Read El señor de la destrucción Online
Authors: Mike Lee Dan Abnett
Al otro lado, sobre una pequeña plataforma provista de una silla de respaldo bajo, había una figura solitaria que llevaba un oscuro ropón con capucha.
Por un momento, Malus quedó demasiado pasmado como para reaccionar. Sentía la intensidad de la mirada de la figura que ardía de odio entre las sombras de la amplia capucha.
—Es una trampa —declaró, y supo, con espantosa certidumbre, que su intuición era cierta. No podía imaginar cómo Nagaira podía haber previsto su ataque, pero había esperado allí, en su tienda, segura de que él iría a buscarla.
Malus apretó el hacha con fuerza y cargó hacia el otro lado de la tienda.
—¡Oyeme, Tz'arkan! —siseó—. ¡Concédeme tus dones!
Era la única ventaja que poseía, y había planeado usarla cuando se encontrara cara a cara con su hermana. Ahora rezaba para que, si atacaba con la presteza suficiente, desbarataría cualquier emboscada que ella hubiese preparado.
La negra corrupción hirvió en las venas de Malus y se propagó como hielo negro por debajo de su piel. Atravesó la tienda en un abrir y cerrar de ojos, impulsado por un viento demoníaco. Con una maldición salvaje que le quemó los labios, acometió a la figura encapuchada con todas sus fuerzas.
El hacha se convirtió en una especie de borrón que atravesó el aire directamente hacia la cabeza de la figura. Con tal rapidez que el ojo no pudo captarlo, un par de espadas ascendieron desde debajo de los ropones y bloquearon el tajo descendente del noble en medio de una lluvia de chispas y un estruendo de acero. El holgado ropón cayó y la figura se levantó y empujó a Malus fuera de la plataforma, sin esfuerzo.
En lugar de Nagaira, Malus se encontró cara a cara con un caballero del Caos, ataviado con una armadura similar a la que habría llevado un caballero druchii, pero cubierta con dibujos de runas blasfemas pintadas con sangre. Por las rendijas de la armadura bruja manaba una luz roja que también brillaba en los orificios oculares del ornamentado casco cornudo del paladín. Espadones gemelos mantenían el hacha de Malus a distancia con una fuerza temible. En torno al cuello del paladín había una pesada gargantilla de oro rojo.
—¡El Amuleto de Vaurog! —siseó Tz'arkan, removiéndose dentro de Malus.
Y con esto, la trampa se disparó.
«Un segundo paladín», comprendió Malus con una sensación de ominoso terror. De repente, el tremendo tamaño de la horda del Caos adquirió un terrible sentido. Nagaira no había reunido la horda en solitario, sino que se había aliado con un poderoso señor de la guerra y lo había ganado para su causa.
En el aire de la tienda de Nagaira se produjo un temblor, como de movimiento de espíritus invisibles, y de repente sonó un coro de alaridos y el estruendo del acero en la antecámara situada detrás del druchii. Luego, a lo lejos, Malus oyó un sonido rugiente, aullante, que se alzaba por todo el invisible horizonte: era el lamento de centenares de cuernos que por fin daban rienda suelta a la horda del Caos.
Con un alarido de rabia, Malus echó atrás el hacha y descargó sobre el paladín del Caos una tormenta de golpes demoledores dirigidos a la cabeza, el cuello, el pecho y los brazos. Volaban chispas y cantaba el templado acero, pero el paladín bloqueaba los furiosos golpes con una velocidad sobrehumana. Un tajo de respuesta atravesó fácilmente la guardia de Malus y rebotó de forma sonora contra su hombrera; otro atacó como una víbora y le rebotó en la muñeca derecha. Las espadas gemelas del paladín impactaban y giraban en una grácil danza mortífera, haciendo retroceder inexorablemente al noble a pesar de los potentes dones de Tz'arkan.
Malus bloqueó con el mango del hacha una velocísima estocada dirigida a su estómago, y respondió con un tajo ascendente con la esperanza de acertarle al paladín debajo del mentón con el curvo filo del hacha; pero el guerrero detuvo su avance en el último momento y dejó que el hacha pasara de manera inofensiva de largo. Sin detenerse, el noble se apoyó elegantemente sobre un talón y barrió el aire con el hacha, que luego hizo descender para dirigirla hacia la rodilla derecha del paladín; pero éste previo el golpe y lo paró fácilmente con la espada de la mano derecha. Al mismo tiempo, el arma de su mano izquierda se dirigió hacia la cabeza de Malus a la velocidad del rayo, y sólo los inhumanos reflejos del demonio lo hicieron retroceder a tiempo. Aun así, la espada abrió un tajo superficial en la frente del noble, e hizo manar gruesos regueros de icor, que bajaron por un lado de su cara.
Había oído relatos sobre el poder y la destreza fenomenales de los guerreros elegidos por los Dioses del Caos, pero la realidad era mucho más aterradora de lo que había imaginado. Ni siquiera los fanáticos del culto de Khaine, que adoraban el arte de matar, podían compararse con la implacable destreza de aquel paladín. Pensando con rapidez, Malus retrocedió ante el guerrero con armadura, mientras buscaba desesperadamente un medio para volver la batalla a su favor.
Esa momentánea distracción casi bastó para sellar su suerte. Una espada saltó a la velocidad del rayo hacia su rostro. Malus se contorsionó en el último momento y esquivó el tajo con un siseo de sorpresa, pero se dio cuenta demasiado tarde de que el ataque era una finta. La segunda espada del paladín descendió en un arco temible y le hirió la extremidad izquierda justo por encima de la rodilla. Un dolor feroz ascendió por la pierna de Malus, que cedió bajo su peso y lo derribó sobre la apisonada tierra. Fue a parar junto a una mesa de roble saqueada de una de las atalayas que habían sido tomadas, mientras el paladín aprovechaba la ventaja obtenida y se cernía sobre el noble como un halcón que se hubiese lanzado en picado.
Malus dirigió un frenético tajo hacia el vientre del enemigo con la esperanza de desbaratar su acometida, pero el ataque careció de equilibrio y sirvió sólo para dejarlo más expuesto que antes. La espada de la mano derecha del paladín se levantó por encima del yelmo que protegía su cabeza y descargó un tajo de revés que impactó contra el mango del hacha de Malus, más arriba de su mano derecha, y lo cortó como si fuera un arbolillo. La espada de la mano izquierda del guerrero se precipitó como un rayo, y el noble alzó el trozo de mango de roble cortado que sujetaba con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos, y paró el terrible tajo. La afilada hoja volvió a cortarlo en dos e impactó contra el peto del noble con la fuerza suficiente como para vaciarle los pulmones de aire.
Entonces, Malus oyó un rugido parecido al de un toro furioso, y una sombra pasó a toda velocidad por encima de él y arremetió. Se oyó un estrépito de acero contra hierro, y pareció que una lluvia de anaranjadas ascuas encendidas atravesaba lentamente el aire cuando el señor Suheir derribó uno de los braseros al cargar de cabeza contra el paladín del Caos. El capitán de caballería, de poderosa constitución, dirigió un terrible tajo hacia el yelmo del paladín, pero el guerrero se echó atrás con la gracilidad de una serpiente y dejó que la espada pasara inofensivamente de largo, para luego responder con un tajo de revés con la espada de la mano derecha, que impactó de soslayo en el antebrazo de Suheir. Malus vio que del punto del impacto manaba un chorro de sangre, y luego observó cómo el paladín estocaba con la espada de la mano izquierda y clavaba la punta reforzada en un costado del capitán de caballería. La hoja atravesó limpiamente el peto de Suheir y se hundió unos dos centímetros y medio, justo por encima de la cintura. Suheir se tambaleó durante un momento, y luego acometió con un tajo de revés que apartó a un lado la espada con que el paladín lo había herido, antes de arremeter contra el guerrero con el escudo ribeteado de acero sujeto ante sí. Por primera vez, pareció que el paladín había sido tomado por sorpresa y reculó furiosamente ante la carga de toro de Suheir.
Unas manos aferraron los hombros de Malus para intentar ponerlo de pie. Al alzar los ojos, el noble vio el pálido semblante aterrorizado de Shevael. Los movimientos del joven caballero parecían torpes y lentos comparación con los demoníacos reflejos del noble.
—¿Cómo lo matamos? —gimió Shevael.
La retirada del paladín del Caos fue veloz, pero no lo bastante. Con un rugido, Suheir estrelló el borde del escudo contra el peto del guerrero, que salió despedido hacia atrás y se estrelló contra una librería que se hizo pedazos. Malus se sujetó a un brazo de Shevael y se levantó con piernas inseguras, al mismo tiempo que reprimía una salvaje maldición por el dolor que sentía en la pierna herida.
A pocos pasos de él, Suheir continuaba atacando, acometiendo al paladín con un temible golpe tras otro con la intención de abrir una brecha en su defensa. El guerrero bloqueaba cada tajo con ágiles movimientos del arma que empuñaba con la mano izquierda. Luego, justo cuando Suheir echaba atrás la espada para descargar otro terrible golpe, el paladín dirigió un tajo al brazo con que el capitán de caballería sujetaba el escudo, y lo apartó a un lado de modo que pudiera estocar con la espada de la mano derecha y herirle la rodilla izquierda por el lado. La armadura del capitán de caballería no llevaba los mismos encantamientos que la de Malus; los remaches de acero se rompieron, se partieron la rodillera y las placas de la articulación, y la espada del paladín se clavó profundamente en la rodilla. El druchii cayó sobre la rodilla sana con un alarido de dolor, y se cubrió la pierna herida con el escudo mientras el guerrero del Caos se levantaba de un salto como un gato montés, y dirigía la espada hacia la cabeza de Suheir.
El paladín estaba tan concentrado en acabar con el capitán de caballería que no vio la mesa que Malus le lanzaba, hasta que ya fue demasiado tarde. Sin tiempo para agacharse o apartarse a un lado con el fin de esquivar el sólido mueble de roble, el paladín sólo pudo alzar las espadas y hacer pedazos con ellas la mesa.
Por encima del estruendo de madera partida se alzó un rugido furioso y el tintineante entrechocar del acero contra el acero. El paladín del Caos retrocedió medio paso, tambaleante, y poco a poco bajó la cabeza hacia la hoja de acero druchii que le sobresalía del vientre. La temible fuerza de Suheir había atravesado limpiamente el torso del guerrero con la espada que ahora asomaba más de treinta centímetros por su espaldar de acero.
Y sin embargo, el paladín no cayó. Durante un instante espantoso los dos guerreros quedaron atónitos, ambos mirando la herida hecha por la espada de Suheir. Un reguero de espeso icor negro caía por la parte posterior de la espada de acero plateado. Luego, acompañadas por un gruñido gutural, las espadas del paladín destellaron y la cabeza de Suheir salió rebotando por la tierra apisonada. El cuerpo del capitán de caballería cayó de costado y derramó un torrente de sangre en el suelo, mientras el paladín clavaba en la tierra la espada de la mano derecha para coger la de Suheir, que aún tenía clavada en el abdomen.
Shevael dejó escapar un lamento de pánico, y Malus lo empujó lejos, con los dientes apretados para resistir el dolor mientras cojeaba hacia el otro lado de la tienda. Las brasas esparcidas al volcarse el brasero habían prendido fuego a la pared posterior de la tienda, por la que ascendían llamas que ya lamían varias librerías.
El joven caballero avanzó dando traspiés, con el rostro transformado en una máscara de terror y furia. Con mano temblorosa desenvainó su segunda espada, y al inspirar profundamente se apoderó de su cara una extraña calma.
—¡Escapa, mi señor! —le gritó a Malus—. Yo te cubriré la retirada.
El severo tono de Shevael hizo que Malus se detuviera en seco.
—¡No, joven necio! —gritó—. No tienes ni la más remota posibilidad...
Pero el joven caballero no lo escuchaba. Con un furioso alarido cargó contra el paladín que forcejeaba, trazando en el aire un mortífero número ocho con las espadas gemelas. El paladín del Caos retrocedió bruscamente como consecuencia del repentino ataque, tropezó con una pila del libros caídos, y las espadas de Shevael lo golpearon múltiples veces en la cabeza, el pecho y una pierna. Pero los golpes del joven caballero eran precipitados y mal dirigidos, y no podían atravesar la pesada armadura del paladín. El guerrero del Caos se irguió y, con un movimiento convulsivo, se arrancó del cuerpo la espada de Suheir, manchada de icor. Sin dejar de gritarle maldiciones al paladín, Shevael continuó con su ataque, pero subestimó la destreza del guerrero del Caos. Cuando el joven caballero lo acometió, el paladín le dio un golpe de revés en la cara con el pomo de la goteante espada de Suheir, y en el mismo movimiento extendió el brazo izquierdo y le clavó la otra espada en la garganta. De la espantosa herida manó un chorro de sangre rojo brillante, y Shevael se desplomó en el suelo, boqueando y atragantándose al respirar.
Maldiciendo amargamente, Malus llegó hasta su objetivo. Sus dedos protegidos por la armadura se cerraron en torno a la rejilla de hierro del segundo brasero; la sangre que se le iba secando sobre los dedos siseó al tocar el metal caliente. Con la fuerza que le infundía el demonio, levantó el brasero al rojo vivo y se lo arrojó el paladín, contra cuyo pecho se estrelló de lleno. El guerrero cayó con un estruendo resonante y un siseo de carne chamuscada, y su cuerpo quedó cubierto de abrasadores carbones y de ceniza. Por el interior de la tienda se dispersaron más ascuas, que abrieron agujeros en las paredes de lona y prendieron más fuegos entre los papeles rasgados.
Malus acudió de un salto al lado de Shevael, pero el flujo de sangre de la garganta cortada ya estaba disminuyendo, y el joven tenía los ojos vidriosos y perdidos. El noble lo sacudió con fuerza.
—¡No te me mueras, maldito estúpido! —gruñó, pero ya era demasiado tarde. Los ojos de Shevael se pusieron en blanco y su cuerpo quedó laxo.
Maldiciendo amargamente, el noble cogió el cuerno que pendía del cuello de Shevael, y con expresión implacable en los ojos soltó el cinturón de las espadas del joven caballero y se lo puso él. Tosiendo furiosamente, recogió las armas de Shevael justo en el momento en que el paladín del Caos recobraba los sentidos y apartaba el brasero a patadas.
Malus luchó contra una ola de negra furia mientras el paladín se ponía trabajosamente de pie. No deseaba nada tanto como vengarse del inmundo guerrero, pero ése no era el momentó para hacerlo. Los demonios del Caos les habían tendido una emboscada, y si él no sacaba a sus soldados del campamento, iban a masacrarlos. Prefería perder el alma a manos de Tz'arkan por todos los tiempos antes que soportar una mancha tan negra sobre su honor. Tras lanzarle una última mirada de odio al paladín del Caos, Malus dio media vuelta y regresó a la carrera por donde había llegado.