Por muy absurdas que puedan parecer acciones como el ataque en el metro de Tokio, éstas se basan, por lo menos en parte, en una elevada inteligencia tecnológica y logística, y en recursos financieros enormes. Eso nos permite sospechar que en dichas acciones no sólo participan los autores ideológicos, sino también ciertos profesionales comprados a tal efecto. Y así es. El mercado de los terroristas por encargo no fue tan grande nunca antes ni mostró tan pocos escrúpulos. Hasta el propio Carlos, el legendario Chacal, terrorista estrella de los años setenta y ochenta, atrapado por las autoridades francesas en 1994, se veía a sí mismo en principio como un hombre de convicciones, al que ciertos gobiernos represores no le habían dejado más opción que empuñar las armas. A principios de los años noventa, la cuestión sobre los aspectos morales ya había sido liquidada. El sombrío mundo de los asesinos por encargo se engrosó con miembros de fracasados grupos nacionalistas en todo el mundo; antiguos oficiales del KGB, francotiradores salidos de las filas de los mercenarios y las tropas de élite, legionarios extranjeros y policías frustrados. Con los objetivos cada vez más difusos de los grupos terroristas que operan en todo el mundo, y con su paulatina orientación hacia el principio de la rentabilidad, los escrúpulos de una Leila Khaled habían desaparecido y dado paso a ejecutivos mucho más prosaicos. Un padre del terrorismo moderno, Abu Nidal, administraba en los años ochenta cuatrocientos millones de dólares. La ANO, la Abu Nidal Organization, recibía sus encargos principalmente de Siria, Libia e Irak. Ella representa, quizá, el mejor ejemplo de que un terrorista político no tiene por qué ser necesariamente un ideólogo radical, un fanático religioso o un nacionalista extremo. Lo que se exigía era rentabilidad. La ANO, finalmente, abandonó su deseo original de provocar cambios religiosos o políticos, se concentró exclusivamente en la obtención de dinero e invirtió hábilmente las ganancias en empresas y bienes raíces. La ANO fue una sociedad altamente rentable dedicada al comercio de armas, con sede en Polonia, así como institutos de investigación tecnológica y diversos centros recreativos. Sus gigantescas ganancias exigían la presencia de un director financiero dentro del grupo, dirigido, según se comenta, por el propio Abu Nidal en persona. El antiguo terrorista se convirtió en el presidente de un
holding
empresarial, y son muchos los que intentaron imitarlo. Hasta una organización de impecable orientación ideológica marxista-leninista como el Ejército Rojo Japonés, amasó por la misma época de Abu Nidal una fortuna gracias al terrorismo por encargo.
En la actualidad, la cuestión de los terroristas por encargo ya no es si se mata por dinero, sino lo lejos que se puede llegar. Ante lo que sucede hoy, se cohibiría incluso gente como el propio Carlos, Abu Nidal o Abu Abbas, si se les ordenase detonar una bomba atómica en el centro de una ciudad como Nueva York. Otros, por el contrarío, lo harían sin dudarlo.
Los especialistas en terrorismo se ocupan hoy de anticiparse a estos actos. Hoy se sabe que sólo el incremento del intercambio de conocimientos entre los servicios secretos, así como una colaboración policial y militar a todos los niveles, podría contrarrestar con éxito estos nuevos peligros. Después de que el ejército inglés reconociera hace años que era inferior al IRA desde el punto de vista tecnológico, habrá que prepararse para actos terroristas de mayor calibre.
SOBRE LA MAFIA RUSA
Tratar este tema de un modo exhaustivo es casi imposible. La mafia rusa se ha transformado en una estructura amorfa que opera a nivel internacional y que, en parte, ya no tiene nada que ver con Rusia.
En el libro se habla del Círculo de Moscú. Vamos a comentar ciertos hechos que podrían servir de ejemplo de lo que entendemos hoy por mafia rusa.
Ese grupo se mencionó por primera vez en el periódico moscovita
Rossijskaja Gaseta,
que a mediados de los años noventa salió a la luz pública con la suposición de que, a la sombra del Kremlin, se habían unido varios funcionarios y hombres de negocios influyentes para formar un grupo muy poderoso y rico que se denominaba a sí mismo Círculo de Moscú y que perseguía el objetivo de sacar dinero de una capital que se encontraba en plena prosperidad.
Se dice que, supuestamente, el Círculo ha llegado a ocupar la alcaldía de la capital rusa. A través del Departamento Financiero de la alcaldía se fundaron algunas firmas de transacciones financieras. Los beneficios se los embolsaban algunos políticos y hombres de negocios pertenecientes al Círculo. El dinero pasaba luego a cuentas bancarias en Alemania, Suiza o Austria. Tras la caída de la Unión Soviética, por ejemplo, la alcaldía de Moscú se aseguró el derecho de posesión de las antiguas dependencias del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME). Sólo mediante el alquiler de estas superficies para oficinas, esos bienes raíces reportan beneficios de millones. Pero, sobre todo, estos negocios no están sujetos al control del Estado, sino que funcionan dentro de una economía semiprivada. Eso quiere decir que las cajas oficiales de la ciudad de Moscú no ven ni un céntimo de esas ganancias, pues éstas fluyen hacia las empresas impulsadas y controladas por el Círculo. Con esos recursos, el Círculo compra hoteles y casinos. Las divisas obtenidas son transferidas a cuentas en Europa a través de firmas extranjeras, y de ese modo surge una riqueza rusa fuera de Rusia.
El Ministerio del Interior vienés ha comprobado que cada mes se fundan, como media, diez empresas comerciales ruso-austríacas, en las cuales los austríacos desempeñan principalmente el papel de testaferros. Hace mucho tiempo que esa red formada por empresas mañosas y legales se ha vuelto inabarcable. En Suiza, la Oficina Central contra el Crimen Organizado, alerta sobre la adquisición de empresas nacionales por parte de la mafia rusa, cuyos miembros son intercambiados una y otra vez hasta que, detrás de la fachada legal, surge una economía en la sombra de carácter mafioso. En Inglaterra, la Unidad de Investigaciones Financieras de la policía, informó en el año 1996 que la mafia rusa estaba lavando cientos de millones de libras a través del comercio bursátil londinense.
En Alemania la situación tampoco es mejor.
El problema de Rusia es que los líderes rusos no estarían en condiciones de sobrevivir sin el dinero de la mafia. Su otro problema es que esa mafia está dejando de ser una mafia. La cúpula se vuelve honorable. Uno se pregunta qué debates pueden llevarse a cabo sobre la justicia y la injusticia cuando el Estado y el mundo del hampa se unen y se convierten en uno solo, lo quieran o no. El dinero borra todas las fronteras. Para las Janas y los Mirkos de este nuevo mundo, y en general para todo el terrorismo por encargo, se abren posibilidades fascinantes. Ha nacido así un mercado de servicios como el que existía en la Italia de los grandes padrinos y en los Estados Unidos de Al Capone.
Precisamente, la mafia rusa nos muestra los puntos débiles de la política legal y nos hace perder la fe en la seriedad de los políticos de mayor rango. Nos preguntamos por qué, por ejemplo, un hombre como Boris Yeltsin no pudo hacer nada contra esto. La respuesta es muy sencilla: tendemos a sobreestimar a nuestros políticos. Creemos que todo lo que hacen está planificado, ha sido bien pensado y concebido concienzudamente en una atmósfera sobria de trabajo.
Sobre eso, he aquí una breve historia.
En los últimos días del gobierno de Gorbachov, se reunieron el presidente ruso Boris Yeltsin, y los jefes de gobierno de Ucrania y Bielorrusia. Se encontraron en la dacha del bielorruso. Algunos observadores -antiguos guardaespaldas- hablaron luego de que más bien lo que hicieron fue pasar la noche y acordar el final de la Unión Soviética, mientras que la mesa quedaba repleta de botellas vacías. Al igual que los golpistas que quisieron deponer a Gorbachov en su momento, los cuales estaban todos borrachos como cubas y no sabían ni siquiera lo que iban a hacer al día siguiente del golpe, allí la decisión tampoco tuvo nada de sobria. En algún momento se mencionó, y a partir de ese instante sólo importó quién le daría a Gorbachov la desagradable noticia. Nadie tenía ganas de hacerlo. Acababan de acordar la disolución de la mayor confederación de estados del mundo, pero, por razones personales, les resultaba vergonzoso estropearle el día a Gorbachov con dicha noticia. Ninguno se atrevió. Como escolares que tienen que confesar una travesura, se pusieron a regatear a ver quién lo hacía. Cuando Yeltsin telefoneó al entonces todavía primer ministro en funciones de la Unión Soviética para decírselo, hubo muchos rumores en su entorno. Gorbachov quedó desconcertado, había sido despojado del poder de un día para otro.
Hasta aquí esta disgregación del control político.
Eso no quiere decir que las decisiones políticas se tomen en principio de ese modo. Pero nos demuestra que los políticos son solamente seres humanos. En situaciones para las que no estén demasiado preparados, como sucede con tanta frecuencia, pueden hacer únicamente lo que les parezca correcto, a él o a sus asesores. Gorbachov, uno de los hombres más poderosos del mundo, cayó al final a manos de un trío que se había reunido como si fuesen unos tunantes. Por eso apenas nos sorprende que algunos políticos puedan tropezar de vez en cuando con organizaciones del hampa rigurosamente organizadas.
En la actualidad, el gobierno ruso, bajo el liderazgo de Putin, está muy interesado en contrarrestar la manera en que el país ha sido socavado por esas estructuras mafiosas. La tarea no será fácil, porque el problema no lo constituyen los gángsteres clásicos, sino las estructuras semilegales. Los peligros están allí donde se dan la mano la política honorable y el bajo mundo, allí se perfila el camino hacia un mundo cada vez más criminalizado. Si quisiéramos ponernos fatalistas, podríamos decir: en un entorno donde todos son bellacos, si nosotros, en términos generales, somos honestos, ¿qué pasa? Así funciona la mafia rusa.
Pero esa mafia no tiene por qué funcionar a sus anchas. Lo que Europa necesita es un intercambio de información supra-nacional. Una colaboración más estrecha de Occidente con Rusia podría contribuir seguramente a que no se llegue a una criminalización global de la política y la economía.
SOBRE ESTADOS UNIDOS
Silberman, el corresponsal de la Casa Blanca en este libro, aborda el tema del
american way oflife
a partir de la cultura mediática. Obligatoriamente, tenía que salir a relucir cierto mal paso del presidente de ese país. Es cierto que ya todo el mundo ha oído el nombre de Lewinsky, pero los republicanos no se cansan de machacar con él una y otra vez. Por mucho que el incidente canse ya a todos los involucrados y no involucrados, sí que ha influido de manera persistente en el modo en que se llevarán en el futuro las confrontaciones de carácter político.
Una cuestión es cómo pudo llegarse tan lejos para que un político de alto rango fuera puesto en la picota de la opinión pública internacional por echar una cana al aire. La otra cuestión está directamente relacionada con la anterior: ¿qué tiene que suceder para que la política no se ocupe de los temas de cintura para abajo? ¿Y qué peligros oculta un sistema social que hace posible un encauzamiento político recurriendo a esos temas?
Este capítulo, por supuesto, no pretende esbozar una imagen completa de Estados Unidos. Pero sí desea ahondar en algunos aspectos que pueden servir para una mayor comprensión.
En principio, hay que tener en cuenta las diferencias existentes entre los valores que se tienen en Europa y en Estados Unidos. La Europa de hoy, especialmente la Europa central, se caracteriza por el equilibrio de sus fuerzas políticas, a pesar de algunos engendros de derecha o izquierda. Existe una tendencia al entendimiento. Todos los grandes partidos siguen un curso más o menos moderado, e incluso la relación con la Iglesia otorga prioridad al diálogo. Después de siglos marcados por la herencia de antiguas culturas y el despertar de otras nuevas, por constantes desplazamientos de las fronteras, por mezclas interétnicas, de cruzadas, revoluciones y guerras mundiales, de primitivismo y brutalidad de un lado y de enormes logros sociales y éticos, del otro, hemos llegado (provisionalmente) a un estado de armonía generalizada. Y no es porque seamos tan tolerantes, sino porque reconocemos que la tolerancia y la coexistencia son condicionamientos objetivos.
Frente a esto, Estados Unidos cuenta con una historia más reciente. Las guerras mundiales no tuvieron lugar en su territorio, y mucho menos se lleva a cabo allí un análisis retrospectivo y esclarecedor de la historia propia. Los problemas domésticos de la época de la fundación de la nación americana perduran todavía en la actualidad: la problemática racial, la poca honrosa historia de las guerras contra los indios, la cuestión religiosa, todo eso. En Europa, las evoluciones culturales tuvieron lugar poco a poco; en Estados Unidos, en cambio, las personas han sido catapultadas a un universo de alta tecnología desde una época de nociones morales arcaicas y criterios archirreligiosos, desde una mentalidad del salvaje Oeste, y todo eso ha ocurrido en el lapso de tiempo más breve, en únicamente dos siglos.
Estados Unidos ha consumado ya su evolución, pero aún no la ha procesado suficientemente. Es como si la conquista acabara de tener lugar, de ahí la vehemencia de las opiniones que allí conviven. Y mayor es esa vehemencia porque los norteamericanos intentan con todas sus fuerzas presentar las cosas de otro modo, ya que les encantaría mirar a una historia milenaria que no tienen (de ahí proviene también el enorme interés de Estados Unidos por la historia y la cultura europeas). Estados Unidos está escindido entre varios criterios extremistas, y la historia del país está marcada por la violencia física y moral. El sistema norteamericano está enfermo por su propio carácter difuso. Dentro de una poderosa confederación que se entiende a sí misma, como ninguna otra sociedad en el mundo, como el símbolo de la unidad, se interponen mutuamente en el camino cincuenta estados federados cuya comprensión de su propia identidad difiere en parte de una manera extrema. Como consecuencia de esto, los intereses internacionales y globales de la superpotencia que es Estados Unidos, van de la mano con la ignorancia más estúpida sobre todo lo que existe detrás del campo de maíz más próximo. En ninguna otra parte del mundo son más grandes las contradicciones.
Por consiguiente, Estados Unidos no tiene una identidad nacional como la que sí poseen, por ejemplo, Alemania, Francia o Inglaterra. El patriotismo de algunas producciones de Hollywood no debe engañarnos. Esas películas sirven, sobre todo, para compensar la carencia de un equilibrado ritmo interior. De hecho, la sociedad norteamericana es un conglomerado flexible de intereses y conceptos de valores que no podían ser más disímiles. Se compone de unas pocas personas que poseen mucho y de muchas que poseen poco; de liberales y demócratas de un lado, y de republicanos del otro, cuyos representantes más radicales intentan por todos los medios, llegado el caso, dar marcha atrás a la rueda de la historia.