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Authors: Elisabetta Gnone

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico

El Secreto de las Gemelas (20 page)

BOOK: El Secreto de las Gemelas
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—¿Huir adónde? ¡Babú no ha vuelto a casa! —estaba claro que en aquel momento al señor Cícero no le importaba quién había besado a quién, sino que sus hijas estuvieran bien.

—Me parece haberla visto tomar el sendero que lleva a la Roca —respondió distraídamente Scarlet—, pero puedo equivocarme. En el fondo, ese sendero lleva a tantos sitios... ¿no es cierto? Ahora, si me perdonan, me voy a casa.
Au revoir
, ¡adiós muy buenas!

Scarlet dio por terminada la conversación con una mueca y el señor Burdock se la devolvió sacándole la lengua.

Una está a salvo…

Poco después, los dos hombres llegaron a casa de los Burdock. Pervinca no se estaba besando con Grisam. A decir verdad, estaba saliendo, con su mochila a la espalda, para volver a casa, pero a esas alturas ya estaba metida en aprietos, y además gordos.

—Te lo ruego, papá, delante de Grisam no —suplicó en voz baja. Fue inútil.

—¿SE PUEDE SABER DÓNDE TENÉIS LA CABEZA? —gritó el señor Cícero presa de los nervios—. ¿Dónde está tu hermana?

—Creía que había vuelto a casa... —balbució Vi.

—En casa no está. Scarlet nos ha dicho que la ha visto tomar el sendero de la Roca...

—¿Scarlet? ¿Y ella qué sabe?

—¡Sabe muchas cosas, créeme! Entonces, ¿ha huido hacia la Roca después de haberos visto, sí o no?

—¿Vernos? ¿La Roca? ¿Pero de qué estás hablando? Babú y yo hemos discutido hace más de una hora. Yo he venido a casa de Grisam y ella... ¡no sé adónde ha ido!

—Cálmate, Cícero —intervino el señor Burdock—. Felí está con ella, la hará razonar...

—¡Felí no está con ella! —interrumpió Pervinca.

—¿Qué significa eso? ¡Pues claro que está con ella!

—No, no lo creo.

—Pervinca, te lo advierto, mi paciencia tiene un límite. ¡Di lo que sepas ya!

Pero Vi no dio más explicaciones. Miró a su padre a los ojos un instante y, después, empezó a correr hacia casa. Sólo dijo:

—Voy a dejarla libre. Vosotros buscad a Babú.

—¿A dejarla libre? —el señor Burdock se sobresaltó—. ¿Dejar libre a quién?

—¡Oh, no, la han encerrado otra vez en el tarro! —exclamó Cícero golpeándose la frente con la palma de la mano.

Grisam hizo ademán de seguir a Pervinca, pero su tío lo retuvo un momento por el hombro:

—Ahora vete, hijo, ¡pero después hablaremos tú y yo!

¡Libre!

Oí gritos y luego pasos apresurados en la escalera. La puerta se abrió y vi a Pervinca irrumpir en la habitación y precipitarse hacia mí. Detrás de ella estaban Dalia y Tomelilla.

—No sabemos dónde está Babú —gritó Vi con lágrimas en los ojos.

—¡Lo sé! —dije—. No hay tiempo que perder.

—¿Sabes dónde está? —preguntó Tomelilla.

—Creo que sí, ¡síganme!

Fuera, tía Hortensia y Devién nos esperaban.

—Felí, te he buscado por todas partes, pero algo entorpece nuestras señales. Hasta hace poco no había comprendido que estabas en casa —dijo Devién volando hasta mí.

—No te preocupes, ahora vamos a buscar a Babú.

—Adelántate tú, yo voy con los niños a advertir a Cícero y Duff, y luego os alcanzamos. ¿Adónde vais?

—¡Frentebosque! —informé poniéndome a la cabeza del grupo de búsqueda.

—¿Frentebosque? Pero Scarlet Pimpernel le ha dicho a mi padre que la ha visto ir hacia la Roca —exclamó Pervinca.

—¡Scarlet Pimpernel es una mentirosa! —grité alejándome con las brujas.

—¿Y nosotros qué hacemos? —preguntaron Rosie Polimón y Dalia, que se habían quedado en tierra.

—¡Avisa al pueblo, Rosie! —contestó tía Hortensia—. ¡Toca las campanas de la Torre!

Nos volvimos de nuevo para despedirnos de ellas. Dalia estaba inmóvil delante de la puerta de casa y tenía las manos apretadas sobre el corazón.

—¿Y yo? —preguntaba con un hilo de voz.

—Ilumina el camino de vuelta, Dalia, y prepara consuelda y leche caliente —le gritó Tomelilla—. Volveremos pronto... ¡Todos, te lo prometo!

La sombra del enemigo

Los relámpagos iluminaban las nubes en el horizonte y las ráfagas de viento dificultaban la marcha. A los dos compañeros de viaje les llegó el olor de la lluvia. La noche ya había caído.

—¿Oyes a los grillos, Barolo? —preguntó Babú para romper el silencio que los rodeaba—. Yo no... Menos mal que vienes conmigo, si no estaría muerta de miedo... ¡Qué enfadados deben de estar papá y mamá!

Y empezó a llover.

Un extraño ruido hizo detenerse a Barolo. Viéndolo quieto, como ante una presa, Babú se asustó.

—A lo mejor es un zorro... —dijo—. Hay muchos por estos lugares, pero no son peligrosos, ¿sabes? Sí, ya lo sabes... ¿Qué hacemos?

Barolo miró a Vainilla y esta comprendió:

—¡Corramos!

Corrieron a más no poder seguidos por el ruido de pasos, de muchos pasos. Pasos humanos.

—¡Espérame, espérame! —gritó Babú. Barolo volvió atrás y corrió a su lado incitándola a darse más prisa.

Pero el sendero era accidentado y, en la oscuridad, Babú se cayó.

Rodó por una pendiente que parecía no terminar nunca, entre zarzas y peñascos... Rodó, rodó y rodó. Cuando se detuvo estaba sola junto a un muro.

Oyó a Barolo ladrar a lo lejos.

—¡Estoy aquí! —dijo poniéndose en pie y limpiándose las hojas y el barro. Habría querido llamarlo, chillar. Pero tenía miedo de que la oyeran. ¿Quién la estaba siguiendo? Miró en torno y no vio más que oscuridad. Recorrió a tientas el muro hasta una vieja verja oxidada.

Y entonces se dio cuenta: había caído cerca del viejo cementerio celta. Las piernas se le paralizaron. ¿Qué podía hacer? Oyó otra vez a Barolo llamándola e, inmediatamente, gritos. ¡Gritos terribles!

Se acordó, de pronto, de la brújula.

—¿Hacia dónde debo andar? ¡Dímelo, pronto! —la interrogó. El cuadrante empezó a girar rápidamente. Ocho, nueve, diez vueltas y luego se paró—. ¿Por ahí? —preguntó Vainilla maravillada—. Te equivocas, Fairy Oak está del otro lado. Por ahí se va al Bosque-que-canta y no quiero volver.

Babú devolvió el objeto al bolsillo y se encaminó hacia el pueblo. Pero la brújula empezó a vibrar con fuerza en su costado.

—Te he dicho que no voy a volver a ese bosque, ¡para ya! —exclamó Vainilla aferrando la brújula para aplacarla. Cuando levantó los ojos, vio ante ella algo que le confortó el corazón—: ¡Una luciérnaga! Tenía yo razón, entonces. ¡Este camino es seguro!

No había terminado de hablar cuando oyó a Barolo ladrar ferozmente a los terribles gritos. Se detuvo: si estaba ocurriendo algo, ¿por qué no huía la luciérnaga? La observó mejor y notó que el insecto danzaba en pequeños círculos concéntricos justo delante de ella. Recordando la lección de su tía, Vainilla contó los resplandores. Tres cortos, tres largos, de nuevo tres cortos... ¡PELIGRO! Eso era lo que decía la luciérnaga: ¡PELIGRO! Vainilla sacó la brújula y vio que el cuadrante seguía indicando que volviera atrás.

Dio la vuelta y, sin pensárselo más, se puso a correr hacia el Bosque-que-canta.

Mientras, los ladridos y los gritos se habían mezclado hasta ser un solo ruido: Barolo estaba luchando para salvarle la vida. Oyó de nuevo los pasos detrás de ella y voces tan cercanas que consiguió entender lo que gritaban:

—¡PRENDEDLA, PRENDEDLA VIVA!

Guiados por mis antenas, sobrevolamos el acantilado y nos dirigimos a Frentebosque.

—¡Ha estado aquí! —grité cuando pasamos por encima del antiguo cementerio.

—¿La ves? —preguntó Tomelilla.

—No, todavía no... —Luego, de improviso—: ¡Allí! Esa trifulca... me parece que es Barolo. Está peleando con... ¡sombras, sombras negras!

—No son sombras, son emisarios del enemigo —dijo tía Hortensia descendiendo—. Son magos vestidos de negro, sus aliados. ¡Bajo a ayudarlo! Vosotras buscad a Babú, os alcanzaré...

Rápida como un halcón, la bruja se separó de nosotros y descendió hacia Barolo para librar con él una tremenda batalla en tierra.

La observamos unos instantes, luego la lluvia arreció y el cementerio desapareció de nuestra vista.

—¿Y ahora por dónde? —gritó Tomelilla. No lo sabía, de repente había perdido la señal.

—Hay algo delante de nosotros, una especie de... energía, algo enorme que me impide recibir señales —balbucí.

Vi a Tomelilla detenerse en el aire y con ojos desesperados mirar a su alrededor en busca de un rastro. Parecía inerme y asustada, y me impresionó mucho verla en aquel estado: me sentí tonta e inútil, pero por mucho que me concentrara no conseguía captar nada salvo a mí misma.

Mientras intentaba ordenar deprisa mis ideas, oí un grito. Una vocecita lejana.

—¡Felíííí! ¡Felíííí, estoy aquíííí! ¡Aquí abaaaajo! —llamaba.

—¡¿PIC?! ¿Dónde estás?

—Aquííí abaaajo, ¿me ves? ¡Tengo algo para vosoootros!

Me incliné esperando percibir la luz del hada, pero se me llenaban de agua los ojos y las gotas que me golpeaban hacían que diera continuos bandazos.

—No te veo, Pic, no puedo verte... —sollocé desanimada.

—Estoy aquí... —dijo ella muy cerca.

Me volví y por un instante pensé que soñaba: Pic había volado hasta mí en medio de la tormenta.

—Os he seguido y he encontrado esto en el suelo —dijo tendiéndome algo. Traté de agarrarlo, pero Pic descendió bruscamente unos metros. Su vuelo era muy inestable y tuve que hacer varios intentos para tomar la brújula de Babú. ¡La había perdido!

—Señala hacia el Bosque-que-canta. ¡Id, aprisa! —nos instó Pic, dándome un empujón.

Le di las gracias emocionada y regresé con Tomelilla.

La batalla

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