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Authors: Doris Lessing

El sueño más dulce (19 page)

BOOK: El sueño más dulce
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—Muy bien; pero ¿cómo es posible que esas ideas... esas ideas ridiculas se hayan extendido tanto en poco tiempo?

—Buena pregunta —dijo Andrew, abrazándola, aunque ella permaneció rígida entre sus brazos.

Julia y Sylvia se reconciliaron.

—Hemos hecho las paces —le comunicó la chica a Andrew como si le hubieran quitado un enorme peso de encima.

Sin embargo, Julia se negaba a escuchar los nuevos descubrimientos de Sylvia, a tirar los palillos del I-Ching y a hablar de budismo, de manera que la perfecta intimidad, esa que sólo se establece entre un adulto y un niño, esa intimidad confiada, candida y tan sencilla como el acto de respirar, había llegado a su fin. Ese fin es necesario para que el joven crezca, pero incluso cuando el adulto lo sabe y se prepara para ello, su corazón se rompe y sangra. Y Julia nunca había albergado esa clase de amor hacia una criatura, desde luego no hacia Johnny, e ignoraba que una criatura que madura —y a su lado Sylvia había experimentado un rápido proceso de maduración— se convierte en un desconocido. De repente, Sylvia había dejado de ser la potranca que trotaba alegremente alrededor de Julia, temerosa de perderla de vista. Era lo bastante madura para interpretar que los palillos de milenrama —a los que había pedido consejo— le indicaban que fuese a ver a su madre. Así lo hizo, sin compañía de nadie, y no encontró a Phyllida gritando histérica, sino serena, reservada y hasta digna. Estaba sola, ya que Johnny había ido a una reunión.

Sylvia esperaba los reproches y las acusaciones que no soportaba; suponía que tendría que salir corriendo, pero Phyllida le dijo:

—Debes hacer lo que te parezca mejor. Entiendo que prefieras estar allí, rodeada de gente joven. Y he oído que tu abuela te ha tomado cariño.

—Sí. Y yo también la quiero —dijo la joven en tono lacónico, y se echó a temblar, temiendo un estallido de celos.

—El amor es muy sencillo para los ricos —repuso Phyllida, pero eso fue lo más cercano a una crítica por su parte. La determinación de portarse bien, de no dejar salir a los demonios que la atormentaban y aullaban en su interior, la volvía lenta y aparentemente tonta. Repitió—: Sé que es mejor para ti. —Y luego—: Debes decidir por ti misma. —Como si no se hubiera decidido hacía mucho tiempo. No le ofreció una taza de té ni un refresco, sino que permaneció sentada, agarrada a los brazos del sillón y mirando fijamente a su hija, parpadeando de manera irregular. Por fin, cuando presintió que iba a perder el control, se apresuró a añadir—: Será mejor que te marches, Tilly. Sí, ya sé que eres Sylvia, pero para mí sigues siendo Tilly.

Sylvia se marchó, consciente de que se había librado por los pelos de una violenta filípica.

Colin fue el primero en volver, y se limitó a comentar que le había ido de maravilla. Se encerraba durante mucho tiempo en su cuarto, para leer.

Sophie apareció para contarles que iba a ingresar en la escuela de teatro y que su base de operaciones sería la casa de su madre, quien todavía la necesitaba.

—Pero ¿podré visitaros a menudo? Me encantan nuestras cenas aquí, Frances, me encantan nuestras veladas.

Frances la tranquilizó, la abrazó y supo por ese contacto que la chica estaba preocupada.

—¿Qué te pasa? —preguntó—. ¿Es por Roland? ¿No lo pasaste bien con él?.

—Creo que no soy lo bastante mayor para él —respondió Sophie, sin intención de bromear.

—Ah, ya veo. ¿Te lo dijo él?

—Dijo que si tuviera más experiencia, lo entendería. Es curioso, Frances. A veces me parece que está en otra parte... Está conmigo, pero... Y sin embargo me quiere, Frances, dice que me quiere...

—Bueno, ya lo ves.

—Hicimos cosas bonitas. Caminamos kilómetros y kilómetros, fuimos al teatro, nos reunimos con otra gente y lo pasamos pipa.

Geoffrey estaba a punto de entrar en la London School of Economics. Pasó por ahí para decir que ya era lo bastante grande para instalarse por su cuenta. Iba a compartir piso con unos americanos que había conocido en una manifestación en Georgia; era una pena que le llevase un año a Colin; de lo contario, éste habría podido vivir con ellos. Dijo que quería volver a menudo, «como en los viejos tiempos», que se sentía más como si abandonara el hogar ahora que cuando se había marchado de la casa de sus padres.

A Daniel, que era un año menor que Geoffrey, aún le quedaba un curso de instituto, un año sin Geoffrey.

James también ingresaría en la facultad de Economía.

Las intenciones de Jill continuaban siendo un enigma. No volvió con Rose, que aunque nunca contó dónde había estado dijo que Jill se había ido a Bristol con un amante. No obstante, aseguró que volvería.

Rose se acomodó en el sótano y anunció que asistiría regularmente a clase. Nadie le creía, pero se equivocaban. Era lista, lo sabía, ya lo verían. ¿Quiénes? Frances debería haber encabezado la lista, si bien ella se refería a todos. «Ya veréis», murmuraba; era como un mantra que repetía cuando llegaba la hora de estudiar, cuando el colegio parecía menos progresista de lo que ella había esperado y cuando le rogaban que no fumara en clase.

La determinación de Sylvia de destacar en los estudios no sólo guardaba relación con Julia, sino también con Andrew, que continuaba comportándose como un hermano mayor afectuoso y amable, siempre que no estuviera en Cambridge. Problemas económicos... Cuando Frances se instaló en la casa, acordaron que Julia pagaría los impuestos y que ella se haría cargo del resto de los gastos: gas, electricidad, agua y teléfono, así como del sueldo de la señora Philby y de la ayudante que llevaba cuando «los críos» se pasaban de la raya. «¿Críos? Más bien parecen cerdos.» Frances compraba la comida y aprovisionaba la casa; en suma, necesitaba mucho dinero. Y lo ganaba. La factura de Cambridge había llegado pocas semanas antes y Julia la había pagado: dijo que el año que Andrew se había tomado libre había representado un alivio. También costeaba el instituto de Sylvia. Luego llegó la cuenta de Colin, y Frances la llevó a la mesita del rellano del último piso, donde ponían la correspondencia de Julia, con un mal presentimiento que se confirmó cuando ésta bajó con la factura de Saint Joseph en la mano. Ella también estaba nerviosa. Desde que las barreras entre las dos habían caído, Julia se mostraba más afectuosa con Frances, pero también más testaruda y crítica.

—Siéntese, Julia.

La mujer obedeció, retirando primero unas medias de Frances.

—Ay, lo siento —dijo Frances, y Julia aceptó la disculpa con una tensa sonrisa.

—¿Qué es eso del psicoanálisis de Colin?

Frances se lo temía; tanto ella como Colin habían mantenido conversaciones con las autoridades del colegio. Sophie también había intervenido. «Oh, genial, Colin, sería fantástico.»

—El director del colegio lo planteó como una oportunidad para que Colin hable con alguien.

—Que lo planteen como quieran. Lo cierto es que costará muchos miles de libras por año.

—Mire, Julia, ya sé que no aprueba esos métodos psicológicos, pero ¿ha pensado que de ese modo tendría un hombre con quien hablar? Bueno, espero que sea un hombre. Esta casa está llena de mujeres, y Johnny...

—Tiene un hermano. Tiene a Andrew.

—Pero no se entienden.

—¿Entenderse? ¿Qué es eso? —Se produjo una pausa mientras Julia se estiraba y apretaba la mano que descansaba sobre su regazo—. Mis hermanos mayores discutían de vez en cuando. Es normal que los hermanos discutan.

Frances sabía que los hermanos de Julia habían muerto en la guerra. Ahora los tensos dedos de la anciana resucitaron el pasado de ésta, el recuerdo de los hermanos muertos. Aunque Julia estaba sentada de espaldas a la luz, Frances habría jurado que tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Accedí a que Colin hablara con alguien porque... es muy infeliz, Julia.

Frances todavía no estaba segura de que Colin fuera a prestarse a ello.

«Lo sé, me lo propuso Sam —había dicho. Se refería al director—. Le contesté que el que tendría que analizarse es papá.»

«Ya, cuando las ranas críen cola.»

«Sí, y ¿qué me dices de ti? Estoy seguro de que te vendría bien desfogarte con alguien.»

«Querrás decir "desahogarme" —lo corrigió.»

«No creo estar más loco que los demás.»

«En eso opino como tú.»

Ahora Julia se levantó y dijo:

—Me parece que en ciertos puntos jamás coincidiremos. Pero no he venido a hablar de eso. Incluso sin ese estúpido análisis, no puedo pagar el colegio de Colin. Pensé que terminaría este año, y ahora me entero de que hará un curso más.

—Aceptó prepararse de nuevo para los exámenes.

—Pues no puedo pagar sus estudios. Correré con los gastos de los de Andrew y los de Sylvia hasta que terminen la universidad y sean independientes; pero Colin... No puedo. Y tú estás ganando dinero; espero que sea suficiente.

—No se preocupe, Julia. Lamento mucho que esta responsabilidad haya recaído en usted.

—Supongo que no serviría de nada pedirle ayuda a Johnny. Dinero no debe de faltarle, a juzgar por los viajes que hace.

—Se los pagan.

—¿Por qué? ¿Por qué le pagan los viajes?

—El camarada Johnny, ya sabe. Es una especie de estrella, Julia.

—Es un idiota —replicó la madre de Johnny—. ¿Por qué será? Yo no me considero idiota. Y su padre tampoco lo era, desde luego. Pero Johnny es un imbécil.

Julia se quedó junto a la puerta, echando un vistazo de experta a la estancia que en otro tiempo había sido su salita privada. Sabía que a Frances no le gustaban sus muebles —unos muebles excelentes— ni las cortinas, que durarían otros cincuenta años si las cuidaban bien. Aunque sospechaba que estaban acumulando polvo, y probablemente también polillas. La vieja alfombra, que procedía de la casa de Alemania, estaba raída en algunas zonas.

—Supongo que intentarás defender a Johnny, como de costumbre.

—¿Que yo lo defiendo? ¿Cuándo he defendido sus ideas políticas?

—¡Ideas políticas! Eso no son ideas políticas, es pura estupidez.

—Son las ideas políticas de medio mundo, Julia.

—No por eso dejan de ser una estupidez. Bueno, Frances, detesto añadir preocupaciones a las que ya tienes, pero es inevitable. Si realmente no puedes hacerte cargo del instituto de Colin, hipotecaremos la casa.

—No, no, no... De ninguna manera.

—Bien, avísame si surgen dificultades.

Surgirían. El colegio de Colin era muy caro, y él se había comprometido a asistir un año entero. Tenía diecinueve años, y le avergonzaba ser mayor que los demás. La cuenta de la clínica Maystock —«por hablar con alguien»— ascendería a miles de libras. Frances se vería obligada a buscar otro trabajo. Pediría un aumento. Sabía que sus artículos habían contribuido a incrementar las ventas de
The Defender
. También contempló la posibilidad de escribir para otros periódicos, aunque con un nombre distinto. Había hablado de ello nada más y nada menos que con Rupert Boland en el café Cosmo. Si bien él también atravesaba dificultades económicas, no había entrado en detalles. Le habría gustado dejar
The Defender
, que según Rupert no era el lugar más indicado para un hombre, pero le pagaban bien. Se sacaba un sobresueldo como documentalista para la radio y la televisión: ella podía hacer lo mismo. Pero incluso así necesitaría más, mucho más. ¿Y si le pedía ayuda a Johnny? Julia tenía razón: llevaba la vida de..., bueno, el equivalente actual de un rajá; viajaba con delegaciones y en misiones de conciliación, alojándose siempre en los mejores hoteles y con todos los gastos pagados, portando el mensaje solidario de un extremo a otro del planeta. Debía de sacar dinero de alguna parte: ¿quién le pagaba el alquiler? Jamás había trabajado de verdad.

Ese otoño se puso en marcha una dinámica extraña. Colin viajaba en tren desde Saint Joseph dos veces a la semana para ir a la clínica Maystock, donde lo atendía un tal doctor David. Un hombre: Frances estaba encantada. Colin tendría un hombre con quien hablar, y por completo ajeno a la situación familiar. («Si eso es lo único que necesita, ¿por qué no habla con Wilhelm? —preguntó Julia—. Colin le cae bien.» «Pero está demasiado involucrado, forma parte de nuestro mundo, ¿no lo ve, Julia?» «No, no lo veo.») El problema era que el doctor David, seguidor de una teoría psicoanalítica u otra, no abría la boca. Decía buenas tardes, se sentaba en su sillón y no volvía a pronunciar palabra, ni una, durante toda la hora que duraba la sesión.

«Sólo sonríe —informó Colin—. Yo digo algo y él sonríe. Y al final dice: "Se ha acabado el tiempo, hasta el jueves que viene."»

Colin regresaba a casa desde Maystock y se dirigía derecho adonde estuviera su madre. Allí se ponía a hablar de lo que había sido incapaz de contarle al doctor David. Vomitaba las quejas, las angustias, la ira que Frances habría deseado que descargara sobre los profesionales hombros del doctor David, que se limitaba a callar, de manera que Colin también guardaba silencio, frustrado y furioso. Le gritaba a su madre que aquel hombre estaba torturándolo, y que la culpa era del colegio por haberlo mandado a la clínica Maystock. También le achacaba a ella el que estuviera hecho un lío ¿ Por qué se había casado con Johnny? Con ese comunista... Todo el mundo sabía lo que era el comunismo, pero aun así ella se había casado con él, con Jahnny, un miserable comisario fascista, y al casarse había ocasionado que toda la mierda cayera sobre él, Colin, y su hermano Andrew. Eso le recriminaba a voces en medio de la habitación, aunque en realidad no le gritaba a ella sino al doctor David, porque por lo general se lo guardaba todo y necesitaba desahogarse. Durante el trayecto en el lento tren que lo llevaba a Londres, ensayaba sus acusaciones contra el mundo, su padre y su madre para contárselas al doctor David, pero éste se limitaba a sonreír. De manera que tenía que despacharse, y lo hacía con su madre. «Y mira —gritaba en una visita tras otra—, mira esta casa llena de gente que no tiene derecho a estar aquí.» ¿Por qué estaba allí Sylvia? No formaba parte de la familia. Les sacaba lo que podía, como todos los demás, y Geoffrey llevaba años chupándoles la sangre. ¿Había calculado Frances lo que había gastado en Geoffrey durante todos esos años? Esa pasta les habría alcanzado para comprar una casa como la de Julia. ¿Por qué vivía Geoffrey allí? Todo el mundo lo consideraba su amigo, pero a él nunca le había caído bien. Era el colegio el que había decidido que fuese su amigo: Sam había resuelto que se complementaban, en otras palabras, que no tenían una puta mierda en común pero que les convenía estar juntos. Pues bien, a él, Colin, no le había convenido, y Frances era una cómplice del colegio, siempre lo había sido, a veces trataba más como un hijo a Geoffrey que a él mismo. Y en cuanto a Andrew, se había pasado un año entero tirado en la cama y fumando porros, ¿y sabía Frances que había probado la coca? ¿No? En ese caso, ¿por qué no lo sabía? Nunca se enteraba de nada, dejaba que las cosas sucedieran sin más, y Rose, ¿qué hacía viviendo en la casa, a costa de todos ellos, chupando del bote? No la quería allí, la detestaba. ¿Sabía Frances que nadie tragaba a Rose? Y sin embargo seguía en el sótano, se había apoderado del apartamento, y si alguien asomaba la cabeza por la puerta, le gritaba que se largara. Todo era culpa de Frances, a veces le parecía que él era la única persona cuerda en la casa, y paradójicamente tenía que ir a Maystock para que el doctor David lo torturase.

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