Gran Sol (15 page)

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Authors: Ignacio Aldecoa

Tags: #Clásico, Drama, Relato

BOOK: Gran Sol
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El
Uro
entró de popa sobre la rampa. Fue amarrado fuertemente. Simón Orozco ordenó la maniobra esperando que en la marea baja se pudiese trabajar en la avería. La marea en su punto más bajo se daría al amanecer. Hasta el amanecer —dos de guardia en los barcos, dos de rumia de malas palabras, dos al vino para olvidar el puerto— había franquía para las tripulaciones.

Don José hablaba en el muelle con Simón Orozco. Mister O'Halloran representaba a las casas armadoras en el puerto de Bantry. Mister Ginebra convidaba en Mulligan's Shop a la primera ronda a los tripulantes del
Uro
y del
Aril
.

Don José O'Halloran, alias Mister Ginebra, sacó de su cartera veintiséis libras y se las dio al patrón de pesca Simón Orozco.

—Anoto a usted —dijo.

Luego guardó la cartera en el bolsillo interior de su chaleco.

—Hoy hay fiesta en el Dancing —dijo O'Halloran—. Han tenido suerte.

Usted, patrón, ¿querría venir conmigo a tomar copas?

—Gracias, don José, estoy cansado. Voy a dormir. Mañana hay que trabajar.

—Bien, conforme, ¿puedo invitar a su gente?

—Como quiera.

—Bien —hizo una gran pausa, alargó la mano para saludar a Simón Orozco—. Buenas noches.

El patrón de pesca se acercó al
Uro
. Llamó a un marinero. Contó trece libras.

—Dale esto al pesca, una para cada uno, a descuento.

Saltó Simón Orozco a su barco. Llamó a Macario.

—Hay una libra para cada uno, a descuento, el que la quiera que la pida.

Díselo a todos, Macario. Diles también que don José espera en Mulligan para invitaros.

—Bien, señor Simón.

Macario bajó del espardel y entró en la cocina. En el rancho de proa avisó:

—Mister Ginebra paga en Mulligan. Quien quiera una libra a descuento que la pida.

Sas saltó rápidamente de la litera.

—¿Tienes una camisa limpia, Venancio?

—Tengo para mí.

Joaquín Sas hablaba rápida y confusamente.

—No tengo ni una camisa limpia. Tú, Ugalde, déjame una camisa. ¿No tienes más que una para ti? Tú, Celso, déjame una camisa, te invito a una cerveza.

Celso Quiroga advirtió:

—Si me invitas a una cerveza grande y luego lavas la camisa, te la dejo. Si rompes la camisa tienes que comprarme otra.

—No.

Sas se puso a revolver en su saco. Extrajo una camisa arrugada. Se acercó con ella a la luz.

—No está muy sucia, puede pasar.

Celso Quiroga defendió su negocio.

—Una piltrafa que olerá a pescado, de tirar para atrás.

—¿Y qué?

Celso se encogió de hombros.

—Las chicas…

—Yo no quiero mujeres, quiero beber —dijo Sas ruidosamente—. Quiero beberme la libra que me den.

—A Mulligan —habló Macario— no tienes por qué ir hecho un artista de cine.

—¿Qué día es hoy? —gritó Sas.

—Sábado —respondió calmosamente Macario—. Sábado sabadillo, habrá baile.

Sas quedó un momento suspenso.

—Me tendré que lavar y afeitar.

Macario Martín desapareció hacia el rancho de popa. José Afá se estaba afeitando, mirándose en un espejo colgado de la puerta.

—Dan una libra —anunció Macario—. Mister Ginebra paga en Mulligan, ¿quién viene?

Afá dejó la maquinilla a unos centímetros del rostro.

—Yo voy contigo,
Matao
.

Macario se quitó las botas de aguas y se calzó unos zapatos. Juan Arenas pidió vez para usar el cubo.

—No tan de prisa —dijo Manuel Espina—, hay que echar a suertes, porque uno se tiene que quedar.

—Le toca a Gato Rojo —contestó Arenas.

—Gato Rojo está de guardia, pero esto es distinto, hay que echar a suertes.

Vamos al motor a echar a suertes.

Juan Arenas protestó un poco, luego se avino. Juntamente con Espina bajó a las máquinas. Macario Martín estaba muy contento.

—Hoy la voy a agarrar, José.

Dejó de afeitarse Afá.

—Es un plan para el que no cuentes conmigo.

—Peor para ti.

Macario se asomó por el ojo de buey.

—Los del
Uro
ya están en el muelle. Son los de urgencia. ¡Qué gente!

Juan Arenas entró en el rancho cantando. Macario preguntó:

—¿Quién se queda?

Señaló con el pulgar derecho a sus espaldas.

—El de las suertes…

Manuel Espina entró detrás de su compañero y se tumbó rabiosamente en la litera, golpeando el cabezal con los puños.

—Me c… en…

Domingo Ventura había subido al puente. Paulino Castro estaba sentado en el banquillo junto a la radio.

—¿Quieres tu libra?

—Sí, ¿va a ir usted a Mulligan?

—Luego. Diles a los de abajo que se den prisa, que no me voy a pasar aquí toda la noche esperando que vayan llegando. Que se den prisa a recoger su libra…

Se abrió la puerta del puente.

—¿Se puede, patrón?

Joaquín Sas extendió la mano.

—Espera que apunte —dijo Paulino.

Sacó un cuadernillo y apuntó: Domingo Ventura, una libra, Joaquín, una libra. Dio la libra a Sas.

En el rancho de proa discutían los hermanos Quiroga —el de las manos grandes, el de las uñas como cucarachas— sobre si habrían de pedir una libra para cada uno o una libra para los dos.

José Afá y Macario Martín salieron del rancho de popa. Se oía cantar a Juan Arenas, cantaba los tangos cortando, en el estilo de los viejos cantadores, los versos con suspiros. Manuel Espina le interrumpió:

—¿Quieres callarte, quieres dejar de fastidiar?

—Bueno, bueno, hombre.

Venancio Artola y Juan Ugalde habían saltado al muelle y no se decidían a ir solos a la tienda de Mulligan. Estaban acostumbrados a andar en banda y esperaban a los compañeros. Solos en el muelle se sentían como desamparados.

—Venga, Sas —gritó Artola.

Sas saltó al muelle.

—¿Esperamos a los otros? —preguntó Ugalde.

—¿Para qué? —dijo Sas—. Vamos de prisa, que tengo ganas de darme un buen golpe de cerveza a cuenta de Mister Ginebra.

Los tres echaron a andar hacia la tienda de Mulligan. De vez en cuando Artola volvía la cabeza. Cuando vio a Afá y a Macario, se paró.

—Vamos a esperar al contramaestre y al
Matao
, que vienen detrás de osotros.

Macario Martín casi saltaba de alegría y sonreía constantemente.

—Buena se prepara —se frotó las manos—. Buena la vamos a armar.

—Ojo —dijo Afá—: nada más saltar a tierra, comenzar a beber hace más daño que beber el doble después de un rato.

Macario Martín, con las manos en los bolsillos, caminaba delante de sus compañeros, se volvía hacia ellos y explicaba la táctica a seguir.

—Después de que Ginebra invite, invito yo. Tiro mi libra en el mostrador.

Si Mister Ginebra me deja pagar, cada uno de vosotros tiene la obligación de convidarme una vez hasta que estemos en paz. Si Ginebra no me deja pagar, eso llevamos en la tripa y luego cada uno se arregla por su cuenta.

La tienda de Mulligan estaba en una calle que daba al muelle. Mulligan usaba, para entenderse con las tripulaciones cantábricas, unos jirones de español con acento mejicano. La base de su extraño idioma pertenecía a sus años de emigrante en California, a su contacto con los braceros mejicanos.

En la puerta de Mulligan's Shop dos campesinos, con las viseras muy caladas, con las manos en los bolsillos, se refrescaban entre cerveza y cerveza.

Macario Martín definió.

—Raqueros del sur parecen estos tíos.

Entraron en la tienda. Mister Ginebra estaba rodeado de los tripulantes del
Uro
. Macario Martín se abrió paso y tendió su mano a O'Halloran.

—Mucho gusto en saludarle, don José.

Mister Ginebra dudó.

—Tú te llamas… te llamas —descubrió en su memoria el apodo de Macario y se echó a reír—: Muerto.

—No, don José:
Matao
.

—Eso,
Matao
. Bebed lo que queráis. Macario extendió la mano a Mulligan.

—Viejo loco.

—Loco… loco… no. Viejo.

—Viejo, cinco grandes de ginger-ale.

Confraternizó a Macario con O'Halloran, le dio una palmada respetuosa en las espaldas.

—Don José —dijo alegremente—, va para veinticinco años que le conozco a usted. Dígaselo a éstos.

O'Halloran rememoró. No encontró fechas en la memoria. Preguntó:

—¿Qué barcos? ¿De dónde?

Pausadamente Macario los fue enumerando, cogiendo con el índice en gancho de la mano izquierda los dedos de la derecha.

—Laredo, de Santander, pareja del Santoña; patrón de pesca el señor Rogelio el Viejo. Zadiaran y Badaya, Pasajes; patrón de pesca el Chato Remedios, que se emborrachaba mucho, que luego murió en el hundimiento del Navarra…

—Ya, ya —dijo Mister Ginebra, luego ordenó algo en inglés a Mulligan—, ya, ya —continuó diciendo—. Chato Remedios bebía, ¡uf!, bebía mucho.

Macario Martín se apresuró a beber su ginger-ale. Afá y Sas habían logrado apartar a algunos tripulantes del
Uro
. Artola y Ugalde estaban en segunda posición. Macario Martín picardeó con Mister Ginebra.

—Me dejará usted que le invite a lo que quiera tomar.

—No, yo invito; guarda tu libra, Muerto. Beberás mucho y te faltará dinero.

O'Halloran invitó de nuevo a todos. Macario Martín cuando apareció otra vez la cerveza ladró. O'Halloran se rió.

—Hazlo otra vez, —dijo.

—Tengo que beber mucho para hacer bien el perro.

—Bebe.

—Si bebo muy de prisa, luego voy a tener sed y no voy a tener dinero.

O'Halloran pidió cerveza para Macario. Le colocaron un vaso junto al que tenía mediado. Macario bebió del recién puesto.

—Así infecto los dos, don José; si no, éstos me lo beben en cuanto me descuide.

Macario Martín miró triunfalmente a su amigo Afá y a los compañeros.

—Haz el perro —dijo O'Halloran.

Macario Martín abrió cancha, puso la mano izquierda en el culo, con la palma vuelta hacia arriba y la movió. Comenzó a ladrar lastimeramente.

—Estoy pidiendo perra, —aclaró en una pausa.

Luego ladró suavemente y acabó sacando la lengua.

—Acabo de montar a la perra, —dijo.

O'Halloran se reía a carcajadas. Palmoteó.

—Muy bien, muy bien. Podrías ganar mucho dinero en un circo.

Macario Martín quedó repentinamente triste.

—Sí, en un circo.

De la tristeza pasó a la seriedad.

—Ahora invito yo, —dijo con rabia—. Viejo, ponnos a todos de beber.

Afá le clavó el codo en el costado. Macario Martín se volvió hacia su amigo.

—¿Tú no sabes hacer el perro o cualquier otro animal, José?

O'Halloran no entendía a Macario Martín. La mutación de humor le confundió. Preguntó ingenuamente a Sas:

—¿Está molesto el hombre?

—Es así, es muy raro.

Macario Martín recibió la vuelta de su libra y salió de la tienda de Mulligan.

O'Halloran volvió a invitar.

—¿Dónde irá? —dijo Sas.

—A otra taberna —respondió Afá—.

Se emborrachará como un demonio —dijo— Mister Ginebra tiene todavía abierto. Irá allí.

Sas se encogió de hombros y bebió de un trago su cerveza. Dijo:

—¿Invitas tú o invito yo, Afá?

—Invito yo dijo, distraídamente, el contramaestre.

Don José O'Halloran, alias Mister Ginebra, bebió su última copa.

—No bebo más. Muchas gracias. Mañana —sonrió ampliamente— hay trabajo. Divertirse, muchachos.

O'Halloran salió de la taberna, repartiendo sonrisas. En la puerta se topó con Paulino Castro.

—¿A casa, don José? —preguntó Paulino Castro.

—A casa… Mucho beber, mucho sueño… A casa.

Se despidieron. Los patrones se sentaron en unas banquetas en un rincón, junto a unos sacos de pescado ahumado. Desde el mostrador Mulligan preguntó:

—¿Cerveza?

—Ginebra —respondió Paulino.

El contramaestre Afá, cuando Mulligan sirvió los vasos de ginebra, se los acercó a los patrones. Paulino Castro se sintió generoso.

—Toma algo a mi cuenta, Afá.

—Gracias, patrón, estoy bebiendo.

—¿Dónde habéis echado al
Matao
?

—Se fue solo… Estará en O'Neill.

—En el Dancing hay festejo.

—Ya, ya. No irá al Dancing. Se acabará de emborrachar en O'Neill.

Los patrones bebían con tranquilidad sus vasos de ginebra. Afá hablaba en voz baja con Artola y Ugalde.

Sas intervino:

—Dejadle que se emborrache.

—Armará un naufragio —dijo Sas—. Hay que ir a buscarle.

Afá pagó y salió de Mulligan seguido de Artola y Ugalde.

—¿Por dónde es eso? —preguntó Artola.

—Aquí al lado —contestó Afá—. Habrá cambiado por ginebra y tendrá la trompa encima.

Desaparecieron los tres por una callejuela estrecha. Al fondo de la calle brillaba el letrero del Dancing: una maleta de hierro y cristales, vertical al plano de la pared. Dancing en letras muy grandes por los dos lados, media docena de bombillas dentro de la maleta.

Los ladridos de Macario Martín llegaban a la calle. Tres marineros del
Uro
aplaudían a Macario haciendo el perro. Desde el mostrador contemplaban las payasadas del
Matao
los habituales de la tienda. Afá estaba receloso. Cuando Macario Martín repetía las bufonadas, no lo hacía alegremente, lo hacía casi odiándose. Habría bronca a última hora; de eso estaba seguroel contramaestre.

—Macario —dijo Afá—, vamos a bebernos unas cervezas.

Los ojos de Macario se fijaron en los de su amigo. Los ojos de Macario tenían una bruma de tormenta. Los ojos de Macario corrieron inquietos sobre los rostros serios de Artola y Ugalde.

—Ginebra.

—Bueno, ginebra.

Macario Martín ladró estirando el cuello y alzando la cabeza hacia el techo.

Los marinos del
Uro
aplaudieron.

—¿Qué te parece cómo hago el perro cachondo, José? —dijo Macario.

El contramaestre no contestó. Le alargó el vas a Macario. Éste lo bebió de un trago.

—¿Verdad, José, que soy una mierda de individuo?

José Afá miró a su amigo, por encima del bolsillo del vaso de cerveza que estaba bebiendo. Macario insistió:

—¿Verdad que soy una mierda de hombre?

El contramaestre depositó el vaso en el mostrador.

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