—Qué bien huele… —dijo.
—Llega justo a tiempo, mayor. —El hombre que revolvía el
varenyky
era Stoyan, el tártaro de Crimea, cuya belleza morena revelaba la mezcla de turcos y mongoles mil años atrás—. ¿Le apetece un plato?
—Desde luego. Y será mejor que le lleve un poco también a Vorobyeva.
Buslenko se quitó la ropa de abrigo y saludó al grupo que estaba sentado alrededor de la mesa de madera sólida y envejecida jugando al
Preferens
. Buslenko se incorporó al grupo y estuvieron bromeando y riéndose a lo largo de toda la comida, para luego halagar a Stoyan por su excelente mano en la cocina. Podrían haber sido cualquier grupo de amigos con ropa de montaña y botas de excursionista, reunidos alrededor de la chimenea de un pabellón de caza, comiendo estofado, bebiendo vodka y descansando de sus pesados trabajos, reunidos el fin de semana para cazar o pescar en los bosques. Pero no era el caso.
Tan pronto como acabaron de comer, los platos fueron retirados y todos fijaron su sombría atención en Buslenko. Este sacó su ordenador portátil y varias carpetas con informes y lo dispuso todo encima de la mesa.
—Estamos ante una operación de «bien superior» —empezó, sin más preámbulos—. Como tal, se nos pide que despleguemos una misión ilegal tanto desde el punto de vista de la ley ucraniana como de la internacional. No obstante, se trata de una operación que mira totalmente por el interés de la justicia, el orden interno y la reputación externa de Ucrania. Algunos de vosotros podéis tener la sensación de que la ilegalidad de esta operación es incompatible con vuestras funciones de agentes de la ley. Debo deciros también que hay una probabilidad considerable de que no todos salgamos vivos de ésta. Además, si alguno de nosotros es descubierto, iremos a la cárcel en el extranjero y sin el reconocimiento ni la intervención del Gobierno ucraniano. De modo que, si alguno cree que no quiere participar en la operación, ahora es el momento de decirlo. Podéis marcharos y nadie os infravalorará por ello.
Hizo una pausa.
—También he de deciros que esta misión no es sólo clandestina, sino que, además, será húmeda. —Cuando en la Spetsnatz se hablaba de una misión «húmeda» significaba que conllevaba derramamiento de sangre; que habría muertos. El grupo de Buslenko guardó silencio, manteniendo toda la atención fijada en él a la espera de que prosiguiera. Él sonrió y continuó—. Bueno, ahora que ya he sacado toda esta mierda, vayamos a las tácticas.
Volvió la pantalla de su portátil en dirección a ellos. Con un ratón sin cable abrió una foto de un agente ucraniano muy guapo y de mediana edad.
—Éste es nuestro objetivo. Sé que todos habéis oído hablar de él: coronel Vasyl Vitrenko, antiguo miembro de la unidad antiterrorista Berkut. —Buslenko hizo un gesto de reconocimiento hacia Belotserkovsky, el miembro de la Berkut de su equipo—. Quiero que todos penséis un momento en la persona más peligrosa con la que os habéis cruzado en vuestra carrera. —Buslenko hizo una pausa—. Ahora imaginad a alguien veinte veces más peligroso y empezaréis a comprender quién es Vitrenko. Estuvo a punto de caer en Hamburgo, Alemania, hace dos años. Lo perseguían su propio padre, también antiguo agente de la Spetsnatz, y la Policía hamburguesa. Vitrenko organizó un pequeño espectáculo para los polis: ató a su propio padre a una mina antitanques y le colocó un temporizador para que el agente al frente de la investigación pudiera ser testigo de cómo papá explotaba sobre media ciudad. Cuando hablamos de asesinar, Vitrenko se considera un poeta, un artista.
Tiene debilidad por lo simbólico y lo ritual. Antes de asumir su puesto de mando en la Berkut en 1990 ya contaba con un distinguido historial soviético en Afganistán, y luego fue voluntario para ayudar a nuestros primos rusos en Chechenia. El caso es que acabó renegando y convirtió la lealtad de sus hombres hacia la «tierra madre» en lealtad personal hacia él. Este grupo constituye la base de la organización criminal que ha levantado. Vasyl Vitrenko es el asesino y torturador más refinado que probablemente os cruzaréis en vuestra vida. Como os he dicho, él mismo se considera un artista… —Buslenko clicó y una nueva imagen apareció en la pantalla. A aquellos hombres les llevó un momento reconocer tamaña explosión de sangre y carne como los restos de un ser humano—. Cree que los ucranianos descienden de los vikingos, lo cual es en parte cierto, de modo que una de sus especialidades es imitar el ritual vikingo del águila de sangre. Arranca los pulmones de las víctimas mientras aún están vivas y se los pone encima de los hombros como si fueran las alas de un águila.
Buslenko hizo una pausa para dejar que la imagen hiciera mella, pero aquél no era un público que se impresionara fácilmente. Volvió a clicar en el ratón y otra cara sustituyó a la de Vitrenko.
—Ahora saludad a Valeri Molokov. Ruso, cuarenta y siete años de edad, ex poli.
Antiguo miembro del OMON
[1]
, de la policía especial Spetsnatz. Convirtió a la gente a la que supuestamente perseguía en socios de su empresa. Durante un tiempo se le consideró un agente OMON muy eficaz porque encontró la manera de acabar con muchos objetivos clave del crimen organizado ruso. Resultó que lo que estaba haciendo era eliminar uno a uno a sus competidores, o cumpliendo asesinatos por contrato con otros jefes mañosos con los que colaboraba. Pronto se supo que, si querías eliminar a alguien de una manera fina y elegante, tu hombre era Molokov. A pesar de haber servido en el OMON y de su historial en Chechenia, Molokov es conocido por su fuerte vinculación con la mafia
Obshchina
chechena. Se le busca en Rusia por contrabando, tráfico de drogas, siete acusaciones de asesinato, ocho acusaciones de conspiración de asesinato, violación y falso encarcelamiento.
—¿Alguna condena de tráfico? —preguntó Stoyan con su bonita sonrisa tártara.
Todos se rieron, incluido Buslenko. Unas cuantas risas en la cara de enemigos como aquél no podían hacer ningún daño.
—Molokov es el único miembro de la cúpula de Vitrenko que hemos podido identificar. Tiene su propio equipo dentro de la organización y éste es el primer y único punto flaco de Vitrenko. Fue un matrimonio de conveniencia apresurado… Bá sicamente, Molokov recibió una oferta de Vitrenko que no pudo rechazar. Las actividades de Molokov invadían las de Vitrenko, de modo que éste interceptó varias remesas de Molokov y le quemó los camiones.
—¿Qué carga llevaban? —preguntó Olga Sarapenko.
—Era una operación de tráfico humano.
—La madre que lo parió —dijo Belotserkovsky—. ¿Lo de la frontera polaca fue cosa de Vitrenko?
—Pensaba que había sido un accidente —dijo Olga.
—Ésa fue la versión que dio la prensa —dijo Buslenko—. Unos cuantos kilómetros más allá y la Policía polaca lo hubiera investigado y todo habría salido a la luz. Pero se mantuvo en secreto para darnos tiempo y encontrar el rastro de Vitrenko.
—¿Así que Molokov captó el mensaje? —preguntó Belotserkovsky.
—Le cedió el control a Vitrenko, a regañadientes, pero quedó al mando de la operación de tráfico de seres humanos. La gran diferencia es que ahora ya no tiene competencia. Trabaja para Vitrenko y, si inicia alguna otra operación a escala menor, Vitrenko la aborta.
—Entonces, ¿por qué estamos en una operación clandestina? —preguntó Stoyan—. Tenemos criminales ucranianos, policía ucraniana y seguridad. Y víctimas ucranianas.
—La operación es clandestina por dos motivos. El primero, que nuestra misión es interceptar a Vitrenko con el máximo perjuicio; no vamos a volver con un prisionero.
El segundo motivo es, como he dicho al empezar, que estaremos operando fuera de Ucrania.
—¿Concretamente? —preguntó Olga.
—Concretamente en la República Federal de Alemania.
Hubo un estallido de improperios.
—¿Alemania? —dijo Belotserkovsky—. Yo no he estado nunca en Alemania, pero mi abuelo sí, en 1944… con el Ejército Rojo. Creo que puedo tener primos alemanes.
Más risas para mitigar la tensión.
Buslenko repasó toda la información que tenían de Vitrenko y su operativa.
Informó a su equipo de que se suponía que Vitrenko tenía su base en Colonia y seguía controlando buena parte del vicio de Hamburgo. Su ámbito de operaciones era enorme, desde bandas que se dedicaban a los vehículos de lujo hasta el campo de la protección pasando por los fraudes electrónicos. Acabó su sesión informativa desplegando un plano de Colonia marcado con las tres propiedades desde las cuales llevarían a cabo su operación; otro plano destacaba las operaciones que se sabían controladas por Vitrenko. Luego entregó a cada miembro de su equipo una carpeta que contenía sus objetivos y responsabilidades individuales en la misión.
—Por cierto, Vitrenko os mataría por la información que tenéis en las manos. Está desesperado por saber cuánto se nos ha filtrado por el lado Molokov de su organización y por otras fuentes. Está en plena cacería de traidores.
—¿Es esto todo lo que sabemos de él? —preguntó Olga Sarapenko. Estaba sentada junto a la ventana del pabellón y la luz destacaba el azul de sus ojos. Cuando Sasha propuso que la incorporaran al equipo, Buslenko apreció el valor que aportaba, pero ahora cada vez era más consciente de que su belleza lo distraía.
—Es todo lo que nos han dado —dijo, bruscamente—. Los alemanes tienen más información. Mucha más, probablemente, pero se muestran reacios a compartirla con nosotros. Como la mayoría de occidentales, creen que ucraniano es sinónimo de corrupto. Temen que haya filtraciones.
—No es del todo culpa suya —dijo Olga—. Podíamos haber detenido a Vitrenko en Kiev si Peotr Samolyuk no nos hubiera traicionado.
Buslenko asintió, pero todavía le costaba creer que el agente de la Spetsnaz los hubiera traicionado por dinero.
—Antes de concluir esta reunión —dijo—, hay dos comodines en esta baraja de los que debéis estar al tanto. Probablemente no tengan importancia, pero es mejor que seáis conscientes de su existencia. —Clicó con el ratón—. Esta es la Kriminaloberkommissarin de la Policía de Hamburgo, María Klee, y éste —volvió a clicar otra vez— es su jefe, Erster Hauptkommissar Jan Fabel, jefe de la Mordkommission. Son las únicas dos personas que han estado a punto de arrestar a Vitrenko. Pagaron el precio de que Vitrenko utilizara a Klee como táctica de dilación, dejándola con una herida casi fatal de la que Fabel tuvo que encargarse, y dos agentes muertos.
—Pero ¿usted cree que siguen todavía tras los pasos de Vitrenko? —preguntó Olga Sarapenko.
—El precio que pagas por acercarte a Vitrenko es muy alto —dijo Buslenko, mientras cerraba la tapa de su ordenador—. Jan Fabel ha abandonado la policía y María Klee es un caso perdido.
Cuando entró en la cocina, Benni Scholz se detuvo para meter una cuchara en una de las grandes cacerolas de la enorme instalación de fogones de aluminio. Era una sopa de guisantes que se conservaba caliente a pesar de que ya habían apagado los hornillos. Unas cuantas de las otras ollas habían sido derribadas, y sus contenidos derramados contra la pared y por el suelo, donde se mezclaban con las otras salpicaduras, las de sangre. Scholz sorbió la cucharada de sopa.
—¿Está usted tratando de contaminar deliberadamente el escenario del crimen, Oberkommissar? —lo regañó una atractiva joven con traje de forense desde el centro de la cocina, donde se encontraba arrodillada.
—Ya se lo he dicho muchas veces, Frau Schilling —los ojos oscuros de Scholz le hicieron una mueca maliciosa—, si le apetece recoger una muestra de mi ADN para su eliminación, estaré más que encantado de dársela. Pero creo que antes, usted y yo deberíamos cenar juntos. ¿Qué le parece este restaurante?
—Me da la sensación de que hoy no lo abrirán —respondió la jefe forense, cansinamente y sin sonreír, para luego centrar su atención en la masa de carne desparramada por el suelo que tenía delante—. Mientras tanto, le ruego que no toque nada más.
Había otros tres técnicos forenses trabajando en la cocina, cada uno en una zona distinta. Y también había dos detectives de la policía criminal del departamento de Scholz: Kris Felike, el joven Kommissar de la policía criminal que había acompañado a Scholz a la escena, y Tansu, una joven agente alemana de origen turco. Estos últimos permanecían molestos junto a la puerta que conectaba el comedor principal del restaurante con la cocina; ambos parecían decididamente incómodos, en especia! Kris.
Scholz observó la cocina. Había signos de violencia por todas partes: ollas derramadas, el marco de la puerta manchado de sangre, un taburete roto, charcos de sangre por el suelo. El epicentro de la violencia era el trozo de carne que Simone Schilling estaba examinando, y que era lo que provocaba la expresión nauseabunda en la cara de Feilke.
—¿Qué tenemos? —preguntó Scholz.
—Ucraniano —dijo finalmente Kris—. Empleado de la cocina. Es más que probable que fuera ilegal. Había tres empleados más de la cocina en el momento del crimen: dos ucranianos y un somalí. Los ucranianos no han abierto la boca, están cagados de miedo, pero el somalí ha dicho que han entrado tres hombres enmascarados y han empezado a pegarle gritos a la víctima. No hablaban en alemán, así que supongo que también eran ucranianos, en especial porque los otros dos empleados ucranianos de la cocina se han quedado mudos. Uno de los enmascarados ha cogido un cuchillo de cortar carne… —La expresión pálida del joven detective empalideció hasta lo imposi ble—. En fin, esto es lo que le ha hecho.
Scholz se acercó al cuerpo. Simone Schilling lo detuvo con otro de sus agradables improperios.
—¿Es demasiado pronto para determinar la causa de la muerte? —preguntó Scholz, sonriendo. Resultaba difícil distinguir las facciones de la figura que yacía en el suelo. Un lado de la cara estaba abierto por donde el cuchillo había cortado limpiamente la carne, el músculo, el tendón y el hueso. Asimismo, un corte poco natural en ángulo recto separaba la carne del antebrazo, justo debajo de la manga corta de la camiseta. La punta afilada del cuchillo había hecho los cortes extrañamente rectilíneos. Scholz calculó que al menos había doce heridas en el cuerpo—. Supongo que no ha sido por arma de fuego.
Scholz se rio de su ocurrencia. Simone Schilling, no. Ella se levantó.
—Le entregaremos un informe completo del patólogo. Herr doktor Lüdeke se encargará de la autopsia.
—El trabajo inicial de incisión ya lo tiene hecho… —dijo Scholz y se rio, él solo, de su broma.