Pero, ¿dónde están vuestros sombreros?

—No hemos encontrado ningún sombrero, precisamente le estaba diciendo a Felí que...

—¿No habéis encontrado los sombreros?

—No, en el cajón sólo estaban los calcetines y dos extraños cojines...

—Claro, ¡los sombreros!

Babú y Pervinca sacaron los dos objetos negros que habían encontrado en el cajón y se los enseñaron a su tía.

—Exacto, esos. ¡Ponéoslos!

Las niñas se miraron dubitativas y lentamente se pusieron los cojines encima de la cabeza.

—Yo creo que se están burlando de nosotras —murmuró Pervinca.

No había terminado de hablar cuando... ¡BOING! Su cojín se abrió y Un espléndido sombrero de bruja se desplegó sobre su cabeza. Lo mismo le ocurrió a Vainilla.

—¡Los sombreros! —confirmó Tomelilla—. Cuando os los quitéis, se replegarán solos.

Diez minutos después bajamos a la Habitación de los Hechizos.

Más allá de la oscuridad

A las niñas les estaba prohibido entrar en la Habitación de los Hechizos y siempre habían respetado esta regla. No por obediencia, claro, sino porque había que recorrer un largo pasillo oscuro para llegar hasta ella y Vainilla y Pervinca siempre lo habían definido como "una aventura imposible".

Si hubieran tenido sólo un poco más de valor, habrían descubierto que aquel pasillo escondía un secreto. Había que dar veinte pasos en la oscuridad antes de descubrirlo, pero ese breve momento de miedo era luego recompensado con un espectáculo maravilloso: al dar el vigésimo paso, las paredes de roca se iluminaban. Miles y miles de lamparitas ocultas entre las piedras se encendían al pasar, iluminando el camino hasta la Habitación.

A la mitad, el pasillo torcía y el techo se volvía gradualmente más bajo hacia una puertecita de madera. Era preciso agacharse para pasar, y por supuesto quitarse el sombrero, pero una vez dentro, los recién llegados se hallaban en una habitación grandiosa.

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