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Authors: Elisabetta Gnone

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico

El Secreto de las Gemelas (13 page)

BOOK: El Secreto de las Gemelas
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La luz temblorosa de un gran candelabro colgado del techo no dejaba percibir inmediatamente las dimensiones reales de la habitación. En el centro, un macizo escritorio de nogal se erigía como una isla en un mar de objetos indefinidos, amontonados por los magos y las brujas de la familia en el curso de los siglos. Nadie había tirado nunca nada: redes de pescar, cuerdas de amarre, velas endurecidas por la sal, canastas de mil formas y hermosos rostros pintados sobre telas ahora ennegrecidas reposaban entre pilas de libros de magia y grandes calderos negros.

Junto al escritorio, encima de un atril, estaba el sombrero de bruja de Tomelilla, y detrás, en los anaqueles, libros de todo género: novelas de aventuras, cuentos, leyendas, recetarios, biografías y atlas de los reinos mágicos, mis preferidos. Allí estaban, entre las redomas y los alambiques. De vez en cuando, Tomelilla elegía uno y me lo leía frente a la chimenea.

En efecto, en la habitación había una gran chimenea. A ambos lados del hogar, muchos años antes, la tía de Tomelilla había colocado dos cómodas banquetas en las que nos sentábamos a charlar o leer al calor de los troncos que ardían en el centro. Por encima de las banquetas, los manojos de hierbas colgados para fumigar difundían un cálido perfume a especias que impregnaba toda la habitación. Y al rato, ¡también a nosotras! Por eso Tomelilla se cambiaba de ropa antes de bajar: se ponía un pesado vestido de yute, similar al que había regalado a las niñas pero color ceniza.

De un gigantesco arcón que había junto a la chimenea asomaba lo que Tomelilla llamaba "el Archivo": carpetas llenas de apuntes, estudios de magia, viejos cuadernos, documentos familiares, álbumes fotográficos, pergaminos, certificados de honores y algunos de sus muchos premios. Tomelilla no los miraba desde hacía años, y cuando tenía necesidad de alguno, metía un brazo en el arcón y hurgaba a ciegas.

Como los libros de magia nunca eran devueltos a su sitio, los estantes de las paredes tenían muchos huecos. Sólo algunos viejos calderos y ciertas horribles jaulitas de aspecto tetrotriste se disputaban las telarañas con sus moradoras. No se usaban desde hacía mucho tiempo, porque la magia moderna había encontrado ingredientes alternativos a la piel de sapo y extravagancias así. A mí me daban mucho miedo y me mantenía a distancia.

No era nada fácil introducir pupitres escolares en aquella confusión. Tomelilla y yo habíamos tenido que trabajar un día entero. En la vieja pizarra habíamos apuntado las tareas:

- bajar las pilas de libros para acercarlas al escritorio

- ordenar el arcón, cerrarlo y poner encima los retratos

- limpiar el escritorio

- colocar plumas, borradores, cuadernos, compases, tinteros, sellos y frasquitos de polvos mágicos en los cajones de la derecha

- meter los ingredientes para os hechizos en el armarito de la izquierda

Después de un día entero de trabajo y una vez tachadas, una a una, todas las tareas, en medio de aquel mar de objetos había aparecido una pequeña aula.

—¡Hemos hecho un gran trabajo! ¿Qué dices tú, Felí? —manifestó Tomelilla muy satisfecha, con los ojos en forma de estrella.

—¡Creo que sí! Sólo falta el toque final...

¡El instrumental de magia!

Cuando por fin las niñas entraron en el pasillo, sentí mis alas palpitar de emoción. ¿Qué dirían de la Habitación de los Hechizos? ¿Sería como la habían imaginado tantas veces? ¿Sabrían apreciarla?

Nos adentramos en la oscuridad y Vainilla empezó a temblar. —Tía Tomelilla, ¿podrías encender una luz, por favor? —preguntó con un hilito de voz.

—Ssss... mira... —respondió ella.

... Diecisiete... dieciocho... diecinueve... Al paso número veinte, el secreto del pasillo se desveló ante sus ojos.

—Ooooh... —exclamaron a coro las niñas.

Deslumbradas por el espectáculo de las lamparillas, perdieron todo temor y avanzaron trotando hacia la Habitación.

Cuando ando llegamos a la puertecita, Tomelilla ordenó a todos los sombreros que se plegaran. Después se agachó y entró la primera.

—¡Guau! Así que esta es la famosa Habitación de los Hechizos —exclamó Pervinca con una sonrisa de satisfacción— ¡Me gusta!

—Pero si ni siquiera tiene ventana... —comentó Babú un poco preocupada. Miré a Tomelilla y me pareció disgustada por aquella observación.

—Vuestros antepasados excavaron esta habitación en la roca para que estuviera a resguardo de los ojos indiscretos, por eso no hay ventanas —dijo, casi excusándose—. Pero podemos encender más velas si quieres.

—Oh, es una habitación muy bonita —precisó Vainilla mirando a su alrededor—, pero creo que preferiría el invernadero.

—¿Tendremos que hacer deberes, leer y escribir? —preguntó Shirley visiblemente nerviosa.

—Tendréis que aprender a ser brujas —respondió Tomelilla con gentileza.

—Pero sólo somos tres, ¿quién se sentará en los demás sitios? —preguntó Vainilla acercándose a los pupitres. En cada uno había un nombre escrito—: ¡Flox Polimón!... ¡Grisam Burdock!... Vainilla Periwinkle: ¡este es el mío! ¿Significa que también van a venir ellos a nuestras clases, Tomelilla?

—Sí, exacto. No a todas, pero algunas veces también vendrán ellos.

—¿Y cómo es que ya hay libros sobre el pupitre de Flox?

—PORQUE HOY ES UNA DE ESAS VECES, ¡BRUJITA BOBALICONA, QUE ESO ES LO QUE ERES! —exclamó Flox Polimón irrumpiendo de un salto en la habitación.

—¡FLOX!

—Yo en persona, con sombrero y uniforme. ¿Estoy guapa?

—Pareces un mirlo debajo de un paraguas —declaró Pervinca sentándose en su sitio. Tomelilla levantó los ojos al cielo, pero Flox no se alteró, estaba acostumbrada al sarcasmo de Vi.

—¿Cómo has llegado hasta aquí? —preguntó Babú.

—Me ha acompañado tía Hortensia. ¡Tú debes de ser Shirley "Misteriosa" Poppy! Por fin te conozco. ¡Hola! —Flox estrechó la mano a la niña de cabello pelirrojo con tanta energía que Mr. Berry se cayó de su hombro.

Flox se inclinó para agarrarlo.

—¡Mirad vuestros calcetines! —comentó—. Alguna vez podríamos intercambiárnoslos...

—¡Ni lo sueñes! —intervino Tomelilla saltando sobre su silla—. ¡Esas son las medias de Botánica! Sirven para mimetizarse cuando vayáis a buscar flores en vuestro prado. Es muy importante no molestar con vuestra presencia a las lombrices, las mariquitas, las abejas y las mariposas. Por eso cada una de vosotras lleva calcetines tejidos con las flores de su propio jardín, o campo, o lo que sea...

Se levantó y con una varita indicó el tercer tema de la pizarra:

Encantamientos 1. Ingredientes básicos y aprovisionamiento.

Después prosiguió:

—Las criaturas que acabo de mencionar son muy valiosas para las plantas. Por eso, al hacer los deberes en casa llevaréis puestas las medias. Ahora, por favor, que todas las aprendices ocupen su sitio, vamos a empezar.

Las niñas se sentaron en sus pupitres.

—¿No va a venir nadie más? —preguntó aún Babú.

—Hoy no, querida. Hoy no —la tranquilizó su tía mientras abría el libro de clase.

Babú dejó escapar un suspiro. Si había venido Flox, ¿no era justo esperar que viniera también Grisam?

Tomelilla pidió a las niñas que observaran con atención los objetos que tenían en sus pupitres:

- tres libros, uno para cada asignatura de ese día

- muselina limpia

- un frasquito de vidrio oscuro

- un par de tijeritas

- guantes de jardinería

- dos cuadernos, uno de rayas y otro cuadriculado

- un lapicero

- saquitos de tela de distintos colores y tamaños

- una red

- un metro para medir

- una maletita roja con asa y bandolera

- una caja sellada.

Sorpresas buenas y malas

—¿Qué hay aquí dentro? —preguntó Flox sacudiendo con fuerza su caja.

—¡Supongo que ahora será un regalo roto! —suspiró Tomelilla. Flox cortó el cordoncito y abrió la caja.

—No hay ningún regalo, sólo una nota.

En ella se leía:

Imaginando lo que harías con la caja,

he trasladado el regalo de Tomelilla a tu habitación.

Te lo daré cuando regreses a casa.

Tu tía Hortensia

—Vaya, qué pena —se lamentó Flox.

—En cambio, ¡en la mía hay una brújula! —dijo Vainilla—. Pero no es como la del capitán Talbooth —comentó girando entre las manos el pequeño objeto de oro—. No tiene puntos cardinales, ¡sólo un cuadrante!

—Así es. ¿Y puedes leer lo que hay escrito debajo del cuadrante? —preguntó Tomelilla.

—Sí, dice: "El lugar adecuado en el momento adecuado" ...¿Qué significa?

—Significa que a su debido momento podrás elegir entre seguir la dirección que indique el cuadrante, que seguramente será la mejor, o bien tomar tu propia decisión.

—¡Oh, el cuadrante ha desaparecido! —exclamó Babú.

—¡Buena señal! Estás, sin ninguna duda, "en el lugar adecuado en el momento adecuado" —dijo Tomelilla, congratulándose casi consigo misma—. Y esto es todo lo que debes saber de tu brújula. Ahora te toca a ti, Shirley. ¿No abres tu caja?

Después de dudarlo un momento, Shirley Poppy abrió su regalo: al levantar la tapa se ruborizó hasta las orejas.

—¿Qué has encontrado? —preguntó Vainilla picada por la curiosidad. Mr. Berry, que se había asomado para verlo, perdió el equilibrio y resbaló hasta el bolsillo de su ama.

—Bueno, ¿qué es? —la acució Flox. Pero Shirley parecía no oírlas.

Después, como hipnotizada, sacó el misterioso objeto...

—¡Por todos los dragones del reino! ¡Una pluma de oca! Pensé que habría un dinosaurio en esa caja —comentó Pervinca con su habitual sarcasmo.

—¡No es una pluma de oca, señorita! —puntualizó Tomelilla—. Es una pluma de búho real. Del Rey de los búhos reales, para ser precisos. ¡Es rarísima! Pruébala, Shirley, no te dejes impresionar...

Shirley ni se movió, sino que siguió mirando petrificada la blanca pluma que tenía en la mano. Tomelilla le habló de nuevo.

—Mójala en la tinta y traza algunas líneas en la hoja, así verás qué bien escribe.

Lentamente, Shirley abrió uno de sus cuadernos, mojó apenas la pluma en el tintero y, conteniendo la respiración, dibujó un hermoso búho.

—Gracias, funciona muy bien —dijo devolviendo a toda prisa el objeto a la bonita caja de madera—. Nunca había tenido una pluma...

Pervinca sacudió la cabeza desconcertada. Después pensó en su regalo y...

—¡Estupendo, a mí me ha tocado una brújula rota! —exclamó.

—¿Estás completamente segura? —preguntó Tomelilla—. Déjame ver.

—Es parecida a la de Babú, pero el cuadrante es todo negro y no se ve nada...

Tomelilla sonrió. —No está rota —dijo—. Es que es demasiado pronto. Pruébala de nuevo esta noche, cuando el sol se haya puesto...

—¿Quieres decir que esta brújula sólo funciona en la oscuridad? —preguntó Pervinca.

—Quiero decir que si la miras esta noche, cuando estén saliendo las estrellas, te llevarás una sorpresa.

—En otras palabras, que tengo que esperar —exclamó Vi volviendo a su pupitre y dejándose caer en la silla—. ¡Vaya novedad! Tengo que esperar para volar, esperar para usar la varita mágica, esperar para la sorpresa...

—¿Qué varita mágica? —exclamó Tomelilla maravillada—. ¿De qué estás hablando?

—La que hemos encontrado en el bolsillo del uniforme y que "no podemos tocar" —respondió Pervinca irónicamente.

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