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Authors: Elisabetta Gnone

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico

El Secreto de las Gemelas (19 page)

BOOK: El Secreto de las Gemelas
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—¡Esta soy yo! ¿Cuándo lo has dibujado?

—Ayer por la tarde. Eres tú en el acantilado. Te pareces, ¿verdad?

—Vaya que sí, parece una foto. Lo quiero, pero antes debes firmármelo.

—No hace falta, tú ya sabes que lo he hecho yo.

—Sí, pero la firma del autor hace más valiosa la obra. ¡Venga, fírmalo!

—A lo mejor en otra ocasión...

—¿Cuándo? ¿Tienes una pluma? Venga, escribe "Shirley" aquí...

—No, de verdad, prefiero no hacerlo.

—Vamos, ¿por qué no quieres firmarlo?

—No es que no quiera... —Shirley lanzó un largo suspiro y Mr. Berry se le acercó para hacerle una caricia.

—¿No te gusta tu nombre? ¿Es por eso?

—¡Es que no sé escribir! —admitió Shirley bajando los ojos.

¡Tu nombre eres tú!

Vainilla se quedó en silencio. Luego recordó la reacción de Shirley ante el regalo de su tía...

—No tiene importancia, yo te enseñaré —dijo—. Y tú, a cambio, me enseñarás a dibujar y a hacer esos bonitos hechizos que he visto en el prado, ¿vale?

Shirley sonrió y asintió con la cabeza.

—Para empezar, aprenderás a firmar... Toma la pluma que te ha regalado tía Tomelilla.

—Oh, esa... ¡no escribe!

—Ayer, cuando la probaste, escribía.

—Sí, pero luego he tratado de escribir una palabra y ella... si te lo digo no me vas a creer, es mejor que lo veas por ti misma... —dijo Shirley tomando la pluma de búho real.

Babú mojó la punta en el tintero y escribió su nombre: VAI-NI-LLA. —¡Funciona muy bien! —dijo mostrando a Shirley lo que había escrito.

—¿Ah, sí? Mira aquí.

Shirley apoyó la pluma sobre la hoja y trazó un garabato que parecía una señora gorda. Estaba muy concentrada y para ayudarse, se mordía la lengua con los labios.

—... bbbB —pronunció. Después hizo una especie de casita que supuestamente era una A. Vainilla lo intuyó porque la boca de la niña estaba muy abierta—. BA... —dijo entonces Shirley. Luego, empezó a escribir la tercera letra. Dibujó a otra señora gorda, pero se detuvo demasiado pronto y, en vez de una B, escribió una P. Con una furia inaudita, la pluma se soltó de su mano, trazó una gran X sobre la P y, furibunda, volvió a su caja, cerrándola tras de sí. Vainilla la miró desconcertada.

—¿Has visto? ¡Ayer por la tarde hizo lo mismo! —explicó Shirley.

—¡Es genial! —exclamó Babú—. ¿No lo entiendes? ¡La pluma se niega a escribir errores! No sólo eso, los marca para que puedas corregirlos —y rompió a reír—. Si Pervinca tuviese una pluma así, terminaría pegándose con ella: Vi se divertiría escribiendo errores sólo por ver enfurecer a la pluma.

Las dos niñas rieron a la vez. Después, Babú tomó la mano de Shirley en la suya y dijo:

—¿Qué querías escribir ayer?

—No tiene importancia —respondió ella—. Más bien, ayúdame a firmar tu dibujo.

Suavemente guiada por Vainilla, Shirley empezó a escribir su nombre:

¡...S...H...I...R...L...E...Y!

—Ya está —dijo Vainilla al final—. ¡Esta eres tú!

—Mi nombre... —por la manera de pronunciar estas palabras, parecía que Shirley Poppy hubiera descubierto el mundo entero en vez de siete pequeñas letras.

El sonido de un reloj de abajo hizo sobresaltar a Vainilla.

—¿Las siete? Qué tarde es. Tengo que regresar, mis padres ni siquiera saben que estoy aquí. Saludo a los tuyos y me voy pitando...

—Oh, papá no está y tía Malva estará cosiendo, y cuando cose ni oye. ¡Y siempre está cosiendo! —contó Shirley.

—Sí, lo he oído decir. ¿Y qué cose? —preguntó Vainilla siguiendo a la niña por la escalera.

—¿Quién lo sabe? No se lo enseña a nadie. Se pasa todo el día en su laboratorio y sólo sale cuando ya es de noche.

—¿Y quién se ocupa de ti durante el día?

—¡Barolo! Y Mr. Berry, y también Antena, la grulla que vive en nuestro tejado.

—Sí, pero ¿quién cocina, quién lava, quién plancha? —en casa de los Periwinkle, todo eso le tocaba a mamá Dalia.

—¡Yo! —respondió Shirley—. Y a veces papá. Pero no hay que esperar grandes platos...

—¿Tú cocinas? —Vainilla pensó que su amiga estaba mintiendo otra vez.

—Las tortillas de hierbas y el suflé de acederas son mis especialidades. Si quieres, un día las puedo hacer para ti.

Babú sacudió la cabeza: ¡ella y su hermana apenas sabían calentar la leche!

—Te acompaño un trecho... —dijo Shirley adelantándose.

El Bosque-que-canta

Atravesaron la era. El sol se había ocultado tras las nubes y Babú notó que las gaviotas volaban muy alto: señal de que estaba a punto de llover. Se preocupó, y aún más cuando vio que, en vez de ir en dirección al pueblo, Shirley había tomado el sendero del bosque.

—¿Adónde vamos?

—Sígueme, conozco un atajo —respondió la niña con seguridad.

Caminaron hasta un claro y, allí, Shirley se detuvo.

—Aquí vengo a menudo a dibujar —dijo—. Papá no quiere, dice que el Bosque-que-canta no es lugar para niños. Pero a mí me gusta...

—¿Estamos en el BOSQUE-QUE-CANTA? ¿Pero no sabes que estos árboles son ciudadanos del valle que han infligido la ley? ¡Vámonos! —exclamó Babú aterrorizada.

—¿Por qué? No hacen nada —dijo Shirley—. Es verdad, han infligido la ley, pero la mayor parte de ellos lo hizo por amor. Estarán contentos de tener compañía. Por ejemplo este —Shirley indicó un hermoso sauce de ramas finas—, estoy segura de que no hizo nada malo y, si lo hizo, sería por el bien de alguien. ¿No lo encuentras increíblemente elegante y distinguido? ¡Es mi favorito!

Vainilla reconoció el árbol del dibujo.

—Sí, tienes razón, no tiene aspecto de ser un criminal peligroso. Quién sabe quién era... Eh, ¿qué ruido es ese? ¿Tú también lo oyes?

—A mí me parece música.

—No, no, es el viento entre las hojas...

—Eso cree también mi padre. Tía Malva, en cambio, dice que los prisioneros del Bosque cantan siempre una canción, una especie de nana para aquellos a quienes amaron. Por eso lo llaman el Bosque-que-canta... Yo me lo creo.

—Ahora sí que se me ha hecho tarde. Tengo que irme —dijo Vainilla. En ese momento, Barolo y Mr. Berry, que durante todo el rato había estado comiendo arándanos, se pararon para olisquear el aire.

—Te acompaño un poco, así te enseño el camino —dijo Shirley. El ratoncito se encaramó al hombro de su ama y enseñó su lengua azul—. Te va a dar dolor de barriga, amigo mío —lo amonestó Shirley.

—¿Y si tuviera la lengua azul porque hay peligro? —preguntó Babú cada vez más intranquila.

—¿Tienes miedo? ¿Quieres que vayamos contigo hasta tu casa?

—Y luego, ¿tú qué haces?... No, mejor que no. Pero démonos prisa, está atardeciendo y ya no puedo volar.

—Entonces te acompañará Barolo, él encuentra siempre el camino de vuelta.

Barolo ladró algo.

—Bien, ha dicho que será un placer.

—¡Me lo imagino!

—No, es verdad. ¡Barolo nunca miente!

—¿Y tú cómo lo sabes? ¿Entiendes el lenguaje de los animales?

—¡Claro! —respondió Shirley seriamente—. No todas las palabras, pero capto a menudo el sentido de lo que dicen.

—¿Te burlas de mí?

—No, ¿por qué iba a hacerlo?

—Entonces eres una bruja realmente especial, Shirley Poppy. Yo no tengo ni la mitad de tus poderes…

—Ahora marchaos, ¡pronto! —dijo Shirley abrazando a su amiga.

Barolo se adelantó y, con la nariz pegada a la tierra, fue abriendo camino.

La mentira de Scarlet

En casa de los Polimón, Flox y su madre, Rosie, se ofrecieron a ayudar a Dalia en la búsqueda, y tía Hortensia propuso un plan.

—Puede que hayan sido raptadas, cierto, pero también podría tratarse simplemente de una travesura. Hasta que no lo sepamos, yo creo que no es el caso de alertar a todo el pueblo, así que discreción. Devién, tú sobrevolarás todas las calles y plazas e intentarás ponerte en contacto con Felí. Nada más tengas noticias, correrás a advertirme. Rosie, toma a Dalia del brazo e id hacia la muralla externa. Flox y yo iremos al puerto y luego a la playa... Si Cícero y Duff han ido a casa de los Burdock, seguro que habrán atravesado la plaza, no vale la pena volver a ella.

Era un buen plan, pero tía Hortensia se equivocaba en algo: Duff y Cícero no habían atravesado la plaza. Temiendo la palabrería de Roble, habían decidido ir por otro camino.

—Cortemos por el mercado. Es un poco más largo, pero no mucho —había sugerido el señor Burdock. Acababan de atrás el mercado cuando oyeron una voz a sus espaldas que los llamaba por su nombre.

—Señor Periwinkle, señor Burdock, ¡buenas tardes! —era la hija del alcalde, que aparecía de no se sabe dónde.

—Oh, Scarlet, ¡qué suerte! ¿Has visto a mis hijas? —preguntó en seguida el señor Cícero.

—¿A las gemelas? Mmm, tal vez...

—¿Dónde? Es urgente que las encontremos.

—Bueno, señor Periwinkle, eso sería como chivarme, comprenda...

—Oh, no te preocupes, no se lo diremos a nadie. Bien, ¿dónde las has visto?

—¡Mi boca está sellada! Vainilla y Pervinca son amigas mías y por nada del mundo les causaría problemas.

—No las meterás en ningún problema, sólo quiero hablar con ellas...

—Créame, señor Cícero, si le dijera dónde están, usted se enfadaría muchísimo y sólo pensar que mis amigas acaben castigadas por mi culpa...

—Pero si no las voy a castigar. Y no me enfadaré, ¡te lo prometo!

—Aunque... —era evidente que Scarlet les estaba tomando el pelo— quizá un pequeño castigo las ayudaría a madurar.

Duff Burdock perdió la paciencia.

—Scarlet Pimpernel —gruñó—, si no nos dices ahora mismo dónde están las hijas de Periwinkle, te agarraré del pelo, te arrastraré hasta tu madre y le diré que, en vez de estar con tu tía Güenda, como has prometido, estabas por ahí vagabundeando y espiando a los hijos de los demás. Bien, ¿dónde están?

—¡No se atreverá! —protestó Scarlet con los dientes apretados.

Ante un desafío así, el instinto felino de un mago de la oscuridad empieza a lamerse los labios. Duff Burdock adoptó la expresión del gato que invita a jugar al ratón.

—¡Ponme a prueba! —dijo tranquilo—. Empezaré a contar: uno... dos...

—¡Está bien, se lo diré! —gritó Scarlet a la de tres—. Pero se lo advierto, ¡no les va a gustar! Miss Enamorada Pervinca está en el jardín de su hermano, señor Burdock, y se está besando con su sobrino Grisam, que le ha regalado un anillo de compromiso; de latón, creo yo. Y Miss Tristeza Vainilla ha estado espiándolos hasta hace unos minutos y luego ha huido lloriqueando.

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