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Authors: Eric Van Lustbader

Tags: #Intriga, #Aventuras

El testamento (76 page)

BOOK: El testamento
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—No lo sé —dijo Bravo sinceramente—. Pero si hubieses venido a hablar conmigo, si me hubieras dicho la verdad, podríamos haberlo solucionado. Éramos amigos; somos hermanos, después de todo.

—Yo no soy tu amigo, y tampoco tu hermano —replico Jordan—. Yo soy tu enemigo.

—No tiene por qué ser de ese modo.

—Pero lo es. Para nosotros no hay otro camino que lanzarnos al cuello del otro.

—¿Por qué? Tú mismo lo has dicho: los caballeros han vuelto a nacer. La vieja enemistad entre ellos y la orden puede quedar en el pasado. Piensa en lo que podríamos hacer si uniésemos nuestras fuerzas, el bien que podríamos conseguir.

—Oh, sí, por supuesto, ¿por qué no iba a gustarme ser tu mano derecha?

—Joder, Jordan, no era eso lo que quería decir.

—Pero lo has dicho. Eres igual que tu padre: arrogante, juzgas a todo el mundo, crees que eres más listo y mejor que los demás. No, gracias, yo tengo mi base de poder, he dedicado años a sacrificarme, transigiendo, obedeciendo a la zorra de mi madre, todo para consolidar ese poder. Que te jodan, Bravo, no pienso compartirlo contigo ni con nadie.

Bravo trató de no pensar que él se había comportado de ese modo con Jenny: pensó que sabía más, la condenó, y los hechos le demostraron que estaba equivocado. ¿Había hecho lo mismo con Jordan?

—Escucha —dijo con creciente desesperación—, estás cometiendo un terrible error…

Jordan sonrió.

—Es tan propio de ti pensar eso, ¿verdad? ¿Ves como tengo razón con respecto a lo que eres?

Bravo trató de ignorar lo que Jordan estaba diciendo, ignoró las acusaciones que habían hundido sus garras profundamente en su psique. Sería muy fácil desechar a Jordan como un monomaníaco alucinado, pero la verdad era que él lo conocía muy bien, conocía sus debilidades tanto como Bravo conocía las de Jordan. No obstante, alguna fuente de bondad en su interior lo impulsó a seguir lo que ahora sabía que era un curso infructuoso.

—A pesar de lo que pienses, aún tenemos una oportunidad, si tú…

—¿Escucharte a ti? Preferiría cortarme las venas.

—Te estoy ofreciendo una familia, Jordan. ¿Por qué no eres capaz de entenderlo?

—¿Por qué no eres capaz de entender que estás tratando de dominarme otra vez? No, Bravo, nunca más, te lo prometo. Eres tú quien tiene un pasado, una historia, una familia. ¿Ofrecerme una familia? No, vendrás a compadecerte de mí, si no lo has hecho ya. De hecho, el proceso ya ha comenzado. Es la conmiseración lo que te ha impulsado a hacer esa oferta. «Pobre Jordan (piensas) yo puedo ayudarlo». Pero no puedes ayudarme, Bravo, querrás asumir el control, tomar decisiones por mí, decirme lo que está bien y lo que está mal. Siempre has creído que conocías la diferencia entre el bien y el mal, pero resultó que no sabías nada. Tú tienes lo que yo quiero, lo que nunca podré tener. ¿Puedes darme eso? ¿Lo harías si tuvieses la posibilidad de hacerlo? Maldito…

Entonces se abalanzó sobre Bravo, soltando golpes a ciegas, con el corazón lleno de furia, con el propósito de hacer daño, de destruir aquello que más odiaba. Bravo se defendió lo mejor que pudo, pero rápidamente se vio superado por la ferocidad de la ira de Jordan. Siguió retrocediendo a través del pasadizo, acercándose cada vez más en el pozo de luz hasta que, finalmente, Jordan lo derribó a medias dentro de la chimenea y, con una pierna coleando en el espacio, vio que no sólo ascendía, sino que también descendía.

Bloqueó el siguiente golpe de Jordan y trató de apartarse del borde, pero Jordan se lo impidió con su cuerpo y lo obligó a retroceder hacia la abertura en el suelo de roca. Podía sentir la corriente de aire a su espalda. Su pie resbaló en el borde. ¿Qué profundidad tendría el pozo de la chimenea?

Jordan aprovechó esa breve pérdida de concentración de Bravo para meterse dentro de su perímetro de defensa y lo golpeó en las costillas. Bravo cayó de rodillas y Jordan trató de golpearlo entonces con el pie, pero él consiguió cogerlo antes de que llegara a destino y lo derribó. A continuación se colocó encima de él y comenzó a aporrearle la cara. Mientras luchaban, ambos se acercaban cada vez más al borde de la chimenea.

Bravo volvió a golpear, pero esta vez Jordan estaba preparado y consiguió bloquear el impacto y, retorciéndole el brazo, cambiaron posiciones. Ahora era Jordan quien estaba encima. Bravo pudo ver inmediatamente cuáles eran sus intenciones. Jordan estaba empujándolo, tratando de lanzarle por el borde del pozo, hacerlo caer por la chimenea de piedra, deshacerse de él para siempre.

La cabeza y los hombros de Bravo ya estaban dentro de la chimenea. Dentro de pocos segundos se encontraría demasiado lejos del borde para poder salvarse. Era ahora o nunca. Sabía que tenía que dejar de lado sus sentimientos de querer salvar a Jordan de sí mismo, de forjar sólo con su voluntad una nueva familia que, de alguna manera, pudiese borrar el sabor amargo de la traición de su padre. Como Jordan había dicho, era pura arrogancia. No podía hacerlo: fracasaría y, si insistía, seguramente moriría en el intento.

Miró a su enemigo a la cara, absorbió su golpe, vio un punto vulnerable y, cuando Jordan volvió a alzar el puño para repetir el golpe, usó las puntas de los dedos tiesos para golpear a Jordan entre el esternón y el diafragma. Bravo golpeó con todas sus fuerzas, rompiendo el importante haz de nervios.

Jordan retrocedió y Bravo se levantó, empujándolo con fuerza y haciendo que su cabeza golpease contra la pared de piedra. Jordan tropezó entonces con Bravo, se precipitó hacia adelante y cayó por el pozo de la chimenea.

Bravo se volvió, tendió la mano en un acto reflejo para cogerlo, pero fue inútil, nunca tuvo ninguna posibilidad. Jordan había desaparecido.

Jenny lo cogió del brazo cuando salió gateando del pasadizo de piedra.

—¿Y Jordan? —preguntó ella.

Bravo meneó la cabeza. Se sentía mareado y aturdido, tenía las manos frías e insensibles. Tendió los brazos hacia Jenny como lo hace un hombre que se está ahogando hacia la cuerda lanzada por encima de la borda. Ella se encogió levemente y se mordió el labio para no gritar de dolor, y a través de su propio dolor y sufrimiento, Bravo se dio cuenta de que ella también estaba herida.

—Jenny, ¿qué te ha pasado? —Luego vio el torniquete que ella había improvisado sobre su abdomen—. Estás herida.

—Sólo es superficial. Nada de que preocuparse.

Pero la camisa empapada de sangre desmentía sus palabras.

—Tenemos que llevarte a un hospital, o al menos a que te vea un médico.

Ella asintió.

—Pero primero quiero enseñarte algo.

Lo llevó hasta donde estaba tendida Camille, se agachó lenta mente hasta quedar arrodillada y rebuscó entre las ropas de la mujer hasta encontrar lo que estaba buscando. Luego lo exhibió en la palma de su mano.

Bravo se arrodilló junto a ella.

—Tu cuchillo.

—No exactamente.

Jenny sacó su propio cuchillo de resorte.

—Son idénticos. —Bravo la miró—. Camille tenía un duplicado. Eso significa…

—Ella encontró mi cuchillo.

—En el hotel del mont Saint Michel, mientras estabas inconsciente. Fui al baño y la dejé sola contigo. Yo no quería dejarte, pero ella me aseguró que no iba a pasarte nada.

—Por supuesto que sí, ella revolvió mis cosas.

Bravo miró el rostro de Camille, pálido, bello como una porcelana incluso en la muerte.

—Fue ella quien le cortó el cuello al padre Mosto, no Cornadoro. Fue ella quien me atacó en el corredor fuera de su oficina.

—Me pregunto cuánto lo habrá disfrutado —dijo Jenny amargamente.

—Jenny…

—Camille debió de disfrutar al separarnos.

Bravo asintió con tristeza.

—Ése era su plan desde el principio, ahora lo comprendo.

Jenny se levantó con un leve gemido.

—¡Menuda zorra!

«Zorra», así la había llamado también Jordan. En eso tampoco se había equivocado, pensó Bravo. Pero Camille había sido mucho más que eso. Se levantó y rodeó a Jenny con su brazo mientras contemplaba el rostro del diablo que había visto y reconocido el padre Damaskinos.

Capítulo 33

E
L crepúsculo los envolvió en su agradable abrazo. El cielo estaba en llamas, invadido de nubes rosadas. Era un alivio estar fuera de la caverna, libres de los horrores que habían encontrado en su interior.

—La caja con los secretos —dijo Jenny—. ¿Qué ha ocurrido, Bravo? ¿Tu padre te llevó por el camino equivocado?

—Al contrario. No os leí a ti ni a Camille su último código porque él me advirtió que no debía hacerlo.

—¿Qué quieres decir? —Jenny se volvió entre las suaves sombras del pequeño prado donde se encontraban—. Espera un momento, Dexter sabía que no estarías solo, ¿verdad?

—Bueno, era un suposición, y tenía mucho sentido si te paras a pensarlo —dijo Bravo—. Verás, en el momento en que comenzó el ataque de los caballeros de San Clemente, mi padre tuvo la precaución de trasladar el contenido del escondite fuera de su contenedor original. Pero se obstinó en que si yo estaba acompañado por alguien (por cualquiera), fuese al lugar original donde estaban enterrados los secretos. De ese modo, yo podría descubrir a quien estuviese contra mí. A lo largo de los siglos, el poder de la Quintaesencia ha tenido la capacidad de corromper incluso a aquellas personas que se consideraban incorruptibles. A mi padre le dijeron que ése fue el origen de todos los traidores dentro de la orden.

Jenny lo miró con el sol brillando en los ojos.

—¿Le dijeron? ¿Quién se lo dijo?

—Fray Leoni.

Se había levantado un prematuro viento nocturno. Alrededor de ellos se extendían las flores silvestres, inclinando las cabezas como en señal de obediencia.

—Él aún está vivo. —La voz de Jenny era un susurro asombrado.

—Eso parece, contra toda lógica.

—La lógica no tiene nada que ver en esto —dijo Jenny—. Es una cuestión de fe.

Bravo asintió.

—Ahora lo comprendo.

—Es aquí —dijo Bravo, al tiempo que se arrodillaba junto al Cauldron, el manantial sagrado de los ortodoxos griegos.

De la tierra rojiza delante de él se alzaba el plinto de una antigua columna. Jenny se apoyó en su hombro mientras se agachaba junto a él. Bravo apartó una capa de pinochas y moho; escarabajos y ciempiés huyeron en busca de refugio. El olor a descomposición que alimentaba la nueva vida se elevó hacia ellos como el aroma de una fresca mañana.

—¿Estás bien? —preguntó Bravo—. ¿Puedes hacer esto?

Ella sonrió y todo el dolor desapareció de su rostro.

—Puedo hacerlo, tengo que hacerlo.

Juntos comenzaron a cavar con las manos, extrayendo puñados de tierra, formando una pila cada vez más alta hasta que, debajo del plinto de piedra, apareció un pequeño baúl de madera. Pintado con botes, peces y pájaros con colores primarios, la caja de madera era completamente diferente de la que ella había desenterrado en la caverna.

Bravo se sentó en el suelo y se echó a reír.

—Es el baúl de los juguetes que yo tenía cuando era pequeño.

—Oh, Bravo.

Jenny apoyó una mano sobre su hombro.

En silencio, respetuosamente, volvieron al trabajo, quitando el resto de tierra que había en la parte superior del baúl y cavando en los costados. Finalmente quedó totalmente expuesto y lo levantaron.

Cuando Bravo se disponía a abrirlo, Jenny dijo:

—Creo que…

Luego sus ojos se pusieron en blanco y se desmayó. Bravo la tendió inmediatamente en el suelo, le tomó el pulso y controló la respiración. Estaba viva, pero su mano se apartó de su cuerpo cubierta de sangre. Él se quitó rápidamente la camisa y la desgarró en varias tiras. Con una sensación de creciente urgencia deshizo el torniquete que Jenny había fabricado con un trozo de su propia camisa. Bravo se sorprendió al ver la herida. Limpió la sangre que manaba de ella: no cabía duda, era mucho más grave de lo que ella había aparentado. Volvió a vendarla, esta vez usando dos tiras de su camisa, colocando una doble capa y apretándolas en un intento de detener la pérdida de sangre. Miró a su alrededor. Por supuesto, no había una alma a la vista. Estaban aproximadamente a un kilómetro del monasterio de Sumela y, desde allí, había un viaje de veinte minutos hasta la clínica en Macka. Volvió a tomarle el pulso y se alarmó al comprobar que su ritmo era más lento que antes. Si se volvía errático… No obstante, quizá no fuese capaz de regresar a tiempo a la civilización.

Se enjugó el sudor del rostro y se volvió hacia su baúl de juguete. Sabía lo que éste contenía en su interior. Lo abrió con manos temblorosas. Allí estaban los secretos que la orden había estado acumulando durante siglos: documentos, tratados secretos, historias clandestinas, memorias censuradas, archivos comprometedores. Y, entre todos esos documentos, estaba también el Testamento de Cristo. Lo tocó pero no lo recogió. Era curioso pero, ahora que lo había encontrado, no tenía tiempo de leerlo. Su atención estaba concentrada en otra cosa: el pequeño frasco de arcilla con su tapón de piedra.

La Quintaesencia.

Todo lo que tenía que hacer era abrir el frasco y aplicar una cantidad ínfima sobre la herida de Jenny. De ese modo podría curarla, salvarle la vida. ¿Cómo no iba a hacerlo? Lo cogió con cuidado entre ambas manos. No pesaba prácticamente nada, como si su contenido fuese más ligero que el aire, como las alas de los ángeles.

«Ábrelo, aplica una pequeña cantidad sobre su herida». Ella viviría, seguro. Si no lo hacía, sólo dependía de la fe, fe en que ella pudiera llegar a la clínica, de que él pudiese salvarla.

Sus dedos se cerraron sobre el tapón.

¿Y luego qué? ¿Qué pasaría después con ella? ¿Viviría hasta los ciento cincuenta años? ¿Doscientos? ¿Cuatrocientos, como fray Leoni? ¿Querría eso Jenny? ¿Tenía él derecho a hacerlo, a cambiar el orden natural de las cosas? Su padre, sin duda, había tenido que tomar la misma y terrible decisión cuando Steffi cayó gravemente enferma…

Y entonces su padre apareció a su lado.

—Papá, ¿qué debo hacer?

—Ahora se trata de tu decisión, Bravo.

—La amo, no quiero que muera.

—Yo amaba a Steffi, tampoco quería que muriese.

—Pero tú la traicionaste con Camille.

—Soy humano, Bravo, como todo el mundo.

—¡Pero tú no eres como todo el mundo, papá!

Dexter sonrió.

—Cuando eras pequeño, estaba bien que me vieras de esa manera, te proporcionaba tranquilidad y seguridad, así funciona el mundo. Pero ahora eres un adulto, Bravo, y tienes que aceptarme como realmente era, tienes que proporcionarte tu propia tranquilidad y seguridad…

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