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Authors: Eric Van Lustbader

Tags: #Intriga, #Aventuras

El testamento (77 page)

BOOK: El testamento
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Bravo, se enjugó las lágrimas y volvió a encontrarse solo junto al Cauldron, con Jenny tendida a su lado. Podía oír su respiración trabajosa. Miró de nuevo el frasco que contenía la Quintaesencia. Fe. ¿Era su fe lo bastante fuerte?

Colocó nuevamente el frasco dentro del baúl de madera, pero era como si estuviese vivo, le resultaba difícil soltarlo, apartar las manos de él. Finalmente consiguió hacerlo con un esfuerzo, cerró la tapa del baúl de juguete y lo dejó en el agujero que su padre había cavado para esconderlo.

La Quintaesencia enterrada, sin embargo, latía como un corazón mientras él echaba la tierra encima, la apisonaba, volvía a esparcir las pinochas y los desechos del bosque. Luego, con una ferviente plegaria a la Virgen María, acunando a Jenny entre sus brazos, echó a andar de regreso a Sumela.

Ocho horas más tarde, en mitad de la noche, Jenny se despertó con terribles dolores. Gritó. Entonces Bravo le cogió la mano y se inclinó sobre ella. Podía ver su rostro a la tenue luz de la lámpara.

—¿Dónde estoy?

—En Macka —dijo él—. Al lado está el quirófano de la clínica.

—¿Y el baúl?

—En el mismo lugar donde lo enterró mi padre —dijo Bravo—. Respira tranquila, Jenny, allí está seguro.

—Quiero salir de aquí. —Trató de levantarse y gimió. Con un batir de tubos conectados a su cuerpo, que llevaban sangre y suero, se dejó caer nuevamente sobre la almohada.

—Mañana o pasado —dijo Bravo—, cuando la fiebre haya desaparecido, nosotros te llevaremos a Trabzon.

—¿Nosotros?

He llamado a Khalif. Estará encantado de venir a recogernos en una ambulancia. No iba a meterte en un coche para hacer un viaje de tres horas a través de las montañas.

Le dio de beber un poco de agua y esperó un momento a que la tragase.

—Ahora vuelve a dormir. Necesitas descansar.

—¿Y tú no?

Bravo se echó a reír, pero sólo consiguió esbozar una sonrisa, Por el momento era suficiente.

—Bravo, ¿qué pasará ahora?

—¿Quieres decir ahora que tengo controlado el escondite con los secretos de la orden?

Miró sus ojos, grandes y serios. No era momento de bromear. Jenny necesitaba respuestas, no menos que él, y ésa era la razón de que él no hubiese dormido nada desde que la había llevado a la clínica de Macka. Había estado demasiado ocupado pensando, y luego había hecho una serie de llamadas.

—He hablado con mi hermana Emma —dijo—. Ella es la coordinadora, está en contacto con todos los miembros de la orden, a todos los niveles. Han votado: soy el nuevo
magister regens
.

Jenny abrió unos ojos como platos.

—¿Y qué hay de la Haute Cour?

—Me aconsejará, como lo hacía con el
magister regens
hace cientos de años. Habrá que nombrar a nuevos miembros, por supuesto. Y el primero que nombraré serás tú.

—¿Yo?

Él se echó a reír otra vez, más suavemente.

—Entonces también debes nombrar a una monja veneciana llamada Arcángela.

—La Anacoreta, sí, he oído hablar de ella. —Bravo asintió—. Ya es hora de que las mujeres valiosas de la orden sean reconocidas, igual que sus ideas, sus planes y sus puntos de vista.

—¿Y adonde iremos desde aquí?

—Ahora debes dormir, Jenny. Mañana habrá tiempo de…

—No me dormiré hasta que no me lo cuentes.

Bravo se sentó en la penumbra reflexionando sobre la pregunta de Jenny. Era una buena pregunta, la única que contaba, y él había estado pensando durante toda la noche en lo que era necesario hacer.

—Primero, tú y yo llevaremos ese baúl a un lugar más seguro. Necesitaré tiempo para examinar su contenido y determinar cuál es exactamente nuestro poder. La orden debe continuar la obra de mi padre. Incluso mientras estamos aquí hablando, el mundo sigue cambiando, y me temo que no para mejor. Se acerca una nueva guerra, Jenny. En realidad, ya ha comenzado. Mi padre lo sabía y ahora lo sé yo también. Una guerra religiosa que afectará a todas las naciones a menos que pueda prevenirse. Los fundamentalistas de ambos bandos (los cristianos y los islamistas) están decididos a exterminarse mutuamente, y a ninguno de los dos les importa quién quede atrapado en el medio. No podemos permitir que eso ocurra, ¿verdad?

—No —dijo ella—. No podemos permitirlo.

—Entonces me ayudarás. —Su excitación brotaba de él como las chispas de un motor—. El primer paso será establecer contacto con todos los miembros de la antigua red religiosa de la orden que mi padre mantenía en funcionamiento.

Jenny sonrió. Eso era lo que más ansiaba oír. Pero ya se estaba quedando dormida y le contestó sólo en sus sueños.

Khalif no llegó solo a la clínica. Cuando aparcó la ambulancia lo acompañaban dos paramédicos, quienes salieron inmediatamente del vehículo con una camilla y fueron en busca de Jenny. Cuando Bravo acabó de darles las instrucciones, se reunió con su amigo en la estrecha calle. Khalif llevaba el hombro vendado y el brazo en cabestrillo. El turco, a pesar de todo, parecía notablemente animado.

—Tu llamada fue como maná caído de cielo. Es bueno estar otra vez metido en el juego.

Se abrazaron como si fuesen hermanos que se encuentran después de mucho tiempo.

Khalif se puso serio.

—¿Cómo está ella?

—Jenny se pondrá bien, es muy fuerte.

Fue sólo entonces cuando Bravo reparó en otra figura que estaba de pie en las sombras al otro lado de la calle. Al principio no le resultó familiar. Luego Bravo reconoció al anciano sacerdote a quien él le había dado la moneda en la iglesia de l'Angelo Nicolò en Venecia. Recordó que Jenny le había preguntado si podía confiar en ese hombre. Bravo, de alguna manera, sabía que podía confiar en él.

Los ojos azul eléctrico lo miraban como lo habían hecho en la iglesia veneciana, con una mezcla de curiosidad y diversión. Pero ahora había algo más en ellos: Bravo ya no se sentía como un niño ante los ojos del sacerdote.

Los paramédicos salieron de la clínica con Jenny acostada en la camilla, y se detuvieron el tiempo suficiente para que Bravo se inclinase sobre ella y la besara en los labios.

—Estaré a tu lado durante todo el viaje a casa —le dijo.

Los paramédicos la colocaron en la parte posterior de la ambulancia y Khalif subió tras ellos. Luego el conductor se sentó al volante mordiéndose las uñas. Un perro ladró en alguna parte en la calle bañada por el sol. Aparte de eso, todo estaba en silencio. No se veía una alma.

El viejo sacerdote cruzó la calle.

—No usó la Quintaesencia, ¿verdad?

Bravo sintió el peso de la solemne mirada del cura sobre él. Había hablado en griego de Trebisonda, pero Bravo sospechó que muy bien podría haberlo hecho en latín, o griego o cualquiera de las lenguas antiguas.

—No —contestó él en la misma lengua.

—¿Por qué no? —preguntó el sacerdote—. Tenía una causa justificada.

—Pero no sólo una causa.

El hábito del anciano sacerdote era negro, y su pelo, largo y alborotado, muy blanco. Alrededor del cuello llevaba una cadena corta de la que pendía una llave… una llave gemela de la que su padre le había dejado, la llave que abría la caja original que había guardado durante siglos los secretos de la orden. Era la llave que tenía Jon Molko, el apoyo de Dexter Shaw. Dexter debió entregársela al sacerdote para que la guardase.

El cura inclinó ligeramente la cabeza.

—He esperado este momento durante mucho tiempo.

Bravo respiró profundamente. Sabía que estaba contemplando la historia viviente.

—¿Y si hubiese abierto el frasco de la Quintaesencia?

El anciano sacerdote sonrió.

—Está sellado con lacre, pero con el correr de los siglos el sello se agrietó, y cuando su padre quitó el tapón descubrió que su contenido se había evaporado.

Bravo esperó, atónito. Su corazón era un martillo neumático que golpeaba en el interior de su pecho.

—Trató de salvar a mi madre…

—Aunque yo le aconsejé que no lo hiciera. —El sacerdote entrelazó los dedos—. Quería ser
magister regens
. Su idea era correcta, pero él no era el indicado. Ahora ya sabe la razón.

Bravo bajó la cabeza un momento tratando de reponerse. Luego añadió:

—¿Qué debe hacerse con el Testamento?

El sacerdote lo miró fijamente. No había parpadeado una sola vez, ni siquiera con aquel sol abrasador.

—Eso debe decidirlo usted.

—No es algo que pueda decidir solo. Le estoy pidiendo consejo.

El sacerdote se mesó la barba un momento antes de contestar.

—Ya ha comprendido el extremo peligro que representa la Quintaesencia, lo ha sentido personalmente. El Testamento de Jesucristo es igualmente peligroso. Su contenido, las palabras de Jesús, tiene el poder de destruir a toda la cristiandad. ¿Es eso lo que quiere?

—Pero es la verdad.

—Ah, sí, la verdad. —El anciano sacerdote dio un paso hacia él—. Durante su larga historia, la orden ha luchado continuamente con la verdad. ¡Dé qué modo tan encendido se debatía en el seno de la Haute Cour! Ahora debo preguntarle lo que nos preguntamos a nosotros mismos: ¿qué es lo que mejor promoverá el orden natural de las cosas, la verdad o la conciencia? Cuando haya respondido a esta pregunta, Braverman, sabrá qué es lo que debe hacer con el Testamento de Jesús.

El sacerdote comenzó a alejarse calle arriba en dirección a Sumela.

—Espere —dijo Bravo—. ¿Volveré a verlo?

El sacerdote se detuvo.

—Oh, sí.

—¿Cómo debo llamarlo entonces. Seguramente no fray…

—Ese nombre es antiguo, ha sobrevivido a su época —dijo el sacerdote—. Puede llamarme por mi nombre de pila, el nombre que me pusieron mis padres al nacer. Llámeme Braventino.

NOTA DEL AUTOR

LA HISTORIA DETRÁS DE LA FICCIÓN

V
IRTUALMENTE, la historia de
El Testamento
es real. Los observantes franciscanos están registrados en la historia, como lo están los caballeros de San Juan de Jerusalén, quienes sirvieron de fuente de inspiración para mis caballeros de San Clemente de la Sangre Sagrada.

Parece inevitable que los observantes gnósticos y los caballeros mantuviesen una permanente disputa. Ya a comienzos de la década de 1300 existía una profunda división dentro de la orden de los franciscanos en cuanto al estricto voto de pobreza exigido por san Francisco al fundar la orden a comienzos del siglo XIII. Los observantes (llamados asimismo observantistas) creían en ese voto, mientras que los conventuales no eran de la misma opinión. Esta disputa alcanzó su máxima expresión en el año 1322, cuando el papa Juan XXII apoyó a los conventuales y sus aliados, la más reconocida orden de los dominicos.

La bula papal
Cum inter non mullos
, que afirmaba entre otras cosas que la regla de la pobreza era «errónea y herética», fue probablemente un subterfugio. Parece mucho más plausible que el papa quisiera erradicar una facción de los franciscanos dedicada a recorrer el mundo, impartiendo su evangelio, su poder y su influencia, en lugar de permanecer quietos en los monasterios, como hacían los conventuales. Esta fue la verdadera razón por la que el papa se pronunció en contra de los observantes.

Sin embargo, esa decisión papal no representó el fin de la orden. De hecho, representó todo lo contrario. En la última parte del siglo XV y las dos primeras décadas del siglo XVI, un buen número de observantes que habían aceptado la bula papal se encontraban en Oriente Medio, especialmente en Trebisonda, sirviendo de forma manifiesta en calidad de emisarios y proselitistas. Parece probable que también estuviesen realizando la obra de los observantes. Es aquí, en el punto donde se encuentran Oriente y Occidente, donde he imaginado a mis observantes gnósticos descubriendo muchos de sus secretos, incluyendo el fragmento del Testamento de Jesús y la Quintaesencia, que también está registrada en la historia como el legendario Quinto Elemento, buscado desde entonces por todos los alquimistas del mundo.

Para ajustarme todo lo posible a la historia, he fijado la fundación oficial de la Orden de los Observantes Gnósticos aproximadamente en esa fecha, si bien se produjeron ligeros movimientos dentro de los observantes en la década anterior a 1322.

El gnosticismo es anatema para el Vaticano, y sus órdenes, fielmente tradicionalistas. Su nombre deriva de una palabra griega que significa «conocimiento». Los gnósticos, por decirlo de un modo simple, creen que el mundo físico es corrupto, malvado, que la única manera de alcanzar la salvación consiste en seguir un camino absolutamente espiritual hacia la bondad. Hay quienes incluso sostienen que Jesús era un ser puramente espiritual, de modo que sólo apareció para morir en la cruz. Algunos gnósticos también siguen estudios en los llamados «misterios esotéricos», que la Iglesia ha considerado mágicos y, por tanto, heréticos.

Los caballeros, defensores tanto del papa como de Cristo, estarían naturalmente predispuestos a despreciar y temer a la orden, que tomó al pie de la letra el edicto de san Francisco en el sentido de recorrer el mundo divulgando su evangelio. Resulta enteramente lógico que los caballeros se sintieran más que felices de cumplir el mandato del papa de desmantelar el poder de la orden.

El Evangelio secreto de Marcos también está registrado en la historia. Algunas partes del mismo están citadas en una carta atribuida al padre de la Iglesia del siglo n Clemente de Alejandría, y dirigida a Teodoro. Clemente afirma que, después de la muerte de Pedro, Marcos llevó su evangelio original a Alejandría y escribió un «evangelio más espiritual». La carta fue encontrada por el estudioso bíblico Morton Smith en 1958 en el monasterio de Mar Saba, justo al sur de Jerusalén. No es de extrañar que su autenticidad haya sido puesta en tela de juicio por muchos estudiosos de la Biblia, quienes no creen que el Jesús histórico fuese un obrador de milagros.

Sin embargo, es precisamente así cómo el Evangelio secreto de Marcos le retrata en este pasaje: «Y ellos llegaron a Betania. Y allí había una mujer cuyo hermano había muerto. Y, acercándose, se postró ante Él y le dijo: «Hijo de David, ten piedad de mí». Pero los discípulos la increparon. Y Jesús, enfadado, fue con ella al jardín donde se encontraba la tumba y, acercándose directamente donde estaba el joven, extendió la mano y lo levantó». El posterior estudio de los evangelios realizado por Smith lo llevó a exponer el siguiente argumento: que Jesús «podía admitir a sus seguidores en el reino de Dios, y podía hacerlo de una manera especial, de modo que ellos no estuviesen allí simplemente por prevención, ni en virtud de creencia y obediencia, ni por alguna otra forma de expresión».

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