El susurro del diablo

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Authors: Miyuki Miyabe

Tags: #Intriga

BOOK: El susurro del diablo
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Tres muertes se suceden en un breve intervalo de tiempo: una chica salta desde la azotea de un edificio de seis plantas; otra, cae del andén al paso de un tren; y una tercera es atropellada de noche por un taxi. Pero ¿qué relación guardan estos tres casos? ¿Accidentes, suicidios… o asesinatos?

«Una novela que mantendrá al lector en tensión hasta la última página.»
Washington Post
.

«Miyabe teje una trama de suspense que ahonda en lo oculto, en la manipulación de seres desesperados en busca de venganza. Una buena elección para una colección de misterio.»
Library Journal
.

Miyuki Miyabe

El susurro del diablo

魔術はささやく

ePUB v1.1

Mística
16.03.12

Título original:
魔術はささや

Traducción: Purificación Meseguer Cutillas

Personajes

Mamoru Kusaka y familiares

Mamoru Kusaka
: Estudiante de dieciséis años. Vive con sus tíos en Tokio. Trabaja para los grandes almacenes Laurel.

Toshio Kusaka
: Padre de Mamoru. Desapareció en la ciudad de Hirakawa cuando Mamoru tenía 4 años.

Keiko Kusaka
: Madre de Mamoru. Fallecida a la edad de 38 años, cuando Mamoru tenía unos 15 años.

Yoriko Asano
: Tía y tutora de Mamoru.

Taizo Asano
: Tío de Mamoru; taxista.

Maki Asano
: Prima de Mamoru, de 20 años.

Compañeros de Mamoru en los grandes almacenes Laurel

Hajime Takano
: Encargado de la Sección de Libros y superior de Mamoru.

Sato
: Compañero y trotamundos.

Masako «Madame» Anzai
: Empleada veterana.

Makino
: Guarda de seguridad.

Profesores de Mamoru y compañeros de clase

Señor Nozaki
: También conocido por señor Incompetente; profesor de Mamoru.

Señor Iwamoto
: Profesor de Educación Física y entrenador del equipo de baloncesto del instituto.

Saori «Anego» Tokida
: Compañera de clase.

Yoichi Miyashita
: Compañero de clase; gran amante del arte.

Kunihiko Miura
: Abusón de turno.

Cuatro mujeres en el centro del misterio

Fumie Kato
: Prometida al matrimonio.

Atsuko Mita
: Empleada.

Yoko Sugano
: Estudiante.

Kazuko Takagi
: Comercial para East Cosmetics.

Otros

Koichi Yoshitake
: Vicepresidente de la compañía Shin Nippon; originario de Hirakawa; casado con Naomi; amante, Hiromi Ida.

Naomi Yoshitake
: Mujer de Koichi.

Yoshiyuki Mizuno
: Editor de la revista Canal de Información.

Akiemi Mizuno
: Mujer de Yoshiyuki; propietaria de la cafetería Love Love.

Nobuhiko Hashimoto
: Reportero freelance.

Goichi «Gramps» Takahashi
: Cerrajero jubilado en Hirakawa; amigo de Mamoru desde que este era un crío.

Mitamura
: Propietario de la cafetería Cerberus; amigo de Kazuko Takagi.

Shinjiro Karasawa
: Profesor de universidad jubilado.

Kenichi Tazawa
: Antiguo alumno de Karasawa.

Prólogo

Tokyo Daily News
, 2 de septiembre, página 14:

Tragedia prenupcial. Una mujer se arroja al vacío desde lo alto de un edificio de seis plantas.

A las 15:10 de la tarde de ayer, una joven se precipitó desde la azotea del Palace Okura, en Miyoshi, Tokio. Según fuentes policiales del distrito de Ayase, la fallecida era vecina de la zona, una mujer de 24 años identificada como Fumie Kato. Testigos de la escena la avistaron en la azotea del inmueble donde sorteó la barandilla de seguridad de metro y medio de altura y se lanzó al vacío efectuando una caída mortal de unos quince metros. La victima iba a casarse la próxima semana. No se ha encontrado nota de suicidio alguna, y los investigadores trabajan para esclarecer las circunstancias que la llevaron a quitarse la vida.

Extracto de la edición vespertina del diario
Arrow
, 9 de octubre:

A las 14:45 del día de hoy, en la estación de Takadanobaba, Tokio, una joven se arrojó a las vías del tren al paso de un expreso de la línea Tozai con destino a Nakano. La mujer, que falleció en el acto, ha sido identificada como Atsuko Mita, de 20 años, empleada y residente en la Cooperativa Kawaguchi, en Sengoku, Ciudad de K-, distrito de Saitama. Un ciudadano que se encontraba en el mismo andén, aguardando la llegada del tren, afirmó haber percibido algo extraño en el comportamiento de la joven, pero cuando reaccionó e intentó detenerla, ya era demasiado tarde. A pesar de que no ha aparecido ninguna nota que revele las intenciones de la fallecida, el caso ha sido clasificado provisionalmente como suicidio.

Es imposible plasmar en las páginas de un periódico la esencia de cualquier incidente. De igual modo, la mera lectura de una noticia no permite comprender la conmoción de aquellos que presenciaron un hecho de trágicas consecuencias. Bien pueden los lectores distinguir la forma, los contornos de una historia, pero de ninguna manera captar esos pequeños detalles que subyacen en el fondo de la misma.

En este caso en concreto, los lectores desconocían que en el momento en el que Fumie Kato se precipitó al vacío, una mujer se encontraba en la escena, aireando sus futones. No se reflejaba en las columnas del diario que la testigo oyó los pasos acelerados de Fumie subir la escalera que conducía a la azotea del Palace Okura... Ni que observó cómo la joven volvía la cabeza atrás, como si la estuvieran persiguiendo, antes de cruzar la azotea a toda velocidad, sortear el pretil y precipitarse al vacío. Los lectores del
Tokio Daily
tampoco pudieron percibir la sensación que experimentó esta mujer de los futones cuando, tras acercarse al lugar desde el que la joven había saltado y rozar el frío metal de la barandilla, se apresuró a retirar la mano, como electrizada.

Una simple lectura no bastará para figurarse cómo fue la llegada de los agentes de policía a la escena, ni cómo peinaron la zona para recoger los sesos de Fumie, diseminados en la acera, que fueron guardando en bolsitas de plástico... Igual de desapercibido pasó el conserje del edificio que, con la ayuda de una manguera, se empecinó en borrar hasta el último rastro de sangre de la calle, tras lo cual, esparció sal para purificar la zona y conjurar los malos espíritus. Fumie Kato había estado hablando por teléfono con alguien momentos antes de su muerte, pero ya nadie lo sabría.

Quien leyera la noticia publicada en
Arrow
solo dispondría de escasos elementos sobre el empresario que intentó salvarle la vida a Atsuko Mita. El lector ignoraría que mientras aguardaba en el andén de la estación, ese hombre se encontraba rezando para que le fuera concedido, sin mayor contratiempo, la refinanciación hipotecaria a la que aspiraba. Atsuko había pasado junto a él en ese momento. Caminaba nerviosa; volvía una y otra vez la cabeza hacia atrás, como si sospechara que algo, o alguien iba tras ella. Ese fue su último gesto antes de que su pie franqueara el borde del andén.

Jamás sabrían los lectores que el empresario logró agarrar el fino cuello de la chaqueta de Atsuko; que de haber llevado la americana abotonada hasta el cuello, quizá la joven todavía estuviera aquí para contarlo. Y cuando, entre un estridente chirrido metálico, el tren irrumpió a toda velocidad en la estación y arrolló a la joven, el hombre se quedó allí plantado, sin dar crédito, aún con el tacto de la tela de su chaqueta en la mano. ¿Cómo iban a saber los lectores del
Arrow
que, segundos antes, Atsuko estuvo leyendo en voz alta los horarios del tren para un anciano que aguardaba en el mismo andén? ¿Cómo iban a saber que, agradecido, este se había quitado el sombrero, antes de dirigirse hacia las escaleras?

Costó bastante limpiar el horrendo espectáculo que ofrecías las vías de ferrocarril: el cuerpo de la víctima había quedado esparcido por todas partes. No hallaron su cabeza hasta que el tren empezó a dar marcha atrás despacio; la extremidad faltante surgió del enganche que conectaba los dos primeros vagones e impactó contra las vías emitiendo un sonido viscoso. Los lectores no verían nunca los ojos todavía abiertos de Atsuko Mita, la expresión aterrada que, post mórtem, aún desfiguraba su rostro.

Todos esos detalles quedaron diluidos entre las líneas impresas.

Y en ese mismo instante...

Algo más estaba pasando, un suceso que los lectores de los periódicos no podían sino desconocer. Una joven bajaba de un taxi y agitaba la mano para despedirse de sus dos amigas, acomodadas en el asiento trasero del vehículo. Habría preferido apearse frente a su apartamento, y ahora lamentaba no haber sido más insistente. Había claudicado y asegurado a sus amigas que no pasaba nada, que podían dejarla en esa avenida ya que su casa solo quedaba a un paseo. No dejaba de darle vueltas al asunto, ya sola en esa calle desierta, donde la luz azulada que arrojaban las farolas desgarraba la oscuridad de la noche. Después de todo, no había nada que temer. Tan solo debía doblar la esquina y cruzar una única calle que quedaba a unos cientos de metros de distancia. Echó a andar.

Justo antes de doblar la esquina, sonó la alarma de su reloj de muñeca. El sonido le pareció tan estridente y molesto como el que interrumpe una pieza en un concierto.

Fue entonces cuando tuvo la certeza de que alguien la estaba siguiendo. Aligeró el paso. Las zancadas que oía a sus espaldas también aceleraron. Volvió la vista atrás. Y aunque la calle estaba vacía, supo que debía alejarse de allí antes de que algo horrible sucediese. ¡Tenía que huir, no podía dejarse atrapar!

Se estremeció y echó a correr. Avanzaba a trompicones, con el pelo en los ojos y sus zapatos repicando en la acera. Estaba demasiado asustada como para gritar. No podía pensar en otra cosa que no fuera correr, escapar. «Tengo que llegar a casa... Allí estaré a salvo... ¡Que alguien me ayude!».

No aminoró la marcha cuando alcanzó el semáforo en rojo que prohibía cruzar la intersección. La ansiada ayuda vino repentinamente y de la peor forma imaginable cuando se vio cegada por los faros de un coche.

Esa misma noche, bajo el mismo cielo, un par de manos pálidas abrían un álbum de recortes. Las noticias que cubrían la muerte de las dos mujeres, cuidadosamente recortadas y colocadas, llenaban la página derecha. Unos dedos blancos, lívidos como los de un fantasma, daban golpecitos sobre el papel de periódico.

Fumie Kato y Atsuko Mita.

La página izquierda quedaba ocupada por una única fotografía a color en la que aparecía un joven con gafas de montura negra y una sonrisa que revelaba una hilera de dientes blancos y rectos.

En este indeterminado lugar, el reloj marcaba la medianoche.

Las manos blancas cerraron el álbum y apagaron la luz.

Capítulo 1
Cómo empezó todo

En sueños, Mamoru Kusaka se vio transportado doce años atrás en el tiempo. Era un niño de cuatro años y se encontraba en la casa donde había nacido. Su madre, Keiko, también estaba allí, de pie en la entrada, junto al zapatero, con el teléfono en la mano. Absorta en las palabras de su interlocutor, se encorvaba ligeramente hacia adelante y retorcía el cable del auricular entre los dedos. A intervalos regulares de unos diez segundos, asentía e interrumpía el monólogo intercalando esporádicos «ajá» con intermitentes «entiendo».

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