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Authors: Elisabetta Gnone

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico

El Secreto de las Gemelas (15 page)

BOOK: El Secreto de las Gemelas
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—Es mejor que os tapéis las medias con ellas —dijo—. Las mariquitas de aquí son muy sensibles.

Grisam llevaba unos calcetines parecidos, pero como su túnica los cubría en buena parte, en torno a él había un montón de grillos saltando y de mariposas y mariquitas revoloteando archienfadadas. Lástima que Babú no se diera cuenta, porque se habría sentido mejor.

Duff pidió a las niñas que sacaran de su maletita las pequeñas tijeras y los guantes de jardinería. Después les dio una cestita a cada uno.

—Babú y Shirley buscarán manzanilla —dijo—. Tomad solamente las flores recién abiertas o incluso los capullos, sacudidlos para alejar a los insectos y juntadlos en ramilletes pequeños para que las hierbas puedan respirar.

—Grisam, tú ayudarás a Pervinca a cortar las hojas de la consuelda y a buscar ramitas de abrótano. Recordad, las hojas tienen que ser frescas y estar intactas. Las encontraréis en aquel rincón.

—¿Para qué sirven las ramitas de abrótano? —preguntó Pervinca.

—Mi madre las deja secar y luego las mete en los cajones, entre las sábanas —explicó Grisam—. Dice que alejan a las polillas. Tío Duff, en cambio, las usa para guisar un mejunje asqueroso que bebe antes de transformarse en monstruos horribles.

—¿Lo has probado?

—No puedo. Está prohibido transformarse antes de los dieciocho años. A menos que... bueno, que se esté en peligro y no haya más remedio. Como te pasó a ti. ¿Tuviste miedo?

—Sólo un poco... bueno, un poco bastante —respondió Pervinca con una sonrisa.

—Yo creo que fuiste muy valiente. Ven, te voy a enseñar dónde están "nuestras" hojas... —dijo Grisam tomando a Vi de la mano.

Los dos niños se alejaron juntos riendo y bromeando, y Vainilla los siguió con la mirada hasta que desaparecieron detrás de un gran rododendro.

—Flox... ¿dónde está Flox? —preguntó Duff Burdock mirando a su alrededor.

—Está aquí —contestó Devién desde la otra parte del jardín—. Y si no interviene usted, señor Duff, no creo que logre hacer que se levante de este sitio.

—¡Hada efpía! Fo también eftoy bufcando, ¡¿no?! —se oyó decir. Parecía que Flox tuviera la boca llena.

—¿Ah, sí? ¿Y qué has encontrado? —preguntó Duff intuyendo ya la respuesta. Flox estaba sentada entre las frambuesas.

—¡Más que recogerlas, te las comes, pequeña Polimón! Mejor ven a ayudarme. Tenemos que encontrar la asperilla olorosa y la reina de los prados, la
Filipendula ulmaria,
para entendernos.

Aprovechando la presencia vigilante del señor Burdock, Devién y yo fuimos a sentarnos en una rama de tilo y, en silencio, observamos el sereno transcurrir de la tarde en el soleado jardín de los Burdock. ¡Qué lejos parecía la tormentosa atmósfera de la noche anterior! ¿Se habría marchado el enemigo?

Estaba deseando en mi corazón que así fuera, cuando un trueno y luego otro nos hicieron dar un respingo.

—¡Porlashadasdelamieditisazul! —exclamé. Devién y yo nos precipitamos hacia las niñas, pero justo en aquel momento un tercer trueno sonó junto a la valla del jardín. Suspiramos de alivio.

—Sólo son los hipidos de Prímula Pull, que ha salido de paseo —resopló Devién volviendo a acomodarse. Sí, "sólo" Prímula Pull, pero que aún sufriera su tremendo hipo había borrado mis esperanzas, porque significaba que el Terrible 21 no se había marchado. Es más, estaba cerca y quizá listo para un nuevo ataque.

Pobre señora Pull, ¡y pobres de nosotras!

Un "cuchicheo" de Roble

A las cinco, la señora Marta llegó con una bandeja colmada de dulces y bebidas frescas. Los niños se quitaron los guantes y se pusieron a corretear alrededor de ella. Todos excepto Babú, que vino a sentarse bajo nuestro tilo.

—¿Cuánto queda para irnos? —preguntó dejándose caer en el suelo.

No lo soportaba más la pobre. Durante todo el día, Grisam sólo había tenido ojos para Pervinca: habían competido por ver quién se subía al árbol más alto y luego quién saltaba. Habían reído y charlado todo el tiempo, y él no había dejado ni un momento de mirarla. Mientras recogían plantas, le había rozado a menudo la mano y una vez incluso le había rodeado los hombros con un brazo y la había felicitado por la fuerza y la agilidad que demostraba. "¡Casi como un chico!", le había dicho Grisam. ¡El cumplido más bonito que un chico podía hacer a una chica!

Pues sí, el corazón de Babú palpitaba con fuerza...

Abandonamos el jardín de los perfumes una hora después, una hora interminable para Babú. Fuera de la tienda, el señor Poppy esperaba a Shirley sentado con Barolo en la calesa, de la que tiraba la yegüita Bess. Nos despedimos de Shirley y continuamos hacia la casa de Flox.

Estábamos a punto de dejar atrás la Plaza cuando Roble Encantado nos cerró el camino con una rama.

—Ah, hola, Roble. ¿Cómo estás? Nos encantaría charlar contigo, pero vamos con retraso para cenar... —dije. Él no hizo caso.

—YOOO SEEÉ SECREEETOS QUE VOSOOOTRAS NOOO SABEEÉIS —atronó con aquel vozarrón suyo.

—¡Te han dicho muchas veces que no está bien chismorrear! —le recriminé.

—PEEERO EL MÍÍÍO NOOO EEES UN CHISMORREO, MÁÁÁS BIEEEN UN CUCHICHEEEO.

—¿Qué es un cuchicheo? —preguntó Vainilla torciendo la nariz.

—Es un chismorreo dicho en susurros y tampoco está bien —dije yo.

—MEJOOOR QUE GRITAAARLO, ¿NOOO? ACERCAAAOS, QUE DEEEBO CUCHICHEAAAROS UNA COOSA. .. HAAACE DOOOS DÍÍÍAS, EL MATABOOOSQUES SE HA IIIDO DE SU CAAASA...

—¡Basta, Roble! Los chismorreos gritados, dichos o cuchicheados siempre son feos. Ahora vámonos, por favor...

—PERO EL MATABOOOSQUES...

—El leñador McDoc es un mago como es debido, Roble. No mata a nadie, tala los árboles enfermos y los muertos, y sea lo que sea lo que haya hecho, estoy segura de que tenía sus razones.

—SIIÍ, RAZOOONES TIEEENE, PERO SU MUJEEER TIEEENE MÁÁÁS AÚÚÚN...

—Adiós, Roble. Nos lo dirás en otra ocasión —dije entonces con firmeza.

Roble retiró su rama y nos dejó pasar mascullando algo que no oí. Desde hacía algún tiempo hablaba más que de costumbre y se había vuelto tan lento que, para cruzar cuatro palabras con él, tenías que tomarte unas vacaciones. Además, como vivía en el centro del pueblo, sabía todo de todo el mundo y desde hacía meses había caído en el vicio del cotilleo.

Es algo que no soporto.

A la caza de la luz

Una vez en casa, las niñas subieron a su habitación y yo me reuní con Tomelilla en el jardín.

—¿Todo ha ido bien? —me preguntó al verme llegar.

—Todo bien, sí, aparte de...

—¿Aparte de...? —Tomelilla dejó de podar las rosas.

—Creo que Vainilla tiene algún que otro pesar en el corazón —dije.

—¿Grisam Burdock?

—Sí. Me temo que Babú se ha enamorado de él, pero Grisam... Él parece más interesado en Pervinca.

—¿Y Pervinca muestra interés también?

—Diría que sí.

—Comprendo. Diles que se preparen para la cena, por favor. Y que se traigan un jersey negro y grueso.

Tomelilla tenía alguna idea en la cabeza y yo me eché a temblar temiendo saber de qué se trataba.

En la cena, Babú apenas comió y su tía se dio cuenta.

—¿Tenéis con vosotras los jerseis? —preguntó a las niñas.

—Sí, pero no hace tanto frío. ¿Tenemos que ponérnoslos de todas formas? —preguntó Pervinca.

—Aquí no, afuera. Comeos la tarta y luego vamos a buscarlo.

—¿A buscar qué?

—Una luciérnaga macho.

Lo sabía, lo había comprendido antes por su mirada. No me gustaba ese tipo de caza. A los animales no les ocurría nada, pero se asustaban.

—Oh, no, ¿tenemos que hacerlo? —pregunté.

—Pues sí —contestó Tomelilla levantándose de su silla.

—¡Yo no voy!

—Por supuesto que vienes, Sifeliztúserásdecírmeloquerrás. Te necesitamos para atraerlo.

—¡Es un abuso obligarme! —dije—. ¡No se llama a un hada por su nombre completo sólo para imponerle que haga de cebo en una estúpida caza!

Mientras salíamos al jardín, esperé que todos los animales se hubieran trasladado a otra parte. Sin embargo, el prado estaba más animado que nunca. Los grillos debían de haber retado a las ranas a una prueba de canto: estas gritaban a pleno pulmón y los grillos habían llamado incluso a sus amigos lejanos para derrotar a las ranas. ¡Era difícil decir quién ganaba en aquella algarada!

Por encima de ellos, entre las plantas, danzaban en silencio miles y miles de pequeñas lucecitas.

—Felí, empieza a hacer señales —susurró Tomelilla—. Yo mantengo abierto el bote.

—¡No es justo!

—¡Empieza!

Me aposté detrás de una azalea y empecé a emitir rápidos y breves destellos de luz. Para las luciérnagas macho, era la señal de reunión.

Poco después, en efecto, los vi acudir a mí. Cuando estuvieron lo bastante cerca, Tomelilla salió de detrás de un arbusto y atrapó uno con el bote. El pobrecito emitía una frenética señal de socorro.

—Ahora, dese prisa —dije contrariada.

Tomelilla enseñó el bote a las niñas:

—Sólo las luciérnagas macho vuelan. Aprended a entender su lenguaje y tendréis unos aliados útiles en los momentos de peligro. Observad bien sus señales intermitentes: avisan a los otros para que huyan. Cuando veáis esta señal, huid vosotras también, ¿comprendido?

Tomelilla se calló un instante para que las niñas memorizaran la secuencia de los destellos. Después abrió el bote. El insecto se lanzó fuera y yo evité por los pelos que se me echara encima.

—Muy bien, ¡ahora tengo un enemigo más! —dije—. ¿Podemos volver o tenemos que torturar a otro?

—¡Oh, sí, atrapemos otro! —rogó Vainilla. Le gustaba mirar de cerca a los animales, sobre todo los que no conocía.

—Se acabaron las torturas, pero no regresamos, todavía no —dijo Tomelilla—. Hay otra cosa que tenemos que hacer. Pervinca, ¿tienes tu brújula?

Vi le tendió a su tía un estuche de lino rojo.

—No me la des a mí. ¡Mírala!

Pervinca sacó el pequeño objeto y descubrió, maravillada, que el cuadrante se había transformado en un cielo de estrellas que titilaban como las pequeñas gemas del firmamento.

¡Valía la pena haber esperado!

—Esta brújula orientará tu vuelo cuando las nubes y la tormenta te impidan ver el cielo y el camino a casa... —explicó Tomelilla.

Pervinca miró fijamente la brújula unos instantes, emocionada. De pronto, como acordándose de algo, abrió de par en par los ojos:

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