—Espero que recojas toda esta porquería ahora mismo —dice.
—Devuélveme mi guitarra.
Abel y su madre se miran sin disimular la ira durante unos segundos eternos, angustiosos. Si las miradas fueran combustibles, en este momento una chispa haría saltar la casa por los aires. Luego, ella sigue el recorrido hacia su cuarto. Se quita los zapatos, entra al baño, murmura algo por lo bajo, se comporta como si esta fuera una noche normal. Frente al espejo, se quita la ropa y se dispone a darse una ducha. Las heridas que las palabras han abierto tardarán en cicatrizar.
Abel permanece un rato más en el salón y luego se retira. Fingirá trabajar. Aprenderá a respirar con tantas ausencias: Oscura, su guitarra, su tranquilidad. Tramará algo. Ha llegado el momento de hacerlo. Tiene que encontrar una solución que le libere de tanta rabia. Echará de menos a Oscura. Hoy, que tanto desea hablar con ella.
En resumen: otra noche eterna devorada por la desesperación y la soledad.
Oscura:
Haría lo que fuera por ti. Solo dime qué necesitas y cuenta conmigo.
Hoy, mañana y siempre.
W.
OSCURA:
Estoy mal, Weirdo.
WEIRDO:
Qué te pasa?
OSCURA:
Todo es horrible.
WEIRDO:
Has hablado con tu padre.
OSCURA:
Sí.
WEIRDO:
Qué ha pasado?
OSCURA:
Lo peor. Lo que ya sabía.
WEIRDO:
Le dijiste que quieres cambiar de bachillerato?
OSCURA:
Sí. Se puso hecho una furia.
WEIRDO:
Por qué?
OSCURA:
No quiere que sea escritora.
WEIRDO:
Vaya…
OSCURA:
Se ha enterado de que hablé con mi tutor del instituto para empezar el bachillerato artístico.
WEIRDO:
Y qué dijo?
OSCURA:
Me va a matricular en otro instituto.
WEIRDO:
Por qué?
OSCURA:
Uno donde estaré interna.
WEIRDO:
Un internado?
OSCURA:
Más bien una cárcel. No saldré de allí hasta que entre en la universidad.
WEIRDO:
No puede hacerte eso.
OSCURA:
Sí que puede, es mi padre.
WEIRDO:
Y tu madre? No dice nada?
OSCURA:
Siempre le da la razón. Creo que no se atreve a contradecirle.
WEIRDO:
Vaya, lo siento. Todo esto es culpa mía.
OSCURA:
No. Yo decidí hacerte caso. Y me alegro.
WEIRDO:
Lo siento mucho, de verdad.
OSCURA:
No lo sientas. Tenía que intentarlo. Sin ti no me hubiera atrevido.
WEIRDO:
Pero te ha salido fatal.
OSCURA:
No importa. Me he sentido muy bien mientras lo hacía.
WEIRDO:
Te entiendo.
OSCURA:
Es como si me hubiera demostrado a mí misma que puedo salir adelante, que soy fuerte.
WEIRDO:
Lo eres.
OSCURA:
Ya no tengo miedo de lo que pueda ocurrir. No crees que eso es importante?
WEIRDO:
Lo es, y mucho. A mí me ha pasado algo parecido.
OSCURA:
Ah, sí?
WEIRDO:
También me ha ocurrido algo que me ha hecho perder el miedo.
OSCURA:
Y qué ha sido?
WEIRDO:
Conocerte.
OSCURA:
A mí?
WEIRDO:
Sí. Desde que te conozco ya no temo a nada. Ni siquiera a la muerte.
OSCURA:
No digas eso. Yo no quiero que te mueras.
WEIRDO:
Yo tampoco. No sin verte.
OSCURA:
Nunca.
WEIRDO:
Bueno, nunca, pero si me prometes que estarás conmigo.
OSCURA:
Estaré contigo.
WEIRDO:
Siempre?
OSCURA:
Siempre.
La casa está en completo silencio. Su madre no ha vuelto todavía. Presta atención para asegurarse.
El mismo gesto de todas las tardes al despertar: Abel mira el reloj. Las 19:11. Fija los ojos en el techo. Contempla la oscuridad, el levísimo resplandor de los números digitales del despertador. «La muerte no debe de ser muy diferente a mi vida», se dice y, por primera vez en mucho tiempo, se da cuenta de que no tiene ganas de levantarse. Nada de lo que pueda ocurrir en el mundo antes de las 21:00 le interesa lo más mínimo.
Permanece largo rato en la misma posición, entregado a sus pensamientos, hasta que le parece extraño que su madre no haya llegado todavía. Varias veces cree que en menos de un segundo oirá el motor, las llaves, las cerraduras al abrirse… Pero se equivoca. El silencio lo ha invadido todo.
Intrigado, decide levantarse e investigar. Las bolsas con los restos del ternero han desaparecido del baño. El suelo está limpio; la cocina, recogida. Abre la nevera y bebe agua directamente del gollete, aprovechando que su madre no está. Entonces ve la nota sobre la mesa. Es la letra de su madre.
Hoy ceno fuera. Llegaré tarde.
Abel intuye con quién ha quedado su madre para cenar. Solo hay un candidato posible: Hipólito. Esta idea le tranquiliza. Hipólito sabe cómo tratarla, siempre vuelve más relajada después de hablar con él, su influencia la ayuda a menudo a ver las cosas de otro modo. Hipólito es más que un cómplice: es alguien que juega en el mismo equipo. Además, existe la posibilidad de que hoy se declare, y eso hace las cosas mucho más interesantes.
¿Cómo reaccionará su madre a una declaración de amor, después de tanto tiempo? Abel está deseando saberlo.
Cuando regresa a su cuarto, busca en la bandeja el mensaje que Oscura le envió ayer, después de que él aceptara ayudarla. Decide releerlo, para tenerlo todo bien claro una vez llegue el momento. Está tan inquieto que la ausencia de su guitarra ha pasado a un segundo plano.
Querido Weirdo:
Gracias por aceptar ayudarme. No lo olvidaré (es una frase que suena peliculera, pero te aseguro que es la única verdad). Esto es lo que tienes que hacer (es importante que sigas mis instrucciones al pie de la letra):
Nos conectaremos mañana por la noche, a las 21:00. Sé muy puntual (por favor). Abre el programa de mensajería instantánea. Recibirás una invitación para una videoconferencia. Acéptala: seré yo.
Maximiza la ventana de la videoconferencia. Necesito que veas bien todo lo que pase, sin perder ni un detalle. Tienes que prestar atención.
Tendremos unos quince minutos para las presentaciones y las cuestiones técnicas (por ejemplo, comprobar que mi cámara enfoca donde debe enfocar). Luego, es mejor que tapes tu cámara. Ten algo a mano con que hacerlo. Un pañuelo, una bolsa de plástico o algo así. Cuando yo te avise deberás tapar la cámara y bajar al mínimo el volumen de los altavoces.
A las 21:16:03 (exactamente) comenzará lo de verdad importante. Sobre todo, no te asustes. Ni dejes de mirar, pase lo que pase. Por favor: pase lo que pase. Ya te advierto que lo que pasará no será bonito ni agradable.
No puedes hablarme. Aunque te mueras de ganas, ¿entendido? Es importante que no escuche tu voz.
Cuando creas que todo ha terminado, abre un mensaje de correo electrónico y escríbeme. Necesito que me cuentes todo lo que has visto. Sin dejarte ni un solo detalle. Ya sé que esto te parecerá raro, pero no sé cuándo podré leer el mensaje, ni desde dónde. Lo único que puedo prometerte es que te contestaré. Y si después de todo aún quieres ser amigo mío, haré lo que sea por ti. Espero que todo haya quedado claro. Si tienes dudas, por favor, pregúntamelas cuanto antes. Nos vemos mañana a las 21:00. Y gracias otra vez.
Consulta el reloj. Las 20:01. Se levanta. Se afeita con lentitud y torpeza. Se pone unos vaqueros y su camiseta favorita, tras doblar el pijama con cuidado. Vuelve al ordenador. Las 20:17. Si conociera algún modo de acelerar el paso de las manecillas, esta noche lo haría. Su único entretenimiento es leer, una y otra vez, el mensaje misterioso. Y desear que llegue el momento.
Regresa al cuarto de baño y revisa su aspecto. Con la cuchilla seca se rasura un manojo de pelos que se le ha olvidado bajo el mentón (le falta práctica). Se pone fijador, se moldea el pelo para que quede de punta, luego se lo aplasta para que parezca más liso. Al fin, se lo pone de punta otra vez. Se lava las manos, se cepilla los dientes. Observa que se ha manchado la camiseta de dentífrico y corre a ponerse otra maldiciéndose por lo bajo, por torpe.
A las 20:31 está otra vez sentado ante la pantalla, tieso como una sota, mirando la ventana recién abierta del canal de conversación, esperando a que ocurra algo que aún va a tardar.
Revisa el volumen de los altavoces, el estado de la cámara, se asegura de que no haya ningún mensaje nuevo en la bandeja de entrada. Luego decide que tiene que hacer algo para no volverse loco. Se tumba en el suelo y comienza a hacer abdominales. Piensa que Oscura se moriría de la risa si pudiera verle, pero él siente que lleva encima tanta energía acumulada que de un modo u otro tiene que liberarla.
Cuando termina, está sudando. Decide darse una ducha para desprenderse del olor. Se cambia de ropa, se peina de nuevo. Es absurdo, pero por lo menos le sirve para llenar los minutos. Tanto, que por poco se le hace tarde. Es maravilloso que su madre no esté en casa, porque en caso contrario le acribillaría a preguntas ante su extraño comportamiento. Tendría que encerrarse en su cuarto.
Está cansado de ser una fiera encerrada.
A las 20:58, con el pelo aplastado y los nervios a flor de piel, está en su sitio. De nuevo repite todas las comprobaciones técnicas, para asegurarse de que todo está bien. Duda. Revisa su aspecto en la pantalla. Se retoca algún pelo que se empeña en desobedecerle. Se observa desde todos los ángulos. Los minutos se alargan como si fueran de goma. Los últimos sesenta segundos los pasa muy quieto, casi sin respirar, esperando a que Oscura dé señales de vida, como le había anunciado.
¿Y si no aparece? ¿Y si todo ha sido una broma?
El deseo nos vuelve vulnerables, seres miedosos que temen a los fantasmas.
Cuando salta en la pantalla el aviso, le sobresalta.
«Ha recibido una invitación a videoconferencia de
Esta noche no hay luna llena
. ¿Desea hablar ahora?»
Se apresura a pulsar «Aceptar».
Se abre una pantalla de color marrón borroso. Se oye una especie de tos electrónica. Abel maximiza la pantalla. Quiere seguir las instrucciones al pie de la letra. En una esquina aparece su imagen, tal y como debe estar viéndose al otro lado. Trata de comportarse con naturalidad. De disimular sus nervios, de parecer guapo.
Se muere de ganas de ver a Oscura. Esa niebla marrón le desconcierta.
—¿Cómo estás, Weirdo? —pregunta una voz de chica desde el otro lado.
«¡Es una chica! ¡Lo sabía! ¡Sabía que no podía estar engañándome!», exclama algo dentro de él.
—Un poco nervioso —responde.
—Yo también —admite ella—. Supongo que es normal.
—Supongo.
Weirdo piensa en las otras videoconferencias que ha mantenido con sus clientes y en lo poco que se parecen a esta. Con los responsables de las empresas se muestra seguro, habla con voz clara, es rotundo. Hoy, las palabras se niegan a salir, el corazón late al galope y las manos le sudan al acercarse al teclado.
—Mmmm… Déjame que te mire —dice la voz de Oscura—. Estás mejor que en la foto. La corbata no te sienta nada bien.
Siente que se pone colorado. No tiene ni idea de si nota. No quiere que se le note.
—No te veo —balbucea, nervioso.
—Ya lo sé —responde la voz de ella, muy segura—. Me gusta jugar con ventaja, perdona.
—¿Qué quieres decir?
—No quería que me vieras antes de asegurarme de que tú eres tú y no un viejo salido —y Oscura suelta una risita.
En la ventana virtual, la niebla marrón comienza a disiparse. En primer plano aparece una nariz a pantalla completa.
—Huy, perdón —dice Oscura, y se aparta de pronto—. ¿La imagen es buena? ¿Me ves bien? ¿Qué te parezco?
Weirdo abre mucho los ojos. Su corazón se pone tan contento con lo que ve que lo celebra tamborileando como un loco.
«Eres preciosa», piensa Weirdo, maravillado de su suerte.
Y no puede evitar dar un respingo cuando oye que ella dice:
—Gracias, exagerado.
Es la primera vez que piensa en voz alta. No se siente avergonzado. Más bien le da las gracias a su subconsciente por haberle traicionado de un modo tan oportuno. Sonríe. Oscura sonríe también.
Deduce, y no se equivoca, que hoy va a ser la primera vez de muchas cosas.
Oscura es morena, tiene una melena negra y abundante que le cae sobre los hombros. No ve bien el color de sus ojos, pero le han parecido claros hace un momento, cuando estaba más cerca. Lleva unos vaqueros azules y un suéter de lana ancho y de color gris. Le parece que tiene un cuerpo muy bonito, aunque apenas puede adivinarlo bajo la ropa.
—¡Bienvenido a mi cuarto! —dice ella abriendo los brazos como si quisiera abrazar las paredes.
—¿Qué llevas en la mano? —pregunta Abel.
—Ah, esto —Oscura ríe otra vez. Algo en su cara se ilumina cuando lo hace. Se pone aún más guapa—, es un calcetín de mi hermano. No encontraba nada para tapar la cámara. ¿Tú tienes algo?